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10.08.2015
Ante el desgaste de los
partidos tradicionales, el Frente Amplio ha venido a ocupar el puesto de
gerente del capital trasnacional y pareciera no haber alternativa, si
observamos de reojo la visión de la llamada izquierda radical, inmersa
en una mirada dogmática y delirante de la realidad. El objetivo de este
artículo es criticar estas dos tendencias y presentar las principales
contradicciones de la coyuntura actual.
El empuje neofeudal de las trasnacionales
Asistimos a una nueva fase del capital
signada por el avasallamiento de las estructuras jurídicas nacionales.
Nuestra constitución es violada cada vez que se le otorgan privilegios
al gran capital extranjero para instalarse. Se lo exonera de impuestos
al tiempo que se ahoga a las pequeñas empresas; se le permite al mayor
latifundista del país, Montes del Plata, extender su monocultivo a
sabiendas que se viola la normativa sobre el área destinada al
eucaliptus. Se pactan acuerdos secretos con las magaempresas y se
obstaculiza cualquier control republicano. Se acuerda, en caso de
conflicto con el capital trasnacional, resolver el diferendo en
instituciones jurídicas supranacionales, digitadas por el mismo capital
trasnacional. Se pretende maniatar la capacidad de investigar de los
jueces dejando esa tarea al fiscal, al tiempo que se le quita al fiscal
su independencia, para que no interponga recursos contra la sistemática
violación a nuestras normas jurídicas. Se firman, sin decirle a nadie,
acuerdos por los cuales se abren nuestras fronteras a una competencia
imposible de soportar por las empresas estatales y como corolario de un
panorama nefasto, se tacha de «operador de la derecha» a quien
ose poner en tela de juicio las virtudes del modelo secretista aplicado
por los gerentes de las trasnacionales en funciones de jerarca público.
Ante este panorama algunos sueñan con
llamar a una asamblea constituyente ¿Una asamblea constituyente en medio
de un retroceso insólito, dónde sólo se pautarían normas jurídicas
siniestras? Para nosotros se trata, ante este empuje en apariencia
irrefrenable, de sostener una constitución que en rigor es un freno a la
invasión económica. Se trata de defender el estado de derecho y el
principio de igualdad ante la ley, esenciales garantías para el
ciudadano. Asistimos, de un lado, a una maniobra por erosionar las
normas constitucionales y por el otro a su débil defensa. Esa es la
situación actual. Esa es la coyuntura política. Sin importar en absoluto
el color partidario o apartidario, borrando cualquier dudosa definición
de izquierda o derecha, es un aliado no solo en la lucha por una
sociedad mejor, sino por evitar que nuestra vida empeore, todo aquel que
defienda la igualdad ante la ley y el estado de derecho; y favorece,
consciente o inconscientemente a la nueva ola del capital, quien
defienda el secretismo anti republicano, las instituciones
supranacionales que entren en pugna con el marco jurídico nacional y la
violación del principio de la igualdad ante la ley.
En el pasado reciente a la izquierda le
tembló el pulso a la hora de defender la República y la Democracia.
Engañada por el canto de sirena de «los militares progresistas»,
entendió que la principal contradicción del momento era la que
enfrentaba la oligarquía con el pueblo, sin entender que la verdadera
lucha se daba entre el poder militar y las instituciones republicanas.
La izquierda ha escapado a la autocrítica por el recurso de
responsabilizar a los partidos tradicionales, que tampoco estuvieron a
la altura del desafío histórico. En el Uruguay del 2015 ya no se precisa
un golpe de Estado para aplicar un nuevo plan económico, y una vez más,
ante el proceso de sometimiento, de erosión de la República y la
Democracia ante el actual empuje neofeudal de las trasnacionales, la
izquierda en sus diversas manifestaciones tantea en las sombras con el
bastón del ciego, o se convierte en aliado del nuevo proceso.
El ejemplo paradigmático de la lucha por los DDHH
En la apertura democrática, y
vanguardizada por el ala radical, la izquierda pretendió juzgar
políticamente a la dictadura que utilizó al Estado para llevar a cabo un
terrorismo inédito. Con el argumento de «la igualdad de todos ante la ley»
se logró, en forma harto trabajosa, convocar un referéndum. Los
políticos, aherrojados por el poder militar, habían decidido por encima
del pueblo y ahora «el soberano» sería convocado a dar su
opinión, a través del instituto de la democracia directa. Fuimos
derrotados en toda la línea. Pensamos que el miedo, y recursos de moral
dudosa utilizados en nuestra contra, habían decidido en gran parte.
Veinte años después, sin que el miedo tuviera ya cómo operar, fuimos
sometidos a una segunda derrota ¿Cómo explicar este pronunciamiento
popular ante un tema, a nuestro juicio, tan claro? De forma misteriosa
la izquierda no encaró el análisis. Se argumentó, desde algunas tiendas,
que otras tiendas no habían hecho campaña ni ensobrado la papeleta. Por
más cierto que fuese, eso no explica nada en absoluto, pues habría que
preguntarse por qué algunos no ensobraron la papeleta. Pero nada
importaba, pues con la mayoría parlamentaria asegurada se podría
«reinterpretar» el doble voto ciudadano. Aquel argumento de privilegiar
el vital instituto de la democracia directa fue alegremente tirado por
la borda para defender principios incuestionables, respaldándose,
además, en los dictados de la Corte Interamericana de DDHH. «¿Pero ya
soldaron esta ley nada menos que dos pronunciamientos populares?». «¡No
importa! Nada importa ningún pronunciamiento en temas elementales ya
resueltos por la Constitución. Los DDHH son implesbiscitables» decían
quienes no una, sino dos veces, habían llamado a plebiscito un tema
implesbiscitable. Tampoco importaba que alguien objetara que también las
constituciones habían sido plebiscitadas en algún momento y que Los Derechos del hombre y el ciudadano
no eran eternos como el tiempo sino que habían nacido en condiciones
históricas bien concretas. Por el voto de un diputado que sería
inmediatamente aborrecido, no prosperó un violento atentado al voto
popular y un peligroso antecedente en cuanto a la necesaria supeditación
de los representantes ante el claro mandato de los representados.
No fue la primera vez que un
considerable sector de la izquierda que huye de la autocrítica como si
se tratara del diablo, mostrara la hilacha de una veta iluminada y
autoritaria. No fue la primera vez en que demostró su radical ceguera
acerca de las virtudes de esa herramienta tan mentada como desconocida,
llamada democracia. Previo al golpe, la mayoría de la izquierda saludó
el carácter «progresista» de los comunicados 4 y 7, en tanto otros
negociaban en el Batallón Florida apostando al mismo delirio. Fue una
mayoría de dirigentes quienes pactaron en el Club Naval una salida que
ni siquiera en los sueños más desatados los militares habían imaginado,
la cual iba a contrapelo tanto de un poderoso impulso democrático como
del desprestigio absoluto del régimen en el ámbito nacional e
internacional.
¿Pero cómo continuar la lucha por la
defensa de los DDHH? Permitiendo que la justicia investigue, defendiendo
a una jueza que se intente trasladar por cumplir con su tarea,
exigiendo la renuncia de un Ministro impresentable, pero nunca jamás
erosionando un instituto como el Plebiscito, nuestro último garante en
defensa de cualquier derecho y jamás apelando a ningún dictado de
ninguna institución supranacional que esté en contra de cualquier
decisión nacional, por más que nos pese. Sobre éstas podemos ejercer
control, sobre aquellas es imposible ejercer control ninguno.
Pero allí no acaba la lucha por los DDHH
¿Qué pasó con aquellos cuatro pichicomes que agarró Mitrione para
enseñar lo suyo y que constituyen nuestros primeros desaparecidos?
¿Entran en la lista esos lúmpenes? ¿Que pasa con la violación de presos y
de menores en el Inau? ¿Qué sucede con la metodología utilizada en
interrogatorios en las comisarías? ¿Qué haremos con los derechos de los
desgraciados internados en hospitales psiquiátricos? ¿Cuándo
defenderemos los derechos de los niños fumigados en sus escuelas por el
agronegocio? No se trata, en estos casos, de averiguar qué pasó y cómo
hace cuarenta años, sino de resolver una sistemática violación a los
DDHH que se da ante nuestras narices.
La igualdad ante la ley
Mientras papamos moscas, a través de
diversos mecanismos e instituciones, incluidas unas cuantas ongs, se
erosiona el principio de igualdad ante la ley. Un ejemplo de esta
violación es la excepción dada a las zonas francas, enclaves de las
trasnacionales en nuestro territorio, abandono gradual de nuestra
soberanía.
Jamás se llevaron a cabo planes
siniestros sin presentarlos con loables vestiduras. Cualquier guerra de
usurpación es un ejemplo de ello, así como bajo el manto de la «libertad
de empresa» se llevó a cabo el desembarco de las empresas del
capitalismo central para erosionar el desarrollo industrial del
capitalismo periférico. Ahora, con la supuesta finalidad de atenuar
injusticias perpetradas contra minorías, sean de género o raciales, se
nos acostumbra a violar el precepto de igualdad, pretendiendo establecer
cuotas políticas de género, distribuyendo ciertos cargos entre las
minorías raciales. Mientras que por un lado se erosiona el principio de
igualdad para asegurar de esa manera el perjuicio de las minorías que
constituyen a la postre las grandes mayorías, por el otro el sistema se
justifica por la práctica del Gatopardo que cambia algo para que todo
siga como está. Ninguna minoría verá su vida mejorada por el
encumbramiento de tal o cual diputada o por el acceso al funcionariado
de tal o cual «afrodescendiente», el eufemismo políticamente correcto de
la palabra «negro». Es sólo una pantalla, lo que en términos militares
se conoce como «maniobra diversionista», el movimiento de un ejército
pensado para que el otro mueva sus piezas desconociendo la verdadera
estrategia del enemigo. La estrategia pensada, razonada, es preparar
lentamente el terreno para crear una nueva estructura jurídica acorde
con las nuevas necesidades del sistema, que jamás da puntada sin hilo ni
da un paso sin preparar el terreno.
El progresismo
En gran parte de América Latina las
viejas dirigencias desgastadas, no aptas para llevar a cabo las nuevas
exigencias, dieron paso a los partidos «progresistas»,
expresión del nuevo consenso. Estos partidos, como los viejos
populismos, reparten unas migajas resultantes de los precios favorables
de nuestras exportaciones primarias, desperdiciando la favorable
coyuntura internacional que hubiera permitido un intento por
recapitalizar y transformar nuestra matriz productiva. El plan es
sencillo: aceptar e incentivar el lugar que se nos ha asignado en la
división internacional del trabajo, para reducir al mínimo histórico la
desocupación y mejorar un ápice el poder adquisitivo de los
trabajadores. A su vez se lleva a cabo la agenda de derechos: se
instalan los consejos de salarios, se despenaliza el aborto, se libera
la marihuana, se destinan ciertos fondos para atender a los más
carenciados, se establecen cuotas políticas y de trabajo para las
minorías. Mientras tanto se incrementa la concentración de la tierra,
que se extranjeriza a pasos agigantados al tiempo que más de mil
pequeños productores rurales al año pierden sus campos. Se destinan cada
vez más áreas a la soja y el eucaliptus, con graves perjuicios para la
salud de quienes viven en esas áreas, y con graves perjuicios para la
salud del resto, cuyo testimonio elocuente es la calidad del agua que
consumimos. Profundizamos nuestro rol como economía agraria en tanto
otras economías agrarias ya dieron el salto, o lo intentan,
incrementando la inversión en innovación y desarrollo. Un país pequeño
como el nuestro debería apostar no sólo a diversificar su producción,
sino, en un mundo crecientemente dispuesto a pagar más por alimentos más
sanos, a producir alimentos de calidad, pero esa no ha sido nuestra
apuesta. Todo lo contrario. Se ha subvencionado el monocultivo de
eucaliptus y se abren las puertas a las pasteras, y se las auxilia,
tomando esas inversiones como una defensa de nuestra soberanía cada vez
que se pone en tela de juicio sus privilegios y el daño que provocan.
Mujica ha viajado a Finlandia para rogar se instale una tercera pastera
sobre las aguas de un contaminado Río Negro o peor aún, en la Laguna
Merín. Se respalda a rajatabla una dudosa minera a cielo abierto y se
obstaculiza que los ciudadanos conozcan la letra chica del contrato de
inversión. Se establecen figuras jurídicas inconstitucionales para
inversiones como la regasificadora y se entierran informes provenientes
del propio Ministerio de Economía que advierten sobre sus riesgos y
ponen un enorme signo de interrogación por delante y otro por detrás de
su rentabilidad. Se retira de ciertos alimentos, por decisión de la
comuna capitalina que da argumentos cantinflescos, la advertencia de que
han sido elaborados con transgénicos. Se lleva a cabo este plan pues la
oposición no puede ni quiere oponerse criticando lo mismo que a su
turno llevó a cabo, y por añadidura se acusa de derechista a todo aquel
que discuta las virtudes del modelo. Nada de esto se logra sin el
necesario consenso social, pues un sector de la ciudadanía está atado
por una concepción maniquea que razona, o más bien profesa, que ésta es
la política llevada a cabo por los buenos, o que en todo caso «es lo único posible».
Aupándose en este respaldo de signo
dudoso y en una apatía intelectual sin precedentes en nuestra historia,
el oficialismo lleva adelante sus planes mediante el secreto convertido
en practica usual. Si salen a luz documentos internos de OSE que
demuestran que nuestra «agua potable» contiene toxinas, nadie se cree en
la necesidad de aclarar nada, ni se atiende a las llamadas telefónicas
de los periodistas, ni renuncian los responsables. Se acuerdan tratados
secretos con las mega inversiones; secretamente se firma un TISA; se
maquillan los informes técnicos y los datos estadísticos. En última
instancia, para esta lógica, nada importaría informar a la población,
pues los encargados de llevar a cabo los planes que fuere, en materia
económica o educativa, son los técnicos, o eventualmente, los
funcionarios. Se transforma, de esta manera, la figura del funcionario
público. El elegido deja de ser representante para arrogarse el derecho a
manejar a conveniencia la información que posee. Lenta e
insensiblemente, los ciudadanos comienzan a dejar de lado su parecer
para depositar su fe en los técnicos. Creemos que vivimos en democracia,
una ilusión que sustenta lo que realmente nos gobierna: la tecnocracia
que desprecia el saber del ciudadano.
¿Instituciones propulsoras del cambio o aliadas del modelo imperante?
La izquierda, históricamente, ha tendido
a respaldar todo reclamo de las organizaciones sindicales. En un
tiempo, basta pensar en «El Congreso del Pueblo», el movimiento
sindical, a partir de sus propias reivindicaciones sectoriales,
elaboraba un programa nacional en defensa de las grandes mayorías. Sin
ese Congreso no hubiera nacido el Frente Amplio. Mucha agua ha corrido
debajo del puente. Hoy, con sus vaivenes, como el paro del 6 de Agosto
contra el TISA, el movimiento sindical se ha convertido en aliado del
gobierno y del modelo imperante. El SUNCA apoya la construcción de
cualquier megaempresa que perjudique al resto de la nación, siempre y
cuando dé trabajo a su masa de afiliados. El sindicato único de
trabajadores del INAU respalda a cualquier afiliado, sea cual fuere el
sadismo que lleve a cabo. Los trabajadores de la madera se han dividido,
ora en un sindicato que propugna denuncias en el ámbito judicial de
condiciones laborales a veces lindantes con la esclavitud, ora en otro
afiliado al PIT-CNT, que considera perjudicial llevar a cabo esas
denuncias.
El PIT-CNT abandona gradualmente una
mirada global en tanto se convierte en defensor de su chacra, de igual
forma que las feministas sacrifican el principio de la igualdad ante la
ley en el altar de la defensa de la figura del feminicidio. Sin embargo,
se dirá, son organizaciones populares, son expresiones de la democracia
que se viene propugnando en este artículo. Defender la libre expresión
de ideas y dar valor al debate significa que todo debe debatirse,
inclusive los caminos adoptados por las feministas, la central sindical o
Mandrake. Que una idea la exponga Mandrake o un sindicato, no garantiza
en absoluto que sea favorable al conjunto de la sociedad. El PIT-CNT se
ha convertido en aliado del gobierno, que a su vez se ha convertido en
aliado de las trasnacionales en un modelo que contamina tierra, aire,
agua y gente, al tiempo que empobrece el conjunto de nuestra economía.
El Estado gana acá lo que pierde allá
Las trasnacionales, en su nueva fase,
como si fueran un tsunami, avasallan las débiles estructuras estatales
que hemos construido. No se precisa ser muy lúcido para concluir que la
tarea de quien desee evitar una mayor concentración de riquezas y poder
en pocas manos, es la defensa de los Estados y sus normas frente a las
autoregulaciones que quiere establecer, y establece, el capital
trasnacional. Pero el poder que el Estado pierde por un lado lo gana por
el otro, en desmedro de la libertad del individuo. Desde que los
Estados nacieron han acentuado hasta lo insoportable el control sobre
cada uno de nosotros, pues "el hombre siempre ha cedido libertad en aras de su seguridad".
Las cámaras de vigilancia que reducen la delincuencia en la Ciudad
Vieja prometen seguridad en perjuicio de nuestra libertad, y lo mismo
sucede con el control histérico en los aeropuertos, incrementado por los
atentados a las Torres Gemelas, o con un nuevo programa adquirido por
el Estado, cuya función es lograr interceptar de forma más eficiente
mails y llamadas telefónicas. Los diversos controles, y la consiguiente
merma de nuestros derechos, no se hacen sin una singular alianza entre
el Estado y el capital trasnacional, de tal forma que el chip de la
cédula o la tarjeta de crédito que permite saber dónde exactamente
estamos y a dónde vamos y qué y cuánto consumimos, al tiempo que brindan
control, generan ganancias. De forma pareja, la bancarización forzosa
acarrea fondos al capital financiero privado, dando a la DGI mayor
control sobre el contribuyente de a pie.
Ante esta continua e intolerable
intromisión, temida por Spencer en el siglo XIX y prefigurada por Kafka
en el XX, hemos ganado algunas batallas, como impedir que el Estado
castigue a quien quiera practicarse un aborto e impedir que se encierre
con los adultos a los menores infractores; pero hemos perdido todas las
demás. En tanto la seguridad siga incrementándose, la violencia siga
aumentando y continúe el deterioro del tejido social y la progresiva
lumpenización de la sociedad, el Estado seguirá desplazándose en contra
de la libertad del individuo.
¿Qué hacer? La fracción de los plebeyos
\
El análisis de la coyuntura que hemos
diseñado se resume en lo siguiente: vivimos un retroceso político,
jurídico y artístico, cosa esta última que no podemos desarrollar aquí,
pero que es indiscutible en el área que sea. El retroceso es más grave
cuando no se lo advierte y nos sumimos en debates entre izquierda y
derecha que ya no dirimen la cosa. Las trasnacionales llevan a cabo sus
planes indistintamente con gobiernos de derecha o de izquierda y estas
dos tendencias más bien parecen títeres usados por quien gobierna los
hilos, para meter mientras tanto su manos en los bolsillos de nuestra
vida por medio del arte de birlibirloque. El enfrentamiento izquierda o
derecha parece destinado en la actualidad a convertirse en otra
"maniobra diversionista". El problema es más primordial: se trata de
mantener institutos que costó sacrificios inconcebibles construir, como
son el estado de derecho y la igualdad ante la ley, y su defensa no es
necesariamente patrimonio de la izquierda. Se trata de defender nuestra
soberanía ante el tsunami de las trasnacionales; se trata de defender
nuestro marco jurídico ante la entronización de entidades judiciales
supranacionales.
Es necesario pensar cosas nuevas ante
nuevos desafíos, aventando los harapos del dogma que se adhieren a la
piel como toda rutina mental. Existen más religiones de las que creemos y
existe algo que sería saludable determinar, que nos conduce de forma
inconsciente a adoptar el pensamiento religioso en su sentido dogmático.
Nuestro qué hacer se encuentra en su fase primitiva: llevar a cabo la
crítica al nuevo modelo y a cada una de las manifestaciones que le son
subsidiarias, tarea en la cual, levantando aquí y allá la voz,
participan grupos de intelectuales como los que forman «Henciclopedia»,
hasta periodistas como Daniel Figares. Nuestro qué hacer no es otra
cosa que una apuesta a la democracia, una defensa de los valores
republicanos y un intento por reordenar, con ideas, la fracción de los
plebeyos. Como definió en reciente artículo el amigo Sarthou (1): "Desde
que los seres humanos nos hemos organizado en sociedades de cierta
complejidad, han existido dos partidos. En la vieja república romana se
llamaron el partido "de los patricios", y el partido "de los plebeyos". Uno de esos "partidos"
tiende a concentrar la riqueza y el poder político en pocas manos, las
más ricas, las más fuertes, las más capaces, las más aristocráticas. El
otro tiende a distribuir la riqueza y el poder político entre más manos.
Uno es más oligárquico; el otro más democrático. Los dos pueden ser
corruptos, torpes, ineficientes, autoritarios. Sólo en eso son
inconfundibles: uno expresa a los que tienen menos y tiende a repartir
la riqueza y el poder; el otro expresa a los que tienen más y tiende a
concentrar la riqueza y el poder". Esta definición que tomo como
propia significa una radical defensa de la democracia en el sentido de
poder del pueblo, y significa entender que el actual partido de gobierno
ya no representa a la fracción de los plebeyos, convertido en un grupo
de técnicos que de tarde en tarde se da «un baño de pueblo». El
partido de los patricios concentra riqueza y poder y el objetivo del
partido de los plebeyos es distribuir el máximo de riqueza y de poder,
que también significa distribuir conocimientos. Y distribuir
conocimientos es antes que nada apelar a la sociedad, tener la audacia
de plantear ideas aunque surjan de la más ínfima de las minorías, pues
se tiene la confianza en el poder del saber social, esa energía que
raras veces ha sido desatada en la historia de los últimos siglos.
(1) Hoenir Sarthou. Un google y varias moscas. http://www.voces.com.uy/articulos-1/indisciplinapartidarialacolumnadehoenirsarthouungoogleyvariasmoscas
Brillante, impecable, sin desperdicio, no hay que mudar ni 1 coma.- MUERTO: Quien es éste Marcelo Marchesse?.-
ResponderEliminarMarcelo Marchese es Marcelo Marchese. Otro dato no sabría darte. Gran abrazo, Mau Mau.
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