Claudio Gaete, Estela Cabezas y Carla Ruiz, El Mercurio de Chile
Desde 1971 los suizos vienen votando a una tasa
que apenas supera el 40% de los electores y en ocasiones, como en 1999,
solo un 34,9% fue a las urnas. El domingo 15 de diciembre los chilenos
que salieron de sus casas a votar apenas superaron el 42%. Es la cifra
más baja en la historia electoral chilena, considerando el número de
electores inscritos. Para muchos fue la caja de Pandora que se abrió en
2012, cuando se instauró la inscripción automática y la votación
voluntaria.
Se confirmó lo que muchos temían: que los más de cinco
millones de no inscritos en los registros electorales no lo habían hecho
simplemente porque no les interesaba votar. Algunos analistas afirman
que abstenerse de sufragar es señal de estabilidad política y social,
porque quiere decir que un país no pone en juego su futuro en cada
elección. Pero el caso chileno dista mucho del suizo, donde la
estabilidad y la confianza de los ciudadanos en sus instituciones son
ampliamente reconocidas. Incluso más, países como Holanda, Estados
Unidos, Gran Bretaña, Noruega y Francia, donde el voto no es
obligatorio, no tienen tasas tan bajas como la chilena. En casi todos
estos países, en las tres últimas elecciones las tasas de participación
superaron el 70%.
¿Por qué ocurre esto en Chile y quiénes son los que no
votan? Están los antisistémicos y los desinteresados, pasando por los
acomodados al modelo y los que lisa y llanamente no votan por flojera.
El antisistémico.
En una idea corta, es el que no cree en la democracia
formal ni en las instituciones. El que quiere hacer cambios radicales.
El que sale a protestar a las calles, cierra las carreteras, corta los
puentes. En el fondo, es el votante ideologizado, como dice el cientista
político Cristóbal Bellolio, pero que deja fuera la alternativa
electoral. El mejor ejemplo, afirma Bellolio, es la dirigente
estudiantil secundaria Eloísa González y su célebre frase "yo no presto
el voto", que terminó transformándose en el nombre de una campaña
pública convocando a no votar.
"Para ellos, la lucha está en la calle y en la organización de base, nada más", dice el experto.
Claudio Fuentes, director del Instituto de
Investigación de Ciencias Sociales de la UDP, afirma que los
participantes de las protestas estudiantiles se vinculan con este grupo.
"Son jóvenes políticamente activos, con interés en la cosa pública,
pero críticos del sistema político actual, porque lo consideran
injusto", asegura.
En otras palabras, este es el grupo que pelea por una
mejor educación, a favor del medio ambiente, en contra de los abusos y
en defensa de las ballenas, pero no tiene mucha fe en que los políticos
vayan a solucionar ninguna de esas inquietudes. Ningún partido logra
captar este voto antisistémico. Marta Lagos, encuestadora y directora de
Mori, dice que se trata de personas que con su abstención quisieron
votar en contra de las dos coaliciones chilenas.
Gloria de la Fuente, directora del Programa Calidad
de la Política de la Fundación Chile 21, aporta otra arista: "Hay un
autor francés que habla de este fenómeno de la desconfianza, de lejanía
de las instituciones por parte de los votantes y que él llama la
contrademocracia". Para ella, este votante siente que con su sufragio no
se produce ningún cambio en su vida. Cita como ejemplo el Informe de
Desarrollo Humano de 2012, donde se observa una disociación entre el
proyecto personal de la gente versus las instituciones del Estado. Es
más importante el "hágalo usted mismo" que lo que pueda hacer el Estado.
El desinteresado.
Es el grupo más difícil de conquistar por los
políticos. No se interesa, pero no porque esté en contra del sistema,
sino porque no ve la participación política como algo relevante. Lo dice
Claudio Fuentes: estos votantes ni siquiera se preguntan si votar o no;
no es algo que forme parte de sus vidas. Piensan que da lo mismo,
porque su condición individual no va a cambiar. "Estoy pensando en este
grupo de jóvenes que nace en democracia, que nunca quiso participar, que
no se inscribió en los registros electorales y, por lo tanto, ni
siquiera tiene el hábito. No conversa de política, no ve las noticias,
nada de eso es parte de su cotidianeidad".
Cristóbal Bellolio coincide: "Usualmente es un
individualista al que no le importan mayormente los problemas de la
comunidad. No le ve sentido a preocuparse por algo tan árido y poco
productivo como la política. No está ni ahí con la política". Según
Fuentes, este grupo abunda más en los niveles medios y medio bajos,
porque la educación es un factor fundamental a la hora de interesarse en
política y a la hora de ir a votar.
Tomás Dittborn lo grafica con un ejemplo: "Es como
que en el cine no hay ninguna película que te guste. Y en países con
voto voluntario pasa eso, salvo fenómenos como el de Obama, que
movilizan a la gente. Yo lo comparo con cuando vas al estadio y el
primer tiempo termina 6-0. El segundo tiempo ya da lo mismo y la gente
se retira 15 minutos antes. No hay nada interesante".
Atraer a estas personas a votar es difícil. Sobre
todo cuando hay una consistencia en su decisión de no sufragar. Según
Fuentes, hay un estudio inglés que demostró que si una persona no vota
en tres ocasiones, ya no vota nunca más en su vida. "Si a los 18 años no
votó y en las siguientes elecciones tampoco, es muy difícil convencerla
de que entre al sistema".
El obligado.
Durante 20 años fue a todas las elecciones, un poco
porque sentía que era su deber cívico, un poco porque era obligatorio.
Y, claro, cuando dejó de serlo, no votó más (desde 2012 la votación es
voluntaria en Chile).
Prefirió la playa. Según el abogado y columnista
Patricio Zapata, este electorado iba a votar sin tener una motivación
ideológica. Lo hacía más bien por la publicidad. "Son más hombres que
mujeres, tienen entre 40 y 60 años, son en general apolíticos o
escépticos de la política. Antes votaban por alguien que tuviera un
discurso antipolítico. Son de clase media o clase media baja", explica.
¿Es posible que estos electores vuelvan a votar? Al
menos para Zapata, sí, pero solo en el caso de que en una elección se
estén jugando situaciones más extremas. Y no era el caso de esta
elección, que terminó con la victoria de Michelle Bachelet.
Claudio Fuentes coincide en que la apatía política
puede dar pie a una repolitización de la sociedad en momentos críticos.
Cita lo ocurrido en Venezuela. "En 1999, con voto voluntario, la tasa de
votación era entorno al 44%. Hoy es superior al 80%, y eso es gracias a
Hugo Chávez y Nicolás Maduro. El reencantamiento del votante se produjo
por una polarización de la sociedad y por una crisis que motivó al
votante a ir a las urnas".
El frustrado.
Alguna vez creyó en la democracia, pero a fuerza de desilusiones aprendió a desconfiar de su capacidad para traer "la alegría".
Cristóbal Bellolio lo grafica así: "En los sectores
populares abunda este personaje desconfiado de las intenciones del
político. `Todos roban`, `todos mienten`, `nadie se preocupa por
nosotros`. `Total, mañana hay que salir a trabajar igual`", dice.
Una manera fácil de identificarlos es a través de
Facebook: muchos postearon frases como esas el lunes 16 de diciembre,
después de las elecciones chilenas.
"El frustrado tiene un claro link con el
desinteresado, pero lo que cambia es la emocionalidad", dice el
publicista Tomás Dittborn. "En este caso la frustración está más
conectada con la rabia y por eso a veces vota nulo para manifestar su
enojo con el sistema".
Desde El Salvador a Portugal
Más de 95 países alrededor del mundo utilizan el
voto voluntario para elegir a sus presidentes, según un estudio del
Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral
(IDEA por sus siglas en inglés), citado por el diario chileno La
Segunda. En Latinoamérica, El Salvador es el país más antiguo en usar el
sistema del voto voluntario y Venezuela el más nuevo en sumarse.
Portugal, en tanto, es uno de los países del mundo con participación
ciudadana más baja. En la elección presidencial de 2011, Aníbal Cavaco
Silva, fue reelecto para un segundo mandato de cinco años con cerca de
2,23 millones de votos, es decir un 52.9% del total. Más de nueve
millones de portugueses podían participar en estos comicios, pero
solamente acudió a las urnas el 46%.
El voto obligatorio en Uruguay
En Uruguay, se sabe, las elecciones son obligatorias
y hay sanciones para el que no va a votar. No hay dudas de que eso
contribuye a que en cada elección haya un nivel de participación muy
alto. Sin embargo, en la última elección departamental en Montevideo
hubo un hecho que sorprendió a los analistas y que encendió una luz
amarilla: casi un 14% de los electores (121.670 personas) votó en blanco
o anulado. Esto es, fueron a votar (no les quedaba otra) pero dieron
una clara señal de rechazo hacia el sistema político, y en particular a
la oferta que los partidos ponían a disposición en la elección a
intendente. Los analistas afirmaron en aquel momento que muchos eran ex
votantes frenteamplistas que no querían darle otro período al
oficialismo y tampoco confiaban en la oposición.
.
Uruguay: Factum si las elecciones fueran hoy
NBA 6%
Quienes responden voto en blanco, voto anulado o no voto a ninguno, lo que en conjunto llamamos el voto refractario, bajó del 8% al 6%
NBA Encuestas Cifra 12%
Otras opciones de izquierda
Gonzalo Abella Asamblea Popular Factum 1%
.
Constanza Moreira por el FA
Equipos Mori 5% .
La gráfica del diario de Valenti la tiró a matar
http://www.uypress.net/
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