Incluir a los empresarios dentro de la categoría "trabajadores", referir a ambas clases sociales implícitamente como jugadores en igualdad de condiciones dentro del campo económico, y apropiarse retóricamente de la legislación laboral como logro histórico de todos los uruguayos y no del sindicalismo y del batllismo (de los viejos Batlle, no del actual, que comulga en la misma iglesia neoliberal que Lacalle) precisamente en contra de bloques político-económicos cercanos al Herrerismo es la estrategia de un discurso plástico, que permite, a la hora de gobernar, al mismo tiempo hablar de generación de empleo y derechos de los trabajadores y la puesta en marcha (como hizo Lacalle en su gobierno de los años 1990s) de programas de desregulación laboral y reducción de aportes patronales que generaron mayores ganancias para los empresarios y una notable precarización del empleo de los trabajadores.
Esta afirmación requiere una mayor contrastación histórica. Si bien pudieron estar los votos de los legisladores del Partido Nacional y en particular del Herrerismo, en el caso de varias "leyes sociales", la práctica de oposición al batllismo y al neo-batllismo y al sindicalismo, y el apoyo de la desregulación de las relaciones empresarios/trabajadores, que en los años 1990s hechó por tierra la práctica de las 8 horas y el pago de horas extras ha sido una constante del sector y particularmente de Luis Alberto Lacalle.
"Entendemos por trabajo, en el más amplio sentido, toda actividad humana que procura un fin económico. En esta acepción incluimos tanto la actividad empresarial como la de los empleados y obreros."
Este es un lugar común en los discursos de los grupos burgueses o empresariales (y cada vez más del Frente Amplio, debemos decir): equiparar trabajadores y empresarios. La economía clásica y neoclásica, y dentro de esa gran familia el neoliberalismo, tienden a entender la sociedad a partir de un modelo a-social, extremadamente simplificado, muy útil para el cálculo matemático, pero también para desconocer las diferencias sociales y privilegiar a los capitalistas. En el mercado laboral, se encuentran trabajadores y empleadores, los primeros aportan el trabajo, los segundos el capital y las ideas empresariales, y llegan libremente a un acuerdo de precio y condiciones del trabajo. La función del estado intervenir lo menos posible en esa relación ("desregulación", en el lenguaje de los años 1990s) porque de lo contrario no se llega al equilibrio autoregulador del pleno empleo, que la mano invisible del mercado genera cuando el salario se fija libremente. En los hechos esto no se verifica históricamente. Al contrario, excepto en escenarios de alto crecimiento orientado al mercado interno (modelos económicos keynesianos o socialdemócratas), la libre explotación de los trabajadores por parte de los empresarios ha arrojado siempre un escenario de pauperización del trabajo y desempleo, incluso con altos niveles de crecimiento económico orientado a la exportación. El encuentro entre trabajadores y empresarios en el mercado laboral está lejos de ser libre e igualitario: el trabajador acepta el salario promedio del mercado aunque sea bajo, y las condiciones de trabajo aunque sean humillantes, en la medida que no puede optar por morir de hambre él o su familia, mientras el empresario tiene la posibilidad de posponer las ganancias hasta completar su plantilla laboral, gracias al "ejército proletario de reserva": los desempleados, que desesperadamente tiran abajo el precio del trabajo.
"Trabajan ambas partes, ambas en procura de un beneficio. Pero de acuerdo con la doctrina social nacional se debe un especial amparo al trabajador, es decir al asalariado que incorpora al proceso productivo su esfuerzo personal tanto intelectual como físico."
De nuevo lo mismo: no se trata que los trabajadores sean vulnerables, sino que simplemente Lacalle adopta como herencia, como patrimonio cultural la legislación laboral. ¿Cuál es el motivo del "especial amparo" del trabajador? Se elide en el texto.
"Desde este punto de vista es noble todo trabajo, desde el que requiere predominantemente el uso de la fuerza física hasta el que se basa en la actividad intelectual. Así consideramos en un pie de igualdad al que cava una zanja con el que se inclina sobre un microscopio en un laboratorio o dicta una clase.
Todo trabajo es productivo, todo lugar y circunstancia en que actúe el ser humano obteniendo un beneficio económico es productivo. Solamente desde esta posición es posible analizar la sociedad en forma íntegra, sabiendo que en el innumerable entretejido de relaciones laborales se sustenta la prosperidad de la nación."
Si el trabajo es toda acción que genera un beneficio económico, dentro de este mega-concepto se incluye, por ejemplo la especulación financiera. La lectora, el lector, sabrá que esa modalidad de "trabajo" -cuya lógica de equilibrio fiscal, altas tasas de interés, primarización de la producción en el caso del "tercer mundo", industrialización de la agricultura, tipo de cambio bajo, etc.- es la estrategia burguesa triunfadora tras la segunda guerra mundial, especialmente tras los años 1970s, y es responsable también del endeudamiento de nuestros países, de la desindustrialización, la precarización del empleo y, a nivel mundial, de la actual crisis económica ambientada en la especulación financiera (generando "burbujas" de hiper-ganancias no sustentadas en la riqueza real de la producción, haciendo caer precisamente a esta cuando estas "burbujas" estallan al no poder satisfacer las ganancias de los accionistas inversores). Es precisamente esa modalidad de "trabajo" la que representa Luis Alberto Lacalle, pero también Danilo Astori y, aunque le pesa y diga que es por tolerancia, José Mujica. La diferencia con el Frente Amplio, es que este partido busca una salida de "tercera vía": neoliberalismo + políticas sociales para los marginados, en aras de la cohesión social. Al lector o lectora simpatizante del Frente que lea estas humildes líneas y se sienta agraviado por este comentarista, le invito a averiguar cuánto aumentó la deuda externa y pública uruguaya durante el gobierno de Vázquez, que al igual que Lacalle y Jorge Batlle, utilizó en última instancia ese mecanismo para sostener el supuesto equilibrio macroeconómico y el dólar bajo -condiciones para las ganancias de los especuladores financieros.
"No es posible analizar el empleo sin incluir en él el papel que juega el capital, la inversión. No hay empleo sin inversión. Por ello es que defendemos las mejores condiciones para que nuestro país sea atractivo para que los inversores nacionales o extranjeros vengan a nuestra tierra a buscar un beneficio, arriesgando un resultado que por definición nunca es seguro pero que dinamiza la propia sociedad, genera puestos de trabajo, paga impuestos y contribuciones de seguridad social y genera la masa salarial que a la vez dinamiza el comercio."
“No hay empleo sin inversión” es un enunciado cuya validez debe discutirse, a pesar que parezca obvio. Aquí está tácita la idea del capitalista que invierte en la elaboración de una empresa con fines de lucro, y en ese sentido es cierto. Pero también hay empleo dentro de otros modos de producción, que ven la luz precisamente cuando el capitalismo hace crisis: así en el año 2002 vimos el florecimiento de clubes de trueque, pequeñas empresas familiares con inversión de tiempo y esfuerzo, pero no de capital simbolizado por dinero, agricultura familiar y otras estrategias de generación de excedente limitado. Pero siguiendo la lógica imperante, en todo caso, la inversión que busca atraer Lacalle (y Mujica y todos, lamentablemente), es la que Wilson Ferreira y el Frente Amplio en los años 1980s llamaban “capitales golondrina”: llegan la primavera de las ganancias y se retiran ante la primer brisa de otoño de los riesgos; esa modalidad de estructuración de la vida del país sobre la base de la especulación económica trasnacional es peligrosa, como lo prueba la historia reciente. En otros casos, esa inversión extranjera no va directamente al sistema financiero en forma de depósitos, sino que se invierte en la extracción de recursos naturales, a través de modelos como el de producción forestal/celulosa, sobre la base además de vergonzosas exoneraciones impositivas (en realidad, subsidios por parte del resto de la economía) y libertad de “repatriación de ganancias”, aumentan notablemente el PBI, pero además de destruir la naturaleza e hipotecar el futuro de nuestro medio ambiente, generan pobreza porque afectan a la agricultura familiar, a la estancia tradicional, a la apicultura y otras modalidades de trabajo agrícola más inclusoras, quitándoles tierra y agua, nada menos.
"La asociación entre el capital y el trabajo es la que genera la prosperidad, la que aumenta las posibilidades de que más personas mejoren su nivel de vida. Por ello es que defendemos la posición de crear las más seguras condiciones jurídicas para que los inversores se radiquen en nuestro país, cumpliendo sus leyes pero a la vez al amparo de leyes que otorguen seguridad para el desarrollo productivo."
Un buen ejemplo de esta estrategia es el de la forestación por monocultivos de eucaliptus y pinos: la exoneración de impuestos data de 1987, pero recibió un impulso decisivo en la época del gobierno de Lacalle. Generó grandes ganancias para las empresas (chilenas, españolas, estadounidenses y uruguayas menormente), trabajo precarizado e incluso esclavo en el norte del país, un deterioro marcado del suelo y las napas freáticas y una transferencia negativa de recursos, porque los caminos y vías de tren fueron pagados por la población en general que no percibió ganancia alguna por esta actividad, y porque las intendencias municipales dejaron de percibir impuestos relacionados con la actividad agrícola. Si se hubiera invertido los mismos 1.000 millones de dólares en subsidios y exoneraciones en la producción agrícola familiar, en la granja, el vino, e incluso en las estancias ganaderas -más allá de sus problemas y exclusiones sociales de larga data- el resultado hubiera sido muy diferente. En el caso de la planta de celulosa de Botnia, Uruguay firmó un tratado con Finlandia, país de origen de la empresa, solo equiparable a los convenios de la época del coloniaje español y portugués: contrariamente a lo que dice Lacalle, se le garantizó algo increíble a las empresas finlandesas, las ganancias, en una especie de reaseguro contra huelgas laborales o problemas de todo orden. Esa es la “seguridad jurídica” con que cuentan estos sistemas productivos depredadores de la humanidad y la naturaleza.
"Nada hay más importante para el trabajador que la abundancia de trabajo. Podemos afirmar que es realmente libre el trabajador que puede optar entre dos oportunidades de trabajo. Cuanto más trabajo se genere más ventajas tendrá el trabajador."
Este párrafo es incuestionable. Habla de una situación de abundancia de trabajo ideal dentro del mundo capitalista, sólo aplicable a algunos nichos del mercado en la actualidad. Sólo admite la crítica del socialismo: el trabajador es libre cuando es propietario y gestor directo de los medios de producción, porque sólo así libera su energía creativa y deja de depender de la arbitrariedad del burgués o del estado (como en el caso del “socialismo real” o mejor “capitalismo de estado”).
"En este sentido hemos usado el término de "competencia de intereses" en lugar de la anticuada teoría -que en ningún país ha prosperado - de "lucha de clases". Por cierto que los intereses del trabajador y del empleador no son los mismos, uno desea un mejor salario y el otro mayor rentabilidad.
Está en la naturaleza de las cosas, es lo que nos enseña la realidad. Pero estos diferentes intereses, estas metas distintas convergen en un punto que es el que permite que uno y otro puedan tener satisfacción: la prosperidad de la empresa, el mejor resultado económico de la misma.
Que haya algo para compartir es lógicamente anterior a que se pueda compartir. Por supuesto que ésta es una simplificación, que la realidad nos mostrará las mil y una situaciones en que esta meta será difícil de obtener. Pero enunciado por enunciado, preferimos "competencia de clases" a "lucha de clases", entre otras razones porque la vemos como más positiva, como una forma de entender la sociedad que lleva a la paz y la cooperación, disminuyendo el margen de conflicto.
La sociedad es más cooperación que conflicto, aunque siempre este último sea el más notorio, el que recogen los medios."
Toda una negación, si se quiere. Es estrictamente cierto que la “lucha de clases” (en realidad Marx y los socialistas en general hablaban de “guerra de clases”, pero las traducciones castellanas siempre han sido benevolentes) es una teoría, un recorte de la realidad construido sobre un sistema conceptual o discurso. Ahora bien, no hay que confundirlo, como hace Lacalle, con la acción política orientada por esa teoría. Esa acción confrontativa característica del sindicalismo socialista y de los partidos y grupos de izquierda socialista puede fracasar sin que por ello fracase la teoría. La teoría fracasa si no puede ayudar a comprender la realidad. Y me temo que la teoría de la lucha de clases, aunque se la diluya en la frase “competencia de clases”, sigue teniendo una fuerza explicativa enorme: explica por ejemplo, dentro del Partido Nacional, la formación de dos grandes sectores: uno más cercano al capitalismo financiero y la agricultura industrializada (el de Lacalle), y otro más cercano al modelo de la estancia familiar (el de Larrañaga); o sea, dos sectores de la burguesía enfrentados (y eventualmente aliados) en términos de la definición de una estrategia de acumulación capitalista u otra. Explica las diferencias dentro del Frente Amplio (sectores como el MPP, más vinculados a la pequeña empresa y al movimiento obrero, y sectores como Asamblea Uruguay, más cercanos a la especulación financiera...) y entre este y el Partido Nacional. Y explica mucho más: las luchas internas entre la elite sindical cuya estabilidad de ingresos depende de la transigencia con los gobiernos de izquierda, y las bases obreras, cuya única posibilidad de mejora de condiciones es la agudización de conflictos y si es posible la toma del poder. Sí es atendible, más allá del contexto discursivo de des-legitimación de la lucha sindical, la noción lacallista de la importancia de la cooperación. Curiosamente desde Smith pasando por Darwin, todos los científicos y filósofos liberales del siglo XIX, fundamentos del pensamiento económico y social actual de los partidos burgueses y en buena parte del actual Frente Amplio, sólo pudieron ver la “lucha por la supervivencia” y la comeptencia, y en ningún caso la solidaridad y las relaciones de cuidado mutuo.
"Pero la cooperación es el tejido social que mantiene operativa a la comunidad, permitiendo compartir los beneficios de la prosperidad y amortiguar los golpes de la adversidad."
En realidad Lacalle peca de ambicioso. Porque más allá del apetito sindical por mayores salarios y más que nada por prerrogativas para su aparato burocrático (inteligentemente atendidas por el gobierno del Frente), actualmente las corrientes dominantes del PIT-CNT no aspiran a otra cosa que al desarrollismo, al productivismo, a la llegada de la sacrosanta inversión extranjera, a las ganancias suculentas de los empresarios y al reparto de parte de las mismas hacia los trabajadores. Como en algún lugar dijo Marx, el sindicalismo hoy es la garantía de la estabilidad capitalista. Sin él, los conflictos serían mucho más agudos y quizás violentos, en virtud del espontaneísmo propio de los trabajadores no organizados ni disciplinados por la jerarquía sindical. El sindicalismo uruguayo de hoy se opone al neoliberalismo descarnado de Lacalle, pero esa oposición no es tan radical como para desestabilizar al sistema capitalista, es moderada, negociante y ha olvidado el socialismo.
"Sólo acentuando y enriqueciendo la cooperación lograremos la gran meta social que todos compartimos: más y mejor trabajo.
Nos parece una meta apropiada para intentar lograr a partir de este día 1° de Mayo de 2009."
Esta relación idílica entre trabajadores y empresarios, todos trabajadores diría Lacalle, no se registra más que ocasionalmente en, como hemos dicho, períodos de grandes ganancias y producción orientada al mercado interno. Es así que en la época del gobierno de Lacalle, en los años 1990s, esta cooperación forzada por la des-regulación laboral, des-industrialización y la desarticulación del sindicalismo en virtud de la precarización del empleo y la des-regulación laboral, se tradujo en la no aplicación de hecho de las leyes laborales tan queridas como la de las 8 horas, el no pago de horas extras, la contratación de obreros rotativa por tres meses sin inclusión en planilla de seguridad social, trabajo esclavo en la forestación en Tacuarembó y Paysandú, empleados de supermercado con horario de entrada pero no de salida, cajeras sin derecho a ir al baño y otras atrocidades cuyo relevo está pendiente para los historiadores del trabajo. Y además, en esta cooperación forzosa, el desempleo no dejó de estar allí para asegurar la sujeción de los trabajadores al capital.
Fuente: http://www.lacalle.com.uy/editorial_display.php?id=147
"04 de Mayo 2009
Trabajo y trabajadores
Por: Luis Alberto Lacalle
En casi todo el mundo el primer día de mayo es designado "Día de los trabajadores" y respetado como uno de los feriados principales del año. Escribimos estas reflexiones antes de la tradicional conmemoración organizada por la central sindical Pit-Cnt y por ende desarrollamos nuestras reflexiones sin conocer el tenor de los discursos en esa oportunidad pronunciados.
Más que aludir a una situación concreta como la actual, desarrollamos a continuación algunas reflexiones acerca del trabajo, de los trabajadores, del empresariado y de las que deberían ser -a nuestro juicio- las relaciones entre ambos.
En nuestro país debemos de estar orgullosos de la legislación social que durante el siglo XX fue organizando nuestra sociedad, estableciendo amparo y garantías de alto nivel para la protección del trabajador y para intentar regular de la mejor manera las relaciones entre éste y su empleador.
Toda mejora de esta legislación encontrará en nosotros, en el Partido Nacional un eco positivo, entre otras razones porque muchas de las leyes justas en materia laboral llevan el sello de nuestra colectividad política. El derecho a la sindicalización, al ejercicio del derecho de huelga, a la protección en materia de accidentes de trabajo, la regulación del retiro y jubilación son conquistas que deben perfeccionarse porque la sociedad toda reconoce en ellas su perfil solidario mejor."
"04 de Mayo 2009
Trabajo y trabajadores
Por: Luis Alberto Lacalle
En casi todo el mundo el primer día de mayo es designado "Día de los trabajadores" y respetado como uno de los feriados principales del año. Escribimos estas reflexiones antes de la tradicional conmemoración organizada por la central sindical Pit-Cnt y por ende desarrollamos nuestras reflexiones sin conocer el tenor de los discursos en esa oportunidad pronunciados.
Más que aludir a una situación concreta como la actual, desarrollamos a continuación algunas reflexiones acerca del trabajo, de los trabajadores, del empresariado y de las que deberían ser -a nuestro juicio- las relaciones entre ambos.
En nuestro país debemos de estar orgullosos de la legislación social que durante el siglo XX fue organizando nuestra sociedad, estableciendo amparo y garantías de alto nivel para la protección del trabajador y para intentar regular de la mejor manera las relaciones entre éste y su empleador.
Toda mejora de esta legislación encontrará en nosotros, en el Partido Nacional un eco positivo, entre otras razones porque muchas de las leyes justas en materia laboral llevan el sello de nuestra colectividad política. El derecho a la sindicalización, al ejercicio del derecho de huelga, a la protección en materia de accidentes de trabajo, la regulación del retiro y jubilación son conquistas que deben perfeccionarse porque la sociedad toda reconoce en ellas su perfil solidario mejor."
Esta afirmación requiere una mayor contrastación histórica. Si bien pudieron estar los votos de los legisladores del Partido Nacional y en particular del Herrerismo, en el caso de varias "leyes sociales", la práctica de oposición al batllismo y al neo-batllismo y al sindicalismo, y el apoyo de la desregulación de las relaciones empresarios/trabajadores, que en los años 1990s hechó por tierra la práctica de las 8 horas y el pago de horas extras ha sido una constante del sector y particularmente de Luis Alberto Lacalle.
"Entendemos por trabajo, en el más amplio sentido, toda actividad humana que procura un fin económico. En esta acepción incluimos tanto la actividad empresarial como la de los empleados y obreros."
Este es un lugar común en los discursos de los grupos burgueses o empresariales (y cada vez más del Frente Amplio, debemos decir): equiparar trabajadores y empresarios. La economía clásica y neoclásica, y dentro de esa gran familia el neoliberalismo, tienden a entender la sociedad a partir de un modelo a-social, extremadamente simplificado, muy útil para el cálculo matemático, pero también para desconocer las diferencias sociales y privilegiar a los capitalistas. En el mercado laboral, se encuentran trabajadores y empleadores, los primeros aportan el trabajo, los segundos el capital y las ideas empresariales, y llegan libremente a un acuerdo de precio y condiciones del trabajo. La función del estado intervenir lo menos posible en esa relación ("desregulación", en el lenguaje de los años 1990s) porque de lo contrario no se llega al equilibrio autoregulador del pleno empleo, que la mano invisible del mercado genera cuando el salario se fija libremente. En los hechos esto no se verifica históricamente. Al contrario, excepto en escenarios de alto crecimiento orientado al mercado interno (modelos económicos keynesianos o socialdemócratas), la libre explotación de los trabajadores por parte de los empresarios ha arrojado siempre un escenario de pauperización del trabajo y desempleo, incluso con altos niveles de crecimiento económico orientado a la exportación. El encuentro entre trabajadores y empresarios en el mercado laboral está lejos de ser libre e igualitario: el trabajador acepta el salario promedio del mercado aunque sea bajo, y las condiciones de trabajo aunque sean humillantes, en la medida que no puede optar por morir de hambre él o su familia, mientras el empresario tiene la posibilidad de posponer las ganancias hasta completar su plantilla laboral, gracias al "ejército proletario de reserva": los desempleados, que desesperadamente tiran abajo el precio del trabajo.
"Trabajan ambas partes, ambas en procura de un beneficio. Pero de acuerdo con la doctrina social nacional se debe un especial amparo al trabajador, es decir al asalariado que incorpora al proceso productivo su esfuerzo personal tanto intelectual como físico."
De nuevo lo mismo: no se trata que los trabajadores sean vulnerables, sino que simplemente Lacalle adopta como herencia, como patrimonio cultural la legislación laboral. ¿Cuál es el motivo del "especial amparo" del trabajador? Se elide en el texto.
"Desde este punto de vista es noble todo trabajo, desde el que requiere predominantemente el uso de la fuerza física hasta el que se basa en la actividad intelectual. Así consideramos en un pie de igualdad al que cava una zanja con el que se inclina sobre un microscopio en un laboratorio o dicta una clase.
Todo trabajo es productivo, todo lugar y circunstancia en que actúe el ser humano obteniendo un beneficio económico es productivo. Solamente desde esta posición es posible analizar la sociedad en forma íntegra, sabiendo que en el innumerable entretejido de relaciones laborales se sustenta la prosperidad de la nación."
Si el trabajo es toda acción que genera un beneficio económico, dentro de este mega-concepto se incluye, por ejemplo la especulación financiera. La lectora, el lector, sabrá que esa modalidad de "trabajo" -cuya lógica de equilibrio fiscal, altas tasas de interés, primarización de la producción en el caso del "tercer mundo", industrialización de la agricultura, tipo de cambio bajo, etc.- es la estrategia burguesa triunfadora tras la segunda guerra mundial, especialmente tras los años 1970s, y es responsable también del endeudamiento de nuestros países, de la desindustrialización, la precarización del empleo y, a nivel mundial, de la actual crisis económica ambientada en la especulación financiera (generando "burbujas" de hiper-ganancias no sustentadas en la riqueza real de la producción, haciendo caer precisamente a esta cuando estas "burbujas" estallan al no poder satisfacer las ganancias de los accionistas inversores). Es precisamente esa modalidad de "trabajo" la que representa Luis Alberto Lacalle, pero también Danilo Astori y, aunque le pesa y diga que es por tolerancia, José Mujica. La diferencia con el Frente Amplio, es que este partido busca una salida de "tercera vía": neoliberalismo + políticas sociales para los marginados, en aras de la cohesión social. Al lector o lectora simpatizante del Frente que lea estas humildes líneas y se sienta agraviado por este comentarista, le invito a averiguar cuánto aumentó la deuda externa y pública uruguaya durante el gobierno de Vázquez, que al igual que Lacalle y Jorge Batlle, utilizó en última instancia ese mecanismo para sostener el supuesto equilibrio macroeconómico y el dólar bajo -condiciones para las ganancias de los especuladores financieros.
"No es posible analizar el empleo sin incluir en él el papel que juega el capital, la inversión. No hay empleo sin inversión. Por ello es que defendemos las mejores condiciones para que nuestro país sea atractivo para que los inversores nacionales o extranjeros vengan a nuestra tierra a buscar un beneficio, arriesgando un resultado que por definición nunca es seguro pero que dinamiza la propia sociedad, genera puestos de trabajo, paga impuestos y contribuciones de seguridad social y genera la masa salarial que a la vez dinamiza el comercio."
“No hay empleo sin inversión” es un enunciado cuya validez debe discutirse, a pesar que parezca obvio. Aquí está tácita la idea del capitalista que invierte en la elaboración de una empresa con fines de lucro, y en ese sentido es cierto. Pero también hay empleo dentro de otros modos de producción, que ven la luz precisamente cuando el capitalismo hace crisis: así en el año 2002 vimos el florecimiento de clubes de trueque, pequeñas empresas familiares con inversión de tiempo y esfuerzo, pero no de capital simbolizado por dinero, agricultura familiar y otras estrategias de generación de excedente limitado. Pero siguiendo la lógica imperante, en todo caso, la inversión que busca atraer Lacalle (y Mujica y todos, lamentablemente), es la que Wilson Ferreira y el Frente Amplio en los años 1980s llamaban “capitales golondrina”: llegan la primavera de las ganancias y se retiran ante la primer brisa de otoño de los riesgos; esa modalidad de estructuración de la vida del país sobre la base de la especulación económica trasnacional es peligrosa, como lo prueba la historia reciente. En otros casos, esa inversión extranjera no va directamente al sistema financiero en forma de depósitos, sino que se invierte en la extracción de recursos naturales, a través de modelos como el de producción forestal/celulosa, sobre la base además de vergonzosas exoneraciones impositivas (en realidad, subsidios por parte del resto de la economía) y libertad de “repatriación de ganancias”, aumentan notablemente el PBI, pero además de destruir la naturaleza e hipotecar el futuro de nuestro medio ambiente, generan pobreza porque afectan a la agricultura familiar, a la estancia tradicional, a la apicultura y otras modalidades de trabajo agrícola más inclusoras, quitándoles tierra y agua, nada menos.
"La asociación entre el capital y el trabajo es la que genera la prosperidad, la que aumenta las posibilidades de que más personas mejoren su nivel de vida. Por ello es que defendemos la posición de crear las más seguras condiciones jurídicas para que los inversores se radiquen en nuestro país, cumpliendo sus leyes pero a la vez al amparo de leyes que otorguen seguridad para el desarrollo productivo."
Un buen ejemplo de esta estrategia es el de la forestación por monocultivos de eucaliptus y pinos: la exoneración de impuestos data de 1987, pero recibió un impulso decisivo en la época del gobierno de Lacalle. Generó grandes ganancias para las empresas (chilenas, españolas, estadounidenses y uruguayas menormente), trabajo precarizado e incluso esclavo en el norte del país, un deterioro marcado del suelo y las napas freáticas y una transferencia negativa de recursos, porque los caminos y vías de tren fueron pagados por la población en general que no percibió ganancia alguna por esta actividad, y porque las intendencias municipales dejaron de percibir impuestos relacionados con la actividad agrícola. Si se hubiera invertido los mismos 1.000 millones de dólares en subsidios y exoneraciones en la producción agrícola familiar, en la granja, el vino, e incluso en las estancias ganaderas -más allá de sus problemas y exclusiones sociales de larga data- el resultado hubiera sido muy diferente. En el caso de la planta de celulosa de Botnia, Uruguay firmó un tratado con Finlandia, país de origen de la empresa, solo equiparable a los convenios de la época del coloniaje español y portugués: contrariamente a lo que dice Lacalle, se le garantizó algo increíble a las empresas finlandesas, las ganancias, en una especie de reaseguro contra huelgas laborales o problemas de todo orden. Esa es la “seguridad jurídica” con que cuentan estos sistemas productivos depredadores de la humanidad y la naturaleza.
"Nada hay más importante para el trabajador que la abundancia de trabajo. Podemos afirmar que es realmente libre el trabajador que puede optar entre dos oportunidades de trabajo. Cuanto más trabajo se genere más ventajas tendrá el trabajador."
Este párrafo es incuestionable. Habla de una situación de abundancia de trabajo ideal dentro del mundo capitalista, sólo aplicable a algunos nichos del mercado en la actualidad. Sólo admite la crítica del socialismo: el trabajador es libre cuando es propietario y gestor directo de los medios de producción, porque sólo así libera su energía creativa y deja de depender de la arbitrariedad del burgués o del estado (como en el caso del “socialismo real” o mejor “capitalismo de estado”).
"En este sentido hemos usado el término de "competencia de intereses" en lugar de la anticuada teoría -que en ningún país ha prosperado - de "lucha de clases". Por cierto que los intereses del trabajador y del empleador no son los mismos, uno desea un mejor salario y el otro mayor rentabilidad.
Está en la naturaleza de las cosas, es lo que nos enseña la realidad. Pero estos diferentes intereses, estas metas distintas convergen en un punto que es el que permite que uno y otro puedan tener satisfacción: la prosperidad de la empresa, el mejor resultado económico de la misma.
Que haya algo para compartir es lógicamente anterior a que se pueda compartir. Por supuesto que ésta es una simplificación, que la realidad nos mostrará las mil y una situaciones en que esta meta será difícil de obtener. Pero enunciado por enunciado, preferimos "competencia de clases" a "lucha de clases", entre otras razones porque la vemos como más positiva, como una forma de entender la sociedad que lleva a la paz y la cooperación, disminuyendo el margen de conflicto.
La sociedad es más cooperación que conflicto, aunque siempre este último sea el más notorio, el que recogen los medios."
Toda una negación, si se quiere. Es estrictamente cierto que la “lucha de clases” (en realidad Marx y los socialistas en general hablaban de “guerra de clases”, pero las traducciones castellanas siempre han sido benevolentes) es una teoría, un recorte de la realidad construido sobre un sistema conceptual o discurso. Ahora bien, no hay que confundirlo, como hace Lacalle, con la acción política orientada por esa teoría. Esa acción confrontativa característica del sindicalismo socialista y de los partidos y grupos de izquierda socialista puede fracasar sin que por ello fracase la teoría. La teoría fracasa si no puede ayudar a comprender la realidad. Y me temo que la teoría de la lucha de clases, aunque se la diluya en la frase “competencia de clases”, sigue teniendo una fuerza explicativa enorme: explica por ejemplo, dentro del Partido Nacional, la formación de dos grandes sectores: uno más cercano al capitalismo financiero y la agricultura industrializada (el de Lacalle), y otro más cercano al modelo de la estancia familiar (el de Larrañaga); o sea, dos sectores de la burguesía enfrentados (y eventualmente aliados) en términos de la definición de una estrategia de acumulación capitalista u otra. Explica las diferencias dentro del Frente Amplio (sectores como el MPP, más vinculados a la pequeña empresa y al movimiento obrero, y sectores como Asamblea Uruguay, más cercanos a la especulación financiera...) y entre este y el Partido Nacional. Y explica mucho más: las luchas internas entre la elite sindical cuya estabilidad de ingresos depende de la transigencia con los gobiernos de izquierda, y las bases obreras, cuya única posibilidad de mejora de condiciones es la agudización de conflictos y si es posible la toma del poder. Sí es atendible, más allá del contexto discursivo de des-legitimación de la lucha sindical, la noción lacallista de la importancia de la cooperación. Curiosamente desde Smith pasando por Darwin, todos los científicos y filósofos liberales del siglo XIX, fundamentos del pensamiento económico y social actual de los partidos burgueses y en buena parte del actual Frente Amplio, sólo pudieron ver la “lucha por la supervivencia” y la comeptencia, y en ningún caso la solidaridad y las relaciones de cuidado mutuo.
"Pero la cooperación es el tejido social que mantiene operativa a la comunidad, permitiendo compartir los beneficios de la prosperidad y amortiguar los golpes de la adversidad."
En realidad Lacalle peca de ambicioso. Porque más allá del apetito sindical por mayores salarios y más que nada por prerrogativas para su aparato burocrático (inteligentemente atendidas por el gobierno del Frente), actualmente las corrientes dominantes del PIT-CNT no aspiran a otra cosa que al desarrollismo, al productivismo, a la llegada de la sacrosanta inversión extranjera, a las ganancias suculentas de los empresarios y al reparto de parte de las mismas hacia los trabajadores. Como en algún lugar dijo Marx, el sindicalismo hoy es la garantía de la estabilidad capitalista. Sin él, los conflictos serían mucho más agudos y quizás violentos, en virtud del espontaneísmo propio de los trabajadores no organizados ni disciplinados por la jerarquía sindical. El sindicalismo uruguayo de hoy se opone al neoliberalismo descarnado de Lacalle, pero esa oposición no es tan radical como para desestabilizar al sistema capitalista, es moderada, negociante y ha olvidado el socialismo.
"Sólo acentuando y enriqueciendo la cooperación lograremos la gran meta social que todos compartimos: más y mejor trabajo.
Nos parece una meta apropiada para intentar lograr a partir de este día 1° de Mayo de 2009."
Esta relación idílica entre trabajadores y empresarios, todos trabajadores diría Lacalle, no se registra más que ocasionalmente en, como hemos dicho, períodos de grandes ganancias y producción orientada al mercado interno. Es así que en la época del gobierno de Lacalle, en los años 1990s, esta cooperación forzada por la des-regulación laboral, des-industrialización y la desarticulación del sindicalismo en virtud de la precarización del empleo y la des-regulación laboral, se tradujo en la no aplicación de hecho de las leyes laborales tan queridas como la de las 8 horas, el no pago de horas extras, la contratación de obreros rotativa por tres meses sin inclusión en planilla de seguridad social, trabajo esclavo en la forestación en Tacuarembó y Paysandú, empleados de supermercado con horario de entrada pero no de salida, cajeras sin derecho a ir al baño y otras atrocidades cuyo relevo está pendiente para los historiadores del trabajo. Y además, en esta cooperación forzosa, el desempleo no dejó de estar allí para asegurar la sujeción de los trabajadores al capital.
http://hojas-en-blanco.blogspot.com/2009/07/lacalle-y-sus-relaciones-laborales-de.html
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