Luego del 13 de marzo, cuando se hicieron oficiales los primeros casos de coronavirus en Uruguay, resurgieron las ollas populares, llevadas adelante por vecinos, organizaciones sociales, etcétera, para abastecer de alimentos a quienes el cierre de actividades iba dejando por el camino. Ante esto, un equipo conformado por docentes de la Universidad de la República, estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales de esa institución y técnicos de la Asociación de Bancarios del Uruguay (AEBU) realizaron una investigación para abordar el tema, cuyo informe final se acaba de publicar.

En la introducción del estudio se subraya que con la pandemia “un nuevo ordenamiento mundial parece estar estableciéndose”, y que la crisis sanitaria dejó al desnudo “problemas sociales ya existentes, pero que se radicalizan en el nuevo contexto, como ser las relaciones de desigualdad, injusticia, opresión y la necro política económica sobre la cual se sostiene un sistema ecológicamente insustentable”.

En el “reacomodo mundial” se vacila, por un lado, entre un tipo de gestión política de la crisis “que radicaliza las técnicas desplegadas en la sociedad disciplinaria intensificando formas de dominación”, y por otro, entre manifestaciones y luchas que intentan instalar un “nuevo sentido común”, generando “un punto de inflexión, que ante la indignación, rechace la anterior normalidad para crear nuevos horizontes civilizatorios”.

El estudio sostiene que las medidas desplegadas por el gobierno “fueron sistematizadas tanto a nivel nacional como internacional, incluso con particular atención de distintos organismos ante la curiosidad que generó el relativo control de la pandemia en Uruguay”. “Sin embargo, no tuvieron la misma visibilidad y sistematicidad las formas de solidaridad que emergieron desde la sociedad civil para hacer frente a la crisis”, se agrega.

En cuanto a la metodología de la investigación, se explica que para “caracterizar cuantitativamente y poder construir distintos perfiles cualitativos de los entramados solidarios alimentarios, se realizó una encuesta con 50 preguntas que llevó promedialmente 30 minutos por iniciativa cuando se realizaba telefónicamente y una hora en los casos presenciales, y que en muchos casos se realizó en el Call Center de la Facultad de Ciencias Sociales, que prestó sus instalaciones”. Así las cosas, se identificaron cerca de 700 experiencias, de las cuales aproximadamente 40% pertenece a Montevideo “y el resto se encuentran distribuidas en el resto del país”.

Números

El estudio abarcó 433 de esas 700 experiencias. El 60% de estas “funcionan solamente como olla, el 33% llevan adelante una olla y un merendero y el 7% solamente merendero”. A su vez, en promedio de todo el país, “cada olla funciona tres días a la semana, sirviendo 180 porciones de comida por día”. En cuanto a los merenderos, “cada uno funciona también en promedio tres días a la semana, sirviendo 124 porciones por día”.

La investigación consigna que al distinguir entre Montevideo y el interior se percibe una diferencia en el tamaño de las experiencias: “En promedio las ollas de Montevideo sirven 212 porciones diarias, mientras que en el interior se sirven 161. En sintonía con esto, los merenderos de Montevideo sirven 167 porciones promedio por día, mientras que los merenderos del interior sirven 101”.

“En relación a la evolución temporal, a partir del análisis realizado se constató que la cantidad de ollas populares aumentó en forma exponencial desde el momento en que se decretó la pandemia y las medidas preventivas de aislamiento, a mediados de marzo, hasta la primera semana de abril. Luego continuó aumentando pero a un ritmo menor, alcanzando el máximo registro la primera semana de mayo, con 574 ollas en funcionamiento en simultáneo. De estas, 322 se encontraban en el interior y 252 en Montevideo”, se agrega.

También se señala que abril y mayo fueron los meses con mayor cantidad de personas alimentándose en ollas populares, con unos 2.959.000 platos de comida. Además, si se considera el período que va desde la segunda mitad de marzo hasta finales de julio, el dato asciende a 5.919.000 porciones servidas.

A comienzos de junio la cantidad de ollas populares “fue decreciendo paulatinamente, debido principalmente a la escasez de recursos, a la imposibilidad de las personas organizadoras de sostener la iniciativa o a la menor demanda de alimento”. “No obstante, un número muy importante de ollas continuaron y continúan hoy brindando alimento a quienes lo necesitan”, se añade. En cuanto a quienes organizan las ollas y merenderos, se señala que “las experiencias de tipo vecinal son las principales en todo el país”, y representan 43% del total.

En el estudio se destaca que en 51,5% de las experiencias se infiere “que existía un grupo, colectivo, institución o movimiento organizado previo a empezar la olla o merendero; como ser comisiones de fomento vecinales, clubes deportivos, sindicatos, colectivos militantes, centros culturales o grupos artísticos”. “De la otra mitad de las experiencias inferimos que en su mayoría surgieron como colectivos organizados a partir de la pandemia para hacer frente solidariamente al hambre. Esto relativiza la idea instalada en el sentido común sobre la ‘espontaneidad’ del surgimiento de las ollas y merenderos frente a la emergencia social y sanitaria”, se subraya.

También se destaca que “aproximadamente la mitad de las experiencias que expresan querer trascender la olla y/o merendero tienen interés en sostener la elaboración de alimento de manera solidaria y estable, a través de un merendero fijo o comedor”. Para los investigadores esto puede evidenciar “la visualización de una realidad crítica estructural de hambre, además de un proceso colectivo fortalecido que quiere profundizar su tarea”.

Perfiles

En cuanto a los organizadores, en el estudio se señala que el total de personas vinculadas a la organización semanal de las ollas y merenderos encuestados es 3.774, y si se expande este dato “al total de las experiencias registradas, se puede decir que 6.100 personas han estado sosteniendo semanalmente las ollas y merenderos en el período estudiado”.

“En promedio cada experiencia tiene nueve personas organizando semanalmente. En Montevideo el promedio es de 11 personas, mientras que en el interior es de ocho. Vale recordar que existen importantes diferencias en el promedio de personas organizadoras según el tipo de experiencia, siendo las cooperativas de vivienda y trabajo los colectivos más grandes, con 20 organizadores, mientras que las de tipo familiar tienen en promedio cuatro personas organizando”, se agrega.

Sobre el perfil de los organizadores de las experiencias encuestadas, se indica que 57% son mujeres, 42% varones y 1% “otras identidades/sexualidades”. Esa diferencia se acentúa al analizar sólo los merenderos, ya que allí 68% de las personas organizadoras son mujeres. En cambio, en las ollas las mujeres representan 54,4%.

“Además, resalta el perfil mayoritario de jóvenes entre los organizadores, siendo las personas entre 18 y 39 años el 55% del total a nivel país, seguido por las personas de entre 40 y 59 años con el 35%, las mayores de 60 con el 6% y, por último, los menores de 18 años tan sólo el 4% del total”, se subraya. Del total de personas organizadoras encuestadas, “38% estaba desocupada al momento de ser encuestada la o el referente de cada olla”.

Por último, sobre los principales donantes de recursos y alimentos, se destaca “la generalizada presencia de lo vecinal, siendo donante en el 80% de las ollas, lo que refuerza la relevancia de las tramas comunitarias, además de ser el principal tipo de grupo organizador”, como se mencionó antes. También se resalta que “los primeros tres actores donantes más mencionados no son actores institucionales u organizaciones, sino vínculos cercanos, directos y territoriales que componen el entramado cotidiano de las ollas: vecinos (80%), comercios locales (54%) y donantes particulares (47%)”.

Entre las reflexiones finales del estudio, se señala: “Uruguay viene de una década y media de crecimiento económico inédito (producción de riqueza). Pese a ello, en apenas dos semanas de inactividad miles de personas no tuvieron para comer. Muy poca de esa riqueza acumulada estuvo disponible para cuando se la necesitaba, y frente a ello, un esfuerzo colectivo, masivo y potente da respuesta”. Por último, se calcula que el costo económico del trabajo no remunerado destinado a sostener las iniciativas solidarias desplegadas es de “aproximadamente” 188 millones de pesos.