lunes, 21 de septiembre de 2009

¿Justicia o venganza?


Veronika Engler

(A modo de comentario sobre las declaraciones del senador Mujica en Argentina al diario “La Nación”)

Mi vivencia no es distinta a la de varios niños que crecieron en época de dictadura, más bien debería aclarar que muchos de ellos pasaron por situaciones más difíciles de sobrellevar que las que me toco vivir y que solo soy una gota en el mar de injusta represión que golpeó a tantos inocentes, pero también soy una gota en el océano de rostros y voces que buscan la verdad.

En 1973 recibo desde la cárcel un poema escrito por mi padre en el que me explica el motivo por el que no puede venir a casa, tengo entonces siete años y siento un dolor profundo, ausencia y pena. Apenas comencé a comprender que papá no iba a firmar los carnet de la escuela, ni iba a ayudarme con los deberes, llevarme al parque o consolarme en los momentos de tristeza, me ví obligada a enfrentar otra realidad: no era solo ese aspecto de mi vida el que cambiaría. Y vaya si cambió…desde el 73 hasta el 85 viví junto a mi familia bajo un permanente sentimiento de inseguridad y de continua perplejidad.

Los allanamientos habían comenzado antes de que papá fuera capturado, pero no cesaron una vez que fue encarcelado, éramos tres niños y mi madre, por otro lado, el abuelo ya anciano y la abuela, una mujer a la que se le acababa de extirpar un cáncer. Esto no fue razón suficiente para que los vejámenes disminuyeran. Los allanamientos continuaron en forma periódica, el último tuvo lugar en San Javier, poco antes de que la dictadura dejara paso al gobierno de facto, ocurrió en circunstancias que muchos conocen por haber traído como nefasta consecuencia la muerte del doctor Roslik.

Recuerdo las visitas a los distintos cuarteles, con las consabidas esperas, a veces bajo la lluvia o al rayo del sol, dependiendo de los caprichos de la naturaleza y los militares que desde su garita miraban sin ver a una niña pequeña y a su abuela, empapadas por la lluvia y temblando de frío, no se inmutaban, por el contrario, los gestos que nos dirigían eran de burla o altanera indiferencia. Eso lo soportábamos para ver durante una hora a un padre que muchas veces encontrábamos en deplorable estado físico y anímico, o nos suspendían la visita por hablar de algún tema”no permitido”.

Para verlo entre rejas, con perros y soldados que nos separaban, sin poder tocarlo o acariciarlo, teníamos que realizar largos y costosos viajes y pasar por las revisaciones que eran denigrantes, un manoseo físico y psíquico que se repetía cada vez que nos tocaba visita. Años después de que lo apresaron, mis hermanos y yo sufrimos un intento de secuestro en Minas.

Lo he escrito varias veces y lo seguiré haciendo mientras lo considere necesario, mientras sienta que no se hace justicia con la niña que fui, con mis hermanos de sangre y con los de vivencias, justicia con esos ancianos que eran mis abuelos y esa mujer sola que fue mi madre. Seguiré mientras no se haga justicia con todas las familias, con todas las madres, padres, esposas, ancianos y niños que vivieron esta historia nefasta. Justicia con todos los que hoy sufren ausencias, con los que aún no han obtenido respuesta. Justicia para esos seres adultos en los que nos hemos convertido y para nuestros hijos, justicia para los que a pesar de todo siguen vivos.

“Por esos 16 años de dictadura que el pueblo se comió”, como dice el senador Mujica y por que”hay que pelear por los derechos humanos de los que están vivos”, no entiendo el razonamiento de que”no quiere militares viejos presos”. Esos viejos militares fueron los mismos que sin importarles la edad de los desaparecidos o secuestrados aplicaron mano de hierro, los que torturaron y violaron, o mandaron a que otros lo hicieran, los que persiguieron durante la dictadura a los familiares y allegados del resto de sus compañeros, o lo mantuvieron a usted y a otros ocho rehenes aislados haciéndolos bordear y muchas veces zambullirse en la locura.

Algunos de esos militares se quejan a pesar de ser totalmente concientes de las notorias diferencias que existen entre su prisión y lo que ustedes vivieron en las terribles cárceles en las que fueron recluidos... ¿Me pregunto si realmente son 75 u 80 años el límite de edad para pagar una culpa? Según ese razonamiento, o quizás debería decir “sentimiento”, una persona no debería pagar una culpa después de cumplir los 75 años, pero sin embargo se puede gobernar un país a esa edad. ¿Cómo se entiende que se sea viejo para responsabilizarse por delitos cometidos (graves delitos), pero no para manejar el destino de más de 3.000.000 personas? Reitero que el ”conocimiento de causa” del senador es muy distinto a la experiencia de estos militares, ya que la cárcel que el vivió es muy diferente a la que estos criminales viven o vivirán. No se puede comparar con las terribles condiciones en las que ustedes estuvieron presos, con el aljibe, ni los calabozos del interior del país, no creo senador que lo haya olvidado y no pueda realizar una comparación objetiva entre estas diferencias que distan muchísimo de aplicar la vieja y consavida ley del talión.

Nadie de forma individual puede conmutar la pena a un delincuente, el senador Mujica toma los hechos acaecidos en el país como una cuestión personal y no debería hacerlo, ya que son muchísimas las personas involucradas. No se trata solo de lo que le hicieron a él, sino de lo que el pueblo uruguayo tuvo que vivir, él puede decidir que absuelve a los militares que lo torturaron y encerraron en condiciones infrahumanas, pero mientras haya una persona que exija esa justicia en la que él no cree, la lucha por obtenerla será justificada.

Reconozco que a nadie se le van a devolver los años perdidos, ni los muertos, ni la felicidad que no se vivió, pero con ese criterio no pondríamos presos a los asesinos, ni a los violadores, ni a los ladrones, simplemente porque de esa manera no recuperamos lo perdido; el muerto, muerto está, ¿para que encerrar a quien lo mató si esto no lo resucita? Creo que ese razonamiento no nos lleva por buen camino porque da lugar a que se cometa cualquier crimen y se pretenda ser absuelto por límite de edad o porque la pena no restituye las perdidas.

Hay dolores que se sienten a pesar del paso de los años: saber que los asesinos andan sueltos y que la impunidad pende sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles, no sólo causa dolor e impotencia, también provoca inseguridad, deseos de venganza (que es lo que Mujica quiere evitar) y odio, mucho odio.

El Frente Amplio está a favor de la anulación de la ley de caducidad, sin embargo hay declaraciones que incitan a no votar por dicha anulación, o dando opiniones ambivalentes siembran dudas al respecto. Hay muy poca información sobre el voto rosado y escasa difusión y propaganda. Hay también sectores que en la fiebre electoral salen a pintar encima de los muros que promueven el voto rosado para anular la Ley de Caducidad y que con enorme esfuerzo humano y económico están siendo pintados por los vecinos.

Cuando hablamos de Derechos Humanos no podemos utilizar la filosofía de”como te digo una cosa te digo la otra”, porque este es un tema serio y que toca a muchas personas de forma profunda, no se le puede contestar con ambivalencias a una madre que perdió una hija o un hijo o viceversa. Hacerlo es faltarles el respeto de forma grave, es pasar por encima del dolor y la tragedia ajena. Hubo que bancarse eso durante la dictadura y el gobierno de facto y no puedo creer que debamos hacerlo con el gobierno progresista también. Quien quiera poner la otra mejilla, esta libre de hacerlo en forma individual, pero la justicia es, aunque algunos no crean en ella, un derecho de todos y ningún presidente, o candidato a presidente puede cambiar su significado por más popular y aclamado que sea.

Quien comete un crimen, debe ser juzgado y recién entonces se sabrá cual es la pena. Las víctimas tienen derecho a que sus victimarios sean juzgados y a saber la verdad, porque las sociedades nos tuvimos que bancar las mentiras sin poder elegir, o “eligiendo” bajo la sombra del miedo y ahora queremos la verdad. Además si es justicia, no es venganza, el comentario del olor (hedor) es demasiado subjetivo inclusive para Mujica y a esta altura esas apreciaciones no conducen a ningún lado. Si pretendiéramos vengarnos no le dejaríamos la decisión al poder judicial y querríamos más bien como él mismo dice aplicar la ley del talión (ojo por ojo, diente por diente), torturando, matando, secuestrando y persiguiendo a los familiares de los acusados aunque estos nada tengan que ver en el asunto… por suerte no somos tan sádicos ni enfermos. Mujica dice:”el ser humano inventó la Justicia para poder convivir en sociedad” y yo agrego que también inventó a los gobiernos, la religión, las leyes, etc. Si no creemos en la justicia, ¿debemos creer en los gobiernos y gobernantes creados y proclamados por el hombre?

En la definición de justicia y venganza que aparecen en el diccionario de la Real Academia Española nombran al castigo y a la pena en el significado de ambas palabras, pero en la justicia se especifica que este castigo o pena lo determina el poder judicial, órgano que hasta ahora está atado de pies y manos al poder ejecutivo.

No pedimos nada más que lo que nos corresponde, conocer la verdad y que a los criminales se les imparta su pena. Ese capítulo de la historia no se cierra mirando para otro lado o intentando olvidar, o viendo viejitos buenos donde hay asesinos y represores. El dolor no desaparece cerrando los ojos; la represión existió, la tortura existió, existieron el Plan Condor y el Plan Zanahoria, el horror existió. Nuestra historia tiene que escribirse en base a la verdad. Debemos enseñarles a nuestros hijos, que en definitiva son el futuro de este país, que los crímenes no quedan impunes porque el pueblo no lo permite.

La espera

Una madre y tres niños habitan el desconcierto
viven el día y presienten el miedo que acecha
que sorprende y atrapa, que mutila y no ceja.

Víctimas del capricho humano esperan

¿qué límite romperán esta vez las bestias?

¿que muro sin puertas?

Rodean la manzana de autos y uniformes

sus armas centellean, sus botas pisan firmes

poderosas, ante cuatro pares de ojos que observan

que callados interrogan, que mudos esperan.
Los soldados irrumpen en la casa, la dan vuelta

son varios, nada dejan; libros de sospechoso contenido

discos de música vieja, rompen también los colchones
las plantas y las macetas, tiran todo por el piso

no respetan, ni la edad de los niños

ni sus rostros de azorada tristeza.

Se sienten grandes y fuertes, lo demuestran

ríen con altas voces, juegan con armas negras

huelen a sudor y a humo, a abuso de poder apestan.
Todo tocan, rompen y desordenan

estos seres sin conciencia

de nuestra casa se adueñan

tantas veces en trece años que la herida no cierra

los ojos lloran sin lágrimas, los labios tiemblan.

Cuando de allí se retiran, no hay palabras
nos miramos a los ojos y poco a poco
construimos en silencio
nuestra vida, para seguir en la espera.




Veronika Engler




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