sábado, 21 de noviembre de 2009
Marcha sin rendirse
MARTHA PASSEGGI
reportera-gráfica
Ayer se realizó la marcha contra la impunidad desde el Obelisco hasta la Plaza Libertad. Pese a los anuncios aterrantes, colocando el miedo a todos los montevideanos de una posible provocación; cómo en los viejos tiempos; generando la pasividad y calificando de estupidez, y el para qué de esta movilización? Con un fuerte dispositivo, y vallado, como hacía años no se veía, frente al Círculo Militar; la marcha se desarrolló con total serenidad y compromiso. Eran cientos, casi mil jóvenes y viejos que sostuvieron a paso digno por la avenida principal, la Dignidad y la Memoria. Sí fué el momento o no de esta marcha, cómo algunos analizaron previamente... ya quedó en los anales de la historia esta primera marcha por Verdad y Justicia, luego de la segunda derrota por anular la ley de impunidad mediante plebiscitos. Comparto con mi red este prólogo editado en el año 2006, para reflexionar juntos:
Los duelos de la memoria y la memoria de la rebeldía
¿Dónde vive la memoria? ¿Quién la muere? ¿Por qué nos duele? ¿Hasta cuándo el duelo? ¿Qué recuerda la memoria? ¿Cuánto olvida? ¿Quién la enciende? ¿Quién la apaga? ¿Cuánta memoria marcha un 27 de junio, un 11 de setiembre o un 24 de marzo por las calles? ¿Cuánta memoria se va de ferias? ¿Cuánta se levanta un monumento? ¿Cuánta memoria se vuelve mercancía? ¿Cuánta se disuelve en los despachos del poder?
Más de 30 años transcurrieron desde los golpes de Estado que establecieron en el Cono Sur las dictaduras militares más feroces de nuestra historia. El terrorismo de Estado, con su dimensión militar y civil, con su trama de dominación y de complicidades, fue el modelo elegido por el capitalismo para remodelar su hegemonía.
Si éste se estableció en nuestras tierras sobre la base del genocidio de la población originaria y de los pueblos afrodescendientes traídos como esclavos; si después fue necesaria una nueva “conquista del desierto”, un Salsipuedes para sentar las bases de la modernización realizada por la generación del 80; los artífices de estas últimas dictaduras, herederos muchos de ellos de aquella oligarquía “fundadora de la nación”, volvieron a recurrir al genocidio, para aplacar toda resistencia.
Llamaron “proceso de reorganización nacional” a lo que fue un nuevo momento de recolonización cultural, sostenido en una contrarrevolución preventiva, cuyos datos sobresalientes volvieron a ser el exterminio, la impunidad, el racismo, el crimen organizado.
Los golpes de Estado en el Cono Sur fueron parte de la política imperialista para América Latina, que tuvo como instrumento contrainsurgente el Plan Cóndor. Se trataba de detener el proceso de ascenso de los movimientos revolucionarios que alentados por la revolución cubana y por otros hechos significativos del contexto internacional –triunfo sobre el fascismo, revolución china, mayo del 68, Vietnam– desparramaban por América Latina la certeza de que el cambio no sólo era necesario, sino que también era posible.
La máquina de matar se puso en marcha para aplastar toda insurgencia. Se trataba no sólo de liquidar al pez, sino de dejarlo sin agua. Por eso el indiscriminado asesinato de hombres, mujeres, ancianos, ancianas, niñas y niños. Por eso los mecanismos del terror: la desaparición forzada de personas, los campos de concentración, la maquinaria de delaciones organizada para romper toda solidaridad. Por eso la guerra cultural, promoviendo el “sálvese quien pueda”, y “el silencio es salud”; con la complicidad de periodistas que aún hoy infectan los medios de comunicación. Por eso el aliento a la traición, a la ruptura de los lazos de solidaridad, y la inoculación de la desconfianza.
El paso siguiente era la impunidad, basada en la desmemoria.
Pasaron treinta años. Vale la pena sacar algunas cuentas. La dictadura logró su cometido en varios sentidos: la desarticulación de las organizaciones revolucionarias de aquel momento, del sindicalismo de liberación, de las ligas agrarias, de un movimiento estudiantil combativo, del movimiento de sacerdotes por el Tercer Mundo, y de numerosos movimientos populares que fueron diezmados y desestructurados.
La pérdida más grande e imposible de nombrar sin sentir escalofríos: la ausencia de una generación de hombres y mujeres revolucionarios, generosos, dispuestos a cambiarse a sí mismos para cambiar al mundo, empeñados en la creación del “hombre nuevo” –ellos no se imaginaban la posibilidad de “la nueva mujer”.
Y como consecuencia también de esta historia, la deserción de muchos sobrevivientes de aquella generación, que adaptaron la idea de “tomar el poder”, a la de “acercarse al poder”; y cuando se acercaron, se quedaron gustosos. Ahora, desde el poder, tratan a los que resisten de “inadaptados”, “duros”, “inmaduros”, versiones diversas del “imberbes” de otros tiempos, y no vacilan en cercar la plaza cuantas veces se sienten amenazados.
La dictadura militar fue la condición para que se estableciera en el país el capitalismo privatizador, neoliberal, que destruyó la soberanía nacional, devastó los bienes de la naturaleza, extranjerizó la economía, destruyó identidades clasistas y populares, multiplicó el posibilismo, como justificación ideológica del “no se puede”.
Ellos lograron bastante. Pero no nos derrotaron.
La derrota significa, en términos políticos, destruir la voluntad de resistencia. Y allí es donde no pueden con nosotros. Allí, precisamente allí, es donde se encuentra el valor de la terca, mágica y rebelde memoria.
La memoria nos permite recordar que no hubo lugar del país en el que no existieran gestos luminosos de resistencia.
Aun en las regiones más oscuras y sórdidas, en los campos de concentración, tenemos manos tendidas, gente destrozada por la tortura que no entrega a sus compañeros, hombres y mujeres que callan hasta olvidar, información que atraviesa las zonas de la “no existencia”, denuncias que se filtran hasta comenzar a hacerse oír.
Aun en los lugares más duros, como las cárceles, hemos escuchado relatos de inmensa dignidad, de mujeres que desafiaban la condena al mundo monocolor, tejiendo telares con hilos de colores ingresados clandestinamente, de hombres que aprendían a leer y a escribir para comunicarse con el mundo.
Aun en el lugar más insondable de la subjetividad, la de una madre que ve desaparecer a su hijo o hija en un cono de sombras, encontramos la fuerza que transforma el pañal en pañuelo y la quietud en marcha, que vuelve público lo privado socializando la maternidad y alimentando la rebeldía. Aun en esos “años de alambradas culturales”, como los llamó Julio Cortázar, hubo quien escribió, quien dijo su palabra, quien hizo su poema, quien cantó su canción, quien actuó a teatro abierto.
Hubo dignidad en la resistencia, coraje, amor, e incluso alegría. No es cierto que sea triste la lucha. Triste es cuando nos cansamos de luchar.
La resistencia engendró una memoria implacable y fértil. Hijos que escrachan a los genocidas. Jóvenes que miran a los ojos a sus abuelas y desgarrándose el alma les dicen: “aquí estoy, soy el nieto que buscabas”. Ex detenidos desaparecidos, ex presos y presas que no se refugian en la historia, sino que se empoderan de la memoria para luchar por los derechos humanos de ayer y de hoy.
La memoria fértil tiene muchos colores, nombres, rostros.
Una no sabe si llorar o reír cuando ve marchar la memoria por las calles, y descubre detrás de cada cartel, de cada foto, a un amigo, a una compañera, a un ser querido que desapareció pero allí está, sin embargo, junto a nuestra caminata.
En estos días una siente que ellos te empujan, que te hablan al oído. Que te invitan a desempañar los vidrios de la melancolía y a enarbolar los sueños de siempre. Los que sueñan los pueblos originarios: tierra y libertad. Miles y miles de sueños segados de la superficie de nuestra utopía, que resistieron clandestinamente como raíces, como semillas, esperando el momento de florecer.
¿Para qué sirve la memoria? Para identificar a los enemigos de siempre. Para escracharlos en sus cuevas. Para que nadie se confunda. Para que cada cual sepa que ellos no actuaron solos. Que hay una cadena de complicidades, que abrieron las puertas de la impunidad. Sirve la memoria cuando no se vuelve complaciente. Cuando no se calla. Cuando no se rinde. Cuando no se olvida.
Cuando enciende nuevas rebeldías. Duele la memoria. Duele, porque obliga.
Claudia Korol periodista argentina.
Argentina, 24 de marzo de 2006.
Taller de Memoria y Testimonio de expresas políticas uruguayas.
Libro: Los ovillos de la Memoria editado en el año 2006
VERDAD Y JUSTICIA.
La República
"Desde acá se dieron y se siguen dando las directivas para que se reprima. ¿Cómo lograr un mundo mejor si los asesinos están sueltos?, ¿cómo construir otra realidad sobre un pasado incierto", se preguntó Leites entre los aplausos de los presentes.
"Ninguna ley laudará nuestra dignidad, seguimos creyendo en la verdad y en la justicia popular", dijo en referencia al resultado del plebiscito que no alcanzó los votos necesarios para anular la Ley de Caducidad.
"Organizaciones sociales y políticas de toda índole y organizaciones internacionales cuestionan la permanencia de la ley de impunidad", afirmó.
"Ellos secuestraron, asesinaron, torturaron, desaparecieron y desde acá (desde el Círculo Militar) vigilan y siguen activos desde la cárcel vip", señaló.
"Para todos los que quisieron criminalizar esta marcha, para los que dijeron que esta era una marcha ridícula, estamos para decir memoria, acá estamos para seguir con nuestra lucha", concluyó Leites.
A causa de la emoción, como después lo pudo explicar ella misma, María del Carmen, hermana de Walter Hugo Arteche (asesinado en agosto de 1973), se desvaneció y debió abandonar la marcha por algunas cuadras. En este punto la tensión era máxima. Algunos de los presentes reclamaron la colaboración de la fuerza del orden presente, pero los policías permanecieron impertérritos en sus puestos.
Por su parte, Amaral García señaló: "Acá hace treinta años que no se respeta la justicia, en mi caso me considero un desaparecido, tenía tres años cuando me secuestraron y viví con los militares durante 14 años. Tenemos que seguir marchando, esto no empieza ni termina acá y es hora de que las cosas sigan cambiando. Lo que sucedió el 25 de octubre ya pasó, ahora hay otras cosas para hacer. Esta Ley de Caducidad sigue siendo ilegal a nivel internacional y no debería existir", afirmó.
Después de parar en frente al Círculo Militar, la marcha siguió su camino y concluyó en la Plaza Cagancha.
En la última parte de la oratoria hicieron uso de la palabra integrantes del sindicato del taxi, de la Coordinadora de Jubilados y del Partido de los Trabajadores, entre otros.
El Espectador
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