MARIÁNGEL SOLOMITA
sábado, 07 abril 2018
La comunidad de la calle
Hay 556 personas que duermen a la intemperie en la capital. Muchas no logran adherir a los servicios de las instituciones que lidian con la pobreza. Cada tanto hay vecinos que intentan sacarlos de la calle, pero casi nunca funciona. ¿Quiénes son y cómo trabajan para no dejarlos solos?
El vecino
más popular de Ciudad Vieja resulta ser uno que no tiene hogar. En 25 de
Mayo y Juan Carlos Gómez el que manda es Víctor Hugo Andrade: el
indigente que es artista o el artista que es indigente. En la zona,
llena de estudios de arte, aseguran que es el pintor más vendido del
país. Expuso en galerías de Montevideo y de Maldonado pero vende sus
obras por menos de $ 500. Él piensa que hay muchos que están esperando a
que muera para que sus cuadros "valgan algo". En la cuadra cuentan que
paran "autos carísimos" y se llevan sus obras, pintadas con lo que sea
—incluso ácido de pilas para lograr el color negro— y sobre lo que sea.
Víctor usa como lienzos los desechos que la gente tira en el contenedor.
Esta
mañana luce radiante. Sale de su "casa cueva" y advierte que está sucio.
En los dedos sostiene un lápiz tan chico que se le escurre. Entre los
tablones que conforman su hogar desde hace cuatro años, una pintura de
la "muger marabiya" está fresca y busca dueño. Es la primera producción
del día y su venta, que rondará los $ 400, pagará las comidas de la
jornada. Y quizás alguna dosis de pasta base.
Conversar
con Víctor es un entrenamiento para la paciencia. Los saludos con beso y
abrazo de los vecinos y los bocinazos cómplices ocurren cada pocos
minutos. Lo interrumpen hasta para pedirle plata. Y a él, que vive en la
calle desde hace 22 años, que llegó caminando a Ciudad Vieja a los 12,
no le cuesta nada dar la única moneda que tiene en el bolsillo.
Entonces, ¿los vecinos son amigos?
—Buena
pregunta. Hoy en día algunos fingen ser mis amigos. No me lo dicen de
frente pero hablan entre ellos. Les molesta que yo esté en la calle
—dice.
Cree que
están enojados porque unos meses atrás un grupo de conocidos intentó
rescatarlo de la calle pero él no pudo salir. Ante la insistencia de la
Intendencia de Montevideo (IM) para que saliera de la vía pública, una
vecina lo alojó en su casa y junto a otras lo llevó al Hospital Maciel
para tratar su adicción. Durante algunas semanas asistió a las reuniones
del grupo de adicciones y comenzó un tratamiento con una psiquiatra.
Las vecinas se encargaron de administrarle los fármacos, pero cuando
Víctor tenía hora para planificar una internación y desintoxicar el
cuerpo, faltó. ¿Por qué? Él dice que las pastillas lo tenían "dopado
todo el día". También abrieron una cuenta en Abitab para recibir
donaciones y subastaron tres de sus obras por internet. Hubo una puja
reñida por El bandoneón blanco, que se vendió al mejor postor por
$ 10.100. Con ese dinero lo llevaron al dentista, le hicieron una
prótesis y le pagaron casi tres meses de estadía en una pensión.
Pero el
plan se desmoronó. Durante una crisis lo echaron de la pensión, dejó de
tomar la medicación y se peleó con algunos de quienes lo ayudaron.
En el
intento por comprender qué salió mal, cuadra una reflexión de Juan
Triaca, director de Salud Mental de ASSE (y exdirector del Portal
Amarillo): "Si nadie me cuidó nunca, yo no aprendí a cuidarme. Todo
tiene que ver con todo en la salud mental".
Víctor
creció en una casa cuna. De su madre solo sabe que se llamó Carmelita
Andrade. De su infancia recuerda los viajes que hacía con su madrastra
al Chuy. Iban en La Onda, por eso ese ómnibus fue lo primero que empezó a
dibujar.
Giovanna
Facchinelli, la vecina que lo recibió en su casa, piensa que "está tan
dañado que no supo qué hacer con el amor. No supo cómo resolverlo". Otra
amiga de Víctor, que le lleva remedios, frazadas y suele invitarlo a
comer con su familia, considera que el asunto podría ser otro: "Le
dijimos que teníamos plata de la subasta para que se pagara una pensión,
pero nunca buscó otra. Ahí me di cuenta de que la idea de que saliera
de la calle era más nuestra que suya".
Sin tregua.
Tres semanas atrás, entrevistada en el programa de TNU Cambiando de aire,
Ana Olivera, subsecretaria del Ministerio de Desarrollo Social (Mides),
lamentó: "Muchas veces no tenemos la oportunidad de plantear qué es lo
que está pasando y qué es lo que se está haciendo". Para este informe se
esperó durante más de dos meses una entrevista con Olivera. No la
concedió, a pesar de que desde la Junta Nacional de Drogas (JND),
comentaron que el Mides estaría a punto de lanzar una nueva propuesta
para la población en calle.
Por
otro lado, en mayo se cumplirá un año desde que se lanzó la tercera fase
del Plan de Emergencia. Con esto se pretende combatir el núcleo duro de
la pobreza, de la que no pueden salir los muchos Víctor que no logran
aprovechar lo que les dan las instituciones. Tampoco se pudo saber el
avance de este plan.
Según
el último censo que publicó el Mides en 2016, la población que vive en
las calles de Montevideo aumentó 52,6% respecto a 2011. De ese total, el
26,3% no va a los refugios y duerme a la intemperie. Son 556. En el 94%
de los casos, son hombres. Más de la mitad dijo haber vivido en una
institución (cárceles, hogares de protección, centros de reclusión de
menores y psiquiátricos).
Para
este censo, el 55% aseguró que los vecinos y los familiares que les
quedan les dan apoyo. La amiga de Víctor cuenta que él tiene "una red de
ayuda paraestatal" en el barrio. No pasa hambre. Le dan ropa nueva. Y
él no quiere ir a un refugio "porque está acostumbrado a estar solo" y
por miedo a perder su lugar en la cuadra. El problema es cuando vienen
"los tapabocas", es decir los inspectores de la IM que desalojan los
espacios públicos cada día y les tiran sus pertenencias.
Ante un
conflicto, los inspectores pueden llamar a la Policía y aplicar la ley
de faltas, pero, según dice Fabiana Goyeneche, directora de Desarrollo
Social de la IM, "es una medida ineficiente porque vuelven de todas
formas y, además, primero es preferible atender la vulnerabilidad".
Según informó el Poder Judicial, en 2015 hubo solo 426 procedimientos
por ocupación indebida de espacios públicos.
Amigos de la calle.
Cuando
se trata de detectar la pobreza feroz, Montevideo puede ser grande, y la
articulación entre servicios es la forma de abarcarla. Por eso Mides
coordina la mesa de acción Intercalle, de la que forman parte la IM, el
INAU, ASSE, el Banco de Previsión Social (BPS), los ministerios de
Vivienda, Salud, Interior y Defensa, la Secretaría Nacional de Drogas y
el Poder Judicial. Pero, ¿es posible sacar de la calle a quienes llevan
tantos años viviendo en ella?
La
Unidad Móvil de Asistencia (UMA) se apronta para salir en busca de
aquellos que no se acercan a pedir ayuda. Junto a Aleros —que atiende a
113 personas que aún viven en barrios y todavía no están en situación de
calle— es uno de los dos programas que ofrece la Junta Nacional de
Drogas (JND) para tratar a quienes duermen afuera y a quienes tienen una
o varias adicciones. Diego Olivera, secretario de la JND, explica que
85% de sus usuarios son hombres entre 35 y 50 años, alcohólicos y
dependientes de la pasta base.
Desde
hace cuatro años, cada día de la semana, cuando el sol se va, la UMA
visita un punto y en la tarde del miércoles le toca a AFE, una zona que
está en construcción. Erigir un lugar de encuentro con quienes viven al
margen es un trabajo arduo y delicado. Es un lazo de cristal que un paso
en falso podría romper. El equipo lo conforman una médica, una
asistente social, un psicólogo, un educador y un policía comunitario que
no lleva uniforme y es el chofer.
Una vez
que estacionan sobre Julio Herrera y Obes y Galicia, comienzan a
recorrer la zona en duplas. En un buen día de trabajo se realizan
exámenes de VIH y sífilis, se toma la presión, se hacen curaciones, se
coordina para asistir al médico o a un refugio, sacar el carné de salud,
la cédula de identidad —que muchos pierden cuando son desalojados por
la IM— o se tramita una pensión por discapacidad en el BPS.
Este
equipo conoce a Víctor. Incluso, uno de sus miembros participó en el
intento de rescate. ¿Con qué expectativas se hace este trabajo? Pilar
Ubilla, médica, y Luis González, coordinador del área de tratamientos,
opinan:
—La
abstinencia total es muy difícil. A la gente de la calle le exigimos
cosas que ni nosotros mismos podemos lograr. Una persona excluida tiene
millones de problemas y el consumo es apenas uno más: ni el más ni el
menos importante. La persona que logra internarse puede hacerlo porque
tiene alguna contención de algún tipo, al menos una persona que lo
espera afuera. Nosotros trabajamos con gente que no tiene ni eso, así
que no creemos ni trabajamos desde ese paradigma.
Explican
que cuando se entra en dependencia, cambia la forma de relacionarse con
el entorno familiar, el deseo de trabajar, de cuidar la salud, de vivir
bajo techo. "Eso es lo que encaramos, porque mejorar influye en el
consumo".
En todo caso, a lo que se puede aspirar es a reconstruir el deseo de una vida mejor.
IM dice que desaloja a diario la vía pública, pero al rato vuelve a ocuparse. Foto: A. Colmegna
La reconquista.
"Yo sé
que tengo que ir al médico. Me gustaría dejar de consumir. No soy muy
fanático, no consumo todos los días, es otro el problema. El problema de
raíz es que estoy buscando cómo poder salir de toda mi situación", dice
Víctor.
Virginia
Esmoris, jefa del Servicio de Adicciones del Maciel, centro de
referencia nacional, opina que el primer paso para un tratamiento es
"contar con el deseo de querer construir una vida que valga la pena ser
vivida". Recién entonces se teje la red. Ese deseo, dice, se construye
fuera de los muros, de la mano de los educadores que recorren las calles
y atienden refugios. Con 30 años de experiencia, cree que ahora se está
logrando. "Es muy difícil, pero se puede", coincide Triaca.
En el
ambiente de Esmoris, el marginal se convierte en usuario. Y para
realizar un tratamiento, que suele ser progresivo y organizarse por
etapas, "el usuario tiene que aprender a manejar la frustración, los
tiempos de espera, aceptar los límites y las normas". Lleva tiempo. Por
eso cada tratamiento se hace "a la medida del usuario". En todo esto, es
fundamental si cuenta con algún referente que lo acompañe. Como los
cupos son limitados, el equipo de Esmoris debe ser muy selectivo: apenas
cuenta con cuatro camas.
Aunque
los períodos de internación duran entre siete y 10 días, Fernando
Penone, adjunto a la dirección del Maciel, cuenta que muchos no pueden
sostenerlo y que es común verlos, con circuito y todo, fuera del
hospital trabajando como cuidacoches.
En la
marginalidad, cuidar coches y prostituirse son las fuentes de ingresos
más comunes, incluso para quienes cobran pensiones en el BPS pero no les
alcanzan para pagarse una pensión. Cuidando autos se puede ganar entre $
300 y $ 1.000 por jornada. "No es lo mismo ser pobre que excluido. El
problema es qué se hace con la plata", plantea Luis González. Según una
medición de los ingresos que el Instituto Nacional de Estadística
publicó ayer, la pobreza en hogares bajó un punto con respecto al año
anterior y solo uno de cada mil está en situación de indigencia.
Penone
relata que muchos quieren volver a la calle. "No siguen el tratamiento.
Se fugan porque acá no pueden consumir y regresan cuando recaen. Tenemos
muchos usuarios que son viejos conocidos". Y hay otros que cuando la
enfermedad se agudiza "llegan y quedan internados hasta lograr su
institucionalización". Ese tiempo puede extenderse por meses, porque en
varios casos hace falta recurrir a la Justicia para lograr su ingreso a
centros como el Piñeyro del Campo y el Vilardebó.
Las
acciones parecen alternarse entre el esfuerzo por despertar el deseo de
cambiar esa vida, la solución más práctica para mejorar la situación de
quienes se acostumbraron a ella, y la esperanza de atajar a los que
están en la cornisa.
Con los
ojos puestos en el invierno, la IM prevé utilizar fincas abandonas para
armar espacios donde puedan estar durante el día y, además, sumar más
refugios. También investiga la oxidada normativa de las pensiones para
aplicar cambios que eviten que la población migrante que allí vive —y la
población que solía hospedarse en ellas y ya no puede pagarlas por el
crecimiento de su demanda— no termine en la vereda.
Por
otra parte, Jaime Saavedra, director nacional de Apoyo al Liberado del
Ministerio del Interior, cuenta los días para inaugurar en mayo una
posada que será solución temporaria para 60 hombres y seis mujeres que
no tengan a dónde ir cuando recuperen la libertad. Es la primera medida
que el ministerio propone para lidiar con el porcentaje que grita que el
60% de los que están en calle vienen de un centro de reclusión. "Acá el
criterio para definir quién se gana un lugar es que haya demostrado un
compromiso por dejar la carrera delictiva. Hay un conjunto de indicios
que anticipan quiénes quieren hacerlo. Y estamos decididos a respetar a
rajatabla el compromiso por generar una nueva vida".
Una
nueva vida. En los dos meses que Víctor vivió bajo techo dicen que le
cambió la cara. Volvió a ver por televisión a los superhéroes que pinta.
Tenía un lugar para escuchar su música: la de Stevie Wonder, Michael
Jackson y Jimi Hendrix, a los que retrata cuando no aparece el grupo
ficticio al que llamó "Los Andrade" o el superhéroe "Manguerman", uno
que "no tiene capa pero sí tiene vuelo".
Hay que tener superpoderes para sobrevivir de espaldas a todos.
Apretándose las manos curtidas y manchadas de pintura, dice:
—En la
vida no hay que tenerle lástima a nadie pero la gente pasa y me mira
como diciendo qué desperdicio. Se decepcionaron porque no pude. Pero no
es que no pude, es que no supe cómo.
Según INAU, hay 980 niños con riesgo de vivir en la calle
"A principios de
los 90 había 4.000 niños en la calle. Hoy es una realidad casi
inexistente", asegura Fernando Rodríguez, vicepresidente de INAU. Se
frenó el desplazamiento hacia el Centro, pero persiste la marginalidad
en barrios. Además de una unidad móvil, INAU tiene 24 proyectos que
abarcan a 980 niños con riesgo de vivir en la calle. De esos, 60 viven
en hogares debido al rompimiento de su núcleo familiar. Si hay una madre
con niños en la calle, el Ministerio de Vivienda otorga una casa que
suele ser transitoria. Si el niño solo tiene padre, "no se corta el
vínculo con el referente", pero no puede dormir en un hogar con el
menor. Al igual que el Mides, INAU no tiene una solución para
situaciones de este tipo.
Cómo cambiará las reglas la nueva ley de Salud Mental
"Se necesitan
más cupos, lo sabemos, y en ese sentido va a ayudar la nueva ley, pero
el cambio será sobre todo cultural, porque generará estructuras de
tratamiento próximas a la gente", dice Juan Triaca, director de Salud
Mental de ASSE. Plantea: "Un paciente derivado a una colonia por cinco o
10 años, cuando lo querés dar de alta, ¿cómo lo reinsertás a un barrio
después de todo ese tiempo? Si yo evito la institucionalización, le armo
una estructura cercana a la zona en la que vive, una casa asistida, una
casa de medio camino, un centro diurno y solo lo interno en el hospital
cuando tiene una crisis. Y luego de la crisis lo devuelvo a la
estructura, para que no la repita, que es lo que pasa si lo dejás en el
mismo lugar". La ley prevé que el Vilardebó solo atienda crisis y que
los pacientes no sean derivados a colonias sino a mutualistas,
"integrando a la salud mental en un abordaje terapéutico en un centro
como se atiende un problema reumatológico o cardiológico y no
llevándolos a un lugar aparte".
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