Enviado por Willam Yohai
12 Julio 2017 | Por: Rodrigo Alonso*
En la actualidad, las valoraciones en torno a la situación económica del Uruguay oscilan entre una visión optimista que destaca que se han logrado controlar los efectos más negativos de la crisis internacional y el país ha mantenido niveles de crecimiento en un marco de estancamiento económico regional; y por otra parte una valoración más negativa que señala que, en tanto no se ha transformado la matriz productiva, ni el tipo de inserción internacional de la economía uruguaya, ni se han alterado las relaciones de poder y propiedad de la estructura económica nacional, el Uruguay sigue reproduciendo desigualdades y continúa a la merced de las crisis recurrentes propias de la globalización capitalista. ¿Cuál es su diagnóstico de la situación económica del Uruguay actual?
Rodrigo Alonso: La
economía uruguaya se encuentra en un punto de inflexión o de transición
hacía una suerte de estado enlentecimiento o meseta luego de uno de los
períodos de mayor crecimiento de su historia y como consecuencia de
ello comienza a mostrar sus límites y sus caras menos amables. Para
entender por qué, es necesario introducir algunas ideas sobre el
comportamiento general de la economía uruguaya.
La
dinámica del capitalismo en Uruguay por su forma particular de
inserción económica internacional se basa en el uso de los flujos
extraordinarios de renta agraria que recibimos a cambio de nuestras
exportaciones para compensar una estructura de capitales básicamente
ineficiente cuya productividad media es alrededor de un tercio de la de
los países capitalistas más avanzados. El mecanismo por el cual esta
compensación se hizo efectiva la última década de renta alta (período
progresista) ha sido la sobrevaluación cambiaria, esto es, un dólar
barato. Un peso alto (o dólar barato) afecta al exportador-terrateniente
y beneficia la acumulación interna por medio del abaratamiento de
medios de producción y bienes salario importados. Ese movimiento es la
condición de posibilidad fundamental del dinamismo económico y la
agregación “tranquila” de intereses contrapuestos de la última década.
Sin ese flujo de renta creciente probablemente hoy no estaríamos
hablando del “ciclo progresista” en América Latina y el Frente Amplio no
hubiese ganado tres veces con mayorías parlamentarias. Es natural que
el elenco político que gestionó la economía uruguaya pretenda cobrar los
créditos del 5% de crecimiento anual de la última década, pero lo
cierto que el crecimiento económico en lo fundamental no depende de
gobiernos o gestores y en el extremo ni siquiera de la política
macroeconómica. Esta última básicamente administra tendencias y en eso
influye tangencialmente en ellas pero no las crea ni las explica.
Administra mareas, y esas mareas están dadas por el movimiento general
que asume
el capital en un país rentista de la periferia[1].
La
situación económica actual está pautada por el hecho de que a partir de
2014 entramos en una fase de estancamiento y retroceso de la renta que
se hace visible en la caída del precio de las materias primas. Es de
esperar entonces un periodo de menor dinamismo en la acumulación y de la
puesta en marcha de otros dispositivos de compensación para el precario
capitalismo uruguayo. Ahí aparece en el horizonte la necesidad de un
nuevo ciclo de endeudamiento externo. Las preocupaciones por el déficit
fiscal y en consecuencia por la nota de la deuda uruguaya van en el
sentido de preservar crédito barato para el país. Por otra parte, los
flujos de inversión extranjera ahora se vuelven más necesarios para
mantener la acumulación en marcha por lo que son previsibles
mayores incentivos.
Contraer
deuda permite comprar tiempo a cambio de trabajo futuro, es una forma
de patear contradicciones hacia adelante a base de incrementarlas. Pero
de no recuperarse el flujo de renta nuestra economía debe echar mano a
la depreciación de la fuerza de trabajo como nuevo elemento compensador
de su rezago productivo. De la mano de esto comienza a subir el
desempleo, tal como está ocurriendo, manifestando que ya se está
incrementado la cantidad de uruguayos que le sobran al capital lo que
pone a los trabajadores sobre una incómoda pero real disyuntiva entre
salarios y puestos de trabajo debilitando su capacidad de negociación.
En este nuevo escenario todo gasto que no contribuya a la acumulación
comienza a estorbar. Los recursos públicos orientados a la sobrevivencia
de la población
estructuralmente sobrante se ponen en cuestión. El frente pro-ajuste
comienza a cobrar fuerza social y política.
El
saldo que queda luego de uno de los períodos de mayor crecimiento de la
historia tampoco es excepcional. La economía uruguaya tiene casi un
8,5% de desempleados con fuerte sesgo juvenil y femenino, uno de cada
cuatro jóvenes entre 14 y 25 años está desempleado y si solo tomamos en
cuenta a las mujeres, tenemos que casi una de cada tres jóvenes
uruguayas de entre 14 a 25 años busca y no encuentra trabajo[2]. Estos
datos no tienen en cuenta aquellas personas que ya han desistido de la
búsqueda laboral por lo que la masa de gente sobrando es aún mayor, aún
sin considerar aquellas personas que se “autoemplean” en actividades
informales de venta minorista, como cuidacoches u otros servicios
precarios, o viven de la mendicidad.
La
pobreza general por su parte está en el entorno del 10%, siendo crítica
en los niños menores de 6 años, donde en Montevideo, casi un tercio
vive en hogares pobres[3].
Los
famosos “equilibrios macroeconómicos” de la última década, además del
alto flujo de renta, descansan sobre el hecho de que la mitad de la
fuerza laboral del país gana menos de 600 dólares mensuales[4]. Esto no
es una invención propia. Lo dice todo el tiempo el Ejecutivo cuando
advierte que subas salariales superiores a las pautadas traerían
consecuencias inflacionarias indeseadas. Es decir, en uno de los mejores
momentos del capitalismo uruguayo aún le sobra gente, sobre todo
mujeres jóvenes, tiene graves niveles de pobreza infantil y sostiene sus
equilibrios sobre la base de casi la mitad de su fuerza de trabajo
ganando menos de 600 dólares.
En
este punto se podrá decir que en los 90s se estaba mucho peor y mostrar
una serie de indicadores que lo atestiguan. Y sería cierto. Sin
embargo, tiene poco sentido comparar una fase económica con escasez de
flujo de renta e inversión extranjera como los 90s con una fase de
niveles históricos de esas dos variables. Si se trata de hacer
comparaciones sería más fértil comparar lo que tenemos con lo que
podríamos tener si el 62% de la riqueza total que hoy está en manos del
10%[5] de la población fuera un activo social común o si el 40% del
total del ingreso que hoy es apropiado por el 10%[6] más rico estuviese
equitativamente distribuido.
HI: Desde
los sectores más críticos, se señala que en un marco de depreciación de
los productos primarios que el Uruguay exporta, y sin una alteración de
la estructura de poder y propiedad de la economía interna, el escenario
en el mediano plazo es el de un ajuste sobre los sectores trabajadores
con consecuencias de desempleo y marginación. ¿Qué piensa de esta
proyección? ¿Cuáles son los escenarios que cabe esperar en el corto y
mediano plazo? ¿Qué lineamientos de política económica habría que llevar
adelante para afrontarlos?
RA: Sin
recomposición relevante del flujo de renta tarde o temprano habrá
ajuste, pero sobre todo habrá un asentamiento de un capitalismo que
estructuralmente asumirá rasgos más regresivos. A medida que aumenta la
escala de la acumulación mundial y se amplía la brecha de productividad
que nos separa de otros espacios de acumulación, es necesario un flujo
cada vez mayor de renta para sostener nuestra economía. Si este flujo no
crece al ritmo necesario o directamente cae, en primer lugar quienes
administran empiezan a comprar tiempo captando flujos de deuda, cuando
esto ya no da para más lo previsible es el inicio el deterioro del
tejido económico nacional con capitales que perecen, estancamiento o
retroceso de los salarios y el
incremento de la población obrera sobrante. Las bienintencionadas
propuestas de “blindar” derechos formalizándolos en leyes u otros
mecanismos por el estilo no serán suficientes para garantizarlos porque
un marco legal es incapaz de resistir el empuje de una necesidad
orgánica del patrón de acumulación.
Al
momento, las respuestas a esta deriva que se colocan desde algunos
sectores de izquierda ponen el foco en el fomento de la demanda agregada
(ampliar poder adquisitivo de los salarios y promover la inversión
pública) como forma de sostener la economía. Una suerte de keynesianismo
periférico a ser financiado con el incremento de algunos impuestos al
capital. A mi juicio, este tipo de medidas, en una fase de renta del
suelo baja, solo es posible en el marco de continuar con el ciclo de
endeudamiento y por tanto apenas si nos permiten ganar un poco de tiempo
al precio de incrementar el tamaño del ajuste antipopular necesario. En
Sudamérica, sin boom de materias primas, carecemos de la materialidad
necesaria para que sea viable un capitalismo virtuoso de inspiración
cepalina. Intervenciones desde la
política que van en contra de lo que el capital efectivamente requiere
pero que tampoco avanzan sobre él, tienden a caotizarlo. Por otro lado,
la posibilidad de avanzar por la vía impositiva sobre el capital tiene
límites inmediatos, porque como veíamos, el capital en Uruguay precisa
diferentes mecanismos de compensación para continuarse reproduciendo,
entre ellos las exoneraciones o la baja carga impositiva. No es que no
haya margen de acción por ese lado, sino que es poco y no resuelve el
problema de fondo.
Varios
de los ejes de lucha que hoy en día desarrollamos (lucha presupuestal,
salarial, etc.) son de carácter inmediato y en el caso hipotético de
triunfar nos pueden permitir evitar retrocesos en el corto plazo pero
en el mediano trasladan el problema a otro ámbito (déficit fiscal y
deuda; o inflación), por tanto no resuelven la contradicción sino que a
lo sumo la postergan y la trasladan de lugar. Si solo damos peleas de
registro táctico e inmediato podemos avanzar en organización y confianza
y evitar retrocesos, pero debemos ser conscientes que con ello vamos a
estar desordenando el metabolismo del capital y por tanto aumentando la
necesidad del ajuste posterior. Es imperioso profundizar el debate sobre
los límites del capitalismo en
Uruguay.
Por
otra parte, aparecen expresiones políticas que ponen el foco en el
extractivismo como el problema central. En el corto y mediano plazo es
inviable que Uruguay renuncie a los dólares que resultan de sus
exportaciones primarias, por lo que lo que se llama “extractivismo”
continuará siendo una realidad que se impone por la fuerza de la actual
división internacional del trabajo. Oponer a ello una propuesta basada
en la pequeña propiedad semi artesanal sería insostenible política y
económicamente.
El
problema planteado es cómo le oponemos a la deriva del capital un
proyecto de base productiva capaz de sostener un país con su gente
adentro. Esto no se resuelve en el campo de la política económica. En
última instancia la llave maestra de la cuestión económica está en la
agenda dura de la política: el problema del poder, la propiedad y la
matriz productiva. No es un asunto de tecnócratas o gestores.
La
forma de reproducción de la economía uruguaya contiene en si misma su
propio límite. Al dinamizar la acumulación cambiando renta del suelo por
bienes importados abaratados a través de un dólar bajo se inhiben las
posibilidades del desarrollo de sectores productivos capaces de competir
internacionalmente. Lo que dinamiza al capitalismo uruguayo al mismo
tiempo lo confina a reproducir su matriz productiva. Es un problema
congénito del cual solo puede salirse con una redefinición del poder
político de clase que sea capaz de apropiarse de la renta del suelo y
ponerla al servicio de sectores con capacidad de una inserción
sostenible a escala mundial, algo que es solo posible en el marco de la
agregación de una escala continental, por lo que la integración regional
es
fundamental. La llave entonces para un proyecto sostenible está en
utilizar los flujos de renta y lo que hoy se dilapida en consumo
suntuario por parte de las élites como un fondo de acumulación
productiva a escala continental, lo que hace necesario pensar la
política más allá del propio Uruguay.
En
el mediano plazo y en un plano más concreto aparecen algunos frentes
específicos sobre los que intervenir con propuestas de fondo. A modo de
ejemplo: el problema del poder adquisitivo de los salarios requiere un
Plan de Abastecimiento Nacional que asegure el suministro efectivo de
los bienes salario que componen la canasta de consumo de los
trabajadores; la política inmobiliaria actual (o mejor dicho su
ausencia) implica un enorme problema de acceso a la vivienda pero
también es de las mayores fuentes de transferencia regresiva de recursos
de trabajadores a propietarios a través del flujo de alquileres. En
este plano se requiere una estrategia que vaya más allá del control de
precios para garantizar el acceso a la vivienda. En general, los
diferentes frentes posibles deben ser abordados desde la
introducción de niveles de planificación económica que le disputen al
mercado la conducción del metabolismo económico. Esto es, una política
transversal de desmercantilización de la economía que tenga como punto
de apoyo la planificación del Estado en articulación con espacios de
poder popular organizado.
En
el horizonte se visualiza un período de enlentecimiento o meseta de la
acumulación, que pautará el ingreso del capital a una fase más
regresiva, incrementando tensiones que probablemente se arrastrarán
hasta hacerse insostenibles. Llegado ese punto la ofensiva del capital
será abierta sobre los salarios y el gasto del Estado orientado al
salario indirecto y la contención de la población sobrante. En ese lapso
hay que construir las capacidades políticas para contraponer a la
crisis del capital una perspectiva socializante capaz de avanzar sobre
su metabolismo.
Norbert
Lechner decía que “crear un orden es una forma de crear continuidad”;
del mismo modo podríamos decir que crear continuidad es dar sentido a un
orden. La promesa que nos sitúa rumbo a un capitalimo primermundista
es el gran metarrelato que se ha cultivado en Uruguay y que en este
nuevo escenario empieza a desgajarse. De seguir por este rumbo en el
horizonte no está escandinavia sino otro 2002 a resolverse con
confiscación salarial y expulsión de más uruguayxs del país o del
modelo, seguido de la canonización impostada de nuevos Batlles y
Atchugarrys como símbolos de la concordia nacional.
La
realidad nos golpea la puerta ante la caída del flujo de renta y nos
enfrenta al hecho de que desde la crisis del neo-batllismo en adelante,
el Uruguay progresista ha sido la excepción y no la regla. Son
necesarias altas dosis de realismo para comprender que el “capitalismo
como la gente” en el largo plazo tiende a desfondarse, porque hacia ahí
vamos.
* Rodrigo Alonso es economista e integrante del Comité Editorial de Hemisferio Izquierdo.
Notas
[1]
Esta perspectiva con centralidad en la renta agraria fue desarrollada
inicialmente por el economista argentino Juan Iñigo Carrera. Por un
mayor desarrollo de la misma ver entrevista a Juan Iñigo Carrera
realizada por Hemisferio Izquierdo https://www.hemisfe rioizquierdo.uy/single-post/ 2017/04/17/%E2%80%9CNo-son- dos-modelos-contrapuestos-sino -dos-caras-de-una-misma-moneda %E2%80%9D-con-Juan-I%C3%B1igo- Carrera-a-prop%C3%B3sito-de- los-ciclos-pol%C3%ADticos-en- Am%C3%A9rica-Latina o entrevista a Gabriel Oyhantcabal en el semanario Brecha http://brecha.com.uy/ una-sociedad-base-agraria/.
[2] INE
[3] INE
[4] En base a documento sobre “quincemilpesistas” del Instituto Cuesta Duarte.
[5] Ver tesis de grado de Mauricio de Rosa: https://es.scribd.com/do cument/337999723/Tesis-Maurici o-de-Rosa-Distribucion-de-La- Riqueza-en-Uruguay
[6] Instituto de Economía de la Universidad de la República
0 comentarios:
Publicar un comentario
No ponga reclame, será borrado