martes, 18 de julio de 2017

Un trabajo clave sobre la economía uruguaya




Enviado por Willam Yohai


12 Julio 2017 | Por: Rodrigo Alonso*

En la actualidad, las valoraciones en torno a la situación económica del Uruguay oscilan entre una visión optimista que destaca que se han logrado controlar los efectos más negativos de la crisis internacional y el país ha mantenido niveles de crecimiento en un marco de estancamiento económico regional; y por otra parte una valoración más negativa que señala que, en tanto no se ha transformado la matriz productiva, ni el tipo de inserción internacional de la economía uruguaya, ni se han alterado las relaciones de poder y propiedad de la estructura económica nacional, el Uruguay sigue reproduciendo desigualdades y continúa a la merced de las crisis recurrentes propias de la globalización capitalista. ¿Cuál es su diagnóstico de la situación económica del Uruguay actual?

Rodrigo Alonso: La economía uruguaya se encuentra en un punto de inflexión o de transición hacía una suerte de estado enlentecimiento o meseta luego de uno de los períodos de mayor crecimiento de su historia y como consecuencia de ello comienza a mostrar sus límites y sus caras menos amables. Para entender por qué, es necesario introducir algunas ideas sobre el comportamiento general de la economía uruguaya.

La dinámica del capitalismo en Uruguay por su forma particular de inserción económica internacional se basa en el uso de los flujos extraordinarios de renta agraria que recibimos a cambio de nuestras exportaciones para compensar una estructura de capitales básicamente ineficiente cuya productividad media es alrededor de un tercio de la de los países capitalistas más avanzados. El mecanismo por el cual esta compensación se hizo efectiva la última década de renta alta (período progresista) ha sido la sobrevaluación cambiaria, esto es, un dólar barato. Un peso alto (o dólar barato) afecta al exportador-terrateniente y beneficia la acumulación interna por medio del abaratamiento de medios de producción y bienes salario importados. Ese movimiento es la condición de posibilidad fundamental del dinamismo económico y la agregación “tranquila” de intereses contrapuestos de la última década. Sin ese flujo de renta creciente probablemente hoy no estaríamos hablando del “ciclo progresista” en América Latina y el Frente Amplio no hubiese ganado tres veces con mayorías parlamentarias. Es natural que el elenco político que gestionó la economía uruguaya pretenda cobrar los créditos del 5% de crecimiento anual de la última década, pero lo cierto que el crecimiento económico en lo fundamental no depende de gobiernos o gestores y en el extremo ni siquiera de la política macroeconómica. Esta última básicamente administra tendencias y en eso influye tangencialmente en ellas pero no las crea ni las explica. Administra mareas, y esas mareas están dadas por el movimiento general que asume el capital en un país rentista de la periferia[1].

La situación económica actual está pautada por el hecho de que a partir de 2014 entramos en una fase de estancamiento y retroceso de la renta que se hace visible en la caída del precio de las materias primas. Es de esperar entonces un periodo de menor dinamismo en la acumulación y de la puesta en marcha de otros dispositivos de compensación para el precario capitalismo uruguayo. Ahí aparece en el horizonte la necesidad de un nuevo ciclo de endeudamiento externo. Las preocupaciones por el déficit fiscal y en consecuencia por la nota de la deuda uruguaya van en el sentido de preservar crédito barato para el país. Por otra parte, los flujos de inversión extranjera ahora se vuelven más necesarios para mantener la acumulación en marcha por lo que son previsibles mayores incentivos.

Contraer deuda permite comprar tiempo a cambio de trabajo futuro, es una forma de patear contradicciones hacia adelante a base de incrementarlas. Pero de no recuperarse el flujo de renta nuestra economía debe echar mano a la depreciación de la fuerza de trabajo como nuevo elemento compensador de su rezago productivo. De la mano de esto comienza a subir el desempleo, tal como está ocurriendo, manifestando que ya se está incrementado la cantidad de uruguayos que le sobran al capital lo que pone a los trabajadores sobre una incómoda pero real disyuntiva entre salarios y puestos de trabajo debilitando su capacidad de negociación. En este nuevo escenario todo gasto que no contribuya a la acumulación comienza a estorbar. Los recursos públicos orientados a la sobrevivencia de la población estructuralmente sobrante se ponen en cuestión. El frente pro-ajuste comienza a cobrar fuerza social y política.

El saldo que queda luego de uno de los períodos de mayor crecimiento de la historia tampoco es excepcional. La economía uruguaya tiene casi un 8,5% de desempleados con fuerte sesgo juvenil y femenino, uno de cada cuatro jóvenes entre 14 y 25 años está desempleado y si solo tomamos en cuenta a las mujeres, tenemos que casi una de cada tres jóvenes uruguayas de entre 14 a 25 años busca y no encuentra trabajo[2]. Estos datos no tienen en cuenta aquellas personas que ya han desistido de la búsqueda laboral por lo que la masa de gente sobrando es aún mayor, aún sin considerar aquellas personas que se “autoemplean” en actividades informales de venta minorista, como cuidacoches u otros servicios precarios, o viven de la mendicidad.

La pobreza general por su parte está en el entorno del 10%, siendo crítica en los niños menores de 6 años, donde en Montevideo, casi un tercio vive en hogares pobres[3].  

Los famosos “equilibrios macroeconómicos” de la última década, además del alto flujo de renta, descansan sobre el hecho de que la mitad de la fuerza laboral del país gana menos de 600 dólares mensuales[4]. Esto no es una invención propia. Lo dice todo el tiempo el Ejecutivo cuando advierte que subas salariales superiores a las pautadas traerían consecuencias inflacionarias indeseadas. Es decir, en uno de los mejores momentos del capitalismo uruguayo aún le sobra gente, sobre todo mujeres jóvenes, tiene graves niveles de pobreza infantil y sostiene sus equilibrios sobre la base de casi la mitad de su fuerza de trabajo ganando menos de 600 dólares.

En este punto se podrá decir que en los 90s se estaba mucho peor y mostrar una serie de indicadores que lo atestiguan. Y sería cierto. Sin embargo, tiene poco sentido comparar una fase económica con escasez de flujo de renta e inversión extranjera como los 90s con una fase de niveles históricos de esas dos variables. Si se trata de hacer comparaciones sería más fértil comparar lo que tenemos con lo que podríamos tener si el 62% de la riqueza total que hoy está en manos del 10%[5] de la población fuera un activo social común o si el 40% del total del ingreso que hoy es apropiado por el 10%[6] más rico estuviese equitativamente distribuido.


HI: Desde los sectores más críticos, se señala que en un marco de depreciación de los productos primarios que el Uruguay exporta, y sin una alteración de la estructura de poder y propiedad de la economía interna, el escenario en el mediano plazo es el de un ajuste sobre los sectores trabajadores con consecuencias de desempleo y marginación. ¿Qué piensa de esta proyección? ¿Cuáles son los escenarios que cabe esperar en el corto y mediano plazo? ¿Qué lineamientos de política económica habría que llevar adelante para afrontarlos?

RA: Sin recomposición relevante del flujo de renta tarde o temprano habrá ajuste, pero sobre todo habrá un asentamiento de un capitalismo que estructuralmente asumirá rasgos más regresivos. A medida que aumenta la escala de la acumulación mundial y se amplía la brecha de productividad que nos separa de otros espacios de acumulación, es necesario un flujo cada vez mayor de renta para sostener nuestra economía. Si este flujo no crece al ritmo necesario o directamente cae, en primer lugar quienes administran empiezan a comprar tiempo captando flujos de deuda, cuando esto ya no da para más lo previsible es el inicio el deterioro del tejido económico nacional con capitales que perecen, estancamiento o retroceso de los salarios y el incremento de la población obrera sobrante. Las bienintencionadas propuestas de “blindar” derechos formalizándolos en leyes u otros mecanismos por el estilo no serán suficientes para garantizarlos porque un marco legal es incapaz de resistir el empuje de una necesidad orgánica del patrón de acumulación.   

Al momento, las respuestas a esta deriva que se colocan desde algunos sectores de izquierda ponen el foco en el fomento de la demanda agregada (ampliar poder adquisitivo de los salarios y promover la inversión pública) como forma de sostener la economía. Una suerte de keynesianismo periférico a ser financiado con el incremento de algunos impuestos al capital. A mi juicio, este tipo de medidas, en una fase de renta del suelo baja, solo es posible en el marco de continuar con el ciclo de endeudamiento y por tanto apenas si nos permiten ganar un poco de tiempo al precio de incrementar el tamaño del ajuste antipopular necesario. En Sudamérica, sin boom de materias primas, carecemos de la materialidad necesaria para que sea viable un capitalismo virtuoso de inspiración cepalina. Intervenciones desde la política que van en contra de lo que el capital efectivamente requiere pero que tampoco avanzan sobre él, tienden a caotizarlo. Por otro lado, la posibilidad de avanzar por la vía impositiva sobre el capital tiene límites inmediatos, porque como veíamos, el capital en Uruguay precisa diferentes mecanismos de compensación para continuarse reproduciendo, entre ellos las exoneraciones o la baja carga impositiva. No es que no haya margen de acción por ese lado, sino que es poco y no resuelve el problema de fondo.

Varios de los ejes de lucha que hoy en día desarrollamos (lucha presupuestal, salarial, etc.) son de carácter inmediato y en el caso hipotético de triunfar nos pueden permitir evitar retrocesos en el corto plazo pero en el mediano trasladan el problema a otro ámbito (déficit fiscal y deuda; o inflación), por tanto no resuelven la contradicción sino que a lo sumo la postergan y la trasladan de lugar.  Si solo damos peleas de registro táctico e inmediato podemos avanzar en organización y confianza y evitar retrocesos, pero debemos ser conscientes que con ello vamos a estar desordenando el metabolismo del capital y por tanto aumentando la necesidad del ajuste posterior. Es imperioso profundizar el debate sobre los límites del capitalismo en Uruguay.

Por otra parte, aparecen expresiones políticas que ponen el foco en el extractivismo como el problema central. En el corto y mediano plazo es inviable que Uruguay renuncie a los dólares que resultan de sus exportaciones primarias, por lo que lo que se llama “extractivismo” continuará siendo una realidad que se impone por la fuerza de la actual división internacional del trabajo. Oponer a ello una propuesta basada en la pequeña propiedad semi artesanal sería insostenible política y económicamente.

El problema planteado es cómo le oponemos a la deriva del capital un proyecto de base productiva capaz de sostener un país con su gente adentro. Esto no se resuelve en el campo de la política económica. En última instancia la llave maestra de la cuestión económica está en la agenda dura de la política: el problema del poder, la propiedad y la matriz productiva. No es un asunto de tecnócratas o gestores.

La forma de reproducción de la economía uruguaya contiene en si misma su propio límite. Al dinamizar la acumulación cambiando renta del suelo por bienes importados abaratados a través de un dólar bajo se inhiben las posibilidades del desarrollo de sectores productivos capaces de competir internacionalmente. Lo que dinamiza al capitalismo uruguayo al mismo tiempo lo confina a reproducir su matriz productiva. Es un problema congénito del cual solo puede salirse con una redefinición del poder político de clase que sea capaz de apropiarse de la renta del suelo y ponerla al servicio de sectores con capacidad de una inserción sostenible a escala mundial, algo que es solo posible en el marco de la agregación de una escala continental, por lo que la integración regional es fundamental. La llave entonces para un proyecto sostenible está en utilizar los flujos de renta y lo que hoy se dilapida en consumo suntuario por parte de las élites como un fondo de acumulación productiva a escala continental, lo que hace necesario pensar la política más allá del propio Uruguay.   

En el mediano plazo y en un plano más concreto aparecen algunos frentes específicos sobre los que intervenir con propuestas de fondo. A modo de ejemplo: el problema del poder adquisitivo de los salarios requiere un Plan de Abastecimiento Nacional que asegure el suministro efectivo de los bienes salario que componen la canasta de consumo de los trabajadores; la política inmobiliaria actual (o mejor dicho su ausencia) implica un enorme problema de acceso a la vivienda pero también es de las mayores fuentes de transferencia regresiva de recursos de trabajadores a propietarios a través del flujo de alquileres. En este plano se requiere una estrategia que vaya más allá del control de precios para garantizar el acceso a la vivienda. En general, los diferentes frentes posibles deben ser abordados desde la introducción de niveles de planificación económica que le disputen al mercado la conducción del metabolismo económico. Esto es, una política transversal de desmercantilización de la economía que tenga como punto de apoyo la planificación del Estado en articulación con espacios de poder popular organizado.      

En el horizonte se visualiza un período de enlentecimiento o meseta de la acumulación, que pautará el ingreso del capital a una fase más regresiva, incrementando tensiones que probablemente se arrastrarán hasta hacerse insostenibles. Llegado ese punto la ofensiva del capital será abierta sobre los salarios y el gasto del Estado orientado al salario indirecto y la contención de la población sobrante. En ese lapso hay que construir las capacidades políticas para contraponer a la crisis del capital una perspectiva socializante capaz de avanzar sobre su metabolismo.  

Norbert Lechner decía que “crear un orden es una forma de crear continuidad”; del mismo modo podríamos decir que crear continuidad es dar sentido a un orden.  La promesa que nos sitúa rumbo a un capitalimo primermundista es el gran metarrelato que se ha cultivado en Uruguay y que en este nuevo escenario empieza a desgajarse. De seguir por este rumbo en el horizonte no está escandinavia sino otro 2002 a resolverse con confiscación salarial y expulsión de más uruguayxs del país o del modelo, seguido de la canonización impostada de nuevos Batlles y Atchugarrys como símbolos de la concordia nacional. 

La realidad nos golpea la puerta ante la caída del flujo de renta y nos enfrenta al hecho de que desde la crisis del neo-batllismo en adelante, el Uruguay progresista ha sido la excepción y no la regla. Son necesarias altas dosis de realismo para comprender que el “capitalismo como la gente” en el largo plazo tiende a desfondarse, porque hacia ahí vamos.


* Rodrigo Alonso es economista e integrante del Comité Editorial de Hemisferio Izquierdo.


Notas 

[1] Esta perspectiva con centralidad en la renta agraria fue desarrollada inicialmente por el economista argentino Juan Iñigo Carrera. Por un mayor desarrollo de la misma ver entrevista a Juan Iñigo Carrera realizada por Hemisferio Izquierdo  https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2017/04/17/%E2%80%9CNo-son-dos-modelos-contrapuestos-sino-dos-caras-de-una-misma-moneda%E2%80%9D-con-Juan-I%C3%B1igo-Carrera-a-prop%C3%B3sito-de-los-ciclos-pol%C3%ADticos-en-Am%C3%A9rica-Latina o entrevista a Gabriel Oyhantcabal en el semanario Brecha http://brecha.com.uy/una-sociedad-base-agraria/.

[2] INE

[3] INE

[4] En base a documento sobre “quincemilpesistas” del Instituto Cuesta Duarte. 


[6] Instituto de Economía de la Universidad de la República



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