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Todavía viven y luchan
Son pocos y no tienen gran capacidad de movilización. Pero los anarquistas están ahí y piensan que la violencia sigue siendo el único camino para terminar con esta sociedad capitalista, aunque la mayoría hoy ya no la practica.
Laura Prieto nació en lo que se llamó Comunidad del Sur
Rafael Rey
Los
grandes y extensos ventanales que rodean la casa, permiten que la luz
natural -es un día de calor intenso, con el sol quemando con furia-
entre como en estampida, avasallante. Adentro del amplísimo espacio
central, en el que caben un aljibe, una mesa de ping-pong, una mecedora y
varias sillas, el calor parece atenuado; la casa mantiene la frescura
intacta.
En ese lugar, ubicado en un predio de unas cuantas
hectáreas, en los límites de Montevideo, viven los integrantes de lo que
alguna vez fue la Comunidad del Sur, una experiencia de vida impregnada
de las ideas anarquistas, que un grupo de estudiantes de Bellas Artes
-entre los que se encontraba el escultor Octavio Podestá- fundó en 1955.
Allí funciona también la Editorial Nordan, que publica
clásicos del anarquismo, así como literatura infantil, psicología y
antropología, entre otros tópicos.
Lo que para algunos puede ser una idea que roce lo
fantástico, para Laura Prieto -partera, 56 años, pelo gris y una sonrisa
siempre lista- la vida comunitaria ha sido (es) un estilo de vida; una
forma, precisamente, de vivir. En su caso, la única. Laura Prieto nació
en la comunidad y desde entonces -mudanzas y exilio mediante- ha vivido
en forma comunitaria. O al menos lo ha intentado. "Ahora no somos una
comunidad", se apura a aclarar. "Somos cuatro gatos locos", pero las
ideas anarquistas y libertarias se mantienen. "Porque estás haciendo
usufructo de un lugar que tiene toda una historia. No cualquiera puede
venir", advierte. Para Prieto, lo fundamental es que exista la intención
de vivir según esa ideas, "y la intención está", afirma.
Si bien había "una militancia muy grande" de los
anarquistas, la Comunidad nunca se definió como tal, "porque no era `si
sos anarquista podés entrar y si no sos anarquista, no podés`". La
identificación era desde la práctica, dice. "La comunidad se definía
como comunista, libertaria, revolucionaria", agrega Prieto. "Lo de
comunista es que cada uno aporta lo que puede y recibe lo que necesita.
Cada cual según su capacidad y cada cual según su necesidad", aclara.
Economía en común y decisiones tomadas en asamblea, sin
jerarquías, "porque nadie puede decidir por vos lo que vas a hacer. El
poder de la decisión está en cada uno", afirma. "Tu libertad no se
termina con la libertad del otro, como lo define la sociedad burguesa,
sino que mi libertad continúa en la del otro. Yo solo puedo ser libre si
vos sos libre", explica.
Esta concepción comunitaria estaba presente incluso en
la crianza de los niños. Prieto recuerda con felicidad su infancia,
cuando sentía como padres a todos los integrantes de la comunidad. "La
paternidad no se consideraba una cuestión de que vos pariste o vos tenés
un hijo biológico. Padres somos todos", dice y recita una frase del
filósofo anarquista Mijail Bakunin: "Los hijos no son propiedad de
nadie, ni de sus padres ni de su sociedad. Solo pertenecen a su libertad
futura".
La experiencia que tuvo como niña la hizo desear lo
mismo para sus tres hijos, que crecieron en ese mismo ámbito. El más
chico, de 24 años, vive todavía con ella. Hoy las ideas comunitarias se
vuelven cada vez más difíciles de llevar a la práctica. "Ahora el
sustento que cada uno tiene es su trabajo afuera", cuenta Prieto. "El
sistema es muy fuerte, es muy difícil hacer algo contracultural",
sostiene.
Contradicciones
No hace falta intentar una vida en comunidad para que
se dificulte llevar a la práctica las ideas anarquistas. "Si uno
pudiera ser totalmente consecuente con lo que uno piensa, estaría en una
situación de beligerancia absoluta", dice Pablo Mejía, docente en un
instituto privado, militante anarquista desde hace 20 años, fundador del
periódico anarquista Barrikada e integrante de la Plenaria Memoria y
Justicia.
"Lo que pasa es que no se trata de hacerlo solo,
sino con gente, organizadamente. Es un viaje social. Un viaje con
contradicciones tremendas, como todos, porque nacemos en el capitalismo y
somos parte de esto, en el que uno trata de ser lo más molesto posible,
lo menos adaptado posible. Esa es mi concepción del anarquismo",
explica.
Mejía mamó las ideas libertarias desde muy joven, ya
que su padre fue co-fundador de la Resistencia Obrero Estudiantil (ROE)
y la Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales (OPR-33), brazo
armado de la Federación Anarquista Uruguaya (FAU). Las ocupaciones
estudiantiles de 1996 fueron el punto de quiebre. "Alguna cosa leía,
pero no es hasta el 96 que me involucro", recuerda.
Considera que el primer acto de resistencia como
anarquista pasa por conocer su historia, la influencia que tuvo el
anarquismo en el movimiento sindical uruguayo. Y dice que son muchas las
manifestaciones sociales en las que están presentes las ideas
libertarias. "Cuando veo 15.000 laburantes del Sunca salir a la calle en
una actitud anti-patrón, yo ahí veo la clase", dice. Mejía entiende que
hoy el anarquismo "en la práctica, se trata de ser parte del movimiento
social y menos de pintar la A por ahí. Que estén las ideas metidas en
lo social, en el sindicato donde estás, la organización social".
En la misma línea se expresa Gustavo Fernández. Es
trabajador del Frigorífico Modelo, integra la Organización Socialista
Libertaria y es uno de los responsables de la publicación Rojo y Negro.
Fernández tiene sus buenas dos décadas de pensamiento libertario. Y
también considera que hoy el anarquismo solo tiene sentido si está
anclado en la gente. Pero no solo en la teoría, sino desde la acción.
"En las organizaciones sociales no difundimos mucho
el anarquismo teóricamente. No andamos hablándole a los compañeros del
debate entre Marx y Bakunin", dice Fernández.
Pero Fernández sostiene que la llegada de la
izquierda al gobierno generó un "achatamiento" de la militancia en las
organizaciones de izquierda, que dejaron la lucha y quedaron "a la
expectativa de los logros del gobierno". Según su visión, la reapertura
de los Consejos de Salarios fue fundamental para sumar trabajadores a
los sindicatos, "pero todo ese cúmulo de afiliaciones no son
aprovechadas para movilizarse, sino para la contención". El movimiento
popular, sobre todo el Pit-Cnt, "son como un soporte social de la
política progresista", asegura.
Respecto al gobierno, dice que "el paquete económico
del neoliberalismo sigue en marcha", aunque reconoce que "hubo cambios
en las políticas sociales" y que en ese aspecto hay que hacer "un
paréntesis", porque el Frente Amplio (FA) hizo cosas "impensables" de
hacer para un gobierno de derecha. Mejía, en tanto, dice que "las cosas
fundamentales para que la sociedad cambiara no pasaron".
Los dos critican la represión policial (ver
recuadro). Pero no desconocen que detrás de la llegada del FA al
gobierno, está el esfuerzo de mucha gente. "Es una historia larga que
tiene mucha sangre arriba y mucha lucha", dice Fernández. "Toda la
bronca contra la clase dirigente, los patrones, el gobierno, Mujica,
contra todos estos traidores, pero respeto con la gente, que le costó
esto. Por eso también me rompe las bolas esa visión del anarquismo que
le escupe la cara a la gente".
Histórico.
Juan Pilo integra la secretaría de organización de
la Federación Anarquista Uruguaya (FAU), a la que llegó a fines de la
década de 1960, a través de la ROE. La dictadura lo llevó al exilio y,
tras ella, volvió a Uruguay a reorganizar la FAU, que había sufrido "un
duro golpe, con muchos compañeros desaparecidos", entre ellos Elena
Quinteros -quien continúa desaparecida- y Alberto Cecilio Mechoso, cuyos
restos fueron hallados el año pasado en Buenos Aires.
Reivindica los más de 50 años de "actuación
política" de la FAU y recuerda que ya desde el último cuarto del siglo
XIX hay registros de militantes anarquistas. "Cuando algunos hablan de
sindicalismo se olvidan que cuando nosotros formamos la organización ya
había 100 años de movimiento libertario en Uruguay", afirma. Destaca que
el propio José Batlle y Ordóñez "tenía gente en su entorno que era
libertaria, que se identificaban como socialistas, pero no el socialismo
de hoy, el de Tabaré Vázquez", dice.
"La autogestión es un concepto libertario; el
mutualismo es un concepto libertario: hay cosas en la sociedad que
están, aunque el movimiento no sea lo suficientemente fuerte como para
impulsar eso por él mismo", agrega.
Para Pilo, frente a una sociedad donde manda el
individualismo y el egoísmo, las ideas anarquistas proponen la
"solidaridad, el apoyo mutuo, que son antagónicas". Pone el ejemplo de
la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda y Ayuda Mutua
(Fucvam), a la que califica como "el punto cúlmine del apoyo mutuo en
Uruguay, una de las propuestas anarquistas desde siempre".
Radicales
Aunque no están del todo de acuerdo con el accionar
violento de sectores del anarquismo, sí consideran que la insurrección
popular que terminará con la sociedad capitalista será necesariamente
violenta. Pilo dice que es "difícil terminar con una sociedad basada en
la violencia, si no es por la insurrección violenta". Esto, asegura, "no
quiere decir que la utilices permanentemente para llegar".
Para Fernández, no hubo cambio en la historia que no
haya sido promovido a partir de la violencia. "Soy de la idea de que
las contradicciones antagónicas entre las clases sociales, se dirimen
mediante la correlación de fuerzas. Y eso implica violencia, porque la
burguesía no te va a entregar sus privilegios. En condiciones límite se
da la confrontación", opina.
También Mejía considera que la historia lo ha
demostrado así. "Porque los patrones, los burgueses, no van a decir de
un día para el otro: `tenían razón muchachos, vamos a concederles los
medios de producción`". Por ello, "el desenlace es violento". Para el
docente, hoy ya es violenta la lucha, "aunque no tenga la forma de una
revolución social". Y explica: "Es sumamente violenta la desigualdad, la
injusticia. Es violento tener que cerrar los ojos frente a la
injusticia o no tener los huevos para hacer nada. Y que todo esto se
sostenga en definitiva por la fuerza, porque nadie está muy de acuerdo
con vivir la mierda en que se vive".
Fernández dice, de todos modos, que respeta a los
"compañeros" que hoy están en una línea violenta, pero no la comparte.
Se refiere a los grupos anarquistas más radicales. "Es contraproducente;
permite seguir estigmatizando al anarquismo como algo que no es. Nos
aísla del sentir popular", agrega. Para Mejía, en tanto, estas
situaciones dependen de las circunstancias. "Si hay una marcha como hay
en todas partes del mundo, que la gente está en la calle y se da esa
especie de fervor, esa bronca y se rompe un banco, un vidrio, es parte
de una expresión; hay guachos que no se expresan, que viven metidos en
una pantalla", afirma.
Dice que "desde el punto de vista del gesto, el tipo
está en todo su derecho", aunque reconoce que "tampoco eso define nada:
una vidriera más, una menos".
"Esto no quiere decir que rechacemos de plano la
violencia", aclara Fernández, y recuerda que el anarquismo, a lo largo
de la historia, "con las condiciones dadas, supo ser dinamizador de las
insurrecciones populares".
Sedición y asonada
Gustavo Fernández y Pablo Mejía coinciden en que la
política represiva del gobierno de izquierda "está liquidando guachos en
los barrios pobres". Y recuerdan que con el Frente volvieron "figuras
punitivas que se usaban en la dictadura, como la sedición y la asonada".
José Mjica y el anarquismo
El presidente José Mujica se ha definido como un
"viejo anarquista", lo que no cae bien entre los integrantes del
movimiento libertario. Juan Pilo, de la Federación Anarquista Uruguaya
(FAU), dice que el presidente debe tener más respeto por las ideas de
las personas. Considera que sería "un atrevimiento" definirse como
"marxista libertario para atraer a determinados sectores". Y agrega: "Es
una falta de respeto, porque es un movimiento que tiene muchos años". A
Laura Prieto, en cambio, no la ofenden los dicho del presidente. Ella
dice que Mujica "tiene cosas muy cuestionadoras" pero que, al decirse
anarquista, "confunde y lo usa como algo hippie"; banaliza el concepto.
Para Pablo Mejía, por último, es grave que el
presidente se defina anarquista: "Es un atrevido y qué suerte que vive
en 2013, porque si viviera a principios de siglo, algún Roscigna, algún
Di Giovanni le pondría un tiro en la cabeza. No se puede jugar con las
ideas así nomás".
Publicado el 6 de julio de 2013 por Colaboraciones
El concepto del Poder popular en el anarquismo
Origen
Desde hace algunos años se viene
reivindicando el “poder popular” en diversos movimientos anarquistas
latinoamericanos. Se trata de grupos generalmente vinculados a la
corriente comunista libertaria (conocidos como plataformistas o
especifistas) presente en numerosos países del mundo, y curiosamente
ausente del anarquismo ibérico tradicional.
Se trata de un concepto “importado” del
marxismo latinoamericano de los años 60 y 70 del siglo XX. En aquella
época el marxismo en sus diversas facetas (guevarista, trotskista,
leninista o hasta el socialismo de Allende) hablaba sobre la
construcción de una base social tendente al socialismo. En esta
construcción del socialismo se hablaba del poder popular. La Federación
Anarquista Uruguaya (FAU) y otros grupos argentinos aceptaron el término
y lo fueron integrando en su quehacer político.
La FAU logró sobrevivir a la dictadura
uruguaya (1973-1985), y en los 80 fue prácticamente el único grupo
anarquista del Continente americano [1]. En los 90, lentamente, comienza
a resurgir en diversos países americanos el anarquismo, y para entonces
la FAU ya tenía un cierto bagaje social y político, por lo que pudo
influir en la formación política anarquista de varios grupos de
diferentes países.
En los últimos años es cuando este
desarrollo se ha acelerado generando grandes organizaciones libertarias
como la Federación Comunista Libertaria (Santiago de Chile), el Frente
de Estudiantes Libertarios (Chile y Argentina), la Coordinadora
Anarquista Brasileña o la Federación Anarquista Revolucionaria de
Venezuela [2]. Éstos grupos y muchos otros no anarquistas adoptan la
posición de la FAU sobre el llamado poder popular.
Concepto
El poder popular consiste en un
“empoderamiento” colectivo. Empoderamiento es una palabra inglesa que
viene a significar toma de conciencia de un poder que todo individuo
tiene. Es un poder basado en la lucha y en la dignidad. Se trata de una
comunidad que se “empodera” cuando a resultas de una lucha determinada
logra una concienciación. Esta concienciación genera una expectativa de
nuevas luchas (ya que se piensa que también será posible la victoria).
Cuando se unen varias luchas, con sus victorias o su ejemplo histórico,
en un solo movimiento (o comunidad en movimiento) podemos hablar de una
comunidad que ha generado poder popular.
El poder popular, hace que el “pueblo
sea fuerte”. El concepto de un “pueblo fuerte” también está presente en
el comunismo libertario latinoamericano, y a menudo ha sido adoptado por
los movimientos de liberación nacional. Se trata de que un pueblo
empoderado, se convierte en un pueblo, o una comunidad, difícil de
doblegar por los poderes estatales o capitalistas. Un pueblo con poder
popular es un pueblo respetado. Se habrá llegado a otra etapa de la
lucha social, puesto que ya tendremos a la vista la futura sociedad
socialista.
El pueblo puede empoderarse mediante las
luchas sociales, pero también por su construcción de alternativas que
surjan desde el pueblo mismo. En este caso los diferentes procesos de
autogestión a pequeña escala contribuyen a la idea de que una
autogestión a gran escala es posible (es decir, la socialización de los
medios de producción: el socialismo). Cuando se combina una politización
general en la sociedad, con una serie de victorias que hayan animado a
la gente a intentar ir a más, con unos cuantos proyectos
autogestionarios que muestren el camino, entonces este poder colectivo
puede llegar a ser verdaderamente revolucionario y le disputará el poder
a quienes lo ostentan.
También habría que decir que se trata de
un proceso acumulativo. Es decir, que cada victoria estará
contribuyendo a alcanzar el objetivo final. Cada lucha se convierte en
una acumulación de experiencia, de formación política, de debates, de
campañas, que redundará en beneficio del objetivo. Con las luchas se irá
viendo claro qué fuerzas políticas contribuyen a empoderar al pueblo y
cuáles lo entorpecen y desvían de sus metas.
Ejemplos ibéricos
Para comprender un poco mejor los
conceptos de construcción del poder popular pondré un ejemplo que no se
suele asociar con estos términos. La Revolución Asturiana de 1934, que
fue un proceso de acumulación de fuerzas del proletariado asturiano. Fue
un proceso de años, en el cual mediante las huelgas, los boicots, las
expropiaciones, los mineros y obreros autóctonos y foráneos que fueron
tomando conciencia hasta llegar al año 1934 en el que todas las
contradicciones de clase vividas dieron lugar a la huelga general
revolucionaria de Octubre.
Los proletarios asturianos habían pasado
un año entero lleno de un agudo conflicto de clase en el que se
vivieron numerosos enfrentamientos armados, huelgas parciales y pequeñas
insurrecciones a escala local, que generaron un ambiente de resistencia
generalizado. Se podía decir que la gente le había perdido el respeto a
la autoridad, que la desafiaba abiertamente de forma diaria, y que en
cuanto tenían la ocasión imponían el poder de la clase obrera, como en
la huelga de Gijón (septiembre de 1934), saltándose las prohibiciones
gubernamentales al diario Avance (un diario socialista asturiano que
favorecía la idea de la revolución social) o haciendo motines en la
prisiones que acababan con presos armados y grandes fugas. Todo esto en
medio de un proceso de armamento generalizado de la clase obrera (sólo
en aquel año se habla de que los obreros asturianos compraron unas
10.000 pistolas con su salario; sin hablar de los numerosos robos de
armas en armerías o expropiaciones de dinamita en las minas). El proceso
que llevó a la Revolución Asturiana es un potente ejemplo de cómo un
pueblo entero construía un poder popular.
Lo que quizás nos cueste más comprender
es que en Asturias este poder popular estaba apoyado por los diferentes
actores políticos de la izquierda (anarquistas, cenetistas, socialistas,
comunistas y marxistas de izquierda) cada uno a su manera, pero todos
sumando. Es por ello de reseñar que muy probablemente participaron unas
30.000 personas de entre una población obrera de alrededor de 120.000,
lo que indica la magnitud del movimiento. [3]
Papel de los anarquistas
Tradicionalmente ha habido el debate en
el seno del movimiento libertario sobre cómo enfocar el proceso que
llevará a la revolución social (o al comunismo libertario). Por un lado
están los que defienden un movimiento libertario fuerte, numeroso y bien
formado que “dirija” al pueblo a la revolución y que convoque
insurrecciones y huelgas hasta conseguirlo. Por el otro lado también
habría numerosos anarquistas que defienden un pueblo organizado de forma
libertaria siendo conscientes de que la comunidad, por ser numerosa
debe ser necesariamente plural, y por ello buscando contribuir al
conjunto con los métodos propios de los anarquistas, pero dentro de ese
pueblo en lucha. Para éste sector el papel de una organización
anarquista sería el de aglutinar a los distintos militantes que
participan en los movimientos sociales para dotarles de una
coordinación, y de una coherencia política propia para sus objetivos.
En el anarquismo ibérico, sin embargo,
ha predominado siempre el anarcosindicalismo como forma organizativa de
la militancia libertaria. Las organizaciones sindicales han sido siempre
vistas como el eje vertebrador de todo el anarquismo, siendo el resto
de organizaciones libertarias como apoyo de (y muchas veces supeditadas
a) las organizaciones sindicales de masas.
De alguna manera en muchas de las
comunidades en lucha latinoamericanas se puede respirar algo de este
poder popular (comunidades zapatistas, indígenas, del MST de Brasil, de
Oaxaca, comunidades venezonalas, poblaciones chilenas, etc.). Cuando se
está en una de estas comunidades se tiene la impresión de estar en un
lugar totalmente distinto al nuestro, regido por otras reglas. No quiere
decir que se trate de comunidades anarquistas, sino que son lugares en
los que “el pueblo manda”. Aunque alguna comunidad de estas se parezca a
la sociedad propuesta por el anarquismo, aún el movimiento libertario
actual no ha logrado influir lo suficiente en los movimientos populares
como para que haya comunidades en lucha inspiradas en el comunismo
libertario. Es precisamente ahora cuando el anarquismo vuelve a la
partida por un mundo nuevo.
Autor: Ali Bei, miembro de la Assemblea Llibertària del Bages
Publicado originalmente en catalán en ‘Pèsol negre’, número 60
Acerca del autor
.El Poder Popular como perspectiva estratégica de construcción de la Izquierda Libertaria
por M. Zeguel
Rebelión
El tránsito de su potencia al acto es el curso de la politización, la racionalización y la estrategia. Como expresión política de la soberanía de las clases subalternas se constituye en un campo de articulación de los actores que se relacionan en distintas prácticas e imaginarios de disputa de los fundamentos del orden constituido. No sólo es la política de aquellos que viven de su trabajo y no a costa de la explotación del trabajo ajeno, (contradicción entre capital y trabajo, campo de la explotación), sino que la de todos aquellos a los que se les niega un espacio y lugar propio en la sociedad (contradicciones de la apropiación, campo de la opresión). Por eso es la política de un nosotros conformado por muchos y es la articulación de muchas articulaciones en una geopolítica específica.
Como articulación política de la alteridad, está en potencia en los distintas luchas y conflictos originados en los proceso de modernización llevados adelante por las sociedades Latinoamericanas, en las que producto de los procesos de División Social del Trabajo (DST), las relaciones sociales de complejizan, diferencian e integran en distintas formas institucionalizadas en las distintas formaciones económico-sociales. El poder popular se expresa en el proceso de modernización como una interrupción de los mecanismos y dispositivos institucionalizados de ordenamiento y modelamiento social, de producción de subjetividad y administración de los cuerpos individualizados y colectivos.
Por este motivo el Poder Popular está históricamente relacionado con la historia de las relaciones sociales, sus conflictos y luchas de clases, expresándose como acto en los procesos de politización de las clases subalternas. Su curso estratégico dependerá de los espacios y circunstancias de intervención. Ese complejo proceso de constitución de una voluntad consciente que emerge en un determinado contexto y que decanta en la generación de un proyecto alternativo de sociedad en disputa con el constituido: el marco estratégico de la construcción del Poder Popular (desafíos estratégicos).
La relación existente entre los problemas prácticos con los problemas políticos refiere al rasgo distintivo de la estrategia como ejercicio de proyección y de politización. La unidad entre lo táctico y lo estratégico refiere a esos dos procesos simultáneos que se van desarrollando en el curso de las luchas. Los desafíos estratégicos pasan necesariamente por el curso de la politización. Sólo en la lucha de clases una estrategia prueba su razón histórica y eficacia. Su valor práctico, por tanto, se juega en la táctica, pero su coherencia está en la estrategia. La política revolucionaria en una perspectiva socialista es audaz pero racional; por vacación es imaginativa, pero por oficio racional: es el arte de hacer posible lo imposible (Fidel Castro).
Los desafíos del desarrollo del Poder Popular, como eje estratégico de la construcción del socialismo, están dados por las dimensiones constitutivas de un proceso de politización en una perspectiva orgánica de poder como señalaba Gramsci. Sus elementos centrales son:
· la delimitación de un espacio de acción política en distintos niveles (el espacio local y el sectorial; el espacio nacional; el espacio regional y el internacional);
· la configuración de un modo de intervención político, generando vías de acción y fuentes de legitimidad (el problema de la acción política popular como ejercicio soberano);
· el establecimiento de una determinada manera de mancomunar la alteridad que constituye las clases subalternas y que permita la movilización para la prosecución de objetivos políticos (la generación de un bloque histórico). Pero también en un determinado modo de articular sus fuerzas de presión y movilización de tal modo que permitan la construcción de una “fuerza social revolucionaria” (problema de los sujetos centrales, las alianzas estratégicas y las de apoyo);
· los rasgos y características que adoptarán las herramientas e instrumentos que generarán los propios movimientos para la consecución de sus objetivos (la construcción de los complejos organizacionales);
· la generación de un proyecto contracultural, que generen una ética y una moral que permitan la rearticulación de la relación mando-obediencia bajo formas expresadas en las propias relaciones sociales de las clases subalternas, a partir de sus luchas y tradiciones (el problema de la dirección colectiva y la conciencia gubernamental);
· la referencia a un posicionamiento teórico analítico que permita que los problemas prácticos se eluciden por el análisis teórico y se vehiculicen como transformaciones políticas (la unidad epistemológica “teoría-praxis”) en un espacio público socialista, que permita el desarrollo de una conciencia gubernamental y el ejercicio de una política pedagógica;
· la generación sobre un trazado estratégico del modo de conducir la crisis y ruptura del orden hegemónico y la construcción del socialismo sobre la reorganización de las relaciones sociales y la generación de poder social (Tesis de cómo hacer la revolución), en pugna con el poder constituido y que se constituye como fundamento puesto en movimiento del orden a construir mediante la “institución política de la nueva sociedad”.
Las formas y articulaciones que adopten estas expresiones dependerán de las formaciones económico-sociales específicas configuradas en el largo proceso de la División Social del Trabajo, de las relaciones entre las clases y los sistemas de alianzas que configurarán determinadas coyunturas para el sostenimiento de los Sistemas de Dominación y sus respectivos sistemas políticos.
1.1. La experiencia histórica: Poder Popular, poder local y poder dual.
“La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla la cabeza de los vivos” (Karl Marx)
El Poder Popular como neologismo político surge en Chile en el contexto del agotamiento de la estrategia de desarrollo conducida desde el Estado y la crisis del Estado Capitalista de Compromiso (1938-1974) y designó el proceso de movilización de las clases subalternas en la construcción del socialismo. Pero esta experiencia histórica no agotó su significado en el contexto chileno. El poder popular se ha constituido en una referencia política transversal en américa latina a los distintos procesos de politización y movilización de los sectores populares. Estuvo presente en Argentina en los 70’ bajo la designación de “Poder Obrero y Popular” y durante la década del 2000, la Nueva Izquierda Argentina, ha desarrollado con fuerza el concepto de Poder Popular como un eje estratégico de construcción política. En Cuba designa desde los 70’ a los parlamentos populares. En Bolivia ha sido tomado como punto de referencia de la construcción de un “Poder Popular Constituyente” en el marco del Estado Plurinacional. En Venezuela –el caso más desarrollado- el proceso político de la Revolución Bolivariana lo toma como eje central de la construcción del Estado Popular, sobre el desarrollo de mecanismos de Poder Popular en los Gobiernos Comunales, complementados por una alianza “cívico-militar” conformada por la “Guardia Nacional Bolivariana” y las “Milicias Obreras Bolivarianas”.
Desde sus primeras formulaciones dio cuenta de modos y espacios de intervención distintos y en ‘tensión creativa’ con las formas institucionalizadas de acción política. En el caso chileno, estas diferencias quedaron expresadas en la formulación política del Poder Popular por parte de la Unidad Popular y las experiencias de movilización y politización llevada adelante por parte de las clases subalternas.
El poder popular en ese marco histórico refirió a los desafíos y dificultades de articulación de las experiencias de movilización y politización de las clases subalternas en la dirección política de la sociedad, en la defensa de sus posiciones de fuerza, apuntaladas por la institucionalidad y resguardadas por su iniciativa directa. Entre sus acierto y tendencias principales observamos la complejidad del proceso y la peculiaridad de la coyuntura que llevó a la Unidad Popular al ejecutivo, sobre la base del acumulado político-electoral y de movilización de las clases subalternas que, desde 1965 comenzaron un proceso de rearme y politización ascendente que retomó su curso histórico de independencia política y movilización de masas.
Las tensiones de estos procesos a simple vista pudieron ser presentado como una contradicción entre formas: entre el socialismo por arriba y otro por abajo. Sin embargo, tras esa lógica, queda en evidencia un problema político de mayor trascendencia: el problema del curso de la politización y de la articulación de las distintas expresiones políticas acorde a un trazado estratégico común, con capacidad de neutralizar adversarios, destruir las posiciones de fuerza del enemigo y avanzar en el cumplimiento del Proyecto Político propio.
La tensión entre el poder popular –por arriba- y la expresión del poder popular –por abajo- no expresa la generación de “una revolución por arriba” y “otra por abajo” sino un problema de articulación originado por la ausencia de un bloque de dirección orgánico, que necesariamente queda constituido por una heterogeneidad de actores e intereses políticos. Esta dificultad propia de la generación de un Bloque Histórico da cuenta de la característica del proceso de la UP que llegó al poder más por desaciertos en las clases dominante, que por aciertos del bloque socialista. Expresó una dificultad propia de la coyuntura y la incapacidad del bloque de dirección socialista, que a medida que las correlaciones de fuerzas fueron cambiando, las formas de mediación y articulación política tensándose y el proceso estancándose, se expresaron con mayor claridad en una trasformación de los repertorios de acción y de los cursos de la politización.
El proceso electoral que llevó a la unidad popular al gobierno fue el resultado de una imposición coyuntural producto de las fisuras en el bloque en el poder y el agotamiento de sus tácticas de contención implementadas desde la década de los 30’ por parte de los sectores oligárquicos, más que una decisión estratégica del conjunto de las fuerzas que constituyeron la UP. Como señala Hugo Zemelman, los procesos históricos los hacen las clases en circunstancias particulares que son el producto de la lucha anterior de las clases. Lo fundamental es saber evaluar la capacidad de una clase para forjar situaciones que trasciendan las circunstancias locales en forma que sea concordante con su proyecto histórico, a partir de las limitaciones que tales circunstancias locales plantean [i] .
Este rasgo peculiar de toda disputa coyuntural, dejó en evidencia la inexistencia de una relación orgánica del bloque de conducción socialista, que en una parálisis política entre dos tácticas que se fueron polarizando (“avanzar sin tranzar” y “consolidar para avanzar”), no pudo constituir ni una dirección única (para el caso del eje PS-PC) ni una dirección paralela con capacidad e incidencia de acción (eje MIR-PS-Almeyda-IC). La diferencia entre estas tácticas radicada en: 1) la amplitud de las alianzas sociales; 2) las fuentes de generación de la soberanía popular y por tanto de la legitimidad política del proceso; 3) las vías y herramientas más acordes a la consecución del proceso.
Este diferendo, a medida que el proceso se fue complejizando se expresó en un fuerte debate en torno a las modos de intervención, los espacios de acción, las formas de articulación que en sus prácticas e imaginarios expresaron una dificultad específica en el curso de la politización en designar lo novísimo: “Entre teorizar una práctica e intervenir la realidad” o “intervenir la realidad con una teorización ajena a una práctica específica”. Esta tensión o contradicción cognitiva del entendimiento es la que nuestros intelectuales señalan como la dialéctica del Poder Popular entre una forma por arriba y otra por abajo. Una dimensión política velada en un problema teórico; cuando por el contrario, los problemas prácticos devienen teóricos y desde esta herramienta, ampliamos el campo de la intervención y la experiencia.
En el gobierno de la Unidad Popular el poder popular fue concebido como la integración del movimiento popular desde sus organizaciones de masas representativas, a las funciones de gobierno, posibilitando la reorganización del Estado en la generación de un nuevo marco constitucional que permitiera la construcción del Estado Popular en transición al socialismo. En su dimensión económica se refirió a la transferencia de poder del capital monopólico transnacional, la oligarquía terrateniente y el imperialismo al aparato productivo en generación (la reforma agraria, la nacionalización de los recursos naturales y la generación de las tres áreas de la economía: el área de propiedad mixta, el área de propiedad privada y el área de propiedad social). Para la UP poder popular designaba a estas tres pilares inescindibles: 1) protagonismo e integración del pueblo en el gobierno; 2) transferencia de poder; 3) generación de un nuevo marco constitucional que estabilizase esta nueva posición de fuerza, en transición a la construcción del socialismo.
Pero todo proyecto histórico como un movimiento y relación basada en el protagonismo popular es mucho más que sus expresiones formales. Por eso a medida que el proceso de la U.P. fue estancándose, el poder popular se expresó en la iniciativa directa del pueblo en la defensa del gobierno, en el avance de su programa y en la construcción del socialismo. Su principal protagonista fueron las clases subalternas y se originó allí donde se tensó la matriz de relación clásica de la estructura social en el régimen político y se puso en marcha una política que diversificó los modos de intervención (ADM), amplió los espacios de acción (una fábrica, una comuna, una población, un fundo, el parlamento, el ejecutivo), complejizó los modos de articulación social (las alianzas entre sectores medios organizados, proletariado y pobres de las ciudad y el campo) en diversas herramientas (las asambleas comunales, los comandos comunales, las organizaciones poblacionales, las fundos Autogestionados, las fabricas recuperadas, los cordones industriales) y e instaló la problemática del poder como una necesidad a la orden del día.
En esa situación de peligro y apertura histórica –como diría Benjamin-, la discusión del poder popular puso los principales desafíos señalados en el centro de la acción política y evidenció la ausencia de una estrategia común articulada en un bloque de dirección orgánico. Ahí fue cuando la discusión del Poder Popular tomó como referencia de acción, al menos en el debate entre partidos e intelectuales, al Poder Local y al Poder Dual en desmedro de la generación de un curso estratégico propio. El Poder Popular no es el Poder Dual y menos el Poder Local, aunque puede contenerlos. Todo dependerá de las estrategias y los contextos de los sistemas de dominación.
Pensar el poder popular es pensar un territorio en el que se desenvuelven determinadas relaciones sociales; es pensar una territorialidad social donde emergen las historias de las luchas, tradiciones y las clases sociales desde una situación de presente, en apropiación de una tradición y en proyección hacia el futuro. Pero como expresión geopolítica también está cruzada por el límite de un espacio que demarca el contenido de la acción política. Pensar el Poder Popular desde el Estado es un error equivalente a pensarlo sin él: el Estado está delimitado por la idea de nación, pero la territorialidad social tiene espacios acotados a una fábrica, a un sector económico a una comuna articulados de manera compleja.
Esta problemática geográfica y espacial ha sido abordada por nuestra cultura de izquierda desde el problema del Poder Local (para el caso de la idea del desarrollo de un control territorial. El modelo de las zonas liberadas y el Poder Rojo que se desprende de la enseñanza de la revolución china) y el Poder Dual (para el señalamiento de la disputa geográfica de dos espacios de poder en contraposición y mutua negación en contextos de crisis orgánicas de los sistemas de dominio hegemónicos).
El error de nuestros intelectuales es tomar al Poder Popular como una experiencia pre-determinada y encontrar en la formulación clásica de la Dualidad de Poderes, en la concepción de partido de anillos concéntrico y en la comprensión del Estado como un instrumento los algoritmos de todo proceso revolucionario. Cuando por el contrario, los problemas tácticos surgen desde una situación de presente en la que los análisis de fuerzas, el curso histórico de los actores que intervienen en el campo de la política se cruzan con la situación particular de los sistemas de alianzas de clases que articulan los sistemas de hegemonía, los proyectos de sociedad que le dan contenido y los marcos institucionales que organizan los sistemas de dominación. Sólo desde esa situación específica de presente una estrategia juega su validez y traza la dinámica de la proyección de las acciones y las fuerzas; en el cruce entre los estructuras sociales y los sistemas de estratificación con la organización de los patrones de acumulación y los modos de regulación.
El problema de la dualidad de poderes remite al problema del poder y el problema de la resolución favorable de las contradicciones para los intereses de las clases subalternas en el curso de las coyunturas. Pero el problema del poder necesariamente remite al territorio social en el que se desenvuelven las relaciones entre los actores y sus formas de sujeción. Remite al problema del desarrollo de un proceso de construcción del socialismo exitoso. Camino que por naturaleza será heterodoxo y no dogmático, porque la acción social y sus contextos son indeterminados pero cognoscibles. Los marcos de la acción sólo son parámetros de control sujetos a la indeterminación propia de la acción. El sujeto está en sujeción con otros y con formas de relaciones con los otros. Las formas objetivadas no tienen realidad por sí misma, son relaciones sociales institucionalizadas y mediadas culturalmente por la lógica que organiza la totalidad social. La lógica de la relación constituye a la totalidad y se reproduce desde sus formas institucionalizadas. Conocer esa lógica sólo es una parte de la tarea histórica; la verdadera historia se escribe cuando la transformamos desde una situación presente en perspectiva futuro.
La tarea de la teoría es develar el contenido subjetivo que subyace a las formas cosificadas y colocar al centro los fines y lógicas que organizan las relaciones entre las clases sociales y sus luchas. La principal problemática que el núcleo de dirección más dinámico en la UP tuvo al momento de encarar la problemática del Poder Popular fue, en primer lugar, la ausencia de un debate estratégico sobre este problema y, en segundo, su codificación desde la aplicación formal de la dualidad de poderes, desconociendo los aspectos contingentes (coyunturales) de los tendenciales (lógica de una relación en un marco espacial e histórico).
El principal error que nuestros intelectuales reproducen hoy es precisamente la intención de re-escribir la historia no como tragedia, sino como comedia. De cosificar un curso estratégico sin atender a las transformaciones históricas de la lógica del capital, de la constitución de sus patrones de acumulación y de sus modos de regulación.
La mecánica formal de la Dualidad de Poderes supone que: a) la dualidad de poderes es un fenómeno peculiar de toda crisis social; b) su especificidad es la composición de clase de su base social; c) que requiere que la clase llamada a instaurar el nuevo orden social arrebate espacios y funciones de poder del Estado a la clase dominante; d) Puntualizando que es una situación de facto no basada en equilibrios formales de poder, sino que la acción directa e iniciativa de las clases; e) que por lo tanto su legitimidad no proviene de leyes, sino de la iniciativa directa del pueblo desde abajo; f) que surge cuando las clases sociales en pugna se apoyan en organizaciones estables e incompatibles entre sí; g) que arroja esta incompatibilidad a una guerra civil donde la dimensión territorial y geográfica asume una dimensión estratégica; h) disputa en la cual es resuelta por la derrota del enemigo y en el establecimiento de un nuevo y único poder social.
La aplicación de esta lógica se expresa como un esquema político al menos cuestionable y que, en la década de los 30’, opuso a la dirección del POUM español con las tesis de Trotsky sobre la dualidad de poderes. A grandes rasgos los elementos de este esquema serían: 1) para que exista una revolución triunfante debe haber una situación de crisis orgánica y de dualidad de poderes; 2) para que esa situación se dé es necesario acumular fuerza (entendida como organización y conciencia de clase) con autonomía en relación a la lógica del capital y espacios del capital; 3) para una vez desarrollado este acumulado, confrontar al bloque en el poder. La dualidad de poderes remitiría a la orientación del curso estratégico. Ese curso estaría basado en la lógica de la lucha de clases y las características del Estado. Para que el proletariado se erija como clase dominante requiere de una organización política de vanguardia que conduzca el proceso de manera exitosa.
En ese marco estratégico el Poder Popular será la expresión de dualidad de poderes, con un fuerte componente de Poder Local y la táctica, por tanto, aquellas iniciativas de masas que permitan acumular organización y politización desde la conflictividad social y el territorio con vista al enfrentamiento con el bloque en el poder. Sin embargo como táctica toma dos elementos como aspectos formales sin variaciones epocales, locales y sociales: la concepción de estado y la dinámica de las relaciones entre clases en un modelo de antagonismo puro. La lucha pasa a ser entendida sólo como enfrentamiento violento entre clases puras y el Estado sólo como una relación de opresión y captura (lo que no quiere decir que estos elementos no estén presentes en la táctica, sino que su utilidad tiene una dimensión propia por elucidar en cada contexto). Los medios y las herramientas pasan a constituirse como fines en sí mismo, sin una conexión con la experiencia de constitución de una voluntad nacional clasista y un bloque histórico, en el contexto específico de la formación de las clases sociales y los sistemas políticos.
Sobre esos supuestos se constituye una práctica teórica totalmente improductiva que cercena la capacidad política de las clases subalternas, se reproduce en la cultura partidaria de nuestro sector, des-historiza la estrategia y la erige como un problema de formas y mecánicas inscritas en el curso de todos los aparatos y todas las luchas. Sólo me remitiré a los siguientes elementos dada la contingencia que atraviesa hoy el movimiento libertario en su proceso de construcción como partido.
La especificidad de esta concepción radica sobre todo en el ejercicio de vanguardia y la forma partido. La herramienta que se piensa en ese proceso es el partido de vanguardia basado en una lógica de construcción concéntrica (desde el núcleo a la periferia) a partir de la unidad teórico-política del núcleo de dirección. En esta lógica el partido es considerado el espacio de elaboración política de las clases subalternas, lugar de la conciencia y educador. En este espacio la síntesis y la elaboración de política se constituyen como ejercicio de dirección y su modo de relación con el movimiento social es efectuado por la inserción de sus militantes mediante frentes sectoriales. El objetivo específico del grupo de vanguardia, sería “elevar a grupos cada vez más numerosos a su propio nivel de vanguardia”.
Lo problemático que subyace a esta concepción no es la función de la vanguardia ni la complejización de las articulaciones políticas, sino el rol predictivo que se le asigna a la teoría política y su desconexión con la experiencia histórica de las clases sociales. Lo peligroso de esta cosificación de un curso estratégico es su monolitización y la trasformación de la política como actividad práctica regida por una racionalidad estratégica, en una actividad cuyos fines son extraídas de fundamentos formales en sí mismos. En otras palabras, la constitución de la política en una cuestión de preceptos morales.
El principio de legalidad que subyace en ella es la medición de la eficacia política en la adecuación del desarrollo de la coyuntura a la lectura de un núcleo de dirección. Esto si bien este principio está presente en cualquier asociación agrupada en torno a un programa (partido), su diferencia radica en los efectos que tiene la aplicación de un esquema de análisis estratégico a la realidad, en este caso la aplicación forma de la dualidad de poderes. Y no porque la dualidad de poderes designe un trazado estratégico equivocado en sí, sino que se lo toma como una forma de organizar la acción política sin una necesaria vinculación con el espacio político en el que nos toca intervenir como libertarios.
Si la política se constituye en una forma y no una relación mediada por la lógica del capital, a la larga la astucia y la racionalidad propia del ejercicio de subordinación de fuerzas y voluntades de los enemigos, en contextos específicos determinados por la lucha de clases, va siendo sustituida por axiomas morales y voluntarismos políticos. La disputa estratégica se constituye en disputa de fines y valores sin referencias a la realidad concreta y se transforma a la política en teología. Crítica que hace cinco siglos Spinoza desmontó de manera precisa.La eficacia de la acción política deja de estar medida en su capacidad de transformar las correlaciones de fuerzas y el valor de las acciones comienza a ser ponderado en relación a un fin en sí mismo sin una localización en el presente. Se des-centra la política y re-centra un Theo-Logos (un discurso sobre lo trascendental). Un discurso sobre un saber formal específico (la política) que se establece como una mediación hacia un topos (lugar) social no inscrito en la realidad (un proyecto trascendentalita).
La disputa teórica se trasforma en exégesis de formas políticas, en ejercicios teóricos diletantes. Así la acción política no se mide por el ejercicio político de doblegar las voluntades; la práctica teórica no por alimentar la potencia de la acción política desde un presente en proyección hacia el futuro; la estrategia no como un trazado constituido a partir de la táctica concreta. Sino que todos estos elementos por la coherencia a una teoría política formal y al convencimiento moral de un pequeño núcleo de militantes.
Sobre estas apreciaciones es preciso tener en consideración que la política no sólo es relación sino que tiene un marco inscrito en el sistema de dominación: en el cruce entre clases sociales (sociedad), economía (mercado) y política (estado). Las formas operan como relaciones, pero la crítica a las relaciones sociales que subyacen en las formas no las sustituye, sólo las esclarecen en los fines que las constituyen. Las formas son institucionalizaciones de relaciones que constituyen la totalidad de manera compleja, de tal modo que lógica de la constitución de la forma es mediada por esa lógica y a la vez la reproduce de manera ampliada. De ahí la aparente objetividad y autonomía de una forma; y al mimos tiempo, la imposibilidad de concebir una estrategia que no sea totalizadora.
La aplicación de este esquematismo que acabamos de criticar se traslapa a la concepción del Estado y supone la posibilidad de instituir un espacio de acción de poder contra-el-estado y por-fuera-del-estado, lo que es un error teórico garrafal con consecuencias políticas de amplio alcance. No existe el afuera del Estado en sociedades en las que el modo de producción capitalista se ha generalizado, borrando su relación con otros modos de producción. La lógica del capital es la subsunción real que media la constitución de una totalidad orgánica y compleja; el capital es la sustancia en la que existe y se desarrolla el Estado. La lógica del capital media la constitución del Estado y el Estado mantiene la cohesión interna del modo de producción capitalista a través de los procesos de reproducción ampliada del capital y constitución de las relaciones entre las clases sociales. La forma estado no es un aparato con autonomía propia, sino que es una institucionalización de relaciones sociales en la historia de la lucha de clases y surgida como forma en los procesos históricos de División Social del Trabajo (DST), en lo que la imposición de la lógica del capital media como universal a los distintos proceso de coordinación (relación laboral), de integración y aseguramiento de la lógica de su reproducción ampliada.
El esquematismo que criticamos en la concepción de Estado que lo concibe sólo como aparato está presente en el curso estratégico de la dualidad de poderes y en las concepciones del Estado como una forma con ontología propia de otras alternativas políticas en otras matrices ideológicas (como la de los bakuninistas): 1) entre aquellos que lo definen según sus medios de acción: el Estado como la dominación legítima, caracterizada por el monopolio de la fuerza en un territorio y una población determinada”; 2) entre aquellos que lo comprenden bajo una concepción instrumentalista: el Estado como un conjunto de cosas (aparatos), con quiénes las clases mantienen una relación de exterioridad, por tanto, susceptible de utilización en la correlación de fuerzas entre capital y trabajo.
Sin embargo el Estado no es pura represión ni instrumentalidad, ni una mera forma derivada de la economía que cobra existencia ontológica. El estado es la forma objetivada de las relaciones sociales presentes en la DST que complementa la organización social del trabajo con la coordinación de normas y disposiciones para su reproducción y mantenimiento. Lo político es co-originario de lo económico y toda relación económica es una relación social.
La crítica a la dualidad de poderes como estrategia radica en que toma un momento determinado del desarrollo de la lógica del capital y del Estado y la erige como una forma de todo curso estratégico. La dualidad de poderes fue una estrategia válida para un momento específico de desarrollo de la lógica del capital, de la constitución de la estructura social y de la organización de un determinado estado totalmente ajeno a la realidad que vive Chile en el siglo XXI.
En el modo de producción capitalista la dimensión política de la forma-Estado está en las formas sociales que regulan las leyes tendenciales del capital y sus configuraciones en determinados patrones de acumulación, asegurando la integración del cuerpo colectivo mediante la exclusión del protagonismo popular en la representación política y asegurando la reproducción ampliado de las leyes tendenciales del capital. El capital en términos sencillos divide; el Estado coordina y reproduce la lógica de la división social.
La forma-estado es un cuchillo de doble filo para un proceso revolucionario que permite la construcción de fuerza pero que a la vez la cercena. Pensar un proceso revolucionario (relación) desde el Estado (forma) es tan inviable como pensarlo sin él: esa es la dialéctica y el desafío del Poder Popular como estrategia prefigurativa del socialismo a partir del ejercicio directo de la soberanía popular. Sobre todo porque en la coyuntura latinoamericana e internacional actual, democracia verdadera y capitalismo son términos excluyentes, compatibles sólo a condición de reducir la democracia a un ejercicio formal y procedimental. Por el contrario, la verdadera democracia, la de la soberanía popular, la del control y ejercicio del pueblo es la democracia socialista, basada en el protagonismo directo y en la movilización de masas.
Nuestra estrategia política es el Poder Popular como expresión de la soberanía de las clases subalternas. Nuestro principal desafío es la articulación y la construcción de una fuerza social revolucionaria que decante en la constitución de un bloque histórico socialista: un acumulado político-cultural que exprese la potencialidad de las clases subalternas en construir su dominación política, organizadas como clases dominantes y con todos los repertorios de acción para el mantenimiento por la fuerza de su Proyecto Político de superación del capitalismo: el socialismo, en base a un desarrollo económico endógeno y sustentable, democrático y antipatriarcal. No hay ninguna clase histórica que pase de la situación de subordinada a la dominadora súbitamente, de la noche a la mañana, aunque esta noche sea la de la revolución.
m. zeguel.
Desde la población Buzeta, Cerrillos.
Militante del Frente de Estudiantes Libertarios-Chile.
(17-12-2013)
[i] Esto lo señala Hugo Zemelman utilizando un argumento idéntico a la del francés André Gorz en Historia y Enajenación.
Ustedes no son anarquistas, los anarquistas jamás reclamarían "PODER" ni tampoco se denominarían de "Izquierda" ...Los verdaderos anarquistas no son de derecha ni de izquierda. Creo que ustedes son unos estúpidos o unos farsantes.
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