Trump, Xi Jinping, la Amazonia, la 4T y el ecofeminismo
Carlos
Fazio
En
apariencia, la guerra comercial entre Estados Unidos y China, el incendio en la
Amazonía, los megaproyectos para el sur-sureste de México de la 4T y el
ecofeminismo socialista, serían temas inconexos sin relación lógica de
causa-efecto entre sí.
No obstante,
esos cuatro ejes temáticos se inscriben en la geopolítica del capitaloceno,
nueva categoría analítica y explicativa que remite a la edad del capital como
una “era geológica” y ya no sólo histórica, artífice de los cercamientos de
tierras y la apropiación de los bienes comunales; de la mercantilización de la
vida; del colonialismo y el neocolonialismo imperial e interno; de la
industrialización irracional y depredadora de la naturaleza, sus ecosistemas y
la biodiversidad, fauna y flora; del hiperconsumismo y el despilfarro; de las
guerras (convencionales, atómicas, frías, encubiertas y/o híbridas o de cuarta
generación), y de las complejas y contradictorias relaciones entre clases,
género, raza, nacionalidad, identidad…
Existe
estrecha relación entre los procesos de la acumulación de capital −de la
producción de mercancías y la extracción de plusvalía− con el deterioro
ambiental (deforestación, polución del agua y el aire, aumento de la
temperatura del planeta y otros desastres ecológicos). En ese contexto, resulta
central la reivindicación de las ecofeministas sobre el papel de las mujeres en
la preservación de los ecosistemas y su lucha antipatriarcal como contribución
decisiva contra la opresión y la discriminación. Así como el anteponer una “ética
de la tierra” −basada en la responsabilidad entre los seres humanos y los
ecosistemas− a los valores dominantes del capitalismo actual, violento y
explotador por naturaleza, desigual, individualista, competitivo, utilitarista,
egoísta, cultor de las mercancías y antropocéntrico ante la naturaleza.
Esa es la
razón por la que algunos científicos sociales consideran que el término capitaloceno
es más preciso que el vocablo antropoceno, acuñado en 2000 por el
Nobel holandés Paul J. Crutzen y preferido por The Economist para
indicar que la acción del homo sapiens
(anthropos) tiene incidencia directa sobre el planeta Tierra, hasta
el punto que pudiera considerarse como una nueva era geológica. Sólo que esa
visión limitada de la historia, que involucra a los seres humanos en su
conjunto −como si todos fuéramos igualmente responsables de la transformación
destructiva del planeta−, pretende camuflar y legitimar ideológicamente al
capitalismo, en su doble papel destructor de gran parte de los seres humanos
(trabajadores, campesinos, indígenas, mujeres pobres) y de la madre tierra, la
naturaleza.
En manos
de alianzas cambiantes entre Estados, corporaciones privadas y poderosos
actores políticos y económicos, el capitalismo global y las cadenas de
suministro de energía y materias primas requieren aún combustible fósil:
carbón, petróleo y gas natural; lo que ha desatado una caótica y feroz
competencia internacional por esos recursos estratégicos, a los que se suman
metales, minerales, el agua y la tierra.
Eso
explica también la actual “geopolítica de la energía” y la guerra económica
entre Estados Unidos (con la administración Trump como brazo ejecutivo del
complejo militar, industrial, energético, financiero, mediático) y China (con
su Ruta de la Seda), con énfasis en la construcción de infraestructura
multimodal (oleoductos, refinerías, plataformas petrolíferas, carreteras,
puertos, ferrocarriles) para el transporte de energía fósil y materias primas.
Mientras
crecen las protestas contra el protofascista presidente brasileño, Jair
Bolsonaro, por los incendios en la Amazonia –devorada por el saqueo y la
depredación capitalista−, conviene voltear hacia el sur-sureste mexicano y los
megaproyectos de la 4T de Andrés Manuel López Obrador, en particular el Tren
Maya, el corredor del Istmo de Tehuantepec, la siembra de un millón de
hectáreas de árboles maderables y frutales (como futuras mercancías para el
mercado mundial), a lo que se suman la minería (oro, plata, uranio, etcétera) y
las agroindustrias (la producción, industrialización y comercialización de
productos agropecuarios, forestales y otros recursos naturales biológicos), con
la consecuente contaminación del agua y la conversión de la tierra bajo régimen
ejidal o comunal en mercancía.
El embate
de las economías extractivistas y de enclave impulsado por las multinacionales
y el imperialismo en el sur-sureste de México −y otras regiones sureñas del
globo−, encuentra en la primera línea de resistencia y defensa de los
territorios donde se generan las materias primas a la mujer, con su crítica
feminista al “progreso” y a la noción de desarrollo; a la ciencia como
instrumento de la dominación imperialista; a la mercantilización y destrucción
de la naturaleza y de la vida; a la razón heteropatriarcal del capitalismo
occidental, con la triple opresión reproductiva, doméstica y laboral de las
mujeres; al armamentismo, el militarismo y el paramilitarismo,
predominantemente machistas; es decir, la mujer como sujeto protagónico de una
sociedad que rebase al actual sistema de dominación clasista, junto con los
trabajadores, los campesinos y los habitantes pobres de las ciudades.
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Mónica-
Agrego, de acuerdo, pero se olvida de las comunidades indígenas que
aparecen claramente como sujeto histórico y el campesinado, como
comunidades negras rurales que son lo más directamente agredidos por
este modelo y quienes defienden su vida (y la pierden) defendiendo su
territorio. Pensémoslo en el contexto latinoamericano y caribeño
particularmente.>>> Capitaloceno uruguayo
NO UPM!
El Urugay tiene un problema
Con UPM y los millones que se irán
No habrá trabajo
Ni agua limpia
Ni tierra para cultivar
A despertarnos
Despabilarnos
Codo con codo los tenemos que sacar
Decirle no a UPM
Que se vayan Ciao Ciao Ciao
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