Entrevista de Fabián Werner publicada en el Número 3 de "Cuadernos de la Historia reciente", Ediciones Banda Oriental, Setiembre de 2007. Forma parte de un libro de próxima aparición en "Ediciones del Caballo Perdido", sobre las rehenes del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros durante la dictadura.
Con dos fugas de la cárcel de mujeres de
Cabildo en su prontuario, Yessie Macchi había vuelto a formar parte del
aparato armado del MLN en la columna conocida como “El Collar” [1],
junto a su compañero Leonel Martínez Platero, uno de los integrantes de
la vieja guardia de “la orga”. Era el 13 de junio de 1972, y ambos
hacían vigilancia en una hermosa mañana de invierno, “bien azul el
cielo”, en el balneario canario de Parque del Plata, cuando los
sorprendió un descomunal operativo que reunió a decenas de efectivos de
la Caminera, la Policía, el Ejército, en unidades de tierra y aire. Ella
recuerda que mientras corría y tiraba contra aquel hato de cazadores,
la invadió una increíble serenidad, a pesar del sentimiento que acompaña
la certeza de la muerte. Habíamos hecho un pacto con mi
compañero de no dejar que nos agarraran vivos. A él lo asesinaron, lo
mataron por la espalda, pero no al lado mío. Tuvimos que separarnos en
un momento para dispersar el fuego enemigo, y él cayó en una emboscada.
Yo seguía buscándolo en el balneario, sin saber bien dónde estaba.
En
medio de esa búsqueda “un semicírculo” de militares y policías rodeó a
Yessie Macchi y se produjo un intercambio de disparos largo e intenso.
Ella no quería caer viva, entre otras cosas rechazaba la idea de “sufrir
esa humillación”, y a la vez que insultaba a sus oponentes para que
dispararan, cuando se quedó sin balas y veía que “los milicos” también
habían dejado de tirar, se fue despidiendo mentalmente de todos sus
seres queridos, pensando que había llegado su hora. Pero no llegó,
porque “el semicírculo” se cerró detrás de sí, y como ya la habían
reconocido, se había dado la orden de atraparla con vida. Cuando
vienen por atrás me pegan un culatazo, todos vienen arriba mío y me
empiezan a golpear y yo instintivamente me agarré la barriga y dije
“aquí no”. Cinco minutos antes estaba diciendo “asesinos, no se animan a
matar a una mujer”. Pero en ese momento recordé mi embarazo. Y ahí fue
donde pegaron los culatazos. Ya en el camino al Hospital Militar tuve
una pérdida.
Así fue como Yessie Macchi perdió su primer
embarazo, se enteró de la muerte de su compañero y vio escapar su
libertad recuperada por segunda vez. Además, la golpiza que le dieron
sus captores significó tales daños que fue necesario enyesarla desde la
punta de los pies hasta debajo de los senos. Así pasó casi ocho meses,
hasta que “un poco en contra” de lo que querían quienes la asistían en
el Hospital Militar la sacaron para interrogarla. La devolvieron con el
yeso roto, por lo que debió quedarse internada un tiempo más, luego que
lo emparcharan.
En realidad, lejos de servir para la
rehabilitación, el hospital fue una instancia de permanente indagación;
hicieron un calabozo especial para ella en la parte de arriba. También
había otro para Raúl Sendic, para atenderlo de las heridas que sufrió
durante su caída. Después de un tiempo llegó por su calabozo el coronel
Ramón Trabal, jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército, quien se
hizo cargo de su interrogatorio. Entre ambos se generó una “relación
política buena, de enemigo a enemigo. En los dos o tres primeros meses
el militar la visitaba todas las noches en el hospital. Fue
muy interesante todo lo que conversamos, me enteraba por él de todo lo
que pasaba en los distintos cuarteles, de las negociaciones del MLN con
los milicos, incluso quiso llevarme cuando las negociaciones para el
Batallón Florida y yo me negué porque no estaba de acuerdo con ellas.
Las
conversaciones terminaron cuando se enteró el general Esteban Christi,
comandante de la Región Militar N° 1, que una noche fue al Hospital y
delante de Yessie Macchi recriminó duramente a Trabal por su actitud con
la detenida. Es que los informes posteriores al interrogatorio que él
había realizado repetían lo que ella le había dicho: su nombre y nada
más. Luego de ese incidente vendría un nuevo período de interrogatorios,
esta vez en la sede de la Región Militar N° 1. Lo primero que
hicieron fue romper delante de mí el acta que había hecho Trabal. “A
este hijo de puta lo vamos a romper igual que al acta”, me dijeron, y
ahí empezó el verdadero interrogatorio. Ahí estuve creo que un mes,
porque me dejaron un tiempo para recuperarme de la tortura, y de ahí me
devolvieron al Regimiento de Infantería N° 2 para recauchutarme un poco;
después me llevaron a Punta de Rieles. Así que yo llegué allá después
del resto de las compañeras, febrero o marzo de 1973. DEL PENAL A LA MAZMORRA
Cuando
Yessie Macchi llegó al Penal de Punta de Rieles “era una piltrafa”,
debido al largo período de tortura que había sufrido durante los
interrogatorios. Además, arrastraba el dolor de la muerte de su
compañero y del embarazo que había perdido, sin haber podido elaborar
sus duelos debido a los mecanismos de defensa que había tenido que
levantar ante el permanente hostigamiento de sus custodios.
Al
entrar al penal todavía rengueaba, porque la fractura de su pierna había
sido muy grande, y estaba muy delgada. De ánimo estaba completamente
cerrada, en un estado de defensa absoluto, y se disponía a encarar la
difícil realidad de un penal con 173 mujeres, la inmensa mayoría del
MLN, enfrentadas a los militares pero también a sus propios demonios
interiores, porque entre ellas convivían las que habían logrado
sostenerse con las que habían delatado, había algunos casos de
desmoralización bastante grandes y no había organización entre ellas. Cuando
llegué me encontré con una cartita que había dejado un compañero
dirigente del MLN que había pasado por Penal de Punta de Rieles como
preso antes que llegaran las mujeres presas. Esta carta nos la entregó
el comandante del penal, el coronel Albornoz [2], y decía que él era una
excelente persona, que nos dejaban una huertita para que cultiváramos
para nosotras. Poco menos, decía que nos portáramos bien. Entonces todo
eso me asustó un poco, me puso en guardia, y junto con dos compañeras
más, las tres con más experiencia dentro del MLN, nos pusimos a
organizar el funcionamiento de la orga dentro de la cárcel.
Eran
tiempos muy difíciles para los tupamaros. Los comunicados 4 y 7 habían
generado discrepancias entre los miembros de la organización que estaban
presos, lo que hacía que se difundieran “ecos raros” entre ellos. Entre
las reclusas también se discutió sobre la tendencia “peruanista” que
pugnaba en la interna militar, en base a la información obtenida durante
las charlas con el coronel Trabal y a libros que tenían sobre el
proceso peruano. Eso motivó a las prisioneras más experimentadas a
impulsar mecanismos de discusión, para tener una línea común dentro de
la cárcel. Fue bastante difícil porque eran compañeras recién
salidas de la tortura, algunas ni siquiera habían militado, apenas
habían prestado un auto o habían caído en la desbandada. De hecho todas
habíamos pasado momentos muy duros también en la tortura. Y hasta que
nos sacaron del penal a las que seríamos las rehenes de la dictadura, el
20 de junio de 1973, siete días antes del golpe, lo que se organizó por
parte nuestra fue bastante. Creo que por eso se apuraron a sacarnos,
antes que a los hombres. Se logró formar en grupos a las compañeras para
la discusión y el funcionamiento, estabilizar lo caótica que era esa
situación, dar un sentimiento de pertenencia nuevamente a la
organización.
La última pulseada entre las presas y los
carceleros antes del retiro de las primeras ocho rehenes fue el 18 de
mayo de 1973, cuando se conmemoraba el primer año del operativo en el
que resultaron muertos cuatro soldados que montaban guardia frente a la
casa del comandante en Jefe del Ejército, general Gravina. En los días
anteriores, previendo que hubiera algún “verdugueo”, las presas habían
resuelto romper filas ante cualquier provocación, y así lo hicieron
cuando la incitación efectivamente se produjo, en el patio donde se
izaba la bandera uruguaya todos los días Ya no estaba
Albornoz, había otro comandante que comenzó con un discurso terrorista
contra nosotras, muy fuerte, e inmediatamente rompimos filas. Enseguida
nos subieron y estuvimos sancionadas por desacato. Eso fue el 18 de
mayo, y el 20 de junio ocho de nosotras ya estábamos fuera del penal,
como rehenes.
El primer cuartel “visitado” por Yessie Macchi
fue el de San Ramón; junto a ella estaba “en el mismo trille” Gracia
Dry, a quien ubicaron a un par de calabozos de distancia. Desde su
llegada “se notaba algo raro en el ambiente”, pero era imposible saber
de qué se trataba. Una semana después de su llegada notaron un
extraordinario movimiento, chasquidos de armas, griteríos. En medio del
alboroto un capitán apellidado Taramasco, que había participado de las
sesiones de tortura y que mantenía la curiosa costumbre de acercarse a
charlar con la presa atormentada, pasó por delante de su calabozo. “¿Qué
pasa?”, le preguntó ella al militar desde su mirilla. El gritó: “Vamos a
salvar a la patria”. Era el 27 de junio de 1973. Ella no entendió nada.
A
los cuatro o cinco días les dicen que se preparen para un traslado, y
las llevan al Regimiento N° 4 de Caballería. Ahí están cuando cae toda
la plana mayor del Frente Amplio salvo su presidente Líber Seregni. En
calabozos individuales fueron instalados los dirigentes de la izquierda
el 9 de julio, detenidos en la manifestación contra la dictadura
convocada por el mismo Frente Amplio. Estaban uno al lado del otro.
Yessie Macchi estaba en el último calabozo. Ahí pudo hablar por la
mirilla, en voz baja con Hugo Batalla, que había sido alojado en la
celda contigua; él le contó lo que había pasado aquel día de alboroto
incomprensible. Ahí empezó a pensar que las peores hipótesis podían
concretarse, y que la muerte era una posibilidad muy firme. De hecho,
los militares amenazaban con matarla todo el tiempo y practicaban
frecuentemente simulacros de fusilamiento.
Por aquellos días
cambiaron a Gracia Dry por Estela Sánchez, sin que Yessie Macchi supiera
nunca el motivo ya que no tenía prácticamente chance de hablar con
ellas; era extraño encontrar algún “milico pierna” que las dejara
decirse cosas de calabozo a calabozo o cantar juntas. Era un momento de
caída de militantes políticos, sociales y sindicales, y por lo tanto
también de tortura, sistemática y salvaje. En el cuartel de San Ramón
estaban, entre otros, los ferroviarios, cuyo sindicato había sido
desmantelado; allí eran torturados sus militantes. Los cuartos de
tortura estaban prácticamente pegados a los calabozos, desde donde se
escuchaba todo, por lo que dormir era casi imposible. En los
momentos en que había un descanso lo que había que hacer era levantarse y
desde la mirilla ayudar a esos compañeros, algunos de los cuales se
veía que estaban aflojando. Silbar canciones revolucionarias, tangos, o
si el milico era medio piola preguntarle de dónde eran, decirles que no
estaban solos, que aguantaran. El día se me iba en eso. Cuando pusieron a
Estela (Sánchez) seguían esas sesiones de tortura, pero además ella
sufría de claustrofobia, entonces tenía ataques de histeria, de
angustia, y también había que apoyarla a ella, gritarle, golpearle
fuerte la pared, hablarle aunque no lo permitieran.
Mientras
esa batalla transcurría, la dictadura uruguaya decide investigar si
guerrilleros uruguayos habían sido entrenados en Cuba [3]. Entonces es
trasladada al “Infierno Chico”, una casona en la rambla de Punta Gorda, a
donde es interrogada durante dos semanas junto a quienes habían
visitado la isla caribeña y los someten a “una buena máquina”.
Así
Yessie Macchi fue postergando sus duelos, no había lugar para pensar en
la muerte de su compañero o en la pérdida de su embarazo. A fines de
1974 fue trasladada al Batallón de Ingenieros N° 1, y estando allí se
produce el asesinato del coronel Ramón Trabal en París, el 19 de
diciembre. Esto tuvo una consecuencia directa en la vida de la presa
tupamara, debido a los contactos que había mantenido con él durante su
internación en el Hospital Militar, por lo que se inicia una nueva etapa
de interrogatorios para saber quiénes integraban el equipo de trabajo
“clandestino” del oficial asesinado, que supuestamente ella debía
conocer. Después nos trasladan para San Ramón nuevamente, era
un lugar feo, los calabozos diminutos, tremendamente inclementes,
inhóspitos. Cada vez que te llevaban al baño te ponían la capucha y te
llevaban con llave de karate, ibas saltando todo el camino y era
bastante lejos, por lo cual te llevaban poco. A veces una vez por día,
por lo que yo tenía una bolsita de nylon.
A principios de
1975, cuando la separan de Estela Sánchez, Yessie Macchi por primera vez
se queda sola, sin otras rehenes o compañeros sometidos a tortura que
necesiten de su ayuda. Allí, la invade un sentimiento de soledad que
sólo había sufrido en su adolescencia [4] por lo que debe ocuparse de
sus duelos, de sus cargas, de su doloroso presente. No tenía a quién
silbar, no tenía a quién ayudar, más que a sí misma. Ahí
empecé a llorar, en silencio. Pasaron dos o tres semanas y el llanto no
me paraba, era una cosa mansa. No gemía, no gritaba, no hacía nada,
simplemente me caía un chorro de lágrimas permanente. Mi gran
preocupación era mantener una imagen de fortaleza frente a los
militares, pero ellos tenían una vigilancia muy estrecha y calculo que
esta diferencia en mi actitud era obvia. Me preguntaron si quería un
pase al psiquiatra, y les dije que no lo necesitaba. En ese momento, eso
hubiera sido mortal. En esos días no podía pensar, lloraba, no podía
contener el llanto, y eso me martirizaba. Y en los pocos momentos que no
lo hacía fantaseaba con que mi hijo tendría ya tres años y yo estaba
con él, le hablaba, le contaba historias, cuentos, pero lo que más
bronca me daba era no poder contener el llanto. Creo que en el período
anterior lo que me contuvo fue que siempre tenía que ayudar a alguien,
primero en Punta de Rieles y después en los calabozos. Una vez que se
acaba todo eso mi autoexigencia o la exigencia externa habían
desaparecido, y entré en una crisis muy grande.
Inmediatamente
es trasladada otra vez al Batallón Florida, donde había un sistema
mucho más laxo. Una vez más los militares aplicaban su idea de apretar y
aflojar la represión, lo que establecía una situación de incertidumbre
psicológica para las rehenes que constituía una tortura en sí misma. El
simple anuncio de un traslado ya se convertía en una amenaza de
endurecimiento de las condiciones de reclusión. Cuando las cautivas se
acostumbraban a algún lugar poco hostil, se producía el traslado a un
lugar con una represión más dura, y cuando esto amenazaba con destrozar
la resistencia, volvía a distenderse con otro traslado.
Cuando
Yessie Macchi vuelve al Batallón Florida, en medio de aquella crisis de
llanto silencioso e interminable, se produce un encuentro inesperado,
que marcaría los siguientes años de reclusión: “Me encontré con una
mujer dentro del calabozo. Era Elisa”. La hija mayor del senador Zelmar
Michelini había soportado varios días de salvaje tortura en el Infierno
chico, en la casona de Punta Gorda, y luego fue trasladada al cuartel en
el barrio de Buceo. Allí se reunió con Yessie Macchi, quien venía de
sus primeras tres semanas de total soledad en un inhóspito calabozo de
San Ramón, de más de veinte días de llanto permanente.
En el
Batallón Florida las cosas mejoraron, porque pasó a una amplia celda con
dos camas, con espacio suficiente para transitar entre ellas, una
ventana entrecerrada a través de la cual se adivinaba el sol, la puerta
de las celdas estaban abiertas (por lo que se podía ir al baño todas las
veces que se necesitara) y había dos horas diarias de recreo. Incluso
las visitas podían entrar paquetes con frutas y verduras. Cuando
me encontré con Elisa ella venía muy mal de la tortura, y lo que hice
fue agarrarme a ella y tratar de ayudarla. Se me fue instantáneamente el
llanto, ella me contó su historia, yo le conté la mía, hicimos una
amistad muy grande. Hacía años que yo no hablaba, desde que estaba en la
situación de rehén.
Aquel encuentro de dos meses y medio
fue para Yessie Macchi como “un respiro después de una corrida larga”.
Ella y Elisa Michelini se necesitaban mutuamente, y por lo general
charlaban todo el tiempo, aunque había momentos en que cada una se sumía
en sus pensamientos. Gracias a un efectivo mecanismo de tráfico
epistolar clandestino, mediante el cual Elisa podía recibir las cartas
de Zelmar y de su compañero preso en el Penal de Libertad, las dos
tenían buena información acerca de lo que ocurría fuera de los
cuarteles. Hasta que un día les dijeron que prepararan sus cosas porque
las iban a trasladar. Otra vez la angustia, la incertidumbre. Y ahí
volvió el apriete, y fue un período muy duro, inolvidable para ambas. Nos
trasladan a Artillería 1, La Paloma, en el Cerro. Llegamos y nos
encontramos con un lugar donde no cabía uno y estábamos las dos. Y había
un cartel sobre la mirilla que decía: “asesinas”. Entonces pensé: “acá
viene brava”. A ese lugar le llamaban “las mazmorras”, y estuvimos ahí
bastante tiempo. Ella dormía para un lado, yo para otro, no cabíamos
paradas, no teníamos recreo, teníamos que ir al baño con un milico
parado junto al inodoro con un fusil apuntándonos; había golpizas,
plantones.
Las brutales condiciones del cautiverio fueron
narradas a las visitas, gracias al ingenio de las presas para
comunicarse, y esos relatos llegaron a oídos de Zelmar, el padre de
Elisa, quien lo denunció en el Tribunal Russell, en Human Right Watch, y
en todos los lugares donde fue posible. Pero las cosas empeoraron,
porque cuando los detalles de la denuncia se hicieron públicos hubo más
plantones, más golpizas, más represión.
Faltaban pocos días para
el final del mes de abril de 1976, y aquellas denuncias habían
acicateado la saña de los militares, que pasaban cada media hora por los
calabozos, metían el arma por la mirilla y la martillaban; ellas no
sabían si estaban cargadas o no, así que cualquiera de aquellas
maniobras podía ser el fin del sometimiento y de la vida. UN AGUJERO Y UN AMOR
Un
día Yessie Macchi pidió, como permiso especial, que le permitieran
poner un tablón en la pared a modo de estante para colocar las pocas
cosas que le permitían conservar dentro del calabozo. Increíblemente las
autoridades del cuartel dijeron que sí, y le encomendaron la labor a
otro preso, que compartía una “pared medianera” con ella. El tenía
permiso para hacer manualidades, y con las herramientas que tenía había
horadado las viejas paredes, que se caían de viejas y húmedas, hasta
hacer un agujero. Una y otro se tapaban con sus colchas de un lado y
otro de la medianera, y hablaban de noche. El insoportable volumen de
las cumbias que escuchaban los torturadores mientras vejaban a los
presos servía de involuntario cómplice para las tertulias nocturnas.
Así, Yessie y Mario charlaban, mientras los demás no escuchaban nada. No
sé qué pasaba dentro de mí en esos momentos, pero creo que no haber
elaborado mis duelos, la bronca que yo tenía adentro por tantos
cuarteles, tanta tortura, venía un milico de otro cuartel y te dejaban
en un cuarto con él y otra vez el toqueteo y la “máquina”. Yo tenía una
necesidad de rebeldía muy grande, porque además ya había pasado por el
juez militar que me había baboseado, me había dicho que antes de 45 años
no salía. Y yo de eso estaba segura, porque no había ninguna
perspectiva de nada.
El romance clandestino avanzó con el
correr del tiempo, con cumbias de fondo, soportando los gritos de los
compañeros sometidos a suplicio en las salas vecinas, hasta que una
noche Yessie propuso: “¿Y si tenemos un hijo?” No pude ver la
cara que puso porque estaba del otro lado de la pared, pero le dije:
“Mirá Mario, yo no salgo más de acá. O me matan o me quedo acá por
muchos años. Vos tenés una pena corta, te faltan dos años, podemos tener
un hijo que cuiden mis padres mientras tanto, y después tú lo criás”.
“Bueno, está bien”, dijo Mario Soto, aunque con alguna sorpresa en su
voz.
En aquel cuartel, el más represivo de todos los que la
presa había estado, la pareja pudo reunirse “dos o tres veces”, gracias a
la solidaridad de uno de los custodios. Previamente, ella había pedido
la aprobación de sus padres, que aceptaron criar a su hijo a pesar de la
incertidumbre que les provocó la noticia de que existía la posibilidad
de que fueran abuelos. También contaron con la solidaridad de los
compañeros presos en ese cuartel, que fueron anoticiados previamente de
que ella quedaría embarazada y que eso podía tener consecuencias
posteriores, como el endurecimiento de la represión y el aislamiento.
Casi todos estuvieron de acuerdo.
Una noche Yessie y Elisa no
podían dormirse, y escuchaban una radio sintonizada en Carve, emisora
que tenía un programa nocturno que pasaba música y la interrumpía con
breves espacios informativos. Como era habitual, al final de una melodía
comenzó a darse una novedad que las presas no pudieron escuchar
completamente. “Los dos legisladores desaparecidos en la Argentina…”
alcanzaron a escuchar, y después más nada. En el primero que pensaron
fue en el padre de Elisa, el otro podía ser Wilson Ferreira Aldunate. Esa
noche no dormimos nada. Al otro día vemos que rodean todas las
mazmorras con ametralladoras, y cortan las visitas. Después de unos
días, le conceden una visita a un compañero que un mes atrás la había
pedido por su cumpleaños. Cuando vuelve por el corredor se zafa del
milico, corre hacia nuestra mirilla y dice: “Elisa, asesinaron a tu
padre”. Y mientras el milico lo sacudía: “Prefiero que lo sepas por mí y
no por ellos”.
Durante la siguiente semana Elisa reclamó
insistentemente que la dejaran ver a la familia, y pedía sin éxito para
hablar con el comandante de la unidad. Mientras tanto la situación era
de duelo, en las celdas no se cantaba, no se jugaba al ajedrez de
calabozo a calabozo. Finalmente le dieron la visita, era Hugo Batalla.
Allí se enteró que el otro asesinado había sido Héctor Gutiérrez Ruiz. Mientras
Elisa conocía algunos detalles del crimen de su padre, Yessie se vio
sacudida por un vómito; nunca había vomitado en su vida. Cuando volvió
al calabozo Yessie limpiaba el piso. Al darse cuenta de lo que había
ocurrido se abrazaron, por el padre que se había ido y por el bebé que
anunciaba su llegada. Fue como si yo fuera la hija de Zelmar y
Elisa la madre de Paloma. Eran dos cosas completamente opuestas, la
vida y la muerte. Lo que yo viví con Elisa no lo viví con nadie más.
Todo ese tiempo anterior y posterior a la muerte de su padre y a mi
embarazo, fue algo muy intenso.
Después de confirmar su
gravidez, el problema pasó a ser que no corriera el rumor de que el niño
era hijo de un militar, producto de una violación, y para eso no había
más remedio que dar a conocer su relación con uno de los compañeros
presos. Entonces Yessie le pidió a la madre que hiciera un juego de
alianzas y que las enviara en el paquete de Mario, el padre de su hijo, y
que en los anillos estuviera grabada una fecha muy bien pensada, para
que pareciera que ese había sido el día en que habían estado juntos por
primera vez. En realidad, el día que figuraría en los anillos había
estado de guardia el torturador más salvaje de todos. Si se
daban cuenta de que teníamos anillo, y miraban la fecha, iba a aparecer
él como responsable de lo que hubiera pasado esa noche.
Luego
él le mandó a ella una carta de amor a través de un soldado, con la
certeza de que la misiva llegaría a manos del comandante de la unidad.
Enseguida ambos fueron llamados a interrogatorio, y él estuvo de plantón
toda la noche. Cuando ella fue interrogada por el comandante confirmó
su romance y le pidió permiso para casarse por poder. El objetivo de
publicitar su relación se había conseguido, pero también habían
determinado su separación definitiva. Aquella fue la última vez que
Yessie Macchi vio a Mario Soto, el padre de su bebé.
A los dos
días ella y Elisa fueron trasladadas al 4° de Caballería, donde tenían
una hora de recreo diaria, en la que una podía ir al calabozo de la
otra. Allí se encontraron con el hijo del asesinado coronel Ramón
Trabal, quien permanecía como jefe del S2 (Inteligencia) en esa unidad.
Todas las noches él iba, borracho, a hablar con Elisa, quien procesaba
su duelo por la muerte de Zelmar. Y le decía: “A mi padre lo mataron los
mismos que mataron al tuyo”. Era conciente de que el crimen cometido en
París había sido responsabilidad de sus propios camaradas, pero
permanecía de todas formas en el S2 del 4° de Caballería.
Poco
tiempo después, un nuevo traslado, esta vez al 9° de Caballería. Para
ese entonces, ya había empezado a aparecer la panza, por lo que tenía
que usar un poncho de lana para ocultar su estado. Allí Yessie Macchi se
encontró con un mayor que la conocía del Hospital Militar, “un viejo
enemigo”, quien sospechó de aquel afán por abrigarse en tiempos nada
invernales, por lo que ordenó un examen ginecológico. Cuando la reclusa
llegó al consultorio, una mujer le indicó que se acostara para
practicarle los análisis, pero la presa se negó: “Usted no me va a hacer
ningún examen, y si lo que quiere saber es si estoy embarazada, se lo
digo yo: sí, estoy embarazada de seis meses”. En realidad el embarazo
era de poco más de 16 semanas, pero la exageración había sido calculada
previendo posibles consecuencias. “¡Qué disparate, qué sinvergüenza!,
¿usted me va a decir que los militares violan a las presas en los
calabozos?”, replicó la mujer. “Esto no es producto de violación, pero
desde ya le digo que a mí me han violado. Esto es producto de una
relación voluntaria con otro preso”. Alarmada, la mujer cerró la puerta,
dejó a Yessie Macchi dentro de la sala y fue a buscar a las autoridades
de la unidad. En poco tiempo se había armado un revuelo que tendría
consecuencias para el destino inmediato de todas las mujeres rehenes.
Minutos
más tarde, el jefe de reclusión del cuartel, un capitán de apellido
Lucero, llamó a Yessie Macchi, y le pidió la alianza, aquella que su
madre había mandado fabricar con una fecha muy bien estudiada. El
militar la anotó y le preguntó a la presa el nombre del padre del niño.
Luego, confesó que no sabía cómo resolver la situación. Al poco rato fue
llamada otra vez, pero ahora estaban presentes los comandantes y sub
comandantes del cuartel de La Paloma (la unidad adonde había sido
concebido el bebé) y el 9° de Caballería. Ninguno sabía qué hacer porque
todavía no había ninguna orden de la Junta de Comandantes. Estaban todos a los manotazos, pero yo me daba cuenta que eran todos para arriba, en la panza nada.
Las
amenazas de muerte se intercalaban con las de un aborto provocado,
hasta que Yessie Macchi les anunció que su situación estaba en
conocimiento de varios organismos humanitarios internacionales, y que
cualquier daño que ella sufriera por su embarazo inmediatamente tendría
consecuencias para el Uruguay y su régimen militar. La advertencia
profundizó la incertidumbre de los oficiales, que optaron por retirarse
de la sala y dejar sola a la mujer. Al día siguiente, el comandante de
la unidad se presentó para pedirles a Elisa y ella que recogieran sus
cosas para abandonar el cuartel. Las razones de esta medida se las
aclaró luego otro oficial de la misma unidad: “Las mujeres no sirven
para estar en los cuarteles”. Si bien a mí me resultó
relativamente barato quedar embarazada, no fue así para quien era mi
compañero en ese momento. El estuvo tres meses siendo torturado
simplemente para que dijera el nombre del guardia que había facilitado
que nosotros estuviéramos juntos. Ya después de eso quedó totalmente
traumatizado por dentro, lo que desembocó en un cáncer y su muerte el 27
de junio de 1980.
Más de tres años después de iniciada la
rotación, los militares habían caído en la cuenta, gracias al embarazo
de Yessie Macchi, de que “las mujeres no sirven para estar en los
cuarteles”, por lo que resolvieron que las rehenes volvieran al penal de
Punta de Rieles. Al principio las instalaron en un sector a todas
juntas, con algunas presas que venían de otras zonas de la cárcel. Fue
una especie de aislamiento antes de la integración con el resto de las
reclusas.
Este regreso a la vida compartida del penal podría
verse como una mejora respecto al severo aislamiento que sufrieron en
los calabozos de los cuarteles de la dictadura. Sin embargo, estuvo
bastante lejos de ser así en el caso de Yessie Macchi. El entusiasmo que
ella sentía por su maternidad se vio empañado por el malestar que
ocasionaba en un grupo pequeño pero influyente de presas. Yo
estaba muy orgullosa con mi embarazo, me parecía que era lo más grande
que había podido lograr en toda mi vida. Al tiempo me enteré que en otro
sector de la cárcel había compañeras que estaban en contra. Era una
posición muy homogénea de ese grupo que impuso una mordaza a otras que
también estaban en ese sector. Allí la crítica fue muy fuerte, aunque
nunca me enteré cuál era.
Cuando el Comando de la cárcel
constató esta división entre las presas, trasladó a Yessie Macchi a ese
sector de reclusión, lo que le significó enfrentar un momento muy duro
de la cárcel, quizás el más duro de todos. Estuve rodeada de
compañeras con las cuales no podía hablar, las críticas no se hacían de
frente y ellas mismas habían implantado una especie de silencio hacia
mí. Es muy difícil sufrir una cana doble, la que te imponen tus enemigos
y la de compañeras que están tan presas como una. Quizás sus opiniones
podían ser aceptadas como algo válido, aunque no compartido, pero no de
la forma como lo hicieron, muy cruel. Incluso cuando mi hija venía a la
visita de niños, ellas no la saludaban, fue una situación de mucha
tensión.
En ese sector estuvo un año. Un año muy solitario.
Allí también estuvo Lía Maciel, otra de las que había estado como rehén
hasta finales de 1976. Con ella compartió sus estudios de psicología,
pero la comunicación era difícil porque estaban en celdas distantes.
Había otro aspecto que dificultaba la vida de Yessie en el Penal de
Punta de Rieles, y era que la seguían interrogando por “el tema Trabal”,
así que tenía los morrales prontos para los traslados a nuevos
interrogatorios, nuevas torturas, y no lo podía compartir con nadie.
Esta fue la segunda instancia (la primera fue los calabozos de la Región
Militar Número 1) en la que tuvo que enfrentar sola la ausencia de
libertad. Nunca me dejé divagar, tenía la mente ocupada
permanentemente, si había libros estaba leyendo, si no pensaba en los
que había leído antes, escribía poemas mentalmente, usé mucho el canto,
silbaba, recordé todos los tangos que sabía en mi vida, inventé otros.
Recuerdo días enteros numerando la cantidad de compañeros que había
conocido durante toda mi vida, lo cual me daba cuentas astronómicas y me
llevaba días y días. Es increíble la capacidad creativa del ser humano.
Mientras
esas estrategias para sobrevivir a la agresión del presidio se
desarrollaban, recurriendo a todo el patrimonio personal y colectivo
cosechado durante años de militancia, se iban eludiendo viejos lutos. Es
que la cárcel no es un lugar propicio para elaborar duelos, por el
contrario van aumentando, ante la constante pérdida de libertad. La
salida de la cárcel es el momento más difícil, yo le llamo el trauma de
la libertad, porque se te plantea tirar abajo todos esos mecanismos de
defensa que te pusiste para bancar la hostilidad del medio, y empezar a
vivir como un ser humano normal, como si no te hubiera pasado nada o
procesando el duelo por lo que te pasó.
El dolor por el
compañero asesinado en el operativo de Parque del Plata en junio de
1972, y por el hijo que le hicieron abortar ese mismo día, fue asimilado
por Yessie Macchi hace pocos años, y terminó en una profunda crisis
alcohólica, de la que le costó mucho salir. Pidió mucha ayuda y no la
obtuvo, salvo de su hermana mayor y alguna amiga íntima. “Hay que tener
en cuenta que todos sufrían sus duelos y sus amputaciones”, asegura. Yo
me atendí permanentemente con psicólogos, primero por la relación con
mi hija Paloma que tenía nueve años cuando yo salí en libertad, mi
relación con mi nueva pareja, y toda mi reinserción implicó terapias. Y
ninguno de los terapeutas que me atendieron estaba preparado, es un tema
muy difícil. En algunos países los hay pero son contados, porque no es
una simple neurosis común, es algo mucho más profundo, con raíces muy
dolorosas, y exige del terapeuta cierta experiencia en la materia o una
sensibilidad muy exquisita, que yo no encontré.
La labor
para los psicólogos no era fácil. Se debatían con una persona que había
mantenido firmes mecanismos de defensa durante más de catorce años en la
cárcel y que durante ese lapso había estudiado lo mismo que ellos. Yo los sobraba, cuando me preguntaban algo yo ya sabía por donde venían, tenían todas las de perder.
Pero
Yessie también perdió. Dos compañeros, un hijo, un padre y tres lustros
de libertad. La carga era muy pesada, y el consuelo que encontró fue el
alcohol, hasta que decidió abandonar su hogar y refugiarse en una casa
de salud durante cinco meses. Estaba con cuatro viejitas
amorosas y con ellas logré hacer mi duelo. Yo creo que cada uno tiene su
ritmo. ¿Por qué ahora surgen tantos testimonios y tantos libros? Lleva
su tiempo, es un tiempo histórico, que depende de todo un proceso.
Buena
parte de ese período se vivió en el contexto de la lucha contra la ley
de impunidad, que finalmente se perdió. Esa batalla, sin embargo, Yessie
la vivió amortiguada porque al salir de la cárcel resolvió vivir en La
Teja, así que buena parte de esos años los vivió abrazada por la
solidaridad de los vecinos. Aún así, no pude evitar esa
crisis muy prolongada en el tiempo, fácilmente quince años de mi vida,
en que yo no podía hablar de determinados temas. A lo largo de todos
esos años yo logré conocerme totalmente, no sólo en el aislamiento de la
cárcel sino en el posterior por mi enfermedad. Hoy me siento bien
conmigo misma. Creo que lo que viví hasta el 85 fue bien vivido. Lo que
viví después también lo fue, pero fue en una pelea constante contra la
autodestrucción. Al menos eso fue lo que me pasó a mí.
1. El
Collar era una columna que rodeaba todo el departamento de Montevideo y
su finalidad era para una etapa superior de lucha, para evitar la
entrada de tropas del ejército a Montevideo suponiendo que hubiera una
situación insurreccional o revolucionaria, y al mismo tiempo impidiendo
la salida de tropas para el interior si había un levantamiento allí, el
cual era posible encuadrado en lo que era el plan Tatú. “En esa columna
tenían que ser cuadros militares muy bien probados, porque era la
barrera de choque. Yo me instalé ahí, en la parte de los balnearios del
este, desde el arroyo Carrasco hasta el arroyo Solís Grande en el límite
con Maldonado”.
2. “Albornoz era un caso típico de un hombre de
inteligencia, porque él estaba ahí para clasificarnos, muy simpático,
muy amable, de puertas abiertas en las celdas, y que fue en definitiva,
mirado desde la perspectiva de ahora, el que planificó el penal
represivo más duro que tuvimos, en base a los datos que ingenuamente
nosotras mismas le fuimos dando, porque no estábamos acostumbradas a los
militares como celadores, sí como torturadores”.
3. Yessie
Macchi viajó a Cuba en 1967, estando aún en la legalidad, trabajando en
Alcan Aluminios del Uruguay. Por ese tiempo, durante el día trabajaba
como secretaría ejecutiva y durante el resto era una militante tupamara
en cuyo apartamento de Malvín se congregaba buena parte de la dirección
del MLN. Pero llegó un momento que fue muy difícil mantener la “doble
vida”, por lo que la organización resolvió enviarla a Cuba, y lo que se
pensó como una “representación” por seis meses terminó siendo una
estadía de un año. Aprovechando el impulso dado por la Organización
Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), que había aprobado la lucha
armada en todo el continente, se vinculó con representantes de los
movimientos de liberación nacional de la región, y recibió un intenso
entrenamiento militar.
4. Cuando Yessie Macchi tenía 11 años sus
padres deciden separarse, aunque continúan viviendo juntos en la misma
casa, ellos en distintos cuartos, y ella en un tercero. Esa fue una
etapa muy difícil para la niña, que además sufría la falta de su hermana
mayor que debió viajar a Estados Unidos por motivos de estudio. “Ese
fue mi primer aprendizaje de la soledad. Si lo miro desde hoy yo diría
que fue, con todo lo que me tocó vivir en mi vida, los peores años de
soledad”. Para superar esa situación se acercó primero a la Iglesia
Católica y después a la Metodista, pero a los 13 años también se
decepcionó de la vida religiosa y emprendió la exploración por otros
caminos: “Siempre estaba a la búsqueda de algo que me sostuviera”.
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