Luz al final del tunel
-Tuve este sueño el 30 de marzo de 2020; dicen que hay sueños premonitorios...-
Por Sirio López Velasco
Juan
Pueblo salió de su casa y se cubrió los ojos. La luz lo había cegado
por un instante. Se miró los zapatos que había abandonado por varias
semanas. Las baldosas grises mostraban
su indiferencia de siempre.
Caminó primero vacilante, como el que
aprende a andar en bicicleta. Luego fue apretando el paso y se juntó a
la marcha alegre de quienes habían abandonado sus casas. No se hablaron
pues sabían a lo que iban.
Cuando desembocaron
en la gran avenida un helicóptero camuflado sobrevoló aquella multitud
creciente. A pesar del ruido de las aspas, el mensaje llegó nítido y
repetido desde el aparato.
Por orden del gobierno toda manifestación
estaba prohibida y cada uno debía retomar sin falta
su trabajo. Y amenazaba disparar si la manifestación no
se dispersase. A los que dirigiesen la protesta aseguraba una larga
cárcel. Un hombre cincuentón que llevaba una gabardina puesta sacó de
debajo de su axila derecha una escopeta.
Quienes lo rodeaban se pararon a su alrededor para verlo hacer
puntería. El helicóptero se acercó a la altura del edificio más cercano.
El hombre tiró dos veces.
La multitud detuvo su rápida
marcha y miró al cielo. El helicóptero empezó a echar una humareda negra
y a girar cada vez más rápido. Buscó la plaza que se abría en la otra
esquina
y ya sin motor aterrizó con un tumbo.
La fuerza del
impacto lo hizo ladearse y quedar de costado, mostrando sus patines como
un ave herida. Cuatro uniformados salieron por la puerta que había
quedado apuntando al cielo y huyeron en disparada.
Uno rengueaba de la pierna derecha.
La multitud rugió de alegría y
prosiguió su marcha. Algunos cientos de metros después la avenida estaba
cerrada por dos tanquetas y dos camiones lanza-agua. Una fila de
uniformados vestidos como astronautas blandían, intercaladamente,
escopetas de balas de goma y armas de guerra.
Un
oficial se adelantó algunos pasos y empuñó el megáfono. Anunció que
nadie podría transponer aquella línea y que era inútil reagruparse en
calles paralelas, pues el dispositivo cubría
toda la zona.
Reiteró la orden de que cada cual retomara sus labores de
antes del encierro. El gentío, que a esa altura ya era una muchedumbre
compacta, se detuvo unos instantes. Pero muy rápidamente algunas voces
arengaron a cumplir lo que había sido pactado
a través de las redes.
Una mujer agregó que aquellos uniformados
estaban tan
cansados del pasado como ellos. Y que querían vivir sin virus
salidos de laboratorios de guerra, sin desocupados y sin represión, y
con la alimentación sana, la salud, la educación, la vivienda gratis y
el gozo al alcance de todos.
Para eso, remató,
debe acabarse la era de los patrones, los políticos profesionales y los
ejércitos. A cada cincuenta metros aquel mensaje fue relevado hasta las
hileras más distantes de la cabecera de la marcha. Otra mujer llamó a
no tener miedo porque muchísimas otras marchas
como aquella estaban ocurriendo en el país y en el mundo.
Su mensaje
también recorrió todas las hileras. Y de inmediato la muchedumbre
reanudó su camino. El oficial del megáfono dio la orden de que sus
subordinados apuntaran. Las tanquetas hicieron girar sus
cortos cañones, dirigiéndolos directamente a los manifestantes. Los
camiones lanza-agua tiraron dos chorros cortos que se estrellaron contra
el asfalto aún vacío.
La multitud no se detuvo. El oficial se hizo a un
lado y desde un extremo de la fila de sus hombres
mandó tirar. La marcha apuró el paso. Las tanquetas y los uniformados
no tiraron. Los camiones se tragaron su agua. La multitud rompió el
bloqueo sin siquiera mirar a los soldados.
El oficial y varios de los
suyos doblaron la primera esquina a la carrera.
Otros subordinados se unieron a la marcha. De las calles que confluían
en la avenida se fueron sumando más y más contingentes. Cuando llegaron a
la Casa de Gobierno constataron que la barricada militar era allí más
espesa que la que habían enfrentado antes.
Varios megáfonos reiteraron las conocidas órdenes, advertencias y
amenazas. Y agregaron que en la residencia se encontraban reunidas las
máximas autoridades políticas, militares, y jurídicas del país,
acompañadas de los principales líderes empresariales, y
que las órdenes eran claras; tirar a matar a cualquiera que intentara
transponer aquel cordón de soldados y vehículos militares.
La multitud
se fue ensanchando para abarcar toda la explanada en un gran semicírculo
de unos mil metros de profundidad. Quienes
estaban en las primeras filas alertaron a quienes los seguían que en
otras tres avenidas que desembocaban en aquella explanada otras
muchedumbres se hacían presentes, atrás de los respectivos cercos
militares.
El mensaje fue pasando de hilera en hilera. Varios
de los que encabezaban la marcha se comunicaron con sus móviles con
otros tantos que hacían parte de las otras marchas. Y rápidamente
combinaron que romperían los cordones al unísono, para entrar por
distintas puertas a la Casa de Gobierno.
Varias voces gritaron la invitación a avanzar. Uno de los
oficiales que había usado los megáfonos apuntó su pistola y tiró. Una
manifestante se desplomó en brazos de quienes la ladeaban. El hombre de
la escopeta abatió en el acto al oficial asesino.
La multitud rompió el cordón, al mismo tiempo en el que las otras
marchas hacían lo propio. Los soldados fueron palmeados por los
manifestantes y se quedaron sumergidos entre los miles y miles que
pasaban. Unos pocos se unieron a aquel torrente. Una marcha
se abalanzó sobre la puerta abierta que sólo vigilaban dos guardias,
que rápidamente se hicieron a un lado.
Las otras puertas fueron forzadas
por otras densas columnas. Los invasores formaron un gran enjambre en
el inmenso hall. Y se dividieron para rastrillar
las habitaciones, buscando a los representantes de los dueños del país.
De una habitación salieron algunos hombres que, tras identificarse como
diputados, llamaron a la calma, gritando que en su calidad de voceros
del pueblo, arreglarían todo por vía parlamentaria.
Más de una voz contestó que habían tenido décadas para arreglar todos
los desaguisados de la pobreza
y la devastación ambiental y que ahora ya era tarde. Un
grupo de manifestantes se ofreció gustoso para mantenerlos en custodia.
El resto del enjambre siguió buscando.
Y la marcha del hombre de la
escopeta descubrió en un gran salón a
los cabecillas reunidos. El hombre se adelantó a sus seguidores y
decretó que quedaban detenidos.
Uno de los dignatarios se identificó como juez y levantando el
puño proclamó que aquello no quedaría así. Una mujer respondió que
efectivamente las cosas nunca más serían las que habían sido. Los
dignatarios fueron rodeados por un denso cordón concéntrico.
Muchos manifestantes salieron a los balcones y empuñando
megáfonos que les habían quitado a los militares se dirigieron a la
muchedumbre que cubría toda la explanada, y, más allá, una media docena
de calles hasta una distancia a perder
de vista.
Los megáfonos anunciaron el cambio de era. Decenas de miles de voces atronadoras hicieron
eco a aquella proclamación. Se anunció que nadie debía
desmovilizarse y que en la desembocadura de cada una de las calles que
confluían en la explanada, se reunirían quienes quisieran asumir la
coordinación y ejecución de la satisfacción
en lo inmediato de cada una de las necesidades básicas de la vida.
Y
una voz de mujer fue indicando la necesidad que sería coordinada en cada
esquina. Una voz de hombre comunicó que a través de tres radios que se
habían integrado al movimiento se sabía que
en las principales ciudades del país y en algunas zonas rurales había
en aquel momento movimientos similares al que allí protagonizaban; y que
en cada localidad también se formaban las coordinadoras, para después
contactarse en una gran red nacional.
Los vítores
fueron aún más entusiastas que los de antes. Y a lo largo de cada una
de las calles indicadas, empezaron a congregarse nutridos grupos, ya
permaneciendo en el lugar, ya viniendo de otras calles. Quienes no
podían ocupar los primeros lugares eran informados
y consultados sobre cada una de las directrices que se adoptaban para
comenzar a ejecutarlas de inmediato.
Por último se estableció la forma
en la que toda aquella gente y todos quienes quisieran sumarse en lo
sucesivo se mantendría organizada y reunida por
barrio, centro de producción o educativo, para coordinar las formas
básicas de la nueva vida ecomunitarista, Y comenzó la nueva era.
martes, 7 de abril de 2020
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