jueves, 7 de abril de 2016
Túnel sin salida
7 abril 2016
Por Jorge Zabalza
Algunas y algunos trabajan por mucho menos del salario mínimo y en negro. Los sindicatos no saben de ellos. Otras y otros 'pasan' por el liceo o la UTU, sin cuadernos y sin libros. Ahí están, sin embargo, refugiados en la esquina o en algún recoveco que les permita 'estar'. O se juntan en la playa para acortar la tarde jugando al fútbol. Son hinchas de uno de los cuadros grandes o de Cerro. La policía los molesta, se burla de ellos, desparrama su vino, los amenaza con llevarlos presos y los lleva a veces, los interroga por una rapiña ocurrida a 50 quilómetros o el año pasado, abusa diariamente de su impunidad. Ya vendieron algunos fasos o algo robado que alguien les arrimó, los más audaces ya 'ganaron' una cartera o al guarda de un ómnibus. Ya conocieron la calaboceada en la comisaría, la 'recuperación' en el INAU y hasta llegaron a la cárcel de Santiago Vázquez. No les significa una 'marca' vergonzante, son la cuarta o quinta generación de que sobrevive en las mismas condiciones de marginación, exclusión y miseria: la cárcel es parte de su historia de vida familiar.
Al bisabuelo y al abuelo les gusta hablar de sus aventuras fuera de la ley, de las peripecias de entrerejas y de la resignación del 'no queda otra'.
También repica la otra campana en sus oídos, los campanazos de la cultura del barrio obrero, los que aconsejan dejar la esquina y darle a las ocho horas, los que advierten sobre el inexorable destino de los 'malandros' y 'pastosos'. Vale el ejemplo de los padres, hermanos y tíos que salen todas las madrugadas a la construcción o la pesca o las empresas de seguridad, y el de las madres, hermanas y tías que trabajan de fileteras (ahora cerró FRIPUR y las dejó en la calle!!), de domésticas en Pocitos o limpiando los shoppings donde pasea la clase media.
“Me matan si no trabajo y si trabajo me matan”... aunque no los conocen porque no son letra de cumbia o reggae, los versos de Nicolás Guillén cantados por Daniel Viglietti calzan a la perfección en la imagen del futuro que espera a los muchachos de la esquina. Los problemas no vienen del 'poco o nada en el estómago' o de los championes con suela casi transparente o del teléfono sin crédito, porque cualquier monedita sirve para remediar la miseria. Los problemas de los muchachos vienen de la ausencia total de perspectivas: ¿qué los espera por el camino de la vagancia? ¿adónde conduce el camino de laburar como esclavos por menos de quince mil pesos? Están encerrados en una disyuntiva sin horizonte o, por lo menos, con un horizonte lleno de tormentas amenazantes. La esquina donde se refugian está en la boca de entrada a un túnel sin salida.
La experiencia indica que más del 95% por ciento arranca para las ocho horas, aunque muchas y muchos de ellos (tal vez demasiados) lo hacen luego de haber ensayado otras posibilidades más ingratas y sufrieron experiencias carcelarias. Las cárceles no rehabilitan a nadie pero amedrentan a la mayor parte de quienes las conocen por adentro. Nadie sale de INAU incluído en la sociedad, pero la mayoría de sus clientes salen asustados por el régimen inhumano de privación de libertad, por los golpes de funcionarios y presos más fuertes, por el destrato permanente, por las violaciones y un largo etcétera de sufrimientos que los aleja del delito.
Para combatir ese menos del 5% reacio, la violencia institucionalizada en el Ministerio del Interior propone crear más cuerpos especiales como ese 'seleccionado' con 1.000 policías de 'alta dedicación'. ¡Cómo si la 'Republicana' no fuera suficiente!
Con el propósito de combatir el delito de los adolescentes que viven en el territorio de la pobreza, el gobierno apuesta a la represión generalizada, quiere convertir en campos de concentración los barrios de la periferia. Tal vez crean que la 'solución final' al problema de la inseguridad, sea la construcción de muros que aíslen las malditas zonas rojas del norte de Bulevar Batlle y Ordóñez y del oeste de las avenidas Agraciada y Garzón. Al menos, en estos 'bantustanes' montevideanos se violarían un poco menos los derechos humanos que en Sudáfrica o que en Gaza, porque la policía uruguaya persigue tanto a los nacidos con piel blanca y ojos azules como a los de piel y ojos oscuros. No hace cuestión de razas o de género, les basta conque sean jóvenes, usen visera y vivan en el barrio discriminado.
La política de represión está logrando imponer dos valores bien diferenciados en la juventud: en primer lugar, se desarrolla el sentimiento masivo de rechazo a la policía que, en algunos momentos o espacios sociales, puede calificarse lisa y llanamente de odio. Sí, es cierto, imponer el orden a palos despierta miedo y puede reencaminar descarriados, pero la injusticia también deja un lastre de bronca en los gurises de la esquina, en los familiares y en los vecinos del barrio. Sedimento que a veces explota. Sobre todo cuando se producen episodios como el asesinato de Sergio Lemos en Santa Catalina a manos de un policía. En segundo lugar, en los muchachos que 'salen de caño' se desarrolla un sentimiento grupal -todavía no es masivo- se siente que la vida va perdiendo significado, que se desvaloriza, que matar pasa a ser un motivo de orgullo y desaparece el valor de respetar la vida ajena. El grupo siente el repudio de los suyos -que valorizan la vida por encima del matar- pero su aislamiento de los vecinos fortalece su espíritu de cuerpo, un fenómeno similar al que ocurre en las filas cuerpos militares y policiales. Pierden su identidad de clase, de sentirte parte de los que nacieron en la pobreza, de los vecinos de la zona, de los que 'paran' en otras esquinas. Cuando la pérdida de identidad se completa, son capaces de a asesinar con 28 balazos a uno de los que eran suyos, como hicieron con Maicol Fernández en Santa Catalina o con el que llevaba la camiseta de un cuadro rival como pasó en Punta Rieles. La solución que el gobierno propone solamente agrava el problema social y crea las condiciones para el agravamiento de la violencia en los delitos contra la propiedad. Cada día se perfeccionan los cuerpos policiales, sus técnicas y sus instrumentos y el Ministerio del Interior se ha enredado en una espiral de violencia institucionalizada. Es grotesca la creencia de que el mundo se arregla a fuerza de represión...algunos gobernantes debieran leer con mayor atención su propia historia. Sus ideas 'progresistas' podrían hacerlos reflexionar si no estarán cultivando reacciones populares mucho más masivas que las protagonizadas por pequeños grupos de muchachos de la esquina...¿o piensa, el señor Ministro, que resolverá la situación de inseguridad encarcelando a miles y matando a cientos?
Uno analiza en concreto su experiencia local y provinciana, pero no puede evitar preguntar algunas preguntas más generales: los sin futuro que viven en los barrios Saint Denis de París o de Anderlech y Molenbeek en Bruselas ¿no sufrirán fenómenos parecidos a sus semejantes de los barrios demonizados de Montevideo? ¿No será que les llega el mensaje yihadista cuando se encuentran frente al túnel sin salida? ¿No será que perdieron sus expectivas en las 'oportunidades' que le ofrece el capitalismo europeo... y eligen matar o morir? ¿No será que el fundamentalismo religioso es la alternativa al “me matan si no trabajo y si trabajo me matan”? Tal vez, con la misma lógica del ministro Eduardo Bonomi, los analistas europeos prefieren evitar las causas sociales que condicionan a esa juventud que se vuelca a la yihad en sus ciudades natales, los centros de mayor desarrollo del capitalismo. Es más sencillo razonar en términos de “Europa atacada desde afuera” que analizar las condiciones sociales que vive la juventud europea que no es rubia y de ojos azules.
Implicaria abandonar el pensamiento eurocéntrico, racista desde el tiempo de la Cruzadas, y entrar a analizar en términos de lucha de clases. Me huele a aquello de que cuanto más se oscurece la salida del túnel y mayor es la represión, más se mutiplican los oídos receptivos. Puede ser que todo lo anterior sea pura especulación de un viejo intelectual pero... no sé.
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