Ante el colapso estatal de la situación carcelaria en Uruguay, la alternativa es la cárcel público-privada. Tenemos una Ley Fiscal al modelo estadounidense, y ahora prisión privada igual que en EEUU. Miles de uruguayos gozarán igual que los negros americanos.
Visita inaugural de la Unidad 1, en la carcel de Punta de Rieles, primera obra de participación público privada concretada en Uruguay.
>>> Cinco Estrellas *****
La nueva cárcel de Punta de Rieles por dentro
10 de agosto de 2019 | Escribe: Denisse Legrand
Fotos: Federico Gutiérrez
La Unidad 1, construida bajo un régimen de asociación público privada, tuvo su inauguración oficial y se permitió por primera vez tomar imágenes de este centro.
La Unidad 1 empezó a funcionar en enero de 2018 y es la primera cárcel que se construye en Uruguay bajo un régimen de asociación público privado. Queda en Camino Dionisios entre Camino Punta de Rieles y Camino Chacarita de los Padres, en una zona del barrio que se ha ido urbanizando en base a las cárceles, que ocupan una enorme porción del espacio. Al mirar desde algunas de las ventanas aparece en el horizonte la usina municipal de residuos Felipe Cardoso, el principal basural de Montevideo.
Además de compartir nombre, es contigua a la reconocida Cárcel de Punta de Rieles (Unidad 6), que tiene un régimen antagónico al que se aplica en el nuevo centro de detención. La Unidad 6 propone verde, apertura y gestión humana artesanal. La Unidad 1 propone hormigón, encierro y gestión tecnológica.
El terreno, de 25 hectáreas, es propiedad del Ministerio de Defensa Nacional y fue cedido al Ministerio del Interior (MI) a través de un comodato. La empresa que ganó la licitación para hacerse cargo del proyecto es UPR S.A. Sus capitales están compuestos por Teyma (85%) y Goddard Catering Group (15%). El contrato, firmado en 2015, tiene un plazo de 27 años, hasta 2042. Vencido este plazo, las obras pasarán a ser enteramente del Estado.
La empresa, además de solventar la financiación del proyecto, se encarga del diseño, la construcción y el equipamiento. También del mantenimiento de la infraestructura y los equipos. En cuanto a los servicios, se ocupa de la alimentación, tanto para las personas privadas de libertad como de los funcionarios (que comen lo mismo, una bandeja con un menú diario que ha sido criticado por su cantidad y su calidad). También debe asumir los servicios de lavandería, limpieza, control de plagas y economato. Con autorización del MI, la empresa puede llegar a proporcionar servicios complementarios.
Por su parte, el Estado se encarga de la gestión carcelaria, que comprende todo lo asociado al abordaje de las personas, mediante el Instituto Nacional de Rehabilitación. La salud es competencia de la Administración de Servicios de Salud del Estado. La seguridad está a cargo de la Guardia Republicana, y es la primera cárcel que adopta esta modalidad que irá permeando el resto del sistema.
Además de policías, en la Unidad 1 trabajan operadores penitenciarios que formaron parte de la generación 2017 que se formó en el Centro de Formación Penitenciaria. También hay trabajadores privados. La empresa asociada tiene alrededor de 100 funcionarios que se dedican a tareas de cocina, limpieza y mantenimiento, entre otras.
En estos días, se terminó de trasladar para allí el Centro de Ingreso, Diagnóstico y Derivación que ya se encuentra instalado en esta cárcel de forma definitiva. En cuanto a las personas privadas de libertad, de las 1960 plazas disponibles están ocupadas alrededor de 1550.
Hasta la inauguración oficial, el jueves, no había imágenes del interior de la cárcel. Todas las que se conocían eran de la etapa de construcción. Cuando uno se acerca, o camina por su interior, hay una permanente sensación de extranjería. La circulación es limitada. Por momentos, la cárcel parece vacía, hasta que se cuela el sonido de alguien que habla en voz muy alta o uno se topa con un montón de pequeñas ventanas de celdas, una al lado de la otra, y se empiezan a contagiar entre sí gritos que las personas que viven allí le dirigen al “de afuera”.
Hay cámaras y altoparlantes por todos lados, tiene algo de Gran Hermano. En determinados puntos se observan los centros de control parcial de esas cámaras, en una especie de ‘garita del futuro’. Todo remite a un centro de control donde se observan todos los monitores. Las puertas corredizas que separan los sectores son de hierro y vidrio. Recuerdan a la imagen de un hospital, y se abren y cierran desde los puntos de control. Para separar sectores hay dos de estas puertas a corta distancia, con un espacio neutro o con un detector de metales en el medio. El mecanismo no permite abrir la segunda puerta hasta que la primera no está cerrada.
En los lugares abiertos, en los que no hay más que espacio vacío, que separa una edificación de la otra, hay policías fuertemente equipados y con buena parte de sus rostros cubiertos. Algunos están apostados en grupo y otros desfilan entre las construcciones, en lo que puede parecer una apuesta exagerada si se toma en cuenta la baja circulación de otras personas por esos espacios.
Entre otras tantas particularidades de esta cárcel, todas las personas privadas de libertad usan uniforme, que es provisto por la empresa. Esa ropa es morada y rosada. La cocina, el economato, los lugares de producción y los espacios afines tienen altos niveles de industrialización en su equipamiento, iluminación, ventilación, y a diferencia de otras cárceles de la zona metropolitana, la limpieza sorprende y caracteriza al lugar. No se ven roedores –que sí se pueden ver en otros centros–, y la higiene y la adecuada gestión de residuos favorecen el ambiente cotidiano.
A pesar de que esta propuesta ha sido muy cuestionada por expertos, porque tiene una estructura de megacárcel y la recomendación es apuntar a la construcción de pequeños centros que prioricen propuestas de integración, el proyecto fue pensado como una “cárcel modelo” para mejorar la calidad de vida. Uruguay ha logrado, a partir de la reforma penitenciaria, reducir el hacinamiento y mantenerlo dentro de los estándares internacionales aceptados. Se prevé ahora, que con una redistribución interna de las personas que viven en el sistema carcelario, la reducción del hacinamiento sea homogénea. Es decir, que en ningún módulo de ninguna cárcel haya más personas que la cantidad de plazas disponibles.
En Uruguay cerca de 11.000 personas están privadas de libertad. Se estima que cada 1.000 uruguayos, un promedio de 3,5 están presos, es una de las tasas más altas de prisionalización de América Latina.
Cárcel SA
2 de noviembre de 2017
Guantánamo
Entre 1860 y 1862, Karl Marx escribió un breve –pero
contundente– artículo que hoy, a tantos años de su publicación, nos deja
perplejos por su vigencia y precisión. En Concepción apologética de la productividad de todas las profesiones, publicado póstumamente en Teorías de la plusvalía (hoy editado como Elogio del crimen),
Marx expuso una de las primeras reflexiones sobre la economía política
del delito y la industria del control penal: “El delincuente no produce
solamente delitos: produce, además, el derecho penal y, con ello, al
mismo tiempo, al profesor encargado de sustentar cursos sobre esta
materia y, además, el inevitable compendio en que este mismo profesor
lanza al mercado sus lecciones como una ‘mercancía’ [...] El delincuente
produce, asimismo, toda la policía y la administración de justicia
penal: esbirros, jueces, verdugos, jurados, etcétera [...]”.
En la actualidad –y luego de grandes estudios sobre la relación teleológica entre sistema penal y modo de producción capitalista, como La industria del control del delito, de Nils Christe, o Cárcel y fábrica, de Pavarini y Melossi– es un hecho notorio que el delito, la (in)seguridad y la privación de libertad se han transformado en importantes fuentes de empleo y lucro económico. A título de ejemplo, en Estados Unidos, el país con la mayor tasa de prisionización del planeta (25% de la población carcelaria mundial), hay 2.300.000 personas efectivamente privadas de su libertad, a las que se suman 2.000.000 de personas sometidas a regímenes de libertad vigilada (parole y probation). Por otro lado, según datos expuestos por el juez argentino Eugenio Zaffaroni, el sistema penitenciario estadounidense emplea a más de diez millones de personas. Contrapuestas ambas cifras, la conclusión es obvia: el sistema penal emplea a más gente que la que encierra.
Gran parte de las cárceles estadounidenses son gestionadas por empresas privadas. Algunas de ellas, como Corrections Corporation of America (CCA) y The GEO Group, Inc., generan ganancias por tres billones de dólares anuales, según datos del 2014 de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU, por su sigla en inglés). Estas corporaciones –naturalmente– demuestran una férrea oposición a cualquier propuesta descriminalizadora (particularmente, a aquellas que pretenden una reducción en la intervención punitiva en materia de drogas e inmigración), en su afán de garantizar un flujo constante y creciente de su principal mercancía: los presos.
Pero la privatización del sistema carcelario en Estados Unidos es un fenómeno de reciente acontecimiento. En la década de 1980, el gobierno federal y varios estados resolvieron que las cárceles privadas eran la solución al grave problema del hacinamiento y la superpoblación. El efecto fue radicalmente el opuesto: entre 1990 y 2009, la cantidad de presos aumentó 1.600%, haciendo de la cárcel privada una de las principales causas del mass incarceration.
Actualmente, el sistema penitenciario uruguayo se expone a una situación análoga. A la fecha, nuestras cárceles albergan a casi 12.000 personas, y la población carcelaria aumenta a un ritmo de 700 reclusos por año, lo que ubica a Uruguay en el trigésimo puesto de los países con más presos del mundo. A esto se suma el gran número de personas privadas de libertad de forma preventiva (presos sin condena), que asciende a 80% según los datos manejados por la Fiscalía General de la Nación, y las deplorables e indignas condiciones de reclusión a las que se somete a los internos.
Para paliar esta realidad, el gobierno decidió inaugurar la modalidad de Participación Público-Privada (Ley 18.786) con el objetivo de emprender la realización de un megacomplejo carcelario lindero a la actual Unidad Nº 6, en Punta de Rieles, apto para encerrar a casi 2.000 personas, y cuya construcción culminará en diciembre de este año. Con tal fin, el Estado se asoció a las empresas Teyma-Abengoa, Inabensa-Abengoa y Goddard Cattering, que se mancomunaron bajo el Consorcio Unidad Punta de Rieles SA. Las dos primeras forman parte de un mismo grupo económico multinacional de origen español, especializado en infraestructura (Abengoa), que temblequea económicamente en el mundo: en 2016, solicitó un preconcurso en España por deudas equivalentes a 8.900 millones de euros, en Brasil alcanzó un pasivo de 700 millones de euros, y se encuentra, desde 2016, en un plan de desinversión global. La crisis económica de Abengoa llevó a que en diciembre de 2015 se tuviera que realizar una conferencia de prensa en la que Presidencia de la República ratificó su “plena y absoluta confianza” en Teyma-Uruguay, la principal contratista del Estado uruguayo.
En resumen, estas empresas serán las encargadas de gestionar la infraestructura, equipos y sistemas de seguridad, alimentación, lavandería, limpieza y control de plagas durante 27 años y medio; mientras que el Estado uruguayo se encargará de la seguridad y de la (ilusoria) política de rehabilitación que, como es archisabido, encierra una gran contradicción, pues es imposible preparar para la libertad encerrando a una persona.
Para su construcción, el gran complejo carcelario requirió recursos financieros frescos, por lo que el Banco Central del Uruguay autorizó al consorcio a emitir obligaciones negociables en la Bolsa de Valores de Montevideo por un mínimo de 90 millones de dólares, a una tasa de interés de 5,85% anual nominal, mediante la modalidad de financiamiento project-bond. Las obligaciones fueron adquiridas, mayoritariamente, por República AFAP, una administradora de fondos de ahorro previsional cuyos principales accionistas son el Banco República, el Banco de Seguros del Estado y el Banco de Previsión Social; o sea, el Estado uruguayo.
En este proyecto también están involucrados dos de los grandes e históricos estudios jurídicos corporativos del país: por un lado, Guyer & Regules, que revista como asesor legal del consorcio; mientras que Jiménez de Aréchaga, Viana & Brause oficia de administrador del fideicomiso que garantiza el pago de la emisión.
El negocio, en términos generales, es el siguiente: el Estado uruguayo remunerará al consorcio abonando una cifra aproximada de 700 pesos al día por recluso y, en caso de aumento de población carcelaria en 120% (se está admitiendo desde un principio la posibilidad de que se supere la capacidad de alojamiento), se incrementará el pago, ya que el Estado estaría incumpliendo con una de las funciones que tiene asignada, la rehabilitación.
Lo interesante es que la construcción de más cárceles como política pública sólo tiende a la intensificación de la crisis del sistema penitenciario, fogoneando el hacinamiento y la indignidad de las condiciones de encierro. Para el abolicionista noruego Thomas Mathiesen, una vez que se construye un presidio, este permanece, o sea, son “construcciones irreversibles” y tienden a la masificación: “Una vez construida una nueva prisión, será llenada hasta los topes”. (1)
De este contexto surgen con claridad los lineamientos generales de la actual política penitenciaria nacional: ante el exponencial crecimiento de la población carcelaria, la respuesta es “construir más cárceles”; para esto, es esencial contar con la cooperación de un agente privado técnicamente capaz para emprender tal empresa. Más que nunca, se consolidan el encierro masivo y el proceso de transformación del preso en una mercancía; incluso, en un producto financiero sujeto a la especulación de los mercados de valores. Y, por qué no, se origina un nuevo lobby empresarial opositor a cualquier propuesta descriminalizadora, en defensa de su interés lucrativo.
Esta solución final, sin lugar a dudas, incardina el vector de la política penitenciaria nacional en la privatización de la privación de libertad. Las pornográficas cifras en millones de dólares; la financiarización del sistema penitenciario; la participación de grandes estudios jurídicos corporativos; la poca certeza que inspira la situación económico-financiera de las empresas que se encargarán de los aspectos primordiales de la administración de la cárcel durante 27 años y medio; el simbólico e ilusorio rol del Estado en la gestión de la privación de libertad, y las graves consecuencias vaticinadas por este modelo penitenciario en la agudización de la crisis carcelaria, son algunos de los tantos elementos probatorios que permiten afirmar que el fenómeno de la privatización carcelaria en Uruguay –aludiendo al giro de Marx– nos está gritando en la cara (ins Gesicht schreien).
Daniel R Zubillaga Puchot | Abogado, integrante del Colectivo de Pensamiento Penal y Criminológico
(1). Thomas Mathiesen (2004), Diez razones para no construir más cárceles.
En la actualidad –y luego de grandes estudios sobre la relación teleológica entre sistema penal y modo de producción capitalista, como La industria del control del delito, de Nils Christe, o Cárcel y fábrica, de Pavarini y Melossi– es un hecho notorio que el delito, la (in)seguridad y la privación de libertad se han transformado en importantes fuentes de empleo y lucro económico. A título de ejemplo, en Estados Unidos, el país con la mayor tasa de prisionización del planeta (25% de la población carcelaria mundial), hay 2.300.000 personas efectivamente privadas de su libertad, a las que se suman 2.000.000 de personas sometidas a regímenes de libertad vigilada (parole y probation). Por otro lado, según datos expuestos por el juez argentino Eugenio Zaffaroni, el sistema penitenciario estadounidense emplea a más de diez millones de personas. Contrapuestas ambas cifras, la conclusión es obvia: el sistema penal emplea a más gente que la que encierra.
Gran parte de las cárceles estadounidenses son gestionadas por empresas privadas. Algunas de ellas, como Corrections Corporation of America (CCA) y The GEO Group, Inc., generan ganancias por tres billones de dólares anuales, según datos del 2014 de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU, por su sigla en inglés). Estas corporaciones –naturalmente– demuestran una férrea oposición a cualquier propuesta descriminalizadora (particularmente, a aquellas que pretenden una reducción en la intervención punitiva en materia de drogas e inmigración), en su afán de garantizar un flujo constante y creciente de su principal mercancía: los presos.
Pero la privatización del sistema carcelario en Estados Unidos es un fenómeno de reciente acontecimiento. En la década de 1980, el gobierno federal y varios estados resolvieron que las cárceles privadas eran la solución al grave problema del hacinamiento y la superpoblación. El efecto fue radicalmente el opuesto: entre 1990 y 2009, la cantidad de presos aumentó 1.600%, haciendo de la cárcel privada una de las principales causas del mass incarceration.
Actualmente, el sistema penitenciario uruguayo se expone a una situación análoga. A la fecha, nuestras cárceles albergan a casi 12.000 personas, y la población carcelaria aumenta a un ritmo de 700 reclusos por año, lo que ubica a Uruguay en el trigésimo puesto de los países con más presos del mundo. A esto se suma el gran número de personas privadas de libertad de forma preventiva (presos sin condena), que asciende a 80% según los datos manejados por la Fiscalía General de la Nación, y las deplorables e indignas condiciones de reclusión a las que se somete a los internos.
Para paliar esta realidad, el gobierno decidió inaugurar la modalidad de Participación Público-Privada (Ley 18.786) con el objetivo de emprender la realización de un megacomplejo carcelario lindero a la actual Unidad Nº 6, en Punta de Rieles, apto para encerrar a casi 2.000 personas, y cuya construcción culminará en diciembre de este año. Con tal fin, el Estado se asoció a las empresas Teyma-Abengoa, Inabensa-Abengoa y Goddard Cattering, que se mancomunaron bajo el Consorcio Unidad Punta de Rieles SA. Las dos primeras forman parte de un mismo grupo económico multinacional de origen español, especializado en infraestructura (Abengoa), que temblequea económicamente en el mundo: en 2016, solicitó un preconcurso en España por deudas equivalentes a 8.900 millones de euros, en Brasil alcanzó un pasivo de 700 millones de euros, y se encuentra, desde 2016, en un plan de desinversión global. La crisis económica de Abengoa llevó a que en diciembre de 2015 se tuviera que realizar una conferencia de prensa en la que Presidencia de la República ratificó su “plena y absoluta confianza” en Teyma-Uruguay, la principal contratista del Estado uruguayo.
En resumen, estas empresas serán las encargadas de gestionar la infraestructura, equipos y sistemas de seguridad, alimentación, lavandería, limpieza y control de plagas durante 27 años y medio; mientras que el Estado uruguayo se encargará de la seguridad y de la (ilusoria) política de rehabilitación que, como es archisabido, encierra una gran contradicción, pues es imposible preparar para la libertad encerrando a una persona.
Para su construcción, el gran complejo carcelario requirió recursos financieros frescos, por lo que el Banco Central del Uruguay autorizó al consorcio a emitir obligaciones negociables en la Bolsa de Valores de Montevideo por un mínimo de 90 millones de dólares, a una tasa de interés de 5,85% anual nominal, mediante la modalidad de financiamiento project-bond. Las obligaciones fueron adquiridas, mayoritariamente, por República AFAP, una administradora de fondos de ahorro previsional cuyos principales accionistas son el Banco República, el Banco de Seguros del Estado y el Banco de Previsión Social; o sea, el Estado uruguayo.
En este proyecto también están involucrados dos de los grandes e históricos estudios jurídicos corporativos del país: por un lado, Guyer & Regules, que revista como asesor legal del consorcio; mientras que Jiménez de Aréchaga, Viana & Brause oficia de administrador del fideicomiso que garantiza el pago de la emisión.
El negocio, en términos generales, es el siguiente: el Estado uruguayo remunerará al consorcio abonando una cifra aproximada de 700 pesos al día por recluso y, en caso de aumento de población carcelaria en 120% (se está admitiendo desde un principio la posibilidad de que se supere la capacidad de alojamiento), se incrementará el pago, ya que el Estado estaría incumpliendo con una de las funciones que tiene asignada, la rehabilitación.
Lo interesante es que la construcción de más cárceles como política pública sólo tiende a la intensificación de la crisis del sistema penitenciario, fogoneando el hacinamiento y la indignidad de las condiciones de encierro. Para el abolicionista noruego Thomas Mathiesen, una vez que se construye un presidio, este permanece, o sea, son “construcciones irreversibles” y tienden a la masificación: “Una vez construida una nueva prisión, será llenada hasta los topes”. (1)
De este contexto surgen con claridad los lineamientos generales de la actual política penitenciaria nacional: ante el exponencial crecimiento de la población carcelaria, la respuesta es “construir más cárceles”; para esto, es esencial contar con la cooperación de un agente privado técnicamente capaz para emprender tal empresa. Más que nunca, se consolidan el encierro masivo y el proceso de transformación del preso en una mercancía; incluso, en un producto financiero sujeto a la especulación de los mercados de valores. Y, por qué no, se origina un nuevo lobby empresarial opositor a cualquier propuesta descriminalizadora, en defensa de su interés lucrativo.
Esta solución final, sin lugar a dudas, incardina el vector de la política penitenciaria nacional en la privatización de la privación de libertad. Las pornográficas cifras en millones de dólares; la financiarización del sistema penitenciario; la participación de grandes estudios jurídicos corporativos; la poca certeza que inspira la situación económico-financiera de las empresas que se encargarán de los aspectos primordiales de la administración de la cárcel durante 27 años y medio; el simbólico e ilusorio rol del Estado en la gestión de la privación de libertad, y las graves consecuencias vaticinadas por este modelo penitenciario en la agudización de la crisis carcelaria, son algunos de los tantos elementos probatorios que permiten afirmar que el fenómeno de la privatización carcelaria en Uruguay –aludiendo al giro de Marx– nos está gritando en la cara (ins Gesicht schreien).
Daniel R Zubillaga Puchot | Abogado, integrante del Colectivo de Pensamiento Penal y Criminológico
(1). Thomas Mathiesen (2004), Diez razones para no construir más cárceles.
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