Violencia sexual contra mujeres en la dictadura de Uruguay
Leticia PINEDA/ Fotos de Pablo Porciúncula
Unas 28 presas políticas esperan la reactivación de una de las causas más significativas de la dictadura. En marzo de 2021 declararán ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
Cuando Ana Amorós cayó presa en 1972, en el preludio de la dictadura uruguaya, lo primero que hicieron fue pasar una fusta sobre su cuerpo desnudo frente a un grupo de militares, antes de violarla.
Igual que Amorós, Brenda Sosa, Luz Menéndez, Ivonne Klingler y Anahít Aharonian eran veinteañeras cuando pasaron por centros clandestinos de tortura.
Papeles escritos en prisión por Ana AmorósEmpezaron “a agarrar toda la ropa interior y a hacer bromas. Ahí me
puse nerviosa”, dice. Apenas “comenzaba el manicomio”, recuerda Amorós,
una escritora de 72 años que tuvo cuatro hijos -la mayor de ellos, una
chica, falleció.
En cuanto llegó al cuartel la desnudaron. “Te
pasaban una fusta, lo que usan para pegarle a los caballos, te la
pasaban por todo el cuerpo. Yo estaba con los ojos tapados, sabía que
había un montón de hombres”.
Unos días después la llevaron frente
al entonces coronel Gilberto Vázquez, que le dio un café y un cigarro y
al no hallar respuesta “se puso denso”, dice Amorós en un murmullo.
“Fue
la primera vez que me violó. Yo pensaba que si eso algún día pasaba lo
iba a morder, a arañar, que le iba a pegar en los genitales. Yo pensaba
que uno se podía defender. No hice nada”.
Vázquez, actualmente en
prisión domiciliaria por delitos durante la dictadura, quedó en el
centro de la polémica meses atrás al conocerse viejos documentos
oficiales en los que admitió haber torturado y asesinado a detenidos.
“Nosotros
ejecutamos, no asesinamos, que son cosas muy diferentes. Nosotros no
torturamos, nosotros apremiamos porque no había más remedio, el mínimo
imprescindible para sacar la verdad”, dijo Vázquez a un Tribunal Militar
de Honor en 2006, según unas actas que salieron a la luz en agosto
pasado.
“Las reglas de la casa”
La
dictadura uruguaya ilegalizó a todos los partidos políticos y los
sindicatos y reprimió a las organizaciones de izquierda. La persecución
incluyó a trabajadoras, sindicalistas y estudiantes.
La ex presa política uruguaya Ivonne Klinger sostiene una artesanía de barro fabricada por un preso en los años 80Al escuchar en la radio la noticia del golpe de Estado, Ivonne
Klingler, que entonces era estudiante de medicina en la Universidad de
la República y militante del Partido Comunista, metió una muda en una
mochila y corrió a tomar la facultad con otros compañeros para resistir
al poder militar. Pero ese intento duró sólo unas semanas. Igual que
muchos, Klingler, hoy en día médica jubilada de 72 años, madre de dos
hijos, quedó fichada.
Lo mismo le pasó a Luz Menéndez, detenida
en 1978 y recluida en La Tablada, un predio de Montevideo convertido en
otro centro de tortura.
Entre sus victimarios estaba Jorge
Silveira, a la sazón un temido coronel, ahora preso por otros delitos.
Uno de esos días terribles en que Luz recuerda las demenciales torturas
en un aparato conocido como caballete, este militar la condujo a su
oficina.
“No gorda, quedate tranquila que vos de acá salís viva.
Yo te prometo, te garantizo que de acá vas a salir viva. Eso sí, vos que
sos comunista vas a rogarle a Dios para morirte porque te vamos a hacer
conocer los límites de la locura”, le dijo Silveira, según el relato de
Menéndez.
“¿Quién te iba a escuchar?”
Después
de pasar por la tortura, las presas políticas eran trasladadas a Punta
Rieles, una cárcel a 14 kilómetros de la capital uruguaya. Hasta sus
familias por momentos dudaron de ellas, y acabaron callando los abusos
sexuales, sintiéndose culpables y traidoras.
“Los militares de mi país no torturan”, le dijo su padre a Brenda Sosa cuando la visitó por primera vez en la cárcel.
Creía “que era una prostituta, pensaba así. Te digo una palabrota: que era una puta. Me sentía que había fallado”, dice Amorós.
“¿Quién
te iba a escuchar?, ¿con qué capacidad?”, reflexiona de su lado Anahít
Aharonian. Esta exintegrante del MLN -hoy ingeniera agrónoma docente de
71 años, casada y madre de un hijo- recuerda que al término de la
dictadura, en 1985, los hombres tomaron el protagonismo y convencieron a
algunas mujeres de dejar atrás sus aportaciones.
“Ya está, ya vivimos, ya pasamos, no joroben más, a cerrar el capítulo”, dijeron sus familias, señala Aharonian.
La exprisionera política Ivonne Klingler sostiene una rosa hecha con migajas de pan de los años 1980 Hay una narrativa muy masculina, lamentó Menéndez, de 66 años,
separada y madre de dos hijas, en una entrevista una noche del invierno
de 2019 en su departamento de Ciudad Vieja, el casco antiguo de la
capital.
Estas mujeres, que por décadas no hablaron de esto ni
con sus parejas, también esperan justicia por dos de sus compañeras que
se atrevieron a denunciar y murieron en el camino.
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