Por Jorge Zabalza
Noviembre de 1968. A dos
meses del regreso al Uruguay, del encuentro con mi hermano y de varias idas y
venidas, se produjo el contacto con Rufo: me comía la ansiedad por internarme
en el torbellino de una vez por todas y, por fin, llegó el esperado momento.
Bajé del trolebús en Pirineos
y caminé hacia Veracierto, hasta la esquina del local del Congreso Obrero
Textil. Allí estaban el Rufo y tres compañeros. Charlaban despreocupados. Al ‘Chongo’ José María Olivera y el ‘Gaucho’
Alvear Leal los reconocí al toque de los campamentos de UTAA. No recordaba
haber visto al tercero, cosa nada rara, pues Félix Maidana Bentín tenía la
virtud de pasar desapercibido, perfil bajo que le dicen ahora. Su seudónimo
‘Juan’ caía como anillo al dedo a su característica humildad.
Aquello parecía una asamblea.
“Se me apelotonaron los contactos”,
decía Rufo, quien gustaba burlarse de sus propias desprolijidades. Esperé a una
distancia prudencial, hasta que, a una seña suya me acerqué. El Chongo y el
Gaucho se fueron. Con tono casual, pero midiéndome la nafta, el Rufo me
preguntó cuando podía viajar al norte. Me salió un ‘ahora mismo’ que Juan
recibió con una de sus estentóreas carcajadas. La risa parecía explotar en la
máscara de adusta seriedad que siempre llevaba puesta. Quedó estipulado que debía
cumplir el ritual de mi iniciación bajo la atenta y desconfiada mirada de Félix
Bentín, como lo conocían en Bella Unión.
Pocas horas después subimos
al tren en Estación Sayago, Juan me dejaría en Parada Cuaró y seguiría hasta
Artigas, a esperar a Atalivas Castillo, que salía en libertad en esos días. En
el portaequipaje de un camarote, que pagamos pero que no utilicé por precaución,
viajó solitaria una mochila con panes de gelignita y dos revólveres. Nos
turnamos para vigilarla cada tanto. Estuvimos casi veinticuatro horas, uno
frente al otro, sin cambiar palabras. Alguna charla que quise iniciar apenas
recibió un gesto adusto por respuesta, el silencio era un modo de ser en Juan.
La gelignita era parte de los
doscientos quilos expropiados del polvorín de la empresa que construía la ruta
26 y que, como no le encontramos uso político, se echó a perder escondida en un
berretín. La noche del hecho, Juan llevó pintura para dejar una estrella y una
´T´, pero, en el momento de colocar la firma tupamara, el pincel se le resbaló y
escribió ‘¡Tierra!’, el grito de guerra de los ‘peludos’. La fotografía de la
firma ganó las tapas de los diarios.
Al igual que varios pequeños
grupos de militantes de aquellos años, Juan entendía que la lucha sindical, sus
asambleas, reivindicaciones públicas y reclamos jurídicos no se contradecían
con las marchas y campamentos, las ocupaciones de los lugares de trabajo, y
que, además, las medidas legales no excluían la actividad clandestina y armada.
Me llevó años aprender que la lucha tenía dos caras -movimiento de masas y
movimiento revolucionario- pero era una sola, que hacer la revolución no se agotaba
con la formación de un aparato clandestino para realizar las operaciones
militares más audaces. Que el método guerrillero era apenas un método para
despertar y congregar. Ese período de la doble militancia fue la más rica del
movimiento tupamaro y también la menos conocida. Está esperando todavía que se
escriba su historia.
Anecdotario
En Cuaró no había nadie
esperando. Era posible que algo hubiera ocurrido al contacto y trepamos al tren
en el momento que partía. Llegamos a Artigas esa noche. De haber viajado solo, Juan
habría pasado la noche a la intemperie, pero por gentileza con el novato, fuimos
hasta una pensión cercana.
El dueño olió algo sospechoso
y avisó a la policía. Descubrí dos milicos, golpeando la puerta del baño donde estaba
Juan. La primera reacción fue mandarme una de cowboy, pero abrí la ventana y
escondí los dos revólveres y la gelignita en el pretil. Cuando vinieron a
buscarme, estaba acostado, dormitando. Revisaron el cuarto. Fuimos caminando
hasta la comisaría, los policías conversando animadamente y nosotros arreglando
la coartada.
Félix mostró una arrugada
credencial a nombre de Juan Espósito, hice lo mismo con mi cédula de identidad,
pero la entregué metida dentro del carné de senador de mi padre, el manto
protector que usábamos con mi hermano. Saqué además unas carpetas con datos de
dos estancias que venía a vender en Artigas, actividad legal con la que intentaba
encubrir la clandestina. Les di el teléfono de la escribanía de mi padre para
que confirmaran. Al rato, llegó Riani, el jefe de policía. Nuestro relato era
breve, nos conocimos en la cantina del tren, tomamos algo y decidimos quedarnos
en la pensión … ¿cuál era el delito? Juan permaneció mudo, como ensimismado.
Finalmente, luego de un par de horas de espera -para averiguar si estábamos
requeridos, por supuesto- nos dejó ir y, de cierta manera, nos ‘expulsó’ del
pueblo, orden que obedecimos sin chistar y partimos en el tren de la mañana
siguiente.
El viaje de regreso fue muy
diferente al viaje de ida. En un ataque de locuacidad, Juan me explicó que no
estaba inscripto en el registro civil, que no existía legalmente, de manera que
la credencial falsa era su única identificación formal. Contó que no sabía si
era argentino, uruguayo o brasilero, creía haber nacido en un bote en 1940, en
la barra del Cuareim al desembocar en el Uruguay[2].
A los seis años ya estaba ayudando a cortar caña. No pudo ir a la escuela,
aprendió a leer y a escribir en el sindicato y, años después, continuó
estudiando en Punta Carretas. Lo puse al tanto de la parte de mi historia de vida
que había quedado en evidencia con la policía de Artigas. Luego, charla
incontenible, temas diversos.
Bajamos del tren en Paysandú,
Juan ya no recelaba de mi facha universitaria y yo había hecho amistad con uno de
los más admirables revolucionarios de los ’60.
En la estación las tapas de los diarios estaban encendidas: la policía
había detenido al Beto Falero, Falucho Bassini, Pedro Dubra, Aníbal y Líber de
Lucía, Jesús Rodríguez y al Gaucho Leal. Raúl había zafado por muy poco, Tremendo
golpe a los tupamaros. Compré un diario y seguimos caminando. Juan me dejó con dos
sanduceros y se fue a dar una mano en Montevideo. Mi debut había sido bastante
agitado.
Itacumbú
(…) “nos abrió los ojos. Nos explicó nuestros derechos
y gracias a él nos agremiamos y presentamos a los gringos nuestros reclamos.
Fuimos tratados con desprecio, como en tiempos de los esclavos. No hubo ningún
arreglo y nosotros los cañeros, los ‘peludos’, como nos llamamos, fuimos con
Sendic a la cabeza a acampar a los montes de Itacumbú, cerca de las azucareras,
bajo carpas de ramas, bajo la lluvia, con nuestras familias”. (…) “pero no
fuimos a escondernos al monte, sino que, desde nuestro campamento, con la ayuda
de Raúl Sendic, reclamamos nuestros derechos con más energías”[3]. El rumbo de la vida de Félix Maidana Bentín y de un
numeroso grupo de trabajadores de la caña de azúcar, había cambiado para
siempre a principios de los ’60, dejaron de aceptar pasivamente las condiciones
de vida y trabajo a las que estaban sometidos y dieron sus primeros pasos en la
lucha sindical. El puntapié inicial fue esa llegada de Raúl Sendic, socialista,
procurador, que en la interacción con los ‘peludos’ fue creciendo como luchador
social y radicalizando su visión política.
Cercado por el ejército y presionado
por el Ministro de Interior, el campamento de Itacumbú (1962) fue tremenda
experiencia educativa, un montón de ‘peludos’ tomaron consciencia de sus
derechos y aprendieron que vale la pena luchar.
La fundación de UTAA, la toma
de CAINSA, los más de 200 peludos que ‘bajaron’ a Montevideo para el 1° de
mayo, la toma e incendio de las oficinas de la CSU, la central amarilla, la
prisión en la cárcel de Miguelete, el ómnibus detenido por la policía al
regresar de Bella Unión. En el año 1962 la lucha de los cortadores de caña hizo
conocer su situación miserable, que desmentía la leyenda del país de las vacas
y las clases medias gordas, del Uruguay Batllista.
Julio Vique, Severiano
Peralta, Atalivas Castillo, Nelson Santana, Dorimel Bonetti, Carlos ‘Serpiente’
Silva, la Chela Fontora, Eduardo Gallo, Ary Severo Barreto, Jorgelino Dutra,
José María Olivera, Antonio Bandera, Walter González, Anacleto Silveira, Juan
Carlos Ledesma Rodríguez, Edelmar
Ribeiro Alvear Leal y una cantidad de otras y otros que contaron con el apoyo
incondicional de sus familias, de la ‘China’ Gómez, de ‘Colacho’ Esteves, el
‘Flaco’ Rodríguez Beletti, el ‘Viejo’ Andrés Cultelli. El proceso de
radicalización fue seleccionando el núcleo más comprometido que, como
consecuencia de su experiencia en la lucha de clases, se harían socialistas,
comunistas y tupamaros. Inmerso en la marejada, Félix Bentín representó como
nadie ese proceso de transformación en un ser colectivo y de escapar al corral
individualista donde el lobo los tenía encerrados para comerlos mejor.
“Hay que armarse pa’ luchar”.
“Estamos dispuestos a combatir a la burguesía en el
terreno que ella elija. Si nos dan palos, devolveremos los palos; si nos dan
bala, devolveremos bala”, palabras de
‘Colacho’ Esteves en el acto del 1° de mayo de 1964 en Montevideo, expresaba el
sentimiento de los militantes nucleados tras las marchas y los campamentos de
los ‘peludos’. Ana María Silva,
enamorada con Juan, había quedado renga al ser herida por un balazo de la
policía mientras estaba en el campamento.
Desde Itacumbú se tenía bien
claro que nada se podía esperar de las instituciones democráticas, la fortaleza
desde donde la burguesía bombardeaba a los trabajadores. La democracia burguesa
contiene gérmenes de fascismo bajo su careta de respeto a los derechos y
libertades de los ciudadanos[4]. La burguesía desecha derechos y libertades y
arrolla sin escrúpulos a trabajadores, jubilados y estudiantes. Toma la
iniciativa de violar violentamente su propia legalidad, interrumpir el tránsito
pacífico de las luchas y recurrir a las instituciones armadas, en las calles y
en las salas de tortura.
Si se los permitieran, los
sometidos desearían crear su mundo de libertad y justicia social mientras toman
mate en la cocina, emplear la violencia nunca fue ni será una opción suya. Los
sometidos sólo pudieron elegir la respuesta que daban a esa violencia
institucionalizada, entre poner la otra mejilla al golpe recibido o cerrar los
puños para defenderse.
Al año siguiente, 1965, se
quemaron varias chacras de caña prontas para cortar, propiedad de plantadores
que se negaban a pagar mayor salario y retardaban el comienzo de la zafra. La
presencia de Juan, que vivía en los montes con él, confirmaba el consentimiento
de Raúl con esa metodología de lucha. El resultado fue que los plantadores
debieron apresurarse a contratar cortadores para que no se les echara a perder
el contenido de azúcar. La acción directa sindical daba resultado.
A consecuencia de la
expropiación del Tiro Suizo -31 de julio de 1963- se desató una campaña contra
el sindicato. Todos fueron sospechosos de colaborar con Raúl Sendic que,
requerido por la policía, debía moverse en la clandestinidad. Durante años Severiano
Peralta y Juan acompañaron a Raúl en la vida matrera por montes y sierras. Atravesaron
la frontera con Rio Grande do Sul, se instalaron en una casa de Uruguayana, que
se convirtió en centro de sus andanzas. Para protegerse de la persecución
policial, los compañeros de Montevideo les hicieron llegar algunas viejas y
casi inservibles pistolas Mauser. Con ellas, la noche de fin de año expropiaron
algunos fusiles de la Aduana de Bella Unión. ‘Hay que armarse para luchar’ no
era sólo letra hueca, era la respuesta a una realidad particular y contundente,
que llenaba de contenido práctico el significado del término ‘autodefensa’.
El sindicato ocupó la
Azucarera Artigas. Sospechando complicidades, el ejército rodeó los galpones en
busca de las armas expropiadas y la policía llevó presos a muchos ‘peludos’ que
nada tenían que ver. La reacción empujaba la radicalización de los reprimidos
injustamente. Una vez desocupada la Azucarera, UTAA organizó la segunda marcha
a Montevideo, esta vez bajo la consigna ‘por la tierra y con Sendic’,
reclamando la expropiación del improductivo latifundio de Silva y Rosas y su
entrega a una cooperativa de ‘peludos’. Luego de algunas peripecias llegaron a
Montevideo el 31 de marzo de 1964 y acamparon en varios locales de sindicatos
urbanos.
Después del 1° de mayo,
apremiados por la necesidad de fondos para respaldar la lucha sindical, Vique,
Santana y Castillos asaltaron la sucursal del Banco de Cobranzas ubicada en
Rivera y Arrascaeta. Se les escapó un tiro y los tres miembros de la dirección
de UTAA marcharon presos. El sindicato quedó nuevamente bajo sospecha, con un
flanco abierto a los ataques de la prensa y de los parlamentarios
reaccionarios. El asalto fracasado obligó a discutir en qué lugar se ubicaba el
movimiento de masas con relación al movimiento revolucionario. Era evidente que
el trasiego de luchadores sociales hacia la actividad clandestina debilitaba la
lucha del sindicato. Lo clandestino no debía ser un obstáculo para la
acumulación de fuerzas en las masas, por el contrario, se trataba de combinar
las formas de lucha pública y legal con las clandestinas e ilegales, no de
oponerlas excluyendo una u la otra. La postergación por tiempo indefinido de
esa discusión fue el caldo donde crecieron las desviaciones militaristas y
aparatistas que condujeron a la derrota del movimiento guerrillero.
“Al caer la tarde de aquel día 13 de diciembre,
dejamos la costa uruguaya y atravesamos el Uruguay. Ya en tierra argentina,
comenzamos a caminar por otra zona de montes tupidos hasta que, al cabo de
avanzar algunas horas en la oscuridad, nos internamos en un vasto pantano.
Intentamos atravesarlo, pro caminamos toda la noche sin conseguir el objetivo.
Volvimos, y ya de día, al arribar a la costa del río Uruguay, encontramos que
nos faltaba la embarcación. Agotados, nos echamos a dormir sobre la misma
costa, pero cerca del mediodía nos despertó la clásica voz ‘¡Manos arriba, nadie
se mueva!’. Estábamos rodeados por una patrulla de la marina argentina con
máuseres y ametralladoras. Antes de examinar nuestro equipaje, sus integrantes
ya nos dijeron ‘ustedes son guerrilleros’. De ahí en adelante, y en todos
lados, nos recibieron como a los guerrilleros que estaban esperando y cuya
llegada les parecía obvia, inminente, normal. Creo que nunca han desembarcado
guerrilleros en la Argentina, pero en Argentina están esperando a los
guerrilleros”[5].
En esa expedición medio
aventurera tras unas armas presumiblemente enterradas en los montes de la
vecina orilla, cayeron presos Raúl Sendic, Félix Maidana Bentín y Anacleto
Silveira. En un primer momento los interrogaron en Monte Caseros, vecina de
Bella Unión, luego los trasladaron a Paso de los Libres. La cancillería
uruguaya dejó expirar el plazo para iniciar los trámites de extradición y el
Partido Socialista depositó la fianza que pedía la justicia argentina. Sendic
fue dejado libre, caminó entre fronteras para reaparecer en un campamento
peludo en el Cuaró, desde donde agradeció a José Pedro Cardoso y escribió el
artículo para ‘Época’. Anacleto y el Juan fueron dejados en libertad dos o tres
semanas más tarde.
La columna N°7
A mediados de diciembre de
1968 echó a andar la columna ‘del interior’ del MLN (T) en un ‘taller mecánico’
de la calle Vilardebó. El Rufo convocó una especie de consultivo al que fueron
Félix Bentín, José María Olivera, Nicolás Esteves, Lucas Mansilla, Diego
Piccardo y yo. También estaba Atalivas Castillo, que recién había salido de la
cárcel y que, sin dudar un segundo, se reintegró de inmediato. Se constituyó el
primer comando y se distribuyeron las responsabilidades. Juan y el Chongo
quedaron a cargo del ‘14’, un rancho ubicado en un asentamiento de Colonia
Nicolich, al que se llegaba recorriendo un estrecho sendero y eludiendo los
ranchitos linderos. Una pieza sola, hecha con cuatro palos a pique, paredes de
caña y nylon y techo de paja, pero ofreció refugio seguro en situaciones
apremiantes. La columna inició su veloz carrera para levantar la
infraestructura necesaria para acciones de finanzas, pertrechos y propaganda
armada.
Una medianoche de verano, en
una Kombi recién pintada y con matrículas falsas, con Juan nos tocó transportar
la artillería para el asalto al Casino San Rafael. Atravesábamos la ciudad de
Pando por la ruta 8 vieja cuando detrás nuestro, sorpresivamente, apareció un
vehículo a toda sirena. Susto mayúsculo, apreté el acelerador todo lo que
permitía la planta urbana. Apenas pasamos el hospital desaparecieron las luces
multicolores, ¡era una ambulancia! Recién ahí pude respirar tranquilo y me di
cuenta de que Juan, ventana afuera e imperturbable, estaba apuntando una PAM
.45 hacia el supuesto patrullero. Su firmeza y decisión eran de leyenda.
Una vez fuimos a relevar la
costa frente al San Rafael. En la tupida franja de tamarices buscamos un
refugio por si las cosas no salían bien. Repleta de bañistas, la playa Brava
era otro mundo, el de los bikinis y las largas cabelleras rubias o teñidas de
rubio. Seguramente pasaron por su imaginación caras sufridas y manos gruesas,
mujeres peinadas a la que te criaste, agobiadas por el trabajo y la crianza de sus
hijos, sin tiempo para descansar y sin necesidad oscurecer la piel al sol. Con
su expresión más pétrea, Juan susurró “a
estas gringas habría que cortarles el pelo y empujarlas al mar con tractores y
bulldozers para que se vayan a Miami”. Odio de clases puro y duro. Debí pasar
muchas cosas, sufrir mucho, para llegar a odiar con la pureza y profundidad que
odiaba Juan.
Por suerte el asalto salió
mejor de lo previsto. Después de evacuado el grupo hacia Montevideo, quedamos
cuatro en la casita alquilada para base de operaciones. Enterramos los pesos e
hicimos un paquete con los dólares. Debíamos esperar el día siguiente para
‘sacar’ al Rufo y los dólares de la zona. Cuando quisimos acordar, después de
comer un buen pedazo de matambrillo y tomar un vino, nos pusimos a jugar un partido
de cabeza. Atalivas y Juan contra el Rufo y yo. Cada gol se festejaba con
euforia y en cada festejo se disolvían ansiedades y nervios. La pelota era el
paquete de dólares.
No sólo en San Rafael estuvo
Juan. También le tocó la transmitir por Radio Sarandí, el allanamiento a la
casa de un ministro de Pacheco, el desarme de los policías de guardia en el
diario ‘Acción’, la toma de Pando, el secuestro de Pellegrini Giampietro -al
que trasladó en carro y caballo hasta el ‘14’- y la toma del cuartel de la
Marina sin disparar un solo tiro.
Miles de policías de la
Guardia Metropolitana y de Investigaciones rastrillaban la ciudad entera en
busca de las pistolas, los fusiles y las granadas expropiadas a la Armada. El
31 de mayo de 1970, después de un tiroteo, capturaron a José López Mercao y
Félix Bentín en el barrio de Manga. Cuando un milico quiso rematar al ‘Negro’,
el balazo le perdonó la vida, aunque le rompió el maxilar. Miguel Ángel
Benítez, subcomisario que luego integró al MLN, gritó ‘este hombre ya está
muerto’ para que lo oyeran los demás y dejaran de disparar. También malherido,
a Juan le sacaron un ojo de un culatazo. Ambos fueron enviados al Hospital
Militar y luego a Punta Carretas, donde llegaron en un estado deplorable que
causó indignación general. La prensa denunció el atropello gratuito.
Juan anduvo mucho tiempo con
la vista que le lloraba, usaba unos lentes negros que le quedaban grandes y se
le caían. Debía caminar medio de costado. Gestiones del Comité de Familiares
lograron que le colocaran un ojo de vidrio. A un año y poco de haber sido
capturado, Juan salió en libertad; como era la costumbre de Punta Carretas, antes
de irse recorrió las ventanillas de las celdas, despidiéndose de los
compañeros. Para muchos fue la última vez que lo vimos… hasta hoy extrañamos a
Juan, compañero querido, tan visible para nosotros como invisible para el
público en general.
El terrorismo
Juan quedó detenido bajo el
régimen de las medidas prontas de seguridad en el CGIOR – allí festejó la fuga
de Punta Carretas- y no le quedó otro remedio que optar por la salida a Chile.
Andes de por medio sufrió las noticias de muertes, torturas y del espíritu de
rebeldía contra el desenlace inevitable. El 1° de setiembre de 1972, cuando oyó
de la captura de Raúl Sendic –‘soy Rufo y no me entrego’- supo que el MLN (T)
estaba derrotado, pero, no por ello, abandonó la lucha. Sin muchas palabras
siguió firme en su lealtad y convicciones.
Hay quienes recuerdan a Juan
en las montañas chilenas, instruyendo postulantes a guerrilleros rurales en los
campamentos. De caminante por los montes del norte, Juan pasó a trepar las
alturas andinas, pero, seguramente, los principales valores que transmitía no tenían
que ver con la preparación física, sino con su modo de ver y de sentir el mundo.
Desparramada la militancia por Chile, Argentina, Cuba y Uruguay, me ha sido difícil
seguir la trayectoria de Juan en el exilio.
Antonio Bandera, Atalivas
Castillo, Walter González y Félix Bentín integraban la ‘tendencia proletaria’,
impulsada por Andrés Cultelli, Pedro Lerena, José Luis Urtasun y otros. En octubre
de 1974, los ‘cuatro peludos’ fueron designados dirección política del MLN(T) en
el Comité Central realizado en Buenos Aires. Casi que de inmediato, Juan partió
hacia las provincias del litoral norte argentino y se sabe que en su excursión
llegó a Bella Unión. Quería revertir el desánimo, traducía en hechos sus
definiciones, sabedor de que, sin práctica revolucionaria la teoría se
convierte en devaneo intelectual y doctrinario.
Meses más tarde Félix Bentín
Maidana estaba en la Argentina. La última vez que se lo vio con vida, según
declaró Miriam Proenza a organismos de derechos humanos, fue el 11 de agosto de
1978, reunido María Rosa Silveira, Ignacio Arocena en una confitería céntrica.
Entre la navidad y la noche
de fin de año de 1977, fueron capturadas Aída Sanz y su madre, Carmen
Fernández, junto con Atalivas Castillo, Natalio Dergan, Miguel del Río, Eduardo
Gallo, María Asunción Artigas y su esposo Alfredo Moyano. Todas y todos
desaparecieron desde entonces.
También atraparon otro grupo
de militantes en ese diciembre del 77: Marta Severo y su esposo Jorge Martínez,
Carlos Severo (adolescente), Ary Severo y su esposa Beatriz Anglet. Todas y
todos fueron desaparecidos
Fueron operaciones criminales
del ejército uruguayo en territorio argentino, el Plan Cóndor. No se ha podido
determinar exactamente si los condujeron al Pozo de Quilmes o los trasladaron
clandestinamente a Montevideo.
El 13 de agosto de 1978, Juan
fue aprisionado en la estación de González Catán, en la Matanza, donde termina
el ferrocarril Belgrano, al oeste del Gran Buenos Aires. Se tirotearon con la
represión para eludir el destino que los esperaba, que obligaba a elegir entre
morir en combate o en la sala de tortura. Con Bentín cayeron presos Ignacio
Arocena, José Luis Urtasún y María Rosa Silveira.
Desaparecidas y
desaparecidos. Asesinadas y asesinados. Violadas y violados. Torturadas y
torturados… sobre esos cadáveres y dolores se construyó el presente. ¿Habrían
sido posibles un Mujica, un Tabaré o un Astori sin esa acumulación política? ¿Sin
esas ausencias podrían ser los Caggiani, Nopitchs, Bergaras y la Arismendi? ¿Los
Nin Novoa, Lucía Topolanski y Bonomi? ¿Serían candidato a qué Murro y Cosse hoy
día?
Olvidar y perdonar fue el
precio del permiso que compró esta ‘nomenklatura’ a sus torturadores, pero los
olvidados no perdonan, interpelan a los que olvidaron y perdonaron, no los dejan
reposar en las almohadas. El olvido es transitorio, la victoria del terrorismo
de estado es efímera, apenas un episodio en la historia… no están condenados irremediablemente, siempre
surgirán los Félix Maidana Maidana, los juanes que llamarán a luchar por un
mundo para los trabajadores, a sepultar esa opresión y esa injusticia que
parecen eternas.
Juan transitó desde la lucha
por salario y mejores condiciones de trabajo a la batalla por transformar la
sociedad, por crear un mundo de justicia social, igualdad y trabajadores libres
de alienación. Su historia de vida estuvo abrazada con la de Raúl Sendic y con
la de los ‘peludos’, fue parte de la montonera que organizó UTAA y, luego, sus
definiciones personales lo llevaron al movimiento tupamaro.
¡Por Verdad y Justicia!
¡Félix Bentín presente!
Jorge Zabalza
[1]
Escrito con la colaboración generosa y la
crítica severa de Luz Charito Estefanell.
[2]
El ‘Grupo por Verdad y Justicia’ de Bella Unión
rescató dos partidas de nacimiento de Félix Maidana Bentín, una brasilera y la
otra uruguaya. La inscripción tardía en la 7ma. Sección judicial del
departamento de Artigas, consta que el 7 de setiembre de 1941 nación una
criatura masculina de padres desconocidos. En Brasil hay constancia de que sus
padres fueron María Amalia Maidana y el argentino Dionizio Bentín. En la
inauguración del Memorial de Bella Unión estuvo Loraill Maidana Bentín de 72
años, la mayor de los cinco hermanos, que actualmente reside en Provincia de
Buenos Aires.
[3]
Manifiesto de UTAA para el Primero de Mayo de 1968.
[4]
Paráfrasis del artículo de Raúl Sendic en semanario ‘El Sol’. 7 de febrero de
1958
[5]
Raúl Sendic. Artículo publicado en ‘Época’. 14 de enero de 1965
CON TODO EL RESPETO, ME NIEGO A PENSAR QUE JUAN HAYA SIDO SEMILLA DE ESTOS TRAIDORES Y ENTREGUISTAS QUE HOY NOS GOBIERNAN....
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