lunes, 20 de abril de 2020

Los disidentes del coronavirus

Mal día para los pobres




>>> Contra la manipulación de la TV


El objetivo del libro “es reunir a gente que tiene una posición disidente, alternativa y contrahegemónica contraria al punto de vista dominante; que existe en todo el mundo, pero que en Uruguay no se había juntado”, contó el sociólogo Rafael Bayce sobre el libro digital El virus en el umbral de la creación.

Ir a trabajar




La obra reúne la visión, desde distintas especialidades y perspectivas, que tienen sobre la pandemia del coronavirus covid-19 varios compatariotas. Entre ellos Aldo Mazzucchelli, Hoenir Sarthou, Alma Bolón, Jorge Zabalza, Rafael Bayce y Marcelo Marchese, que fue quien tuvo la iniciativa de juntar todos estos pareceres en un libro.
Para hacerlo con mayor celeridad y alcance, lo crearon en formato digital y está disponible para todo aquel que lo solicite.
“Es la paranoia más grande con menos cantidad de casos que se recuerden”, comentó Bayce a Visión nocturna.
El punto de partida es compartido, la pandemia mundial implicará cambios en distintos ámbitos y marcará el inicio de una nueva era, tal como se señala en la introducción.
De cara al futuro, entender lo que está ocurriendo será fundamental, aseguran. Y por eso lo analizan y opinan.

>>> Oir el audio con Rafael Brayce

http://radiouruguay.uy/wp-content/uploads/2020/04/vision_200418_rafael_bayce.mp3?_=1


Rafael Brayce  Profesor Titular Grado 5 Facultad de Ciencias Socialesles en Universidad de la República



Coronavirus: miedo útil y gran negocio


Por Rafael Bayce.
21 marzo 2020

La prensa y las redes sociales son responsables cotidianas de estrategias de magnificación y dramatización de noticias mentirosas. Entre sus últimos y más exitosos hitos, han consolidado un pánico mundial, una pandemia de “acoso científico-mediático” llamada coronavirus, que describe un riesgo real pero mucho más débil que lo creído, y que además introyecta un miedo global de terror sanitario altamente funcional al control y manipulación política que, junto a la obsesión paranoica por la seguridad, son los más efectivos medios de fomentar la supresión de libertades, garantías, derechos y democracias en el mundo contemporáneo. Por último, detalle no menor, el desarrollo de esta pandemia habilita el terreno para lucro de las industrias químico-farmacéutica y petroquímica, incluida la infame fabricación de armas bioquímicas bélicas y terroristas (probablemente en el origen de la pandemia actual, como de otras anteriores).
Nos basaremos en cifras internacionales de primerísimo nivel (OMS) y en opiniones de especialistas de formación, experiencia y bibliografía inmejorables (Pablo Goldschmidt y Francis Boyle) para tratar de profundizar sobre cada uno de estos temas planteados.

Coronavirus: riesgo real pero débil
Para que un evento acapare por tantos días y globalmente las columnas de noticias, los paneles de debates y la conversación cotidiana, debería haber una justificación. Y la hay, pero no es la del tamaño del riesgo enfrentado con el nuevo virus, sino la de la utilidad político ideológica del miedo construido y la del negocio actual, pero más que nada futuro, que la terapia del virus, sus efectos y consecuencias habilitarán.
De modo general, lo que la gente es llevada a creer no refleja realidades, sino, más que nada, terrores profundos aprovechados e intereses comerciales o político ideológicos reproducibles masiva y mediáticamente. Un ejemplo: en los países desarrollados y estables la tasa de suicidios es 25 veces más alta que en los pobres e inestables; la velozmente desarrollada Corea del Sur tenía, en 1985, 9 suicidios cada 10.000 habitantes; hoy la tasa subió a 30.
Hay una creencia generalizada en el aumento explosivo de la violencia en el mundo, aunque esté probado que lo verdadero es lo contrario. Por ejemplo: la violencia en las sociedades agrícolas anteriores al siglo XX causaba el 15% de la mortalidad, en el siglo XX desciende fuertemente a solo el 5%, y en lo que va del siglo XXI, produce solo el 1% de la mortalidad global. También es equivocada la creencia de cuál es el ranking de las causas de la mortalidad violenta en relación con otras macrocausas. Por ejemplo, en 2012 hubo 56 millones de muertes y queda claro que lo que mata más gente son las consecuencias de la obesidad (3 millones, 5,6%, por lo que “McDonald’s mata más que el ébola o Al Qaeda”, al decir de Yuval Harari en su reciente best-seller Homo Deus), mientras que en segundo lugar se ubica la diabetes (1,5 millones, 2,8%), en tercero el hambre y desnutrición (1 millón, 2%), cuarto los suicidios (800.000, 1,4%), y le siguen en la lista el crimen (500.000, 0,8%), las guerras (120.000, 0,2%) y muy lejos en la lista está el terrorismo (solo mató 1.200, un 0,012%).
No es lo que generalmente se cree. Pues tampoco es así con el coronavirus ni con las epidemias ni pandemias en general. Pese a la aparición reciente de las armas bioquímicas de destrucción potencialmente masiva, nuestros riesgos actuales en materia de enfermedades no se comparan con tiempos antiguos. La peste negra, alrededor del año 1330, mató entre 75 millones y 200 millones, la cuarta parte de la población de Eurasia. En 1520, una flotilla española esparcía la civilización con la cruz y la espada, pero más que nada la viruela, que en nueve meses mató a 14 millones de los 22 millones de aztecas. Cuando el célebre capitán Cook llegó a Hawái, en 1778, los 500.000 locales fueron expuestos a la gripe, la sífilis, la tuberculosis, el tifus y la viruela. Como secuela de ese desembarco de la civilización, la fe y el progreso, en 1853 solo sobrevivían 70.000 de los 500.000 hawaianos. Hoy ya no nos pueden pasar estas cosas. Cualquier amenaza epidémica o aun pandémica es frenada o eliminada en muy poco tiempo.
Pero veamos, no ya la relatividad de las muertes epidémicas respecto de otras causales, sino la mortalidad relativa del coronavirus respecto de otras infecciones: el coronavirus ocupa el lugar 17 en riesgo, con una mortalidad menor que la fiebre amarilla, tres veces menor que la malaria, cuatro que el sarampión, seis que la meningitis, cólera y tifus, siete que la tos convulsa, nueve que el noravis (vómitos infantiles), 15 veces menor que la gripe estacional, 20 que el rotavirus y shigielosis (diarreas infantiles), 30 veces menor que malaria, vih/sida y neumonía, 40 veces menor que la hepatitis B y, por último, una mortalidad 50 veces menor que la del sarampión. ¿Es para poner el grito en el cielo por sobre todas estas infecciones, tanto más graves, importantes y actuales? Al menos, es torcer la mirada y el foco de la gente y de los gobiernos hacia lo menos importante, tanto más desatendido que este terror de moda.
¿Por qué focalizar entonces al nuevo coronavirus recién detectado en público (porque se sabe que existía desde 2012, en Arabia Saudita) frente a otros brotes y surtos simultáneos, tan o más letales? Listemos: brote de ébola en el Congo (enero); mers en Emiratos Árabes, fiebre lassa en Nigeria, fiebre amarilla en Uganda, dengue en Chile, paperas en Arabia Saudita y dengue en islas francesas caribeñas (febrero); paperas en República Centroafricana, mers en Qatar, sarampión en República Centroafricana (marzo). ¿A alguien le importó? ¿Hubo alguna prensa global que focalizara en estas epidemias a veces mucho más riesgosas y letales que el coronavirus de moda?

El negocio sucio del pánico
El científico argentino Pablo Goldschmidt reside desde hace 40 años en Francia y recorre el mundo como voluntario de OMS. Autor de La gente y los microbios. Seres invisibles con los que convivimos y nos enferman (2019), es diplomado en farmocinética, farmacología clínica, neuropsicofarmacología, farmacología de antimicrobianos, virología fundamental y biología molecular.
¿Qué es lo que dice este especialista sobre el coronavirus? Ni más ni menos que se trata de un pánico infundado, innecesario y contraproducente, cobardía de políticas públicas. Dice que todos los años hay miles de muertos por neumonía y que muchos de ellos pueden haberse debido al nuevo coronavirus, ya que no se había testeado hasta 2020 en China esa posible causalidad. Por ende, epidemiológicamente, no se posee una línea de base contra la cual medir la evolución de la infección. Y agrega que lo que hay es un ‘acoso científico-mediático’ que produce miedo útil psicopolítico y abre campo para futuros lucros terápicos diversos.
Dice que el virus, en cuanto tal, es lo de menos; que lo que más pesa para las consecuencias en la transmisión, morbilidad y mortalidad son las ‘cerraduras’ celulares donde se prende el virus y los reactomas de defensa, ambos genéticos; en segundo lugar el estado sanitario de los posibles receptores del virus; y en tercer lugar el equipamiento y la formación de las instituciones y personal de atención a los casos. Y que estos tres factores deberían ser el centro y no protocolos aterrorizantes que pueden poco.
Dice también que la saliva es mucho más responsable de la trasmisión de meningitis y sarampión. Que el pánico es porque los decisores políticos no quieren arriesgar la minimización de las medidas porque los pueden acusar de insensibles, inactivos y pasivos; “porque si usted no hace lo que supuestamente tiene que hacer, hace un disparate, que puede ser hasta delito, que le cuesta político-administrativamente; pero si abusa de las medidas, no importa”.
Adelantemos, antes de pasar al subyugante científico británico Francis Boyle, que las únicas cosas que justifican en parte el pánico social, la monotematicidad mediática y los ceños fruncidos políticos son: la alta tasa de contagio posible, que es casi todo lo que se puede prevenir; la transmisión por portadores asintomáticos; la novedad del virus, que reina ante la inexistencia de vacunas (aquí una de las madres del borrego) y de protocolos de atención probados; y por último la inexistencia de anticuerpos naturales para un virus de origen animal, aunque sintéticamente ‘tocado’ para volverse arma bioquímica, que, robada o escapada, constituye todas las últimas pandemias según nuestro próximo especialista transgresor, el Dr. Francis Boyle.

Pandemias virales y testeadas
Doctor en Ciencia Política por Harvard y en Derecho Internacional en Chicago y Harvard, Francis Boyle publicó Biological Warfare and Terrorism (2019) y había escrito el ensayo best-seller The Great Bird Flu Hoax (2009), en el cual relata cómo George Bush Jr. alertó sobre que la gripe aviar tendría entre 200.000  y 2 millones de víctimas en Estados Unidos. Finalmente no hubo ni una sola, pero se compraron 20 millones de Tamiflu, medicamento fabricado por un laboratorio del cual era parte su secretario de Estado, Donald Rumsfeld.
Boyle presidió en 1972 la Comisión de Armas Biológicas de Estados Unidos, con especial énfasis en la inclusión de armas bioquímicas sintéticas o modificadoras mejor transmisibles o más letales que las originales orgánicas de base. Redactó en 1989 la Ley Antiterrorista de Armas Biológicas. Pues bien, opina que todos los surtos (ébola, sars, ántrax y también el coronavirus) son producto de fugas o robos de los laboratorios de máxima seguridad donde se fabrican, modificando virus animales, armas bioquímicas bélicas o terroristas. Concretamente, en cuanto al coronavirus, dice que fue descubierto en Arabia Saudita, exportado por consejo americano al laboratorio canadiense de armas bioquímicas de Winnipeg, donde investigadores chinos lo habrían robado y llevado al principal laboratorio chino bioquímico, el de Wuhan (¿les suena?). Ahí apareció el coronavirus públicamente reconocido, que investigadores indios, junto a Boyle, describen como cepas sintéticamente alteradas del virus animal, pero mezclado con VIH y mejorado en su transmisibilidad aérea y su supervivencia en superficies.
Lo del título: el coronavirus tiene un riesgo cierto, pero débil y mucho menor que tantos otros presentes en el mundo, con pánico injustificado. La acción de los diferentes estados es parte del mecanismo de control sociopolítico comandado por la psicosis de inseguridad y la sanitaria: el miedo aísla, reduce solidaridad, clama por supermanes autoritarios y por legislaciones y ejecuciones marciales. Además, es un gran negocio de especialistas, políticos y quizás periodistas que juegan el papel de Bush con la gripe aviar. A prevenir, pero sin pánico, que la probabilidad de tener síntomas superiores a los de gripes comunes es bajísima, la de precisar atención, menor aún, y la mortalidad alcanza el 2% promedial y entre gente con predisposición genética (cerraduras, reactomas), o con debilidades orgánicas fuertes coyuntural o estructuralmente, o que haya sido mal atendida por déficits de equipamiento o formación del personal.
Nada de pánico, entonces. A no tragarse la pastilla; a usar la viveza criolla para no comerse todas las pastillas que la prensa nos ofrece para su lucro; a informarse más allá de lo que nos meten. El riesgo es real pero débil, y el pánico facilita controles antidemocráticos y negociados con su bolsillo. Ojo.

Coronavirus: cuando el pánico no está sustentado en cifras


Por Rafael Bayce.
28 marzo 2020

Se sabe, desde la retórica, que cuando se quiere atraer la atención o impresionar con algo con números estadísticos, si los casos son pocos, se subrayarán los porcentajes de variación. Por ejemplo: cuando se pasa de 1 a 2 muertos en un pueblo, se dirá “100% de aumento” o “duplicación preocupante”. En forma contraria, cuando el riesgo es esperablemente bajo en cifras relativas, se dan los números absolutos, que esos sí asustarán a incautos y paranoicos. Este último caso es lo que está pasando con el coronavirus.
Se dijo -el 22 de marzo pasado- que había más de 275.000 infectados por coronavirus en el mundo. ¡Impresionante! Pero estos números no impresionarían tanto si se recordara que hay 7.800 millones de personas en el mundo y que, por lo tanto, la probabilidad media de contraer el coronavirus para una persona común promedial es solo de 1 en 30.000; es decir que solo contrae coronavirus una de 30.000 personas, riesgo muy bajo, realmente, pese a lo que sostengan los beneficiarios de la pandemia.
También se da la cifra de muertos, más asustadora teóricamente que la de infectados. Hasta el 22 de marzo, se contaban 11.402. ¡Otra vez impresiona! Pero recuerde que el total es de 7.800 millones; o sea que el riesgo de morir de coronavirus lo tiene una cada 600.000 personas, muy bajo, por cierto, y mucho menor que la probabilidad de morir de cualquiera de las principales causas de muerte conocidas. Puede usted calcularlo con las cifras del MSP en mano y verá.
Un terrorista sanitario podrá decirle, socarronamente: “Pero mirá que hay muchos más infectados que los reconocidos, porque los hay asintomáticos o con síntomas gripales comunes”. A lo que hay que responderle: “Si es así como usted dice y pretende asustarme, entonces la letalidad del virus es mucho menor y no hay que temerle tanto; porque, para el cálculo, los muertos del numerador no cambian, pero aumentan los infectados del denominador. Entonces hay que asustarse menos aún, porque la letalidad no es entonces la de 3,7% que la terrorista OMS declara, sino de alrededor del 1% de infectados”.
Por ahora, el coronavirus es la 18ª epidemia humana en la historia, alcanzando al ébola en el lugar 17º, pero muy lejos de llegar al 16º lugar, que tiene la fiebre amarilla con 100.000-150.000 fallecidos. Recordemos también que las cifras de muertos de epidemias anteriores deben valorarse en contextos mucho menos pandémicos, por mucho menor globalización y sobre totales poblacionales también mucho menores. Recordemos también que nunca se subraya que de ese 1 sobre 30.000 que contrae el virus, el 80% es asintomático o con síntomas como los de una gripe común; y que, de los infectados, solo el 20% sufre síntomas peores que los de la gripe común anual, solo la mitad sufre atención severa (10%), y que de ellos muere tan solo el 1% de los infectados. Tampoco le subrayan, durante la campaña de acoso científico-mediático insoportable que sufrimos, que si usted fuera uno del 20% de infectados que tiene que recibir atención médica especializada, tiene 7 veces más probabilidades de recuperarse del trance que de morir de él.
Cerremos, entonces, las cuentas de los riesgos que usted debe enfrentar relativos a la pandemia de moda: si usted es una persona normal, que no tiene dolencias estructurales o coyunturales de riesgo, no vive en climas muy fríos, no tiene mucha edad y tiene buena atención médica al alcance, solo tiene una probabilidad en 30.000 de contraer el coronavirus; solo 2 de cada 10 de esos infectados sintomáticos precisan atención especializada; de esos, 1 de cada 10, atención intensiva; y de esos 2 de cada 10 infectados sintomáticos atendidos, se recuperan 7 veces más que los que fallecen.
No se trata de que usted salga a la calle o hable con alguien, contraiga el virus o lo contagie, enferme y muera; nada de esa paranoia. Vea que para que usted contraiga el virus, sufra síntomas que obliguen su atención, se interne intensivamente, no se recupere y fallezca, tiene usted que tener mucha mala suerte. De hecho, esa tan improbable desdicha la están sufriendo solo unos 12.000 humanos de los 7.800 millones que viven hoy en el planeta. Por lo pronto, por más pánicos de reproducción geométrica del mal que nos muestren, estamos lejos de poder sustentar, con cifras oficiales y públicas (OMS, Johns Hopkins University), el pánico tan insistente y exitosamente introyectado.

Riesgos reales del coronavirus
Frente a otras enfermedades infectocontagiosas conocidas, los mayores riesgos relativos que encarna el coronavirus son fundamentalmente su asintomaticidad, ubicuidad y masa de contagio.
Contrariamente a otras dolencias transmisibles, el coronavirus no permite prever la peligrosidad de los contactos, ni del lado del contagiante ni del de los contagiados; esa asintomaticidad posible del infectado es parte de lo que más asusta del virus, lo que provoca una paranoia que, antropomórficamente, le atribuye intencionalidad y malignidad agresivas a un virus sin ética, voluntad o dolo en su accionar. Ese miedo a algo escondido, parapetado u oculto contribuye a la hipocondría viral.
Es de gran riesgo su probada ubicuidad: porque tanto se propaga directamente desde secreciones oculares, narinales o bucales como desde objetos que hayan recibido un depósito de ellas en sus superficies al contacto. La distancia y las limpiezas son reacciones a esa ubicuidad tan específicamente peligrosa de este nuevo coronavirus. Por último, la tasa de contagio parece ser distintivamente mayor que la de otros infectocontagios.
En conjunto, estos tres factores (asintomaticidad, ubicuidad y masa de contagio) parecen ser mayores que en otros enemigos infectocontagiosos dignos de declararles la guerra. Aunque la exigüidad de los números mostrados antes haga dudar de la proyección final de las evoluciones y tendencias, es el conjunto de esas tres cualidades epidemiológicas del nuevo virus el que permite mantener cierta sensación de racionalidad en el acoso científico-mediático, más allá de esos tan exiguos números relativos disponibles.

Los beneficiarios de la pandemia
Catástrofes, calamidades, fatalidades y accidentes negativos producen, en general, beneficios políticos a los responsables de su enfrentamiento político y técnico. Esto es así porque permiten ponerse la capa de Superman, subirse al batimóvil, tirar indestructibles telas de araña reparadoras (hasta rasgos del Capitán América en algunos uniformados).
Los políticos se muestran ceñudos, ubicuos, acarician cabezas de niños, revisan daños, dan abrazos (no en este caso, salvo Bolsonaro), forman comisiones, toman decisiones obvias que parecen heroicas, introducen mejoras en equipamiento e instalaciones que eran un déficit, pero que parecen superávits virtuosos y oportunos. En fin, siempre producen lucros políticos, aunque puedan padecerse daños económicos.
Aunque los perjuicios económicos son más que nada de mediano y largo plazo, y serán asumidos por la población y por gobiernos futuros, los beneficios político-simbólicos serán muy actuales. En realidad, cualquier gobierno debería estar esperando, y perversamente deseando, una catástrofe; no solo por lo dicho, sino porque se permite atribuirle cualquier mal o error a la catástrofe, sin que se lo pueda acusar de falta o error alguno porque estarán parapetados y asegurados por la bendita catástrofe que enfrentan con ceño fruncido y barbas mecidas por fuera, públicamente; pero saltando de alegría por dentro, íntimamente.
Este gobierno de Lacalle Pou empezaba mal: el dólar a las nubes, poder adquisitivo de ingresos fijos menguante y fácilmente perceptible, suba de tarifas públicas que había sido negada en campaña, inflación probable, nivel de empleo en riesgo. Pero ahora llegó el coronavirus salvador; nadie se acuerda de todo eso, el gobierno parece compungido, sensato y humano; la catástrofe podrá ser culpada de todo; la atribución la hará el gobierno cuando lo precise y lo reforzará la simplicidad de la atribución causal popular (el gobierno y el presidente son los responsables de las dichas y desventuras cotidianas). El coronavirus resulta mesiánico y salvador, a la manera de un redentor político.
En cuanto a los beneficiarios económicos, casi siempre las crisis son explotadas, aunque no siempre son provocadas, por las élites. Compran todo lo que se deprecia y debe ser urgentemente vendido por los damnificados no poderosos de las crisis y catástrofes. Desde la crisis financiero-bancaria de 2008, no hay una coyuntura que le sea tan bendita a la industria de la comunicación digital: todo online, nada en vivo, pelis y seriales todo el día, delivery digital, el acoso científico-mediático inescapable, las imposiciones sanitarias fatigan.
Estamos asistiendo a un festival de la pseudo racionalidad funcional a las élites económicas y políticas, que produce lucro político para las élites políticas gobernantes, lucro económico para las élites económicas, en este caso las comunicacionales y las químico-farmacéuticas y médico-mutuales, estúpidamente ovacionadas por la majada de ovejas paranoicas e hipocondríacas que conforman la humanidad contemporánea.
Todo esto sin mencionar el tema que trabajo en artículos, libros y cursos desde hace ya 30 años: cómo la paranoia de la seguridad y la hipocondría sanitaria nos aíslan, nos hacen adorar a superhéroes que parecen solucionar miedos introyectados que nos vuelven indefensos y discapacitados, y nos hacen renegar y perder vigilancia sobre libertades, garantías, derechos, en especial de reunión y asociación; y de opinión, claro. ¡Esto sí que impresiona!


Dudosa prioridad sanitaria


Por Rafael Bayce.
3 abril 2020

Después de las dos últimas columnas de Caras y Caretas, contrarias a las creencias y decisiones tomadas respecto del coronavirus, esta tercera se dedicará a dudar, fundamentada y argumentadamente, de que la prioridad sanitaria dada a la pandemia sea la adecuada y que la estrategia adoptada sea la mejor.
Como siempre en temas de alta complejidad, nos basaremos en cifras oficiales, locales e internacionales, y en opiniones de personas del mejor nivel científico y experiencia específicas. También daremos los datos y nombres necesarios para que todo pueda ser verificado y hasta ampliado por lectores interesados y personas deseosas de escapar al acoso científico-mediático que los lobbies beneficiarios de la pandemia han instalado y que ha convertido a la mayoría de la humanidad en poco más que una acrítica majada hegemonizada, dominada y manipulada.
Usted, lector, hará su decisión, pero conociendo el otro e importante lado de la moneda, al que tan pocas veces accede y que en parte tendrá coleccionando estas tres columnas sucesivas de Caras y Caretas. Y no es para dudar de la existencia del coronavirus ni de su letalidad y morbilidad, tan particulares en la historia moderna de las epidemias, sino para entender el pánico y para debatir prioridades y soluciones.

Coronavirus como prioridad sanitaria
La primera duda es sobre la letalidad relativa del coronavirus, comparado a otras causas de muerte, en el mundo y más concretamente en Uruguay. El coronavirus no figura entre las primeras 20 causas de muerte en el mundo y está muy lejos de las cifras de la causa número 20 del total de causas contagiosas y no contagiosas (por su orden: cardiopatías isquémicas, infecciones respiratorias bajas, accidentes cardiovasculares, prematuridad, diarreicas, VIH/sida, perinatales, accidentes de tránsito, pulmonares obstructivas, malaria, anomalías congénitas, sepsis y neonatales, autolesiones, cánceres respiratorios, diabetes, tuberculosis, cirrosis hepática, violencia interpersonal, meningitis, malnutrición proteinoenergética). Tampoco está dentro de las primeras diez causas de muerte por enfermedades contagiosas (por su orden: respiratorias, VIH/sida, diarreicas, tuberculosis, malaria, meningitis, hepatitis B, sarampión, encefalitis, que es más del doble que los casos actuales de coronavirus).
Todo esto no es para negar realidad ni importancia al coronavirus, sino para ponerlo en perspectiva dentro de la realidad relativa con otras enfermedades causantes de muerte. Porque cuando uno establece una prioridad para asignar recursos escasos en salud a diferentes objetivos alternativos, ¿cuánto le asignaría usted a una causa de muerte tan alejada en cifras de las principales causas de muerte frente a lo que le asignaría a las que son las principales? Porque a usted lo asustan con las cifras del coronavirus, pero no le muestran las mucho más asustadoras de todas las otras causas de muerte tanto más importantes en el mundo y también en Uruguay.
Analicemos ahora, directamente, datos sobre nuestro país. Veamos cuáles son las principales causas de muerte por año, entre nosotros, y el número de víctimas de cada una. Por su orden: circulatorias, 8.430; tumores, 6.960; respiratorias, 3.180; violencia, 2.070; digestivas, 1.320; nerviosas, 1.110; metabólicas, 990; genitourinarias, 870; diabetes, 810; parasitarias, 690; mentales, 630; renales, 470; perinatales, osteomalformaciones congénitas y malnutriciones congénitas, 180; piel, 150; sangre, 120; desnutrición, 66. Hasta aquí las 20 más frecuentes causas de muerte. ¿Dónde quedarían, como prioridad sanitaria de mortalidad y morbilidad los 300 infectados y el único muerto por coronavirus en ese panorama relativo? ¿No estamos exagerando con la dedicación e inversión prioritarias en el coronavirus?
Es cierto que es una infección asintomática, ubicua y sin defensas naturales o fabricadas aún, que puede crecer a ritmos geométrica y hasta exponencialmente progresivos, ¿pero justifica la destrucción de la economía, del mercado laboral, la reducción de la educación a cursos a distancia, la amenaza a la vida familiar y su violencia interna, la psicosis de pánico y miedos que edifica hipocondría y paranoia? Sumadas a las relativas a la seguridad, transforman el miedo paralizante, aislante y deseoso de supermanes autoritarios redentores en el cemento perverso de la sociedad y sociabilidad política crispadas. ¿Dónde quedan los sentimientos y emociones en grupos?
Las recomendaciones indican que no se puede tocar, abrazar, besar, estar cerca del otros; ¿se puede, se debe, vivir así? En uno de los últimos números de The New York Times, el premio Nobel de Economía 2018, Romer, y Garber, un médico y economista de alto rango en Harvard, concluyen que la economía matará a la población más que el coronavirus si se mantiene la estrategia actual de combate y las prioridades de gasto público en ella; proponen ellos prioridades alternativas que tienen en cuenta la necesidad de combatir el coronavirus, pero desde otras decisiones alternativas de inversión y gasto.

Probabilidades de infección, enfermedad y muerte
¿Hay que temerles tanto al coronavirus, a la cantidad de infecciones graves y letales que pueden resultar de la pandemia? Es una buena pregunta. La creación de miedos inducidos se basa en tres mecanismos, descubiertos en 1900 por Le Bon, aplicados pioneramente por Goebbels y Mussolini, seguidos por la publicidad comercial y luego por la política y corporaciones en todo el mundo: uno, la magnificación cuantitativa de los números y la minimización de las cifras alternativas; dos, la dramatización cualitativa de los casos, con el objetivo comunicacional del melodrama y la expectativa morbosa por la evolución; tres, la importancia de imágenes icónicas impresionantes, agudizadas por mediaciones comunicacionales mediáticas y de especialistas cooptados por los lobbies beneficiarios del pánico y miedos.
Un objetivo estratégico es que usted crea que tiene una probabilidad subjetivamente sentida de ser víctima mucho mayor que la probabilidad objetivamente existente de serlo. Pues bien, con las pandemias (aunque también con la psicosis de la seguridad) se deben magnificar y dramatizar diferentes cosas, con ayuda de mediadores comunicacionales, íconos y reiteración abrumadora -acoso científico mediático-). Probablemente usted ya es víctima de este proceso inexorable de envenenamiento psicosocial, con la importancia relativa del coronavirus frente a otras causas de muerte en el mundo y en Uruguay, y al interior del subconjunto de causas contagiosas que vimos someramente más arriba.
Pero usted probablemente cree, también desmesuradamente, en la probabilidad de contagiar y ser contagiado; en la de enfermarse sintomáticamente con el contagio; en la de requerir internación; en la de requerirla con gravedad intensiva; y, por último, en la probabilidad alternativa de recuperarse o morir en este proceso. ¿Usted sabía que, pese a la ubicuidad del contacto por cercanía y por superficies infectadas, gruesamente, usted tiene solamente una probabilidad en 10.000 de contraer el virus? Solo una chance en 50.000 de enfermarse sintomáticamente pero levemente; solo una en 100.000 de precisar internación; solo una en 500.000 de internación; una en un millón de morir.
Entonces, no es que si toco sin guantes, respiro sin mascarilla o estoy cerca ya me contagio, me enfermo, me internan y me muero; relea las probabilidades que tiene en el mundo, aunque las transnacionales farmacéuticas y la corporación médica le hagan creer otra cosa para sus bolsillos y los de la prensa que las ayuda en el envenenamiento pandémico de corazones y mentes.
En Uruguay, de nuevo gruesamente y cambiando todo el tiempo, hay una en 10.000 chances de contagiarse, una en 100.000 de precisar internación y una en 3 millones de fallecer de coronavirus, y mucho más riesgo de todo ello con muchas otras causas de muerte, contagiosas o no, que deberían asustarlo mucho más y mover a decisiones e inversión pública mayores. Estamos en una nueva Edad Media en muchos sentidos, pero en los miedos, ya no los religiosos, sino ahora la prensa y las corporaciones beneficiarias lideran el miedo colectivo; y usufructúan tanto como los religiosos de entonces, pasando también como abnegados y altruistas luchadores contra el mal.
El premio Nobel de Medicina Elkin, por inventar la vacuna contra la viruela, se queja de la desproporción y por lo contraproducente de las creencias y decisiones, mostrando cómo se ocultan otras epidemias y pandemias mayores. El virólogo alemán Wodarg, junto a la Universidad de Hamburgo, muestran la relativa importancia del coronavirus frente a otras causas de muerte, contagiosas o no, durante este año 2020. Wodarg, integrante del Bundestag, promovió una investigación del Consejo Europeo sobre la desmesura de las pandemias de 2003 y de 2009, acusando intereses de los lobbies químico-farmacéuticos y de virólogos buscando lucro y fama. El Consejo se expidió favorablemente a la denuncia de Wodarg, pero a los voraces periodistas no les sirve lo que no asusta y desvenda la trama conspiratoria que comanda psicosocialmente al mundo en este siglo XXI.
Hay que informarse mejor y pensar más antes de destruir la economía, la vida en sociedad, la intimidad familiar y amistosa, y dedicarle sumas enormes a una prioridad sanitaria dudosa, a miedos magnificados y dramatizados e inducidos que solo favorecen a macrocorporaciones, elites económicas que lucran con las crisis y a la prensa carroñera. En fin, veamos la otra cara de la moneda, porque una de ellas nos la imponen 24 horas, todos los días, desde hace algunas semanas, y no parecen cejar en el empeño. La otra, hay que sudar para conocerla. Pero vale la pena. ¿O no?


El debate hipocondríaco y paranoico de nuestros días


Por Rafael Bayce.

Usted no suele cuestionar las declaraciones de científicos o especialistas sobre temas de interés público masivo. Hace bien. Es lógico que así sea y recomendamos esta actitud en la mayoría de los casos. Porque usted no tiene, en primer término, el nivel de conocimientos necesario para hacerlo ni tampoco el tiempo o la asesoría requeridos como para estudiar temas variados desde sus múltiples fuentes, desde las avalanchas que lo invaden, tanto de información como de desinformación (por ejemplo, redes sociales, medios de prensa masivos).
El problema suscitado con la pandemia del coronavirus es que si esta vez nos dejamos llevar por científicos y especialistas, arriesgamos ser parte de una crédula e histérica majada de macacos y papagayos hipocondríacos y paranoicos con una acrítica conducta de masas. Nos están llevando de las narices y nos corren con el poncho, cada vez más, sin que nos demos cuenta ni queramos saberlo, para no dejar de ser como la mayoría y para no cultivar dudas, incertidumbres ni conflictos en nuestra economía psíquica y en nuestra interacción cotidiana con otros.
En mi caso personal, como parte de una personalidad rebelde, curiosa, pensativa y crítica, cuando huelo indicios de que las cosas podrían no ser tan así como nos son presentadas, de que algunos pocos vivos o inmorales podrían estar detrás de eso, y de que no es fácil desmontar y enfrentar esos mecanismos y actores ocultos, me dedico a estudiar el asunto y a comunicar lo que voy encontrando, para que otros que no tienen esas cualidades y facilidades puedan enterarse.
Con el tema del coronavirus, usted puede consultar los ejemplares de Caras y Caretas del 20/3, 27/3 y 3/4/2020, una audición en radio Uruguay, y podrá asistir, muy probablemente desde mayo, a un curso sobre el tema, de Educación Permanente, en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.

Temas no debatibles o que se dan por descontados
¡Cuidado! Las siguientes son objeciones muy articuladas, pero que pueden ser a su vez criticadas por los partidarios de la opinión hegemónica, también a veces muy sabia y atendible.
Que los agentes focales puedan no ser virus infecciosos agresivos sino confundibles con partículas intracelulares defensivas (por ejemplo, exosomas).
Que las enfermedades consecuentes y sintomáticas de la infección no son efectivamente provocadas de modo principal por los virus sino por otros factores contribuyentes cuya cocausalidad se descarta equivocadamente, para el diagnóstico y para los tratamientos, que pueden ser así innecesariamente invasivos. Los daños en tal caso podrían ser así iatrogénicos y no causados por un supuesto virus sabiamente detectado y heroicamente combatido.
Que los daños han sido magnificados por extender conclusiones excesivas y falaces desde malas y sesgadas muestras iniciales en Wuhan.
Que se necesitarían estudios desde muestras representativas de las diversas poblaciones focales, con parámetros poblacionales y biológicos integrados en modelos epidemiológicos dinámicos predictivos.
Que los tests usualmente utilizados para detectar la presencia del virus no son conclusivos al respecto, pecando de insuficiencia causal en la conexión de la presencia de RNA con la infección desde el virus, y de producción de demasiados falsos positivos. Se necesitarían tests de anticuerpos en muestras representativas.
Que hay múltiples inferencias causales espurias y falaces que se han extendido acríticamente desde esos errores iniciales, generando una espiral geométrica y exponencial de falacias científicas y de decisiones políticas erróneas. Como botón de muestra valga la pena lo mostrado con cifras y gráficos por Knut Wittkowski: China y Corea del Sur decidieron, ante el crecimiento de infectados y fallecidos, imponer una limitación de los contactos sociales; la reducción de los mismos provocó, entonces, imitación de la medida por casi todo el mundo. Sin embargo, las gráficas día a día de la epidemia mostraron que la limitación de los contactos empezó cuando ya había pasado el pico de crecimiento y empezado ya la disminución; por lo tanto, el descenso no se produjo básicamente por la medida, que tampoco opera inmediatamente ni influye instantáneamente en la alteración de las curvas que grafican la evolución de la infección.
La globalidad de la medida fue una acrítica imitación de una inferencia falaz sobre la antecedencia causal del corte de los contactos sociales sobre la inflexión de la curva de infectados y fallecidos. Además, tampoco es epidemiológicamente indudable que la restricción de los contactos sociales sea aconsejable en todos los casos para mejorar la pandemia: el encierro puede mantener el virus más vivo que ventilándolo y eliminándolo al aire libre estacional como en las afecciones respiratorias; se maximizaría la vida del virus, se harían más factibles los contagios intergeneracionales, se minimizaría la inmunización entre los menos riesgosos menores, se demoraría la inmunización comunitaria (o ‘de rebaño’, ‘herd immunity’) y se prolongaría una epidemia psíquicamente demoledora, intrafamiliarmente destructiva y económicamente ruinosa. Lector, tampoco se convenza solo por esto, tómelo en cuenta y consúltelo, como hice yo.
Que la pandemia impresiona más que nada por un proceso de acoso científico y mediático que, como ya ha sido muy estudiado, le come la cabeza a usted mediante un proceso de magnificación cuantitativa (por ejemplo, se dan cifras todo el tiempo, sin porcentuar por las poblaciones y sin comparar con otras afecciones ni períodos); de dramatización cuantitativa (por ejemplo, coronavirus es igual a ataúdes, hospitales y afligidos, cuando en realidad los muertos, internados y perjudicados son muy pocos de los afectados, pocos a su vez en la población; de dramatización icónica; de reiteración obsesiva; de redundancia en la focalización de temas convergentes y potenciadores del pánico).
Que los medios de comunicación de masas, globalizados y estúpidamente amplificados por las redes sociales y el rumor cotidiano, son los máximos productores de la pandemia psicosocial, con la que lucran, así como una serie de poderosos actores globales y locales, hasta políticos, conocidos por la investigación de las ciencias sociales.
Que no es tan clara la prioridad sanitaria de la pandemia frente a toda la problemática sanitaria, ni menos aún comparada al desastre económico, financiero, laboral, familiar, psicosocial, a la catástrofe psicosomática derivada de la suma de soledad, promiscuidad, ansiedad, miedo-pánico, conflictos conyugales, intergeneracionales, violencia doméstica. Ya verá usted que los juzgados de familia, los civiles, los de género, se verán más desbordados que los hospitales, paranoicamente privilegiados frente a toda otra patología social posible.
Que hay beneficiarios claros de la instalación de la creencia en la gravedad de la pandemia, como está estudiado que los hubo en todas las epidemias anteriores en el siglo XXI y en otros miedos-pánicos inducidos estudiados desde hace al menos 35 años. Lo que no quiere decir que esos beneficiarios hayan sido actores causales en la consolidación de la pandemia coronavirus, lo que configuraría una construcción conspirativa y paranoica excesiva, aunque debe usted recordar que hay teorías conspiratorias importantes e influyentes, como el marxismo y el machismo y patriarcalismo de género, entre otras muchas grandes explicaciones e interpretaciones del mundo. Pero cada miedo-pánico tiene sus beneficiarios, en este caso virólogos, inmunólogos, epidemiólogos, lobbies médico-mutual y químico-farmacéutico (obscenos) y la prensa carroñera con sus anunciantes y productoras.
Las ciencias sociales, por su parte, listan otros actores y procesos constructores y beneficiarios, presentes en la bibliografía y que serán cubiertos en mi curso. Le doy una corta lista de links y nombres desde los cuales investigar por usted mismo si se quiere salvar de ser una oveja más en la majada de papagayos y macacos hipocondríacos y paranoicos que se comen todas las pastillas con tal de ser como la mayoría y no hacerse problemas interiores ni con otros: John Ioannidis, Knut Wittkowski, Pablo Goldschmidt, Francis Boyle, David Crowe, www.rethinkingaids. com, Jay Bhattacharya, Is Covid-19 really an exosome and not a virus?, El Covid-19 no es un virus: es un exosoma influido por la contaminación eléctrica, etcétera.
Pero no se contradogmatice. Compare con la hegemonía dominante, que tiene mucho para decir, y para objetar a los contrahegemónicos también. Ahora tiene más tiempo, cuarentenado, aislado, sin contactos físicos, aterrorizado con la culpa de la instrucción que no siguió y que puede afectarlo o afectar a otros, o por el otro que me puede afectar.
Aproveche y estudie. Y recuerde que una cosa es discutir en el papel y muy otra tener que decidir medidas políticas en condiciones de incertidumbre, presionados por lobbies del terror, de la prensa carroñera, con oposiciones siempre prontas para saltarle a la yugular, y una opinión pública cada vez más irracional e histérica, aunque disfrazada de prudente racionalidad. No les envidio el momento.

>>> Ver además

elmuertoquehabla.blogspot.com/.../el-virus-en-el-umbral-de-la-creacion.html
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Hace 1 día ... El virus en el umbral de la creación. Aldo Mazzucchelli, Hoenir Sarthou, Alma Bolón, Carlos A. Gadea, Jorge Zabalza, Luis E. Sabini ...








1 comentario:

  1. Las inexactitudes de los porcentajes del Prof. Bayce en el artículo son tanto desconcertantes como irritantes, p. ej.
    3 56 %5,36
    1,5 56 %2,68
    1 56 %1,79
    0,5 56 %0,89
    Pero también hay que tener en cuenta, por un lado el grado en que se nota la presión del Covid-19 sobre los CTIs del mundo y la extrapolación que debería hacerse por el corto tiempo desde que apareció la infección. Por ejemplo: en Uruguay ha actuado apenas unos 50 días y proyectando los 10 casos mortales nos da unas 7 veces más, o sea unas 70 muertes en el año, por lo menos, suponiendo que el contagio no se acelera dentro de algunos días o semanas.
    Ricardo Ferré

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