Se delató en una cena con compañeros
El represor Julio Poch se delató a sí mismo durante una cena con sus compañeros de trabajo holandeses en la isla de Bali, India, hace seis años. Fue al discutir sobre el pasado del padre de Máxima Zorreguieta, la argentina que se casó con el príncipe Guillermo. Zorreguieta fue secretario de Agricultura durante la dictadura.
"Poch nos dijo que teníamos una imagen errónea de esa época. Que debíamos darnos cuenta de que hubo una guerra en la Argentina. Que durante una guerra la gente muere, eso es normal, de acuerdo al capitán Poch", declaró otro piloto de Transavia, Tim Weert. "Dijo que hubo momentos cuando a bordo de su avión se echaba fuera de la borda personas con vida con el fin de ejecutarlas", le dijo Weert al juez Sergio Torres, a cargo de la causa ESMA, según consta en la causa. "No hay problema, estaban drogados", agregó Poch en referencia a las víctimas de los vuelos, según dijo el testigo.
Tres años después de esa cena, el jefe de Poch, Geert Geroen Engelkes, se enteró de lo que había dicho el argentino a través de otro empleado de la aerolínea, Edwin Reijnoudt Brouwer. "Su comportamiento era impresionante. Defendía el hecho de haber arrojado gente al mar. El todavía defiende sus argumentos. Me molestó su gesto, el movimiento que hizo con la mano, que es como si se dejara voltear un avión para dejar escapar la carga", declaró Brouwer.
Tras corroborar la historia con otros testigos, Engelkes denunció al argentino a través de un e-mail a la Policía holandesa. "Era mi obligación como persona y ciudadano del mundo", aclaró.
Pero Poch ya se había jactado de su participación en la represión a fin de los 80, durante una fiesta en la casa de otro piloto, Aldo Knip, según reveló este cuando se lo preguntó su jefe. En la investigación interna de la empresa, Poch dijo que en Bali no habló de él en particular sino de "nosotros", en referencia a la Armada, "como si se tratara de una gran familia", sostuvo Engelkes.
Lucio Fernández Moores
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El aeronauta Julio Alberto Poch integraba el selecto grupo de comandantes 'senior' de 'Transavia'. El número 23 de los 512 pilotos de la línea holandesa de vuelos baratos. A sus 57 años ya le tocaba jubilarse, por eso la compañía le dio a elegir un destino para su último viaje y él escogió Valencia, según pudo saber en exclusiva este jueves elmundo.es. No intuyó que en vez de encaminarse al retiro dorado de jubilado en el Levante español estaba regresando a su pasado negro en Argentina, donde deberá rendir cuentas como supuesto piloto de los tétricos 'vuelos de la muerte' de la dictadura (1976-1983).
Faltaban poco minutos para las dos y media de la tarde del martes pasado en el aeropuerto de Manises, hora de despegue del avión de 'Transavia' en viaje de vuelta a Amsterdam que pilotaba Poch , acompañado por su esposa argentina, el primogénito de ambos, Andy, de 33 años, también piloto de 'Transavia' y su mujer.
Los tres iban de invitados especiales para celebrar aquel vuelo de final de carrera del jefe de familia. Pero los agentes de la Udyco 'aguaron' la fiesta al irrumpir en la cabina encarando al comandante, "¿Usted es el señor Julio Alberto Poch?", y detenerlo.
Unos 4.500 guerrilleros y opositores fueron arrojados vivos al Atlántico desde aviones de la Armada argentina.
Desde entonces Poch cumple arresto provisional en el penal valenciano de Picassent, a disposición de la Audiencia Nacional que aguarda recibir en los próximos días el exhorto de extradición por parte del juez argentino Sergio Torres.
Este magistrado imputó a Poch haber sido uno de los presuntos pilotos de los 'vuelos de la muerte' en aviones de la Armada argentina, desde los cuáles arrojaron vivos y dopados al Atlántico austral a los alrededor de 4.500 guerrilleros y opositores políticos que la marina de guerra había secuestrado y tenía prisioneros en las mazmorras de la Escuela de Mecánica de la Armada.
Su jefe avisó a la Policía
Al ex teniente de fragata de la Armada argentina lo perdió su condición de "bocazas" ante sus compañeros de 'Transavia' que durante las cenas y noches de copas en los viajes internacionales habían escuchado horrorizados sus relatos sobre los 'vuelos de la muerte'.
Sus compañeros de 'Transavia' escucharon horrorizados sus relatos sobre los 'vuelos de la muerte'.
Entre otras bravuconadas, se jactaba de haber arrojados vivos al mar a los que para él eran "terroristas de izquierdas" e intentaba suavizar la cosa diciendo que no sufrían porque "eran drogados previamente" al embarque, con Penthotal.
El jefe de Poch en 'Transavia', Geert Geroen Engelkes, se enteró de lo que había dicho el argentino a través de otro empleado de la aerolínea, Edwin Reijnoudt Brouwer, y envió un correo electrónico a la Policía holandesa denunciando su subordinado. "Era mi obligación como persona y ciudadano del mundo", aclaró.
El fiscal holandés Ward Ferdinandusse viajó en 2008 a Buenos Aires para poner en conocimiento del asunto a las autoridades judiciales. Y en diciembre el juez Torres y su secretario Pablo Yadarola viajaron a los Países Bajos. Allí tomaron declaraciones a los compañeros de Poch. En febrero pasado, el magistrado ordenó la captura internacional del aviador que no se concretó en Holanda pues desde allí sería más complicada su extradición a Argentina pues tiene la doble nacionalidad argentina-holandesa, confiaron las fuentes.
elmundo.es pudo saber que agentes de la Policía holandesa allanaron en la tarde del martes la casa de la familia Poch, ubicada en la calle Westdijk, 12, del pueblo Zuidscherme, a unos 25 kilómetros de Ámsterdam. Allí secuestraron documentos del ex teniente de fragata sobre su pasado en la Armada y una pistola de origen argentino. Presumiblemente, sería el arma reglamentaria de oficial de la marina durante los años de la 'guerra sucia', que él se habría quedado como recuerdo personal.
Holandeses escandalizados con la detencion de Poch, y renace en la memoria de los holandeses la memoria del padre de la princesa Maxima y la relación con el piloto de Transavia
NOS Journaal, 24 september 2009
Enviado por Bistrus
Las hormiguitas del capitán Hess
Por Diego MartínezPágina/12
A cuatro años de concluida la investigación sobre el relato del capitán Emir Sisul Hess como piloto de los vuelos de la muerte, la justicia nunca lo citó a declarar. Una demora que muestra la escasa voluntad judicial en avanzar con esas causas.
Son centenares, tal vez miles. Miembros de las tres Fuerzas Armadas, de fuerzas de seguridad y también civiles. Los más jóvenes tienen poco más de cincuenta años. Los mayores rondan los noventa. Un puñado está en prisión. Algunos enloquecieron. Varios trabajan en aerolíneas, nacionales y extranjeras. La mayoría disfruta de hijos y nietos, va a misa y recorre las calles como cualquier vecino. Sólo ellos y sus íntimos conocen el secreto que los degrada: arrojaron a personas vivas, drogadas, indefensas, desnudas, desde aviones en vuelo hacia el vacío. Treinta años después, los vuelos de la muerte aún rinden frutos. Existen casos probados a partir del hallazgo, en costas bonaerenses y rioplatenses, de cadáveres de personas que pasaron por Campo de Mayo, ESMA y Olimpo. Existen miles de desaparecidos a los que se privó hasta de una tumba sin nombre. Existen confesiones públicas y privadas que coinciden en la rotación del personal para sellar el pacto de silencio. No existe, sin embargo, ninguna estrategia judicial para identificar a pilotos y tripulantes.
Si la clandestinidad, la destrucción de pruebas y el silencio impiden poder investigar a fondo cada eslabón del Estado terrorista, identificar a quienes participaron en los vuelos tiene un escollo adicional: no hubo testigos en los aviones. Un sondeo entre querellantes, antropólogos y magistrados sugiere sin embargo que el fin no es utópico. Entre las pruebas disponibles tiene un valor central la confesional, la admisión ante terceros. ¿Alguien pudo no haber relatado la experiencia límite de arrojar a una persona al mar? ¿Morirán los confesores en la complicidad del silencio?
Página/12 publicó ayer la historia de dos aviones Electra en exposición, relatos sobre vuelos de los propios represores y la confesión de un suboficial naval que admitió su participación ante compañeros de trabajo. A cuatro años de concluida la instrucción sobre el relato del capitán de corbeta Emir Sisul Hess como piloto de vuelos de la muerte, la justicia no lo citó a declarar.
“Tipos muy pesados”
Nacido en Bahía Blanca en 1949 y miembro de la promoción 102 del comando naval, Emir Sisul Hess integró en 1976 y 1977 la Escuadrilla Aeronaval de Helicópteros, con asiento natural en la base aeronaval Comandante Espora pero mencionada por el cabo Raúl Vilariño, que ya en 1984 denunció los vuelos, como una cobertura de represores de la ESMA.
Hess era aviador naval y paracaidista. Tenía el grado de teniente de corbeta. Sus jefes eran el capitán de corbeta Néstor Santiago Barrios y el teniente de navío Miguel Angel Robles. En 1978 pasó a la Escuadrilla Aeronaval de Propósitos Generales, bajo el mando del capitán de corbeta Enrique Carlos Isola y del teniente de navío Ernesto Proni Leston.
En 1984, citado a declarar por el contralmirante Horacio Mayorga en un sumario para desacreditar al cabo que describió la vida interna de la ESMA, dijo desconocer a Vilariño. Pasó a retiro en 1991 como capitán de corbeta, con 41 años, e incursionó en el rubro turístico como gerente del complejo Lago Espejo Resort S.A. en Villa La Angostura. En aquel paraíso y en pleno menemato, cuando la impunidad parecía irreversible, tuvo lugar su confesión, el primer relato de un piloto sobre los vuelos que llega a la justicia.
“Contaba en tono burlón cómo las personas pedían por favor y lloraban”, declaró José Luis Bernabei, que trabajaba en el complejo frente al lago. “Dijo que las arrojaban al Río de la Plata y que él era piloto. Nombró como compañero a (Ricardo Miguel) Cavallo. Decía que los vuelos salían de Palomar o Morón, que les ponían una bolsa en la cabeza, los subían a aviones y los trasladaban hasta que eran arrojados”, contó ante el juzgado de Juan José Galeano.
La base de Palomar es la misma que Rodolfo Walsh vinculó a los vuelos en su Carta Abierta a la Junta Militar. “Entre mil quinientas y tres mil personas han sido masacradas en secreto”, calculó en marzo de 1977. Detalló el hallazgo de cuerpos mutilados en costas uruguayas y acusó a las tres Fuerzas Armadas “de arrojar prisioneros al mar desde los transportes de la Primera Brigada Aérea”. Identificó como jefe al brigadier Hipólito Mariani, condenado a 25 años de prisión por crímenes en Mansión Seré pero libre hasta que la Corte Suprema de Justicia confirme la sentencia, y apuntó que “usaron transportes Fokker F-27”.
El testimonio ante la Conadep de Arnoldo Bondar, empleado civil en Palomar, sugiere que no sólo los cautivos de la Armada despegaban desde la base de la Fuerza Aérea. “En reiteradas oportunidades vi llegar camiones de la policía de la provincia cargados de jóvenes de ambos sexos que eran embarcados en aviones a motor de dos hélices, generalmente de la Armada. Desconozco el destino. Esta operación se realizaba al costado de la pista principal y casi siempre llegaban antes algunos patrulleros para montar guardia alrededor del avión”, declaró.
Cuando Galeano comenzó a investigar a Hess descubrió que no sólo Bernabei había escuchado la confesión. Un empleado sacó el tema después de leer el Nunca Más y Hess reiteró el relato. “Hablaba con bronca y resentimiento. Tenía necesidad de hablar, era un tipo íntimamente trastornado”, recordó.
–¿No sentía lástima por esa gente? –le preguntaron.
–No, no sufrían. Los llevaban dopados y los tiraban al río –respondió Hess en tercera persona–. Eran tipos muy pesados. Esos boludos no sabían a dónde iban a parar: al Tigre, al Riachuelo o al río Paraná. Iban cayendo como hormiguitas.
En 2002, cuando trascendió en la prensa que la Cámara Federal porteña había ordenado investigar el caso, el almirante Horacio Zaratiegui afirmó en una carta de lectores de La Nación que en la Armada no existió nunca un oficial Hess. “No sé si existe pero no importa. Sería un capitán de corbeta retirado, aviador naval”, lo invocó con precisión el fallecido Florencio Varela en una conferencia ante militares. El abogado, que según el condenado general Santiago Riveros tardó seis años en comprender la lógica castrense, citó un escrito de Hess en el que renegaba por la impopularidad de su oficio. “Un militar se capacita para matar o morir, por supuesto que en salvaguarda de valores superiores. Perder de vista nuestra razón de ser nos puede convertir en cirujanos con aversión a la sangre”, lo citó Varela.
La causa por la confesión de Hess, que tiene 60 años, se inició en marzo de 2002. Se sentía perseguido por el juez Baltasar Garzón desde fines de la década del ‘90, cuando el español pidió las primeras detenciones. Su temor aumentó en 2004, cuando la policía comenzó a rondar su casa en El Atardecer 4491, barrio Las Colinas, a cuatro kilómetros de Bariloche. “Para la policía o la Justicia no estoy escondido. Lo que quiero evitar son periodistas y gente relacionada con los derechos humanos”, le explicó a un amigo en un llamado que interceptó la justicia.
En septiembre de 2005 el juez federal Julián Ercolini, que reemplazó a Galeano tras su renuncia, declinó la competencia y le envió la investigación a su par Sergio Torres, a cargo de la megacausa ESMA, donde ya existía la causa 3227/02 sobre los vuelos, una recopilación de listados y legajos de marinos sin procesar. Allí, en un despacho de Comodoro Py, descansa desde hace cuatro años.
Un método generalizado
Los vuelos probados
Por Diego Martínez
Víctimas de cuatro vuelos de la muerte fueron devueltas a las costas e identificadas. Las primeras, arrojadas al Río de la Plata en mayo de 1976, estuvieron secuestradas en Campo de Mayo. Las segundas, en diciembre de 1977, fueron vistas en la ESMA. El tercero, en febrero de 1978, habría estado también en El Campito. Los últimos, a fines de 1978, pasaron sus días finales en El Olimpo. Los casos evidencian una práctica común y prolongada entre militares que dependían del Comando de Institutos Militares, de la Armada y del Primer Cuerpo de Ejército. También es común la respuesta de los magistrados a cargo de las causas: ninguno investiga quiénes participaron de las desapariciones.
En mayo de 1976 el Río de la Plata arrojó en playas del Uruguay los cuerpos de María Rosa Mora y Floreal Avellaneda, secuestrados un mes antes en Vicente López. Tenían signos de torturas y estaban atados de pies y manos. Las huellas dactilares de Mora y el tatuaje con forma de corazón y las iniciales de Avellaneda permitieron identificarlos. El joven de quince años fue visto en cautiverio en Campo de Mayo, donde funcionaba el Batallón de Aviación 601. El año pasado, a pedido del abogado Pablo Llonto, se abrió en el Juzgado de San Martín el caso 323, “Irregularidades en el Batallón de Aviación 601”. Tras la renuncia de Martín Suares Araujo la megacausa está a cargo del juez subrogante Juan Manuel Yalj, que ante la consulta de Página/12 manifestó su voluntad de investigar y reclamó “que la Corte Suprema nombre personal, para poder salir a buscar pruebas y no tener que trabajar sólo con las que traen los querellantes”.
A fines de 1977 aparecieron en costas de San Bernardo y Santa Teresita los cuerpos de varios familiares de desaparecidos, secuestrados en la iglesia de la Santa Cruz el 12 de diciembre de 1977. Fueron enterrados como NN en el cementerio de General Lavalle. El Equipo Argentino de Antropología Forense identificó en 2005 los restos de la monja francesa Léonie Duquet, de Angela Aguad y de tres fundadoras de Madres de Plaza de Mayo: Azucena Villaflor de De Vicenti, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco. “Las fracturas son compatibles con la caída desde una altura determinada y el impacto contra un cuerpo duro”, dictaminó el EAAF. En la causa ESMA, a partir de los casos Scilingo y Hess, se abrió hace siete años la causa conexa 3227 para investigar los vuelos. Hasta el momento es una masa voluminosa de legajos sin procesar.
El 18 de febrero de 1978 apareció en Las Toninas el cuerpo de Roberto Ramón Arancibia, ex miembro del comité central del Partido Revolucionario de los Trabajadores y fundador del Ejército Revolucionario del Pueblo. Fue enterrado como NN en el cementerio de General Lavalle, a metros de las Madres fundadoras. Había sido secuestrado en mayo de 1977 y la principal hipótesis de los investigadores es que permaneció en cautiverio en Campo de Mayo. El diagnóstico del EAAF es idéntico al de las Madres.
En diciembre de 1978 el mar arrojó en playas bonaerenses los cadáveres de los últimos cautivos de El Olimpo, enterrados como NN en General Lavalle, General Madariaga y Villa Gesell. Un informe de la época del Departamento de Estado norteamericano detalla gestiones realizadas por tres Madres y una investigación de un enviado de Clarín, archivada cuando un llamado de la oficina de prensa de la dictadura alertó sobre la “inconveniencia” de publicarla. Los cuerpos fueron exhumados por el EAAF y nueve fueron identificados: Helios Serra, Cristina Carreño, Isidoro Peña, Nora Haiuk de Forlenza, Oscar Forlenza, Jesús Peña, Santiago Villanueva, María Cristina Pérez y Carlos Pacino. A pedido de Lorena Pacino, hija de la víctima, el fiscal federal Federico Delgado inició una instrucción preliminar centrada en las bases aéreas de El Palomar y Morón.
>Enlace a la nota:
http://www.pagina12.com.ar/
LasPorvincias.es
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El alma de los verdugos
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