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Saturno devorando a su hijo de Goya
Marcelo Marchese
4 de abril 2016
Hacia inicios del 84 la
dictadura militar estaba liquidada y sin capacidad de respuesta. Había
sufrido la crisis del año ochenta, el contundente NO, la derrota de la
dictadura argentina en las Malvinas, el triunfo de los sectores más
avanzados en las elecciones del 82 y un considerable voto en blanco, la
ruptura de la tablita, la caída de las dictaduras en el continente, el
desprestigio a nivel internacional, la pérdida de respaldo de EEUU y por
último el rechazo de todo el país.
Esta pérdida de respaldo era apreciable por el acto del 1ro de
mayo del 83, organizado por el PIT; el masivo caceroleo y apagón del 25
de agosto; la Semana del Estudiante en septiembre, organizada por
ASCEEP; la marcha por 18 convocada por el PIT; el acto del Obelisco del
27 de noviembre y el paro impresionante llevado a cabo el 18 de enero de
1984. Vivía en Avenida Italia y no deben haber pasado más de tres autos
ese día. Con quince años y nula experiencia política, pude apreciar que
la dictadura estaba muerta.
El auge de movilizaciones tuvo dos características principales: la
primera, que fueron impulsadas por la Intersocial (el PIT, ASCEEP,
FUCVAM y Serpaj). Los partidos políticos tradicionales no tenían ninguna
incidencia en la dirección del movimiento, ni eran considerados
referentes en la lucha contra la dictadura. La segunda, que las
organizaciones eran nuevas y habían sido impulsadas por jóvenes
trabajadores y estudiantes, sin una inmediata atadura con las prácticas
del pasado previo al golpe.
El Partido Colorado observaba estos síntomas alarmantes y con un
olfato político certero, resultado de doscientos años de gobierno casi
ininterrumpido, comenzó una pulseada con el movimiento popular para
dominar la salida de la dictadura. Llamó a formar la Multipartidaria,
que terminaría desplazando a la Intersocial. Este desplazamiento alcanzó
su cima en el Pacto del Club Naval, llevado a cabo por los partidos
políticos con la ausencia del Partido Nacional.
¿A través de qué mecanismo los jóvenes creadores del PIT y ASCEEP
dejaron arrebatarse la iniciativa, al tiempo que dilapidaban el
prestigio que habían acumulado? El análisis de esta disposición mental,
que creo no se ha hecho nunca, merecería no un artículo, sino varios
tratados. Sin agotar aquí las explicaciones, quisiera invitar al lector a
prestar atención a uno de los puntos cruciales del desastre. Todo
movimiento renovador, sea en el plano del arte o de la política, es
vanguardizado por jóvenes que se levantan contra el pensamiento de sus
mayores. La generación del 83 elaboró sus herramientas e inició la lucha
contra la dictadura, más o menos liberada de la influencia de la
generación del 68 que había sufrido una derrota en toda la regla. Los
principales militantes de la generación del 68 habían muerto, o estaban
presos, o en el exilio. Una reivindicación clave en la salida de la
dictadura era, precisamente, el retorno de los exiliados y la liberación
de los presos mediante una amnistía general e irrestricta. El retorno
de los exiliados se dio, al tiempo que los presos salían de las
cárceles. Esto era una victoria, pero al mismo tiempo produjo un efecto
en cierto aspecto contraproducente. Los viejos militantes que volvían
aureolados por el martirio, de forma natural ocuparon, pues la
generación del 83 se lo permitió, los lugares de decisión. No importaba
que vinieran de la derrota. No importaba que su metodología había
llevado a un fracaso criminal. No importaba que desde el exilio o la
cárcel estuvieran radicalmente alejados de la nueva sensibilidad
política. Volvieron por sus fueros, para tropezar dos veces con la misma
piedra. No se los puede culpar por desalojar a los jóvenes de la
dirección del movimiento; lo que sí podemos hacer es lamentar que a la
valiente generación del 83, que enfrentó a la dictadura en momentos
todavía difíciles, no le diera el coraje intelectual para enfrentar a
sus mayores, sus maestros e ídolos. He aquí dos factores que explican el
declive desde el Pacto del Club Naval: una generación de fracasados que
vuelve aureolada a pesar de la derrota, y una generación pujante que no
tuvo confianza en su propia fuerza, y que no se animó a dar el paso que
marcara a un tiempo su independencia y la posibilidad de acumular
políticamente, en una salida realmente democrática que derrotara en su
totalidad a la dictadura.
La creación de la Multipartidaria y su logro definitivo, el Pacto del
Club Naval, que determinara unas elecciones amañadas, fue el canto de
cisne de la generación del 83, y el triunfo del continuismo. Que
aquellos jóvenes aceptaran el camino que condujera a un pacto donde la
izquierda participara a pesar de la negativa del Partido Nacional, es un
hecho que de ninguna manera creeríamos, si no fuera por el prestigio
que ejercieron sobre ellos una serie de instituciones, partidos de
izquierda y personalidades, como la del propio Líber Seregni, que si
bien acertó al impulsar el voto en blanco en las elecciones del 82, a
partir de la creación de la Multipartidaria hizo todo lo posible por
llevar a cabo su influencia nefasta. En el inaudito discurso del día de
su liberación y en cada uno de los pasos subsiguientes, se convirtió en
un bloque de hielo viviente aplicado contra el movimiento popular. A
través de no sé qué artilugio, Sanguinetti apretó en un puño a Seregni, y
luego, hacia mediados del 85, y desde el poder, logró liberarse de la
influencia de Jorge Batlle.
La derrota que significó el pacto, y la inmediata merma del empuje
popular, se profundizó con la no concreción de la anhelada amnistía
general e irrestricta y con el estruendoso fracaso que significó la Ley
de Impunidad de 1986. Desde allí hasta ahora la izquierda uruguaya no
ha hecho más que retroceder. Sus cuadros, los actuales gobernantes que
forman una casta de administradores bien paga, fueron extraídos de las
generaciones del 68 y del 83, mas no han dirigido el barco a ningún
lado, sino que lo dejan escorar al impuso del viento del capital
trasnacional.
Hasta hace cierto tiempo, si uno mencionaba este retroceso, se le
respondía que estaba equivocado y que el acceso del FA al gobierno era
la prueba definitiva. No sé cuántos de aquellos optimistas estarían
dispuestos ahora a mantener su posición. El acceso al gobierno del FA se
da desde que el FA accede hacia posiciones de derecha que le permiten
captar, a través del MPP, a un sector ultranacionalista que antes votaba
a Pacheco, y que le permite captar, a través de otras opciones, al
tradicional votante batllista. Una breve enumeración de las conquistas
del FA alcanzará para pulsar la gravedad de la derrota. Nuestro país
continúa y acentúa su rol de economía agraria exportadora, con la
consiguiente extranjerización de la tierra, aumento del latifundio e
imposición de nuevas y exclusivas reglas para las megaempresas. El
tejido económico y social continúa su deterioro, al tiempo que una
enervante inseguridad crece a ritmo sostenido. La educación se encuentra
a un nivel de fregadero; la corrupción se ha convertido en una práctica
usual y más que todo y más preocupante que nada, la República se
erosiona a un ritmo vertiginoso, marcado por la atonía social y la
ausencia de valentía para mirar la verdad de frente, para debatir las
cosas fundamentales que debe debatir un país. No existe una República
pujante sin republicanos que la construyan con el debate de ideas.
De forma ineluctable, en las próximas elecciones o en las siguientes,
el FA perderá el gobierno. Si la derrota se diera en el 2024, el
desastre que sufrirá será aún mayor, profundizando su faceta
administradora para convertirse en la otra cara del sistema, que
utiliza, cuando le conviene, a una pseudo izquierda para que todo siga
como está. En esa coyuntura podría llegar a darse el nacimiento de una
alternativa, algo que no logramos visualizar. En rigor no está en
absoluto a la orden del día la preocupación por crear una organización
que exprese, tanto el pensamiento de todos aquellos que votan en blanco,
como el de los que aún votando al FA se sienten defraudados por la
lenta muerte de una organización sin protagonismo de sus bases, sin
apuesta al debate público, sin deseo de conquistar con ideas, sin
vocación republicana. Lejos de preocuparse por encender una chispa,
quienes sueñan una alternativa deben preocuparse por reunir el
combustible. Ningún movimiento renovador es valedero si no se apoya en
una ciudadanía crítica, en miles de individuos que se arriesguen a
llevar a cabo una tarea a la intemperie y de muy difícil ejecución:
pensar con cabeza propia. El tiempo de abandonar dogmas que nos han
llevado a este desastre, a esta crisis inaudita de la civilización,
parece no haber llegado. La tarea de la nueva generación, si es que
algún día llega, será desprenderse de los harapos miserables que ha
heredado, para animarse a pensar lo nuevo.
Impecable , absolutamente brillante el análisis de Marcelo Marchese. Es alentador encontrar un joven independiente capaz de pensar con cabeza propia.- MAU-MAU.-
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