“El mundo ya no va a ser el mismo. Esa nueva normalidad, la estamos probando en base a estudios científicos”, indicó el presidente Lacalle Pou, y anunció la creación de un grupo al más alto nivel para evaluar las medidas adoptadas debido al coronavirus.
“Si actualmente estamos pasando de un aislamiento de alto impacto a un distanciamiento social que debe ser sostenido, es porque los uruguayos demostraron que hicieron un buen uso de la libertad, con solidaridad y generosidad”
>>>> Una política criminal
El jueves 23 envían el proyecto de Ley de Urgente Consideración.
La “nueva normalidad”, que además lidera Alfie con científicos de primer nivel
Nueva normalidad:
* Ajuste de tarifas en pandemia, suba de tarifas Ute, Ose, Antel, por encima del IPC
* Suba de dólar
* Seguro de paro
* Uso de barbijo
* Ollas populares
* Salir a la prensa cuando pinte (lavado continuo de manos)
* Envío de LUC al parlamento
* Senador defendiendo milicos torturadores
* Pastores en cargos politicos
* Meter la pesada en los barrios
>>> Salvar a los ricos
▃▃
La nueva estrategia del gobierno encabezado por Luis Lacalle Pou
implica mover las “perillas”. ¿Qué significa esa imagen con la que el
mandatario grafica el inicio de la salida? Es comenzar a aflojar de a
poco la exhortación a la cuarentena voluntaria.
El
presidente señaló que la etapa de aislamiento da paso a la fase de
distancia social. apertura paulatina de comercios y la habilitación de
algunas actividades. El gobierno decidió crear un grupo “al más alto
nivel” para asesorarlo. Lo preside Isaac Alfie y está integrado por
Fernando Paganini (matemático), Rafael Radi (científico) y Henry Cohen
(médico). ¿Cómo será la vuelta a la actividad económica? Habrá dos
filtros: el primero sanitario, es decir aquellas actividades que
supongan un riesgo bajo; el segundo atenderá las características de las
empresas (tamaño, personal) y su ubicación geográfica.
El
bar de la esquina atendió la primera mesa en 15 días. En toda la noche
del jueves pasado tuvo solo dos pedidos de delivery. Pero el horno de
pizza sigue prendido. Lo que le falta es clientela. Es que la emergencia
sanitaria por el coronavirus le frenó el negocio desde el 13 de marzo, y
las cuentas no le dan.
La crisis del bar
de pizzas es la misma que sufre la economía uruguaya en general. Por eso
el presidente de la República, Luis Lacalle Pou, anunció ayer en
conferencia que es tiempo de empezar a prender los motores para evitar
mayores perjuicios sociales.
Esta nueva
estrategia implica mover las “perillas”. ¿Qué significa esa imagen con
la que el mandatario grafica el inicio de la salida? Es comenzar a
aflojar de a poco la exhortación a la cuarentena voluntaria, la apertura
paulatina de ciertos comercios con una estrategia, y la habilitación a
realizar algunas actividades.
Pero todo
esto el presidente aclaró que será bajo una nueva realidad del Uruguay.
“En estos tiempos que vienen va a haber una nueva normalidad. Y esa
nueva normalidad, la estamos testeando, probando, y no a olfato o
intuición, lo estamos ejecutando en base a estudios, a la ciencia, al
conocimiento del sistema de salud”, dijo Lacalle Pou.
El
primer objetivo del gobierno tras la confirmación el 13 de marzo de los
primeros casos de coronavirus en Uruguay, era que la pandemia no
saturara los servicios de salud como había ocurrido en otros países del
mundo. Un mes y tres días después, la pandemia no tuvo un crecimiento
exponencial (ya van cinco días en el que el número de recuperados supera
al de los casos activos), los servicios de salud tienen una capacidad
razonable para atender más casos y por tanto en el gobierno se entiende
que se está en una nueva fase: hay que empezar a analizar cómo se vuelve
a poner en marcha la economía que se paralizó casi por completo por las
medidas para evitar la propagación del virus.
Por
eso ayer el jefe de Estado agradeció el comportamiento de los que
cumplieron el aislamiento voluntario. “Apelo a la libertad. Creo que el
uruguayo es una persona que ama la libertad y que en momentos difíciles
de su historia se abraza a ella y la cuida. Tengo que decir con orgullo
que por ahora lo ha sabido hacer”, comentó Lacalle Pou.
Pero
para esa salida a “la cancha” —por explicarlo con términos
futbolísticos— la perilla para que se prendan los motores se abrirá de a
poco, despacio y midiendo cada decisión.
Es por eso que el gobierno decidió crear un grupo “al más alto nivel” —así lo definió Lacalle
Pou— que va a compartir con el gobierno su conocimiento, además de definir métodos y estudios que sigan los pasos.
El
grupo está formado por el matemático Fernando Paganini (licenciado en
Matemática, ingeniero eléctrico y académico de la Academia de Ciencias
de América Latina) y los doctores Rafael Radi (primer científico
uruguayo en la Academia de Ciencias de EE.UU. y presidente de la
Academia Nacional de Ciencias) y Henry Cohen (presidente de la Academia
Nacional de Medicina y galardonado como máster por la Organización
Mundial de Gastroenterología en 2019, es decir uno de los mejores del
mundo en su disciplina).
El director de la
Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), Isaac Alfie explicó ayer
en conferencia que diferentes sectores van a ir “progresivamente
abriendo, o yendo, o volviendo a su nueva normalidad”.
“Tenemos
que acostumbrarnos a algo distinto a lo que teníamos. Por lo menos por
un tiempo que no sabemos cuánto va a ser ese tiempo”, dijo Alfie, quien
es el encargado de comandar el grupo de trabajo de notables.
En algún momento hay que empezar a salir, es el concepto que se maneja en la Torre Ejecutiva. El punto central pasa a ser cómo.
Para
eso el director de la OPP explicó que se manejarán por análisis
científicos que les permitan calcular la situación. De todos modos
Lacalle Pou dijo que si es necesario parar con la apertura y retroceder
porque se visualizan perjuicio o nuevos contagios, se dará marcha atrás.
Según
supo El País el caso de la construcción fue particular, porque la
licencia especial que encaró el sector en la primera semana del COVID-19
en Uruguay y que culminó el pasado 12 de abril, fue a solicitud de
cámaras empresariales y sindicato. Por eso su vuelta a la actividad,
también se dio antes que cualquier otro sector, teniendo en cuenta que
el régimen de licencia había terminado, que en términos sanitarios el
riesgo es bajo y que las partes solicitaban volver.
Por
ello, la apertura del resto de la economía no seguirá sus pasos. Es
decir, no será por sectores o ramas de actividad, sino que se tendrán en
cuenta otros aspectos. El que determina todo es la parte sanitaria: las
actividades que cuenten con menos riesgo de propagar la enfermedad y
aquellas cuyo distanciamiento social sea más sencillo de lograr. Tras
ver qué actividades entran en ese esquema, hay un segundo análisis que
son las características de las empresas (tamaño, cantidad de personal ) y
su ubicación geográfica. En el entendido que no todas las empresas son
iguales, incluso dentro de un mismo sector de actividad y que la
ubicación geográfica juega un rol clave (como en las escuelas rurales),
se irán tomando las decisiones. Para ello lo central es la orientación
del comité de expertos.
Es una manera de volver a ciertas actividades y que la economía se empiece a reactivar, es el resumen.
Esto,
¿cambia el escenario económico que se tenía en el gobierno? En
principio se esperaba un primer semestre de caída del Producto Interno
Bruto (PIB) lo que configuraría una recesión, con un segundo trimestre
con una retracción inédita de la economía. Para el tercer trimestre
había incertidumbre, pero también se analizaba que podía ser de caída.
Este escenario asumía que luego la recuperación era rápida por la vuelta
a la actividad a pleno.
Ahora se cree que
en este nuevo día D (o “nueva normalidad” el golpe será un poco menor
que el previsto, pero la reactivación será más gradual. En términos
gráficos: si se esperaba que la economía iba a tener una trayectoria de
“V”, ahora la previsión es que sea más parecida (no exactamente así) a
una “U”.
Lacalle Pou: “En estos tiempos que vienen va a haber una nueva normalidad”.
Uruguay, informe internacional: SOLO TRABAJADORES PAGARÁN LAS CONSECUENCIAS!!!
>>> Cuarentena con la panza vacía
por Mercedes Rosende
abril 2020
Resistir al coronavirus será, dentro de un tiempo, un mal título de una mala novela o de una película clase B.
Mientras tanto y en mi casa en Francia, como en casi todas las casas del planeta, todos los días son domingo y yo resisto mientras puedo la prohibición de salir. Pero hoy es un día distinto, me vestí, me peiné, salí a comprar el pan y las provisiones, a respirar el aire con la esperanza (secreta, inconfesable) de hablar con alguien, de intercambiar unas palabras frente a frente. Apenas di unos pasos y en la puerta de la iglesia me encontré con el alcalde del pueblo donde vivo, un señor mayor y sonriente que se detuvo a saludarme. De lejos, como corresponde. Después de un par de fórmulas de amabilidad, me comunicó que la basura de papeles y plásticos podrá volver a sacarse este miércoles, que las botellas todavía deberán esperar a que vuelva el servicio de recolección de vidrio, y que nosotros, todos juntos, triunfaremos sobre el enemigo. Por un momento dudé si se refería a triunfar sobre la basura (que ya nos desborda, justo es decirlo) e iba a preguntárselo, pero algo me dijo que no lo hiciera. Después él levantó la mano con el puño cerrado, lo agitó un par de veces, me deseó un buen día y se fue.
¿Triunfaremos sobre el enemigo?
Los políticos fueron los primeros en apoderarse de la metáfora bélica. “Guerra contra un enemigo silencioso”, “esto es una batalla contra un virus”, declaró el gobierno argentino. En España, Pedro Sánchez habló de “una guerra nunca antes librada” y presentó un plan con “etapas y objetivos” para alcanzar “la victoria”. “Estamos en guerra”, dijo Emmanuel Macron mirando fijamente a la cámara en uno de sus discursos a la nación francesa: “El enemigo es invisible y requiere nuestra movilización general”.
En Uruguay tampoco nos hemos privado de darle una épica al discurso vernáculo. El senador Manini Ríos habló de “una suerte de guerra contra un enemigo invisible” y la senadora Topolansky mencionó la conveniencia de “un impuesto de guerra”. A su vez, el expresidente y senador colorado Julio María Sanguinetti evaluó que “habría que encarar una economía de guerra”. Por su parte, el canciller Ernesto Talvi opinó que el acontecimiento (de la pandemia) “tiene sitiado al país”. El presidente de la República, Luis Lacalle Pou, urgió a “ganar esta batalla en el menor tiempo posible”.
Guerra, batalla, enemigo, movilización, victoria, trincheras. La retórica belicista pasó de boca de los políticos a la prensa y luego, cómo no, a nosotros, los hablantes en general. El mensaje y la forma, inevitablemente, permearon todas las esferas, incluyendo las íntimas.
No es un caso inédito. La manera como hablamos de la pandemia está plagada de estereotipos, de generalizaciones y simplificaciones. Su complejidad y sus particularidades quedan reducidas a expresiones sencillas, fáciles de entender: a lugares comunes. ¿Y qué puede haber más obvio y directo que la jerga militar para referirse a la pandemia? Puede parecer primitivo, pero es eficaz y rezuma virilidad: vencer al virus, triunfar sobre la pandemia, batallar contra el enemigo, ganar la guerra, estar en la primera línea.
David Grossman, ensayista y periodista en el conflicto palestino-israelí, dice que “el lenguaje con el que los ciudadanos de un conflicto prolongado describen su situación es tanto más superficial cuanto más prolongado es el conflicto”. Expone cómo, en Israel, el lenguaje utilizado “gradualmente se va reduciendo a una secuencia de clichés y eslóganes” creados por los entes oficiales que gestionan el conflicto (y que son) irradiados por los medios de comunicación al público. Los medios de comunicación, dice Grossman, distorsionan aún más la representación de la guerra, al “ofrecer a su público una historia fácil de digerir”.
Una primera explicación que justificaría la insistencia en la utilización de la lengua de la guerra en el discurso público mundial sería la de allanar la narrativa, restarle complejidad y matices a los hechos, y de esa forma trasmitir, de manera simplificada, la gravedad de la situación. Podría pensarse también que la metáfora militar crea o busca crear una cohesión que facilite la obediencia entre la población, la disciplina a la hora de pedir un confinamiento estricto. Hasta se podría pensar que busca justificar un aumento de los mecanismos autoritarios del poder estatal, y allá cada uno con sus hipótesis respecto a los fines que perseguiría ese incremento de poder.
Aunque el relato de lucha se ha usado siempre y a propósito de temas tan variados como el amor (batalla de los sexos, amantes guerreros) o la naturaleza (invasión de la selva, guerra con las plagas), no estaría de más recordar que cuando hablamos de una emergencia sanitaria no hay dos bandos diferenciados como tal, no hay trincheras ni hay un verdadero enemigo, y que el uso reiterado de estas referencias es todo lo contrario a algo tranquilizador, especialmente con una situación tan delicada como la que se tiene que gestionar ante una pandemia.
Cuando llegué al almacén la empleada, una mujer joven que sonríe todo el tiempo, hablaba con un cliente y le decía que había que “enfrentar esta situación unidos”. No había necesidad de escuchar los intercambios previos para saber de qué hablaban, porque buena parte del discurso oficial ha estado articulado en torno a la “unión” frente a la “desunión”, al “nosotros” frente a un “yo” egoísta: un claro posicionamiento del “todos” frente a la amenaza común y al individualismo egocéntrico. ¿Alguien en el almacén podría no haber estado de acuerdo? No. ¿Se teje una historia oficial y se empieza a perder, sutilmente, la libertad de ver las cosas desde otro ángulo? Quizá.
La retórica bélica debería despertarnos una alerta porque pide (¿exige?) disciplina y acatamiento y sacrificio, porque señala un supuesto enemigo que hoy es un virus y que mañana pueden ser personas, porque habla de levantar muros, hoy contra la pandemia y mañana quién sabe contra qué peligro. Se podría pensar además que las invocaciones a la obediencia de la población, aunque legítimas y necesarias en este momento, podrían dejar expedita la vía a una futura restricción de las libertades individuales. No sería extraño, en algunos países ya se está hablando de implementar tecnologías de control, como en cualquier distopía. Porque el Estado, todos los estados del mundo, tiene tendencia a avanzar en el control de la vida, y la pandemia puede ser su oportunidad.
El lenguaje no se limita a describir una realidad, a veces la crea. Estamos ante un problema real que exige una narración real para encontrar soluciones reales: ni esto es una guerra ni nosotros somos soldados. Esta crisis no se resuelve con ataques de mortero ni con gestas y discursos heroicos ni con aplicaciones que vigilen nuestros desplazamientos. El mundo necesita pensar palabras distintas, relatos verdaderos que hablen de leyes sociales, de inversiones en salud, en vivienda y educación, de una justa distribución de la riqueza.
Habrá que estar atentos cuando la situación empiece a remitir, cuando sea la hora de recuperar derechos, cuando sea la hora de recuperar nuestras palabras.
Hasta entonces resistiremos al coronavirus, hasta que se transforme en el mal título de una mala novela o en una película clase B.
Mientras tanto y en mi casa en Francia, como en casi todas las casas del planeta, todos los días son domingo y yo resisto mientras puedo la prohibición de salir. Pero hoy es un día distinto, me vestí, me peiné, salí a comprar el pan y las provisiones, a respirar el aire con la esperanza (secreta, inconfesable) de hablar con alguien, de intercambiar unas palabras frente a frente. Apenas di unos pasos y en la puerta de la iglesia me encontré con el alcalde del pueblo donde vivo, un señor mayor y sonriente que se detuvo a saludarme. De lejos, como corresponde. Después de un par de fórmulas de amabilidad, me comunicó que la basura de papeles y plásticos podrá volver a sacarse este miércoles, que las botellas todavía deberán esperar a que vuelva el servicio de recolección de vidrio, y que nosotros, todos juntos, triunfaremos sobre el enemigo. Por un momento dudé si se refería a triunfar sobre la basura (que ya nos desborda, justo es decirlo) e iba a preguntárselo, pero algo me dijo que no lo hiciera. Después él levantó la mano con el puño cerrado, lo agitó un par de veces, me deseó un buen día y se fue.
¿Triunfaremos sobre el enemigo?
Los políticos fueron los primeros en apoderarse de la metáfora bélica. “Guerra contra un enemigo silencioso”, “esto es una batalla contra un virus”, declaró el gobierno argentino. En España, Pedro Sánchez habló de “una guerra nunca antes librada” y presentó un plan con “etapas y objetivos” para alcanzar “la victoria”. “Estamos en guerra”, dijo Emmanuel Macron mirando fijamente a la cámara en uno de sus discursos a la nación francesa: “El enemigo es invisible y requiere nuestra movilización general”.
En Uruguay tampoco nos hemos privado de darle una épica al discurso vernáculo. El senador Manini Ríos habló de “una suerte de guerra contra un enemigo invisible” y la senadora Topolansky mencionó la conveniencia de “un impuesto de guerra”. A su vez, el expresidente y senador colorado Julio María Sanguinetti evaluó que “habría que encarar una economía de guerra”. Por su parte, el canciller Ernesto Talvi opinó que el acontecimiento (de la pandemia) “tiene sitiado al país”. El presidente de la República, Luis Lacalle Pou, urgió a “ganar esta batalla en el menor tiempo posible”.
Guerra, batalla, enemigo, movilización, victoria, trincheras. La retórica belicista pasó de boca de los políticos a la prensa y luego, cómo no, a nosotros, los hablantes en general. El mensaje y la forma, inevitablemente, permearon todas las esferas, incluyendo las íntimas.
No es un caso inédito. La manera como hablamos de la pandemia está plagada de estereotipos, de generalizaciones y simplificaciones. Su complejidad y sus particularidades quedan reducidas a expresiones sencillas, fáciles de entender: a lugares comunes. ¿Y qué puede haber más obvio y directo que la jerga militar para referirse a la pandemia? Puede parecer primitivo, pero es eficaz y rezuma virilidad: vencer al virus, triunfar sobre la pandemia, batallar contra el enemigo, ganar la guerra, estar en la primera línea.
David Grossman, ensayista y periodista en el conflicto palestino-israelí, dice que “el lenguaje con el que los ciudadanos de un conflicto prolongado describen su situación es tanto más superficial cuanto más prolongado es el conflicto”. Expone cómo, en Israel, el lenguaje utilizado “gradualmente se va reduciendo a una secuencia de clichés y eslóganes” creados por los entes oficiales que gestionan el conflicto (y que son) irradiados por los medios de comunicación al público. Los medios de comunicación, dice Grossman, distorsionan aún más la representación de la guerra, al “ofrecer a su público una historia fácil de digerir”.
Una primera explicación que justificaría la insistencia en la utilización de la lengua de la guerra en el discurso público mundial sería la de allanar la narrativa, restarle complejidad y matices a los hechos, y de esa forma trasmitir, de manera simplificada, la gravedad de la situación. Podría pensarse también que la metáfora militar crea o busca crear una cohesión que facilite la obediencia entre la población, la disciplina a la hora de pedir un confinamiento estricto. Hasta se podría pensar que busca justificar un aumento de los mecanismos autoritarios del poder estatal, y allá cada uno con sus hipótesis respecto a los fines que perseguiría ese incremento de poder.
Aunque el relato de lucha se ha usado siempre y a propósito de temas tan variados como el amor (batalla de los sexos, amantes guerreros) o la naturaleza (invasión de la selva, guerra con las plagas), no estaría de más recordar que cuando hablamos de una emergencia sanitaria no hay dos bandos diferenciados como tal, no hay trincheras ni hay un verdadero enemigo, y que el uso reiterado de estas referencias es todo lo contrario a algo tranquilizador, especialmente con una situación tan delicada como la que se tiene que gestionar ante una pandemia.
Cuando llegué al almacén la empleada, una mujer joven que sonríe todo el tiempo, hablaba con un cliente y le decía que había que “enfrentar esta situación unidos”. No había necesidad de escuchar los intercambios previos para saber de qué hablaban, porque buena parte del discurso oficial ha estado articulado en torno a la “unión” frente a la “desunión”, al “nosotros” frente a un “yo” egoísta: un claro posicionamiento del “todos” frente a la amenaza común y al individualismo egocéntrico. ¿Alguien en el almacén podría no haber estado de acuerdo? No. ¿Se teje una historia oficial y se empieza a perder, sutilmente, la libertad de ver las cosas desde otro ángulo? Quizá.
La retórica bélica debería despertarnos una alerta porque pide (¿exige?) disciplina y acatamiento y sacrificio, porque señala un supuesto enemigo que hoy es un virus y que mañana pueden ser personas, porque habla de levantar muros, hoy contra la pandemia y mañana quién sabe contra qué peligro. Se podría pensar además que las invocaciones a la obediencia de la población, aunque legítimas y necesarias en este momento, podrían dejar expedita la vía a una futura restricción de las libertades individuales. No sería extraño, en algunos países ya se está hablando de implementar tecnologías de control, como en cualquier distopía. Porque el Estado, todos los estados del mundo, tiene tendencia a avanzar en el control de la vida, y la pandemia puede ser su oportunidad.
El lenguaje no se limita a describir una realidad, a veces la crea. Estamos ante un problema real que exige una narración real para encontrar soluciones reales: ni esto es una guerra ni nosotros somos soldados. Esta crisis no se resuelve con ataques de mortero ni con gestas y discursos heroicos ni con aplicaciones que vigilen nuestros desplazamientos. El mundo necesita pensar palabras distintas, relatos verdaderos que hablen de leyes sociales, de inversiones en salud, en vivienda y educación, de una justa distribución de la riqueza.
Habrá que estar atentos cuando la situación empiece a remitir, cuando sea la hora de recuperar derechos, cuando sea la hora de recuperar nuestras palabras.
Hasta entonces resistiremos al coronavirus, hasta que se transforme en el mal título de una mala novela o en una película clase B.
>>> Preparate que se viene
Preparate que se viene.
"El presidente de la República, Luis Lacalle Pou, anunció ayer la conformación de un equipo de expertos científicos que diseñará el plan para que “progresivamente" algunos sectores de la actividad comiencen a "volver a su nueva normalidad" tras el coronavirus. Si bien se tiene claro que en algún momento ocurrirá lo que se debe definir es el plan de implementación para que se pueda ajustar sobre la marcha en caso de que el virus tome un repunte.
El equipo si bien cuenta con un representante del gobierno como líder, tiene otros tres miembros que pertenecen exclusivamente a la academia de la ciencia, la medicina y la matemática. Aquí quienes son.
Rafael Radi
Rafael Radi es doctor en Medicina y en Ciencias Biológicas y uno de los principales impulsores en los últimos años porque los gobiernos aumenten la inversión en ciencia. Fue el segundo uruguayo en recibir el Premio México de Ciencia y Tecnología 2016, uno de los galardones más importantes de la ciencia a nivel iberoamericano y el primero en integrar la academia de ciencias de Estados Unidos. Actualmente se desempeña como director del Centro de Investigaciones Biomédicas en la Facultad de Medicina de la Universidad de la República y es presidente de la Academia Nacional de Ciencias.
La semana pasada Radi dijo en entrevista con Hora de Cierre de radio Sarandí que "todavía no debemos pensar en el día después, sino en la transición hacia el día después, que puede durar semanas o meses". "Las actividades se deben ir reincorporado gradualmente, y a su vez, en cada actividad debe hacerse de manera gradual", afirmó.
Fernando Paganini
Fernando Paganini: “La ocupación debería crecer, de la mano de una industria más diversificada, con más agentes y contenido más sofisticado” .
Fernando Paganini es matemático y PhD en Ingeniería eléctrica del California Institute of Technology. Se desempeña como vicedecano de investigación en la Universidad ORT, en donde desde 2005 es catedrático de Teoría de las Telecomunicaciones en la Facultad de Ingeniería. En 2017 fue nombrado miembro de la Academia de Ciencias de América Latina y ha recibido varios premios por su trabajo.
Henry Cohen
Henry Cohen es médico y considerado uno de los mejores gastroenterólogos del mundo. Recientemente se jubiló como profesor titular de la Facultad de Medicina, pero sigue con sus otras actividades dentro de la profesión. En 2008 Cohen ingresó a la Academia Nacional de Medicina, de la que dejó de ser presidente en marzo pasado. Ha sido galardonado como máster por la Organización Mundial de Gastroenterología en 2019, es decir, que fue considerado uno de los mejores del mundo en su disciplina. Además es director en Uruguay de ECHO, un proyecto de la Universidad de Medicina de Uruguay y la Universidad de Nuevo México que tiene por objetivo democratizar el acceso a la atención médica para las personas que viven muy lejos de las grandes ciudades , preparando al personal médico de esas zonas y dándole apoyo mediante el uso de la telemedicina. El Colegio Americano de Gastroenterología le dio un reconocimiento al liderazgo internacional en 2014 y la Sociedad Interamericana lo nombró maestro de la gastroenterología latinoamericana.
Isaac Alfie
El director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), Isaac Alfie, será el encargado de liderar el equipo y ser el nexo directo con el gobierno de este equipo. Alfie es economista y contador público. Actualmente también se desempeña como Profesor Titular de Economía y Finanzas Públicas en la Universidad de Montevideo, profesor en Macroeconomía del Departamento de Economía en la Universidad de la República y en el
postgrado en Finanzas de la Universidad de Montevideo. Ha realizado consultorías para Organismos Internacionales (FMI, Banco Mundial, BID, OPS y PNUD). En julio 2002 integró el equipo que negoció con el Tesoro de Estados Unidos y los organismos multilaterales la salida a la crisis financiera y en 2003 asumió hasta 2005 el liderazgo en el Ministerio de Economía y Finanzas.
Al asumir, Alfie dijo en su discurso que había cifras que describían “claramente dónde estamos parados”. Esa realidad cambió. Pero también se plantó como el líder natural para el equipo conformado por el gobierno para definir el día D tras la pandemia. “Nuestra tarea es pensar y construir el futuro. Tenemos que basarnos en el pasado, en la experiencia y en la revisión de los hechos", agregó ese día.
El director de la OPP dijo ayer que hay que “acostumbrarnos a algo distinto a lo que teníamos. Por lo menos por un tiempo que no sabemos cuánto va a ser ese tiempo”. "Todas las medidas que se van a ir tomando para tener política de distanciamiento y no aislamiento, que tiene que ser sostenido, tiene que estar respaldado por la ciencia”, afirmó."
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