Escribe: Jorge Ramada
Pienso que no puedo agregar mucho a lo que seguramente se ha dicho al analizar las últimas elecciones departamentales. Pero me gustaría al menos, resaltar que han mostrado la importancia del tejido de redes por parte de los partidos del bloque de derechas (especialmente el Partido Nacional) desde las cúpulas partidarias hasta los ciudadanos comunes y corrientes. Tejido que incluye amistades, compadrazgos, promesas, favores y hasta conductas de dudosa moralidad, que en conjunto suman para conseguir votos, que es lo que realmente importa en una votación. El progresismo ha fallado en tejer sus redes (que deberían ser de otras fibras), como lo muestra en especial los retrocesos sufridos en el nivel de los municipios y los pocos (o ningún) avances en todos estos años en la mayoría de los departamentos del interior del país. La expresión más chocante, sin duda, es la declaración de la actual dirigencia de UTAA de apoyo al candidato del Partido Nacional.
El tema de la relación del progresismo -y su expresión uruguaya, el FA- con las elecciones y la democracia representativa seguramente da para un análisis más detallado. En el caso concreto de los departamentos del interior del país habría que tratar de analizar la expresión concreta de la sociedad de clases en ellos y cómo se atiende a los intereses de los diferentes sectores populares, no para ganar votos, sino para ganarlos para un programa de transformaciones más profundas, que los incluya. La realidad del último período fue que muchos pequeños y medianos productores –potenciales aliados para un programa antioligárquico– fueron ganados para prestar su apoyo a las derechas por “Un Solo Uruguay”.
Algo de eso intentó –y en parte logró– Pepe Mujica, con su estilo y su acercamiento al campo (en algunos casos con ignorancia de la zoología, al no saber distinguir entre culebras y víboras). Pero eso no se profundizó –insisto, en un sentido transformador y no de votos– posiblemente porque respondía a una concepción de apoyarse más en los de arriba que en los de abajo.
En ese sentido, es interesante analizar lo que ha dicho Mujica en dos apariciones hechas con pocos días de diferencia: la primera, en el programa “En Perspectiva”, donde se refirió a su relación con Manini; la segunda, compartiendo charla con Sanguinetti y Lacalle padre, en un programa conducido por Cristina Morán.
En la primera expone crudamente qué fue lo que lo orientó, junto a Fernández Huidobro, a mantener esa especie de complicidad (más bien habría que decir compinchería, con perdón de la RAE) con la alta oficialidad. Según Mujica, cuando FH asumió el Ministerio de Defensa “se trazó dos grandes rumbos. Uno, el Nunca Más que, como estudioso de las cuestiones militares, había llegado a la conclusión que los golpes de Estado en el mundo entero, impulsados por FF.AA. “cuando no lograron la unidad de la oficialidad, tendieron a fracasar”; por eso había que trabajar con la oficialidad más inteligente acerca de la importancia del respeto institucional. El segundo rumbo era que si se quiere obtener información sobre el pasado, hay que intimar con la oficialidad joven. Para todo eso, según Mujica, se requería “intimidad política”, pero FH “no andaba con un cartel en la frente” diciendo lo qué estaba haciendo. Dice también que FH trabajó mucho para lograr información sobre los desaparecidos (los resultados están a la vista) y acepta que la promoción a Manini fue para contrarrestar a la logia de los masones, aunque dice desconocer (¿?) que Manini pertenecía a otra logia: la de los Tenientes de Artigas.
En la segunda, entre varias idas y venidas, más propias de una amistosa charla de boliche que de una polémica política, lamentó que estuviera desapareciendo la burguesía nacional, dándole pie a Sanguinetti para reivindicar “el carácter revolucionario de la burguesía” señalado por Marx. Sanguinetti contrabandeó una afirmación que correspondía a la época de superación del feudalismo, como si tuviera validez intemporal. Mujica no se molestó en señalar ese “detalle”, pero casi dio a entender que, sin esa “burguesía nacional”. era complicado pensar en cambios de fondo.
Ambos discursos forman parte de una concepción política que, aunque haya sectores del progresismo que no la comparten y otros que más bien tengan diferencias de estilo, ayuda a explicar el retroceso expresado, entre otras cosas, en los resultados electorales.
En primer lugar, esa “intimidad” con algunos sectores de la oficialidad es casi la misma que propició la “tregua” que impulsaron entre otros FH y Mujica como dirigentes del MLN en 1972 y cuyos resultados (10 años de rehenes) estuvieron a la vista. Sé que muchos viejos compañeros, indignados con sus actitudes de antes y de ahora, han tratado a FH de “traidor”; otros hablaron “del síndrome de Estocolmo”. Esas son simplificaciones que no ayudan a ir al fondo del problema. Analizar en términos de “traidores” o de conductas miradas desde la psicología, solo refiere a juzgar conductas personales, con lo que se elude analizar las concepciones políticas –con sus connotaciones de clase– que llevan a esas actitudes. En todo caso, esta nueva intimidad, más que una traición, es una tozudez política.
La existencia de oficiales progresistas que puedan neutralizar actitudes golpistas de las FF.AA. tiene antecedentes en los años anteriores al pachequismo, cuando los generales Seregni y Pomoli, entre otros se opusieron a intentos golpistas tempranos. A la presión de los oficiales “civilistas” se sumó la movilización sindical en pleno proceso de unificación, pero más bien hay que pensar que el golpe no cuajó porque aún no se había profundizado lo suficiente la crisis política y las clases dominantes aún tenían margen para mantener su dominio dentro del juego democrático. Casi diez años después, las condiciones habían cambiado y los supuestos “progresistas” del Ejército apenas si pudieron maquillar el ascenso de los militares al control del Estado, con lo cual confundieron a buena parte de la izquierda, que en febrero del 73 seguía pensando que era posible impulsar cambios antioligárquicos, apoyándose en un sector de las FF.AA.
Se podrá decir que algo de eso pasó en Venezuela; pero los “peruanistas” de los '60 fueron rápidamente desplazados por golpistas de derecha, el general de confianza de Allende terminó encabezando una de las dictaduras más sangrientas de los '70. Y en Uruguay, ni los “peruanistas” del 73, ni los promovidos por Mujica y FH, hicieron otra cosa que alinearse detrás de los dueños del poder. Querer apoyarse en ellos ha sido a lo sumo entrar en una disputa interna de logias, conspiraciones a la sombra, fuera de la vista del pueblo. Todo sucede a nivel de la oficialidad. Mientras tanto, la tropa sigue con sueldos sumergidos, conviviendo con obreros y trabajadores marginados, en barrios pobres de Montevideo; o atenuando la desocupación en ciudades y pueblos del interior, donde la subordinación a los mandos se parece a la subordinación de muchos peones a “su” patrón. ¿No será en ellos que habrá que apoyarse para desalentar aventuras golpistas?
La otra aparición de Mujica es cuando expresa su lamento por la desaparición de la burguesía nacional. A mi juicio es otra faceta de una concepción que subestima en la práctica el papel de los trabajadores en la transformación de ésta sociedad. El tema de la “burguesía nacional” –o sería mejor decir, de los empresarios nacionales– requiere un análisis más profundo y exhaustivo de lo que puede hacerse en un breve artículo. Seguramente hay que estudiarla en su evolución, ver cuál es su situación actual y quiénes realmente componen ese sector. Pero no cabe duda que muchos de esos empresarios han terminado negociando –vía asociación o venta– con capitales transnacionales (por citar algunos ejemplos: Salus, Tienda Inglesa, BRANAA, Pinturas Industriales, varios frigoríficos). Otros –ramas enteras en algunos casos– han sucumbido ante la competencia de bienes importados. El capital transnacional ha venido avanzando en muchas ramas de nuestra economía y lo ha seguido haciendo durante los gobiernos progresistas, entonces ¿de qué lamentarse? Sin duda que aún quedan muchos empresarios nacionales, de diferente tamaño y en diferentes ramas; muchos de ellos podrían ganarse para políticas de transformación en la medida en que los grandes capitales, la oligarquía, el capital transnacional, no les ofrezcan otra cosa que quiebra o sometimiento. Pero de ninguna manera se los puede tomar como una clase capaz de acompañar –mucho menos conducir– un programa antioligárquico.+
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