“Ne bebido muchos tragos.
He quemado mis labios en todas las copas.
Pocas veces, sin embargo, he sentido el alma del
cantinero
sirviendo el tinto licor y un trocito sin
precio de su corazón.”
Esta
semana fría y dura que pasó, recién cumplidos los 71 años, se nos tomó los vientos
sin titulares de prensa y sin homenajes, un tejano petiso y Compañero mal apodado
por todo el mundo “El Turco” (que de turco no tenía un pelo –“¡vade
retro!”, diría sin ofender a los turcos buenos- aunque sí muchísimo de buen oriental,
peleador, justo y perseverante).
Se
llamaba y seguirá llamándose Leonel Khalil, una especie de callado pero porfiado
timonel barrial de esos que ha producido con recurrente generosidad nuestro cercano
y combativo oeste montevideano.
Había
nacido, no sé si en La Teja, el 1° de agosto del año 1942, y cumplió los 71 un
par de días antes de quedarnos tod@s helados con la dolorosa noticia de que su
gran humanidad no pudo resistir más una despiadada enfermedad a la que durante
mucho tiempo pudo “distraer” gracias a su espíritu indoblegable y sus impresionantes
ganas de vivir.
Lo
conocí, como casi tod@s, conduciendo esa “nave de los locos” que fue y ojalá
siga siendo el emblemático “Club Artigas” de la calle Ameghino casi Carlos María
Ramírez, escenario amigo y solidario de una infinidad de actividades sociales
que cobijó durante décadas a una verdadera masa de mujeres y hombres de laburo
en lucha ejemplar por las reivindicaciones más sentidas en nuestros barrios
obreros ninguneados y castigados por patronales y gobiernos para los que únicamente
contamos como mano de obra barata y receptores de bonitos versos electoraleros
cada cuatro o cinco años.
“El
Turco” no falló nunca.
Atrás
del mostrador de la cantina del club, sirviendo copas, prestando el teléfono,
bancando especímenes de toda la gama zoológica tejana habida y por haber, terciando
saludablemente en discusiones políticas de antología, moderando en las ocasionales
tertulias filosóficas que se daban alrededor del paño verde de la mesa de casín
yendo y viniendo muy buenos tragos que él preparaba con arte de alquimista de
la camaradería proletaria, el querido Leonel, el petiso Leonel, jamás tuvo un
gesto que a alguien lo hiciera sentir como sapo de otro pozo en un centro social
que funcionara sólo como boliche regenteado para vaciarnos los bolsillos entre
laburantes.
Leonel
fue y jamás dejará de ser el mejor ejemplo de buen vecino, de ésos a los que
podés golpearle la puerta a las tres de la mañana –en democracia o en dictadura-
para que te tienda las dos manos abiertas, unas palabras compañeras y la más
absoluta certeza de no ser defraudados por alguien a quien la solidaridad le
salía de los poros, sin condicionamientos de ninguna especie, hondamente consustanciado
con la causa del pueblo trabajador, sin titubear nunca.
Es muy
probable que a “El Turco” no turco no le inquiete demasiado la posibilidad,
pero es seguro que a toda La Teja explotada y oprimida, un día se le ocurrirá
ponerle su nombre a una calle o a una plaza tejana, con anuencia oficial o sin
ella, con el único “cálculo político” de la convicción moral de que hombres
como Leonel son los que permiten decir que un barrio luchador no es un únicamente
un conjunto de gente, sino, fundamentalmente, una parte vital del corazón
popular y un nervio enérgico de nuestra emancipación social y cultural, por la
que Leonel, con muy bajo perfil protagónico, dio lo mejor de sus días y sus
noches.
¡Hasta
siempre, Leonel, Hasta la Victoria que será también tu victoria bien ganada y
bien enseñada hasta en los momentos más difíciles de nuestras vidas!!!.
Gabriel "Saracho" Carbajales
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