sábado, 11 de julio de 2009

Por culpa de una baldosa


Sobre obreros de derecha, arrepentidos y pragmáticos.




por Jorge López Ave







En esa mañana electoral salió de la casa con la decisión firme de votar. Sabía que no sería mucha gente la que votaría por su misma opción, pero no le importaba, sabía que era lo mejor, que era necesario ese voto para empezar a crecer y que cada voto iba a dolerle a los dueños de todo. Al promediar la calle tuvo un pequeño tropiezo con una baldosa levantada, y justo ahí, al salir del escollo, quiso recordar la lista que iba a votar pero no pudo. Lo intentó por el número pero no, le añadió dos dígitos a su cédula, en la certeza que así iba a aparecer en su memoria la lista a la que tenía que votar pero no. Buscó algún papelito con la esperanza de haber anotado el número en algún sitio pero no. Lo intentó luego con los eslóganes que había escuchado en la campaña electoral hasta el hartazgo. Recordó que el suyo era “vamos a avanzar juntos”, pero no. Quizás “el futuro te pertenece”, pero no; “así ganamos todos” pero no; “por un país más libre y seguro”, pero no; y así, en la falta de memoria que le impedía recordar el número y el eslogan de la candidatura que tenía que votar, llegó al sitio exacto donde debía sufragar. Dijo al presidente de mesa con total sinceridad que venía a votar, que estaba recontra convencido porque esta vez no era al “menos malo” pero que, lamentablemente, había olvidado a quién. Uno de los apoderados de un partido siempre al acecho, vio una oportunidad excelente para sumar uno más y se prestó a hablar, pero el presidente se le adelantó y le dijo que pasara al cuarto donde estaban las listas porque ahí seguro que iba a recordar. Entró. Vio cientos de listas, en mesas, sillas, en las cornisas de las ventanas, en un mueble bajito, en otro más alto, y así, de repente, empezó a encontrarse mal, como con un dolor imposible en la cabeza donde bailaban números y apellidos de candidatos. Se sentó para aliviar una especie de zumbido que le llegaba hasta el cerebro y así estuvo un buen rato. No escuchó los golpes del presidente del circuito y un policía abriendo finalmente la puerta para ver qué pasaba. Dijo cuando pudo, con un hilo de voz, que quería votar pero no se acordaba a quién, que necesitaba ayuda, que era a un grupo de izquierdas que no se torció, pero ya era transportado a una ambulancia en una camilla con ruedas. “Quiero votar”, gritaba, “ayúdenme, les pido por favor”. “Está como loco”, le acertó a decir el policía a los camilleros antes de meterlo en la camioneta y llevarlo quién sabe a dónde.

Publicistas

Los publicistas dicen que lo que vende es hablar de “seguridad”, que la sociedad está nerviosa por los robos, copamientos, allanamientos, estupros, amenazas, y se abraza a cualquier candidato que le prometa castigo a los culpables. Las cárceles llenas de jóvenes pobres es garantía de tranquilidad, dicen. La cantidad de cárceles que se vayan a construir es un argumento definitivo para obtener votos, también dicen. Si alguien osa levantar con timidez la mano y preguntar de un modo pausado por qué hay tanta delincuencia o si es casualidad que nunca haya ricos hacinados en cárceles inhumanas, de buscar, en una palabra, la raíz del problema, es un mal candidato, un conchabado de ladrones y asesinos. Alguien que no merece ser votado.

Algo pasa

Su voto siempre fue a la izquierda. No de ahora, que hay cientos de miles que hacen lo mismo, sino desde las épocas más duras, donde sacar un diputado era un éxito rotundo y sin paliativos. Por eso no sabe si celebrar o no que el almacenero de la esquina, -que fue siempre un facho y que incluso hablando cualquier tema con él, sigue mostrando esos rasgos-, vote lo mismo que él. Algo pasa, máxime cuando siempre habíamos hablado de reforma agraria, de no pagar la deuda externa, de hacer una salud pública lejos de los intereses privados, de parar la emigración de los jóvenes, de eliminar la pobreza de los barrios, de combatir al capital, y nos dicen ahora los diputados y senadores que necesitan más tiempo, o peor, que entendamos que el concepto “izquierda” ha cambiado, que ahora pasa por no repartir la tierra, por pagar al FMI, por convivir con los que lucran con la salud, por elogiarle su imprescindible labor social, por atraer inversores extranjeros, por hablar de emigración como una etapa propia de la juventud alejada de las necesidades económicas. Algo pasa. Camino del circuito electoral no quiere hablar de traidores ni de gente que acomodó el cuerpo al capitalismo, pero tiene unas ganas de gritarles con el voto que no va a tolerar más engaños.

Uno de ellos

Vota a la derecha con un argumento implacable: quiere vivir como los ricos y, lógicamente, necesita una sociedad donde haya ricos. Mientras tanto, no le importa malvivir en un barrio marginal, ni necesitar dos ómnibus para llegar a un trabajo donde gana un salario casi mísero, ni tener problemas mil para comer los últimos días de cada mes, ni usar ropa remendada, nada de eso lo amilana: él vota a la derecha convencido. Sueña con vivir en una casa lujosa en el mejor barrio, con tener una 4X4, con llevar a su familia a comer fuera cuando se le antoje, con viajar al extranjero dos veces al año, con tener tres perros de raza en el jardín y un par de empleadas. Por eso, las campañas electorales son fantásticas porque comparte mítines con la gente adinerada que tanto admira, jalea a los líderes, mueve las banderas y se siente por un rato como uno de ellos. No piensa que al terminar el acto, tiene que esperar el paso del ómnibus que lo devuelve a su barrio, mientras los suyos se vuelven a sus casonas en los soñadas 4X4, y paran para comprar comida hecha en lugares elegantes, y comentar que el acto estuvo buenísimo y que había gente pobre y todo.

Por un laburo

Se pasó en la frenada con el pragmatismo. Entró a justificarlo todo, cada cosa que se hacía desde el gobierno la veía bien. Dejó atrás el análisis y la ponderación para pasar a algo poco recomendable, muy alejado de la objetividad. Así se enfrentó a amigos, familiares, vecinos y compañeros de trabajo. Su esfuerzo parecía, en ocasiones, casi apoteósico porque desde el ejecutivo daban pocas alegrías a este tipo de defensores acérrimos. Un día se atrevió, por fin, y a través de un conocido, pidió un puesto de trabajo en un ministerio. Más que un currículo presentó un par de hojas con todas las defensas que había hecho del gobierno a lo largo de la legislatura, recordó incluso aquellos temas más peliagudos, donde debió ser el único ciudadano del país en defender lo imposible. Le dieron el trabajo.

La familia en silencio

No fue algo que sucediera de un día para otro. En realidad, es difícil saber el día y la hora del comienzo del silencio político familiar. Pero lo cierto es que las tertulias y los debates domingueros, en torno a una comida casera, ya no se realizan. Es como si la política hubiera seguido el mismo camino que el alicaído fútbol, ya no se habla, ya no se discute. Es posible que en la decisión haya influido el descrédito, la constatación de que la utopía llegó a su fin, la apatía, el celebérrimo desencanto, pero la verdad es que no hubo decreto ni imposición, fue un pacto no escrito ni hablado que empezó a regir en cualquier domingo gris. Todos los silenciados saben que en el fondo es un triunfo del enemigo de clase, pero ni así.

Cuando los otros son como los unos

Que ellos hayan utilizado la política para colocar hijos, yernos, hermanos y primos, era lo normal, lo repudiable, lo criticable. Que ellos se hayan puesto siempre sueldos generosos, hayan hecho negocios turbios, comprado votos, falsificado papeles, hayan recibido coimas y porcentajes de operaciones extrañas, era lo normal, lo repudiable, lo criticable. Que los nuestros lucharan contra esa forma de entender la vida pública era algo justo, necesario, imprescindible. Pero, ¿qué hacer cuando alguno de los que parecían nuestros actúa como uno de ellos? ¿Decimos, como dice el guión en estos casos, que un garbanzo negro hay en todos los canastos y chau? ¿Y si encima el culpable se cubre la cara con cemento, y te lo explica con la siempre servicial razón que los otros sí que son malos y peores, y que tenemos que evitar a toda costa que vuelvan?

Por culpa de una baldosa II

El tipo del primer relato entró conducido por los camilleros en el hospital y le dijeron que esperara unos minutos quieto que ya lo iban a acomodar. De todos modos, el lugar donde lo dejaron, un pasillo con esquina, no era el mejor, por lo que resultó natural que la primera camilla que vino en dirección contraria, se tropezara con bastante violencia. A él le sirvió, porque de repente, en el choque, recobró la memoria electoral y se dijo: es la 326. ¡es la 326! Una enfermera que pasaba con papeles en la mano le preguntó si quería jugar a la quiniela, si tenía una corazonada o qué, y se lo dijo de buena fe, casi a punto de salir corriendo al kiosko a compartir el premio jugando al mismo número. Pero él estaba a punto de vestirse y pensando en la urna donde debía votar. A un médico que se paró a su lado le explicó lo sucedido, pero el doctor dijo que él era pediatra no experto en problemas electorales. Buscó la complicidad de un guarda de seguridad que lo escuchó con atención, pero al terminar el relato sacó un papel donde tenía anotado, de puro vicioso, todas las listas electorales, las repasó dos veces y le dijo que era imposible, que la 326 no existía, que se quedara quieto y esperara en la camilla nuevas órdenes. “Le digo que sí, que no sale en la tele pero existe”.





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2 comentarios:

  1. Excelente! Ya hemos abierto los ojos. Nos toman por tarados con sus argumentos

    Volta

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  2. Buenìsimo!!!!! fuì a votar al interior y llevè el No. de lista anotado, fuì a votar de contra, nomas, con bronca ,podrida de ver la propaganda, los ñoquis, la juntadita de votos a còmo sea....Sòlo necesito saber si hay segunda vuelta, la 326 va a apoyar al FA? Somos muchos los que nos preguntamos lo mismo....por favor, necesitamos saberlo YA.-

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