El marxismo revolucionario y el debate sobre el poder
(A propósito de la futura reedición de Poder burgués y poder revolucionario de Mario Roberto Santucho)
por Néstor Kohan
Enviado por Jorge Zabalza
Un fantasma, todavía sin cuerpo, asoma la cabeza
La
actualidad del pensamiento político de Mario Roberto Santucho [1936-1976]
impacta, sorprende, descoloca. En la Argentina del siglo XXI, más de tres
décadas después de la dictadura militar que lo asesinó (desapareciendo su
cuerpo) junto con 30.000 compañeros y compañeras, el fantasma de Santucho
reaparece por doquier. ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué atrae?
Hoy
en día infinidad de libros y de películas (entre las que se destaca la
inigualable Gaviotas Blindadas)
intentan repensar y debatir la estrategia política de la insurgencia guevarista
del PRT-ERP y en particular el pensamiento político de su máximo dirigente.
A
pesar de que todo el mundo está alertado sobre la estricta vigilancia y el escandaloso control de la inteligencia
norteamericana, en el facebook y en otras redes sociales miles de
jóvenes, en lugar de poner una fotografía suya o de su novio o novia, eligen
como “perfil” la cara de Santucho. ¿La juventud se volvió loca?
Recientemente,
en medio de esa “inexplicable” y creciente admiración popular, uno de los
máximos exponentes del nuevo folclore argentino, Peteco Carvajal, le dedicó la
chacarera “Guerrillero santiagueño”, que contiene ese estribillo tan hermoso “Amor revolucionario / pasión que no se
detiene / la mística, la bandera y la lucha regresan siempre”.
Pero
no todo se limita a la galaxia de la comunicación, la música y las
contraculturas juveniles. En las movilizaciones callejeras muchos grupos
políticos de las izquierdas más diversas, principalmente integrados por
jóvenes, eligen identificarse poniendo en las pancartas su rostro. La bandera
del Ejército Revolucionario del Pueblo (1) hoy identifica a innumerables
organizaciones políticas populares, piqueteras o estudiantiles. No hay marcha
social, política, sindical o estudiantil donde no pase alguien entregando un volante
con las demandas más heterogéneas acompañadas... por el rostro de Santucho.
¿Vivimos una alucinación colectiva? Creemos que no. Ese inesperado
resurgimiento expresa varias cosas.
En
primer lugar, las frustraciones y las promesas incumplidas de 30 años de
sistema electoral parlamentario (que no significa democracia y pluralismo, sino
más bien todo lo contrario) donde el marketing, el dinero y las operaciones de
imágenes mediáticas han pretendido manipular, tergiversar, fagocitar, aplastar
y enterrar definitivamente la lucha por cambiar el país, el continente y el
mundo.
En segundo lugar, la sed imperiosa y
la necesidad de crear una opción política (al mismo tiempo cultural) distinta y
enfrentada —antagónica— con el bipartidismo tradicional: ayer peronismo-radicalismo;
luego reciclado como PJ-oposición liberal republicana. Una estructura
arquitectónica político-institucional de partido único (del mercado), sostenida
con la alternancia de diversas administraciones que disputan y pelean cargos
compartiendo un subsuelo común, la dominación indiscutida y por nadie
cuestionada del capital monopólico multinacional junto con las grandes firmas,
bancos y empresas “locales”. Lo llaman de diversas maneras: “capitalismo en
serio”, “capitalismo ético”, “capitalismo nacional”, “república de iguales”,
etc., etc. Distintas variantes de lo mismo, el reino despótico, absoluto y
totalitario del mercado sobre el conjunto de la sociedad. Un muro que nadie
imagina cruzar, saltar y menos que nada enfrentar, derrocar o tumbar.
En tercer lugar, dicho resurgimiento
expresa la necesidad vital de vincularse con la política de otra manera, a
partir de proyectos colectivos, de ideales a largo plazo y de una causa social
que supere la inmediatez mediocre del día a día, única manera de volver a
insuflar pasión —al punto de asumir el riesgo de jugarse la vida— por algo más
que el ombligo propio, tres billetes mugrientos y a lo sumo, un “carguito”
rentado haciendo “carrera política”.
En cuanto lugar, esta atracción que
reinstala el recuerdo, las imágenes, la iconografía y la reconstrucción de la
historia de la insurgencia guevarista está asociada a la necesidad de un
proyecto político donde la juventud se asuma como sujeto y protagonista, no
como “base de maniobra” (lo que ha sucedido desde 1983 hasta hoy). El joven
rebelde como militante orgánico e integrante de una fuerza revolucionaria
colectiva, no como “operador político” rentado, “puntero” barrial o estudiantil
ni simple “pega carteles” que no corta ni pincha.
En
este contexto de época y con ese horizonte de fondo, volver a editar Poder burgués y poder revolucionario (redactado
por Santucho en 1974) constituye una decisión más que acertada.
Rescatar el pensamiento político de
Robi Santucho implica hoy actualizar una tradición aplastada y olvidada,
volviendo a poner en discusión la centralidad del proyecto de poder en el campo
popular y revolucionario. El gran tema ausente de la agenda de los movimientos
sociales durante las últimas tres décadas.
La rebelión del 2001, las modas
y la ausencia de una estrategia
de poder
El proyecto y la estrategia de poder
ha sido —por ahora sigue siendo— nuestro gran déficit todavía pendiente.
Incluso en la rebelión popular del 2001 (el punto histórico más alto de
rebeldía social colectiva después de la dictadura militar), el problema y la
estrategia de poder estuvieron ausentes en las filas de quienes pretendemos
cambiar la sociedad. A ello contribuyeron tanto el evidente vacío de una
estrategia de confrontación a largo plazo por parte de las distintas variantes
de la izquierda institucional con aspiraciones electoral-parlamentarias como
los relatos posmodernos y autonomistas de algunas fracciones de pequeño
burguesía universitaria enamorada de sí misma (mientras suspira por el mayo
francés) que imaginaba con no poca ingenuidad que la asamblea vecinal de parque
centenario era algo análogo (incluso superador por lo “horizontal”...) al
soviet de San Peterburgo de la época de Lenin y Trotsky o a los consejos
obreros de la FIAT de Turín en tiempos de Gramsci.
Ese
autonomismo que afloró en el 2001 con bombos y platillos (aplaudido, dicho sea
de paso, por los diarios Clarín y
La Nación que le dedicaron varios suplementos culturales a endiosar a
Toni Negri, Paolo Virno y John Holloway, entre muchos otros) hizo mucho
daño, desviando sanas energías populares y genuinas buenas intenciones
juveniles hacia callejones sin salida alguna. Fantaseando e idealizando, sin
conocer en profundidad, al zapatismo (el zapatismo de los turistas progres), el
autonomismo criollo jamás se animó a preguntar, por ejemplo, porqué las
comunidades originarias de Chiapas, a la hora de identificarse políticamente,
eligieron el nombre histórico de Emiliano Zapata en lugar de autobautizarse con
algún bonito y atractivo nombre de ONG altermundista europea.
La rebelión
popular del 2001 y su célebre consigna “que
se vayan todos” condensaron una notable crisis de representación política,
mientras ponían en evidencia el simulacro de auténtica democracia que existe en
Argentina tras la retirada ordenada de los militares genocidas derrotados en
Malvinas. Aun con varias decenas de jóvenes heroicos asesinados en la calle y
una energía popular abnegada y sumamente valiente, la rebelión popular
lamentablemente careció de un proyecto revolucionario de poder… ¿o la zapatería
en el barrio, el microemprendimiento y la salita de primeros auxilios —con
enorme esfuerzo construidos— eran y son suficientes para demoler al estado
capitalista y sus instituciones? El resurgir del Partido Justicialista de sus
cenizas y la hegemonía kirchnerista de una década dieron por cancelada
rápidamente aquella discusión.
No
es casual que muchos de aquellos autonomistas, soberbios y engreídos, del 2001,
aparentes “radicales” y con ademanes furiosamente anticapitalistas (en el discurso,
sólo en la retórica), por entonces decretaban alegremente que “el Che y Lenin
están viejos” y “el marxismo ya no sirve” mientras hoy... son obedientes
funcionarios del gobierno. Nada más institucional que el autonomismo que,
cuando quiere seducir y enamorar, utiliza jerga, ademanes y vocabulario
anarquista y libertario pero a la hora de concretar termina siempre enredado en
las pegajosas telarañas del reformismo institucional de turno. ¿O no terminó el
pobre Toni Negri, tan “comunista y radical” en su vocabulario de Imperio y
tan timorato en sus corolarios políticos, entrevistándose y aconsejando a todos
los presidentes progres del cono sur?
Y si el autonomismo de Negri, Virno y
sus derivados prometió y defraudó energías juveniles a diestra y siniestra,
¿qué no podría decirse del posmodernismo y el posmarxismo de Ernesto Laclau?
¡Qué triste papel el de consejero presidencial! Laclau reemplazó a Jorge
Abelardo Ramos por Cristina Kirchner, con la mediación de la Academia británica
y su prestigio engolado, pero mantiene invariable el rol de consejero del
príncipe. ¿Y Eliseo Verón, asesor semiológico de los grandes monopolios de la
incomunicación?¿Y Dieterich, por dónde andará aconsejando a los obreros
abrazarse con cualquier militar, creyendo que todos los uniformados del mundo
son siempre antiimperialistas y
socialistas como Hugo Chávez? ¿Y Zizek cuándo dejará la puesta en escena y sus
trucos de prestidigitación e ilusionismo teatral para sugerir al movimiento
popular algún camino estratégico preciso, sea el que sea, por donde avanzar
hacia el socialismo?
Cuando
estas estrellas de la farándula intelectual —posmodernismo, autonomismo,
posmarxismo, posestructuralismo, multiculturalismo, etc.— agotaron en la
pasarela sus inofensivos cinco minutos de fama (intentando luego reciclarse con
nombres más atractivos como “autogestión”, “nueva izquierda”, “cooperativismo”,
etc.) la perspectiva del marxismo latinoamericano continúa incomodando,
importunando, molestando, metiendo el dedo en la llaga. Nada más odioso e intolerable
para el empresariado, los banqueros, los espías norteamericanos y sus aparatos
de represión y vigilancia masiva que el Che, que Robi Santucho (y el maestro de
ambos, Lenin). Las modas desfilan y pasan, fugaces y efímeras como todo el
resto de las mercancías de shopping en este cruel, impiadoso y acelerado
capitalismo tardío, mientras el marxismo revolucionario sigue ahí, afilando con
mucha paciencia el cuchillo y la guadaña. La burguesía lo sabe. Nosotros
también.
La época del Che y Santucho y la nuestra
Ante el fracaso político y teórico de
las ilusiones posmodernas y otras metafísicas análogas (2), la estrella
insurgente de Guevara y Santucho vuelve a brillar. Sin embargo, estaríamos
ciegos si no percibiéramos que la época en que Guevara y Santucho actuaron y
pensaron es muy distinta a la nuestra. Entre el mundo político, económico,
social y cultural del Che y de Robi y el nuestro existen continuidades y
también no pocas discontinuidades.
Cuando
Guevara y Santucho vivieron el planeta tenía una estructura geoestratégica
bipolar. Aunque el enfrentamiento más agudo se daba entre el imperialismo y las
revoluciones socialistas de liberación nacional del Tercer Mundo (ejemplo
Vietnam y Cuba), existían dos grandes superpotencias: los Estados Unidos y la
Unión Soviética, ambas con un poderío nuclear similar, aunque nunca llegó a ser
totalmente idéntico. La Unión Soviética, aun burocratizada y apostando
políticamente al llamado “tránsito pacífico” al socialismo (experimento que
infructuosamente intentó llevarse a cabo en Chile entre 1970-1973), podía jugar
el papel de reserva, suministrando material militar a otros países en pie de
lucha y en primera línea de confrontación (caso Vietnam, Cuba o Angola).
En esos años se
vivía el intento de iniciar una transición del capitalismo al socialismo a
escala planetaria (al menos un tercio de la población mundial ensayaba salir
del capitalismo, a pesar de que se chocó con la burocratización de numerosos
procesos revolucionarios).
La rebelión
anticolonial y antiimperialista estaba a la orden del día, principalmente en el
Tercer Mundo (el Che Guevara consideraba que el enfrentamiento principal con el
imperialismo se daba a nivel mundial en Asia, África y América Latina;
Santucho, desde Argentina, coincidía, por eso cuando Robi asistió personalmente
a la rebelión del mayo francés en 1968 la observó en vivo y en directo como una
lucha demasiado tímida, para nada comparable ni homologable —más allá de lo que
digan los relatos académicos— con la guerra de Vietnam u otros procesos del
Tercer Mundo con millones de asesinados por el NAPALM y guerras de liberación
prolongadas durante años).
En tiempos del
Che y de Santucho la violencia popular, plebeya, proletaria y campesina era
generalizada en todo el orbe, incluyendo el mundo capitalista desarrollado
donde también había insurgencias políticos militares (desde los Panteras Negras
en EEUU y el RAF en Alemania occidental, hasta la ETA y los GRAPO en el estado
español o las Brigadas Rojas en Italia). La respuesta popular frente a la
violencia institucional del poder burgués, el estado capitalista y el
imperialismo se vivía en grandes segmentos de la población mundial,
especialmente de la juventud, como justa y legítima.
Nuestra
época mantiene algunas claras continuidades y otras que no lo son. El mundo
actual ya no es bipolar. El poder militar estratégico de Estados Unidos no
tiene enfrente ninguna potencia que pueda enfrentarlo abiertamente en el
terreno militar. Sin la Unión Soviética, no existe actualmente ninguna “reserva
estratégica” (sea o no burocrática) que pueda oponerse en la geoestrategia
seriamente a EEUU y la OTAN. Cuando 1999 Estados Unidos y la OTAN bombardean la
embajada de China en Yugoslavia (utilizando mapas de la CIA), el gigante
asiático se queda completamente petrificado (probablemente pensando en sus
negocios). Militarmente no los podía enfrentar.
En nuestros tiempos, la asimetría
tecnológica entre el imperialismo euro-norteamericano y las fuerzas
revolucionarias del Tercer Mundo ensancha su brecha día a día. Por eso el
imperialismo actúa de modo más agresivo que nunca, intentando paliar su crisis
económica y social interna con una especie de “keynesianismo militar” y un
estado cada vez más policíaco y represivo. El macartismo, ya presente en los 50
y renacido en los 80, hoy se multiplica exponencialmente, bajo la máscara del
“multiculturalismo plural” y sus “guerras humanitarias”. Mientras en las
Academias universitarias las filosofías y las disciplinas sociales aplauden el
supuesto “derecho a la diferencia” y lo convierten en una nueva metafísica, en
la vida cotidiana real asistimos a más vigilancia, control y totalitarismo a
escala mundial.
Los
cambios no ocurren sólo en el plano de la tecnología de guerra, y los
dispositivos de vigilancia informática y control comunicacional. Resulta
inocultable cierta mutación en la sensibilidad cultural de las subjetividades
populares. La fragmentación social (que es real y no la negamos, aunque el
posmodernismo la internaliza y asume como propia y la eleva a programa haciendo
de necesidad virtud, pegando el salto de la falacia naturalista, pasando de lo
que ES a lo que DEBE SER) genera mayor dificultad para la hegemonía socialista
y la perspectiva del poder revolucionario, intentando deslegitimar la violencia
popular, plebeya y anticapitalista.
A esas
transformaciones “macro” (geoestratégicas y tecnológicas), se les suma, en el
caso específico de Nuestra América, cambios políticos en la revolución cubana,
estrella indiscutida del movimiento revolucionario en tiempos del Che y
Santucho (cuando se escribió Poder
burgués y poder revolucionario). De allí que hoy en día el movimiento
revolucionario latinoamericano y del Tercer Mundo carece de “faros” o “estados
guías”. Se debilita la posibilidad de contar con ayuda exterior para nuestras
luchas, aunque al mismo tiempo se amplía la libertad de movimiento para las
fuerzas antimperialistas y anticapitalistas. De allí que aumenten las
dificultades y al mismo tiempo los desafíos para construir una nueva
articulación y una nueva coordinación internacional de las rebeldías
antisistema.
Esta diferencia de época,
inocultable para quien tenga un mínimo principio de realidad y no esté
fascinado ilusoriamente con su propio discurso, se produce en una fase del
capitalismo imperialista que profundiza al mismo tiempo la miseria popular, la
ultraexplotación de la clase obrera, la dependencia neocolonial y las guerras
de rapiña y saqueo por los recursos naturales del Tercer Mundo.
Lejos
estamos de un mundo armonioso, estable y en paz. Hoy en día hay más violencia
que en los 60 y 70, el problema es que esa violencia predominante es
institucional, estatal, multinacional, imperialista. Falta una mayor respuesta
popular que pueda enfrentarla después de tantos genocidios que intentaron
disciplinar la desobediencia de las y los de abajo. La resistencia, de todos
modos no ha desaparecido. Día a día continúa el intento del pueblo iraquí por
expulsar las tropas estadounidenses que humillan y expolian su petróleo. El
pueblo palestino no ha dejado de enfrentar los tanques israelíes. La juventud
de los pueblos vasco, catalán y galego ensaya mil formas, institucionales y
clandestinas, para desobedecer y terminar con la ignominia de la dominación
neofranquista del estado español (presentada en forma de “republicanismo” con
picana y otras torturas). En Colombia el movimiento popular, organizado desde
lo social y electoral hasta en ejércitos revolucionarios regulares bolivarianos
de gran escala, cada día tiene más fuerza en su lucha contra las bases
militares norteamericanas, el paramilitarismo y el narcotráfico. En México la
resistencia indígena, tan distinta al imaginario hippie de turistas progres que
la visitan con un libro posmoderno bajo el brazo mientras intentan
cuadricularla en el lecho de Procusto de sus esquemas de pizarrón, no ha podido
ser aniquilada por el estado narcopolicial al servicio de las grandes empresas.
En Brasil, cuando todo el mundo pronosticaba sometimiento eterno a las grandes
empresas que se quieren quedar con el Amazonas, millones de personas salen a la
calle e intentan dar vuelta todo (el Papa argentino acude entonces presuroso
esforzándose por calmar las aguas, seguramente no podrá). Y en Venezuela el
bolivarianismo, con no pocas contradicciones, ha impulsado toda una serie de
mecanismos de integración regional desafiando la estructura de la OEA (títere
de los EEUU), mientras a escala continental reinstala el debate sobre qué
significa el socialismo en el siglo XXI (¿cooperativismo con crédito estatal
petrolero? ¿economía mixta bajo la fórmula elegante de la “autogestión” que
solo reclama “una gotita de petróleo” para cada empresa o en cambio una
planificación socialista a escala nacional y regional, expropiando a las
burguesías, incluyendo no sólo a la escuálida sino también a la que tramposamente
se disfraza de “bolivariana”?. El debate sigue abierto después de la muerte de
ese entrañable rebelde llamado Hugo Chávez que sin contar con ninguna
superpotencia militar en la espalda supo desafiar al amo del mundo, cara a cara
y con mucha valentía política).
En
síntesis, la rebeldía social y la indisciplina contra el capital, contra la
opresión nacional y contra el imperialismo no ha desaparecido, se ha
multiplicado en el siglo XXI.
En
ese contexto de resistencia y contestación generalizada, las contradicciones
económicas, sociales y medioambientales se han agudizado mucho más todavía que
en los tiempos del Che y Santucho. La crisis capitalista actual es notablemente
más aguda que las de 1929 y la de 1974; ahora se volvió sistémica y civilizatoria.
No sólo en la economía, las bolsas de valores y en las montañas rusas de la
tasa de ganancia, sino en el conjunto de la vida social de una civilización
capitalista planetaria que se vuelve, día a día, inhabitable.
Para
dar solo unos pocos ejemplos de la vida cotidiana en tiempos sombríos de
capitalismo tardío: (a) la generalización de las drogas ya no ha quedado
recluida a minorías lúmpenes o grupúsculos culturales supuestamente
iconoclastas que les gusta transgredir o “experimentar” sino que se ha extendido
a millones y millones de jóvenes que han perdido completamente el rumbo de su
vida intentando escapar de una vida gris y mediocre de alienación y feroz
mercantilismo, estructuralmente vacía de sentido; (b) las mafias de la
prostitución y el comercio de esclavos y esclavas sexuales se ha generalizado a
escala planetaria, secuestrando millones de jóvenes, niños y niñas, para “uso
sexual” de la gente con dinero, superando en su crudeza, perversión y
brutalidad las peores etapas de la acumulación originaria y primitiva del
capital; (c) junto al reino de las drogas, las mafias y la prostitución
generalizadas, el comercio de órganos humanos se ha vuelto una de las
actividades lúmpenes más rentables en el siglo XXI. ¿Estamos o no frente a un
sistema socio económico y cultural global, decadente y en descomposición, que
archivó para siempre las promesas incumplidas de la Ilustración burguesa del
siglo XVIII (libertad, igualdad, fraternidad, respeto por las personas,
programa filosófico para saber usar el propio entendimiento, creación de una
paz perpetua, etc.)?
En
el clima de época, que huele demasiado a descomposición, se producen nuevas
guerras e intervenciones militares donde el imperialismo sigue empantanado
(Afganistán, Irak, Colombia, etc.), volviendo más agresivo al sistema de
dominación que genera programas de vigilancia masiva y control de la vida
individual y privada inimaginables hasta por las novelas más sombrías y
pesimistas de antaño (como 1984 de Orwell y otras similares), abriendo al
mismo tiempo la posibilidad a un enfrentamiento generalizado entre las fuerzas
revolucionarias y las fuerzas capitalistas.
En ese nuevo contexto de época, los
movimientos sociales del mundo gritan al unísono y en forma desesperada, desde
sus Foros Sociales: “¡Otro mundo es posible!”. Bien, pero ¿cuál? El
marxismo radical y revolucionario de Guevara y de Santucho son inequívocos: es
y debe ser el socialismo no sólo como proyecto político internacionalista sino
también como nueva cultura y nueva alternativa civilizatoria a escala
planetaria. Y un socialismo que jamás vendrá en forma automática o evolutiva, “sin
que nadie se enoje y siendo amigos y amigas de todo el mundo”, sino a
partir de las contradicciones, los enfrentamientos de clase, las guerras de
liberación y las revoluciones antiimperialistas y anticapitalistas.
Santucho
y el poder:
el toro por las astas y la sal en la cola del tigre
Aun
tomando nota de esos innegables cambios de época (ya que el nervio íntimo del
marxismo apunta al análisis concreto de la situación concreta, no a repetir
consignas y esquemas sin analizar el contexto), las tesis de Poder burgués y poder revolucionario constituyen
una invitación tremendamente sugerente.
La obra de Poder burgués y poder revolucionario no puede ser convertida en un fetiche. No es un ensayo que parte aguas
en la historia del marxismo mundial. Nunca tuvo esa pretensión, su mismo autor
lo señala. Sí es el punto de llegada más maduro de una corriente política que
logró nada menos que poner en jaque y en crisis la estabilidad, la dominación y
la hegemonía burguesa en Argentina (estabilidad de la dominación que los dueños
de absolutamente todo llaman, hipócrita y cínicamente, “paz”). Este texto
emblemático contiene una reflexión de una corriente que aspiró no a cambiar un
poquito nuestra sociedad sino a cambiarla de raíz, con una radicalidad política
(no solo discursiva, como en el caso del autonomismo posmoderno) que nunca se
había visto en la Argentina del siglo XX, ni siquiera en las rebeliones
heroicas —brutalmente masacradas a sangre y fuego— de la Patagonia Rebelde.
¿Cuáles serían
entonces los grandes aportes y legados del Che y de Robi Santucho que hoy en
día, en esta nueva época histórica, nos invitan a repensar la rebeldía popular
y las formas de dominación capitalista que intentan neutralizarla? Creemos no
equivocarnos al identificar la tesis según la cual sin estrategia de poder no
hay revolución posible ni transformaciones sociales de fondo. Ese es el núcleo
de fuego del guevarismo que (todavía, por ahora) está ausente en el movimiento
popular argentino desde 1983 hasta hoy.
Poder burgués y poder
revolucionario resulta
más que sugerente y puede ser útil hoy en día por su claro intento de reinstalación de la problemática del poder y la estrategia
revolucionaria en el centro de la agenda política de las fuerzas (variadas y
heterogéneas) que aspiran a cambia la sociedad. En él se condensa una búsqueda
clara de un camino distinto al bipartidismo tradicional argentino, reciclado
con los nombres más variados, conjugando al mismo tiempo la política de unidad
en la lucha sin abandonar la critica y el debate al interior del campo popular
(allí se inscribe su polémica con el populismo, principalmente de Montoneros, y
el reformismo del Partido Comunista, corrientes ideológicas que se han
prolongado, reciclado y transmutado con otros nombres y otras organizaciones en
estos últimos 30 años de régimen parlamentario hasta el día de hoy).
En Poder burgués y poder revolucionario Santucho nos aporta una mirada específicamente política de la historia
argentina enfatizando su análisis en la alternancia cíclica entre el
parlamentarismo (república parlamentaria como forma de dictadura burguesa,
según El 18 brumario de Luis
Bonaparte) y el bonapartismo
militar. Dentro de ese cuadro ubica a las Fuerzas Armadas como el principal
partido político de la burguesía argentina (no como un grupo de violentos
amantes de la pólvora, sino como un partido
político). Evidentemente en los
últimos 30 años, con excepción de las rebeliones carapintadas encabezadas por
los grandes farsantes (disfrazados de “antiimperialistas”) Rico y Seineldín,
las Fuerzas Armadas represoras han cambiado su rol después del genocidio de
1976 y los principales partidos de la burguesía han estado del lado de la
república parlamentaria, no del bonapartismo militar.
Pero el análisis de
Santucho no se limita al análisis militar, como una lectura ingenua (o
desinformada) podría argumentar. En su texto aparecen explícitamente
mencionadas, con nombre y apellido, las diversas formas de “la hegemonía de la burguesía” (4), destacando, por ejemplo, el
papel de “la prensa,
la radio y la TV”,
es decir, los grandes medios de comunicación de masas como instrumentos de la
dominación ideológica.
Todo su análisis se inserta en un
contexto regional y global, señalando la crisis del capitalismo argentino
enmarcada en un sistema mundial. Aquí Santucho hace suyo el método dialéctico
de los Grundrisse de Karl Marx según el cual se debe
partir de la totalidad concreta del mercado mundial para comprender el
desarrollo específico de una formación económico social capitalista
dependiente, en esta caso la Argentina, tesis metodológica a la que el PRT-ERP
ya había apelado en su polémica con Carlos Olmedo de las FAR en 1970-1971. La posición del PRT, que prolongaba el análisis del Che en su “Mensaje
a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”, proponía una mirada
global sobre el conflicto con el imperialismo. La lucha nacional, país por
país, era insoslayable, pero al mismo tiempo parte de una batalla mayor, de
carácter antimperialista e internacional. De este modo, el PRT le respondía a
Olmedo —cabe aclarar que Santucho mantenía por Olmedo un gran aprecio personal,
según le confiesa en una carta enviada desde la cárcel a su primera compañera
Ana Villarreal, luego asesinada en Trelew— que el marxismo no es sólo un
instrumento metodológico, sino también una ideología política y una concepción
del mundo. En tanto método, ideología política y concepción del mundo, tiene
como meta la revolución mundial y, por ello, debe analizar el capitalismo como
un sistema a una escala que supere la estrechez reduccionista del discurso
nacional-populista.
El
estudio político de Santucho tiene como eje el análisis del poder y las
relaciones de fuerza, incluyendo las hegemonías ideológico-políticas. Un
estudio sobre el “arriba” (la crisis del capitalismo argentino iniciada en 1952
y su dependencia con el gran capital transnacional, el reemplazo de los
partidos clásicos de la burguesía por el bonapartismo militar, cuando entra en
crisis la república parlamentaria) y un análisis del “abajo“ (polémica con el
reformismo y el populismo, falsos atajos que terminan sometiendo al movimiento
popular dentro del engranaje de la lucha interburguesa; emergencia y
crecimiento exponencial de la rebeldía popular en todas sus formas, legales y
clandestinas, a partir del cordobazo de 1969).
Poder burgués y poder
revolucionario intenta
y se esfuerza por reflexionar sobre la célebre teoría de Lenin (también
enriquecida por Gramsci y otros clásicos del marxismo) acerca del doble poder, pero no a través de un esquema genérico de pizarrón, como
si fuera una clase tradicional de filosofía política universitaria, sino
tomando como “base empírica” las condiciones históricas específicas de la
Argentina posterior al cordobazo.
Allí
aparece entonces sus tesis sobre el doble
poder y la estrategia de poder popular en nuestro país, la construcción de
poder local a partir de zonas liberadas en confrontación con las fuerzas de
represión estatales (algo muy distinto al supuesto “poder autónomo” de una
panadería o una zapatería en un barrio como emprendimientos de supervivencia
—con subsidio estatal— para los segmentos ultra empobrecidos de clase obrera
desempleada convertidos mágicamente en “los nuevos soviets o consejos
comunitarios” presuntamente “prefigurativos del comunismo futuro”, como muchos
años después postuló, ambigua e ilusoriamente, el autonomismo).
La
reflexión sobre el poder obrero y popular de Mario Roberto Santucho incorpora
las formas de gestión (el texto analiza específicamente como ejemplos concretos
desde grandes zonas rurales en territorios liberados por la insurgencia
político militar hasta comisiones vecinales urbanas dentro de una villa o
sindicatos antiburocráticos en pueblos de ingenios azucareros) enfrentadas a la
arquitectura político institucional de la burguesía, pero enmarcadas siempre en
la estrategia de confrontación armada con el poder de los capitalistas. La
teorización del poder popular que realiza Santucho contiene todas las determinaciones
que habitualmente repite el autonomismo (gestión a través de la participación
popular, democracia desde abajo, etc.), pero le agrega determinaciones ausentes
en los relatos autonomistas y posmodernos, ya que jamás elude la estrategia de
confrontación con el Estado capitalista y sus instituciones. Este es el quid de la cuestión, el carozo del durazno, “el
tango esencial” según aquella hermosa frase que le gustaba escribir a David
Viñas. La presencia de una ausencia (es decir: la estrategia revolucionaria de
poder) de la cual el autonomismo en sus variadas formas recicladas, desde las
más groseras hasta las más sutiles, no se hace cargo. El poder popular para
Santucho es un escalón hacia la confrontación generalizada con el poder del
Estado burgués, nunca un atajo “prefigurativo” para eludir el choque y esquivar
(imaginariamente) la violencia capitalista.
El
gran presupuesto en el que basa su análisis no parte de elucubraciones
genéricas y metafísicas extraídas de los exquisitos relatos filosóficos del
posestructuralismo francés... sino de experiencias concretas y bien terrenales
de revoluciones históricas.
Para
pensar el poder el método de la dialéctica marxista es histórico, no
metafísico. Partimos de la historia, no de las metafísicas
“post” cuyas hipóstasis superlativas asumen siempre un nombre distinto (cada
pensador, a su vez, se siente único pastor del pueblo elegido, la secta
académica que lo sigue), pero la operación teórica presupuesta es la misma.
Puede llamarse Ideología (en el Althusser tardío); Poder (en Foucault);
Discurso (en Laclau); Diferencia (en Derrida); Poder-potencia constituyente (en
Negri), Interpretación (en Vattimo, antes de su reciente autocrítica), Deseo
(en Deleuze y Guattari), etc., etc. Siempre escrito con mayúsculas...
A
la hora de pensar el poder popular Santucho, siguiendo las sugerencias del Che
y de Lenin, no elabora una nueva metafísica, aislando e hipostasiando algún
segmento de las relaciones sociales elevado a primer motor del universo
político. No, por el contrario, asume una perspectiva más modesta pero más
efectiva. Analiza procesos históricos, experiencias concretas en las cuales
“los de abajo” intentaron de diversos modos enfrentar a “los de arriba”.
Santucho menciona explícitamente los procesos revolucionarios de Rusia, España,
China y Vietnam, no tomadas como un bloque homogéneo y uniforme —convertido en
esquema universal— sino por el contrario, marcando las diferencias específicas
y concretas de cada situación revolucionaria. Por ejemplo, sostiene, en Rusia
el proceso de doble poder que abre una situación revolucionaria duró apenas
nueve meses, fue relativamente corto. En cambio en la revolución y guerra civil
española, se extendió durante casi ocho años. En uno triunfó el campo
revolucionario, en el otro triunfó la contrarrevolución.
Analizando
concretamente la experiencia argentina, Santucho sostiene que, acorde al
desarrollo desigual que conformó al capitalismo argentino en cada una de las
regiones del país, existe un desarrollo desigual en las formas del poder local
—forma específica del poder dual teorizado por Lenin— a partir de
levantamientos sucesivos (el cordobazo, el viborazo y otras grandes rebeliones
populares de la época por él estudiada) que no se dan todos juntos ni
homogéneamente ni en el mismo nivel. Un análisis bastante fino y para nada
esquemático, que atiende a la especificidad regional del capitalismo argentino
y de sus resistencias.
Un marxismo no decorativo
Robi Santucho no fue un hombre de la
Academia ni del marketing. Ni siquiera existen muchas fotografía suyas. Cuentan
sus compañeros y compañeras que hablaba bajito y era muy humilde (seguramente
la antítesis del porteño supuestamente sabelotodo, altanero, engreído y
petulante). Pasó los años más significativos de su vida adulta en la
clandestinidad y el anonimato. No trabajó para sí mismo sino para una causa
infinitamente mayor que su propio ombligo. Aunque tenía de profesión contador
público, no le interesó hacer “carrera política”, lo cual hubiera sido muy
fácil para él. Poniendo en práctica otra manera de vivir, apostó todo,
incluyendo su propia vida y la de sus seres queridos, por la felicidad de los
demás, para que la gente humilde pudiera tener una vida digna, para que los
millonarios no gocen de la obscena impunidad de la que hacen gala hoy en día,
para que la clase trabajadora dirigiera, por fin, este país que a veces es tan
pero tan cruel con sus propios hijos.
Sus reflexiones políticas,
completamente ajenas al barroquismo académico y a las imposturas supuestamente
refinadas de un discurso que en el fondo no tiene dos ideas genuinas para
comunicar y que no molesta ni incomoda a nadie, constituye una manera distinta
de pensar la sociedad y el mundo desde abajo, a contramano de la historia de
los vencedores, a partir de la rebeldía contra las instituciones fundamentales
de los millonarios y empresarios capitalistas. Esos mediocres que son todavía
los dueños de todo... Por ahora.
Barrio de
Once, julio de 2013.
NOTAS:
(1) Esos colores de
la bandera del ERP (celeste y blanco horizontales al estilo de la bandera del
Ejército de los Andes de San Martín, con una estrella roja de cinco puntas en
el medio), hoy tan populares entre la juventud, eran completamente desconocidos
para la militancia juvenil de nuestra generación. Si no recuerdo mal, la
primera vez que vimos esa bandera en público, en vivo y en directo, fue en el
estadio de Atlanta en el acto político del 1 de mayo de 1987, conmemorando el
día de los trabajadores. Conmovidos, todos los jóvenes comentábamos por lo
bajo, señalándola en lo más alto de una tribuna popular. Nos generaba
fascinación, no desprovista al mismo tiempo de cierto temor. La bandera del ERP
era uno de los máximos símbolos prohibidos; representaba todo, prácticamente
todo, lo que la dictadura sangrienta y feroz del general Videla había
pretendido extirpar de nuestro país, nuestra sociedad y nuestra historia. A
pesar del genocidio, los sueños y proyectos que esa bandera intentó sintetizar
nunca fueron exterminados.
(2) Hemos intentado
demostrar en forma mucho más extensa el fracaso de las metafísicas “post” en el
libro Nuestro Marx. Caracas, Misión Conciencia, 2011. Primera parte. pp.
47-92.
(3) No queremos
repetirnos. Hemos intentado responder esta pregunta con mayor detalle en
nuestro libro En la selva (Los
estudios desconocidos del Che Guevara. A
propósito de sus «Cuadernos de
lectura» de Bolivia) de próxima publicación en Argentina (2013)
en una edición conjunta de Ediciones Yulca, La Llamarada y Amauta Insurgente.
(4) Santucho, Mario Roberto: Poder burgués
y poder revolucionario. En Daniel de Santis [compilador]: PRT-ERP.
Documentos. Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 2000.
Tomo 2, p.276.
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