viernes, 27 de noviembre de 2020

Los calabozos de la locura

 

Violencia sexual contra mujeres en la dictadura de Uruguay


 Leticia PINEDA/  Fotos de Pablo Porciúncula

Unas 28 presas políticas esperan la reactivación de una de las causas más significativas de la dictadura. En marzo de 2021 declararán ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos

Cuando Ana Amorós cayó presa en 1972, en el preludio de la dictadura uruguaya, lo primero que hicieron fue pasar una fusta sobre su cuerpo desnudo frente a un grupo de militares, antes de violarla.

Igual que Amorós, Brenda Sosa, Luz Menéndez, Ivonne Klingler y Anahít Aharonian eran veinteañeras cuando pasaron por centros clandestinos de tortura.

Papeles escritos en prisión por Ana Amorós

Empezaron “a agarrar toda la ropa interior y a hacer bromas. Ahí me puse nerviosa”, dice. Apenas “comenzaba el manicomio”, recuerda Amorós, una escritora de 72 años que tuvo cuatro hijos -la mayor de ellos, una chica, falleció.

En cuanto llegó al cuartel la desnudaron. “Te pasaban una fusta, lo que usan para pegarle a los caballos, te la pasaban por todo el cuerpo. Yo estaba con los ojos tapados, sabía que había un montón de hombres”.

Unos días después la llevaron frente al entonces coronel Gilberto Vázquez, que le dio un café y un cigarro y al no hallar respuesta “se puso denso”, dice Amorós en un murmullo.

“Fue la primera vez que me violó. Yo pensaba que si eso algún día pasaba lo iba a morder, a arañar, que le iba a pegar en los genitales. Yo pensaba que uno se podía defender. No hice nada”.

Vázquez, actualmente en prisión domiciliaria por delitos durante la dictadura, quedó en el centro de la polémica meses atrás al conocerse viejos documentos oficiales en los que admitió haber torturado y asesinado a detenidos.

“Nosotros ejecutamos, no asesinamos, que son cosas muy diferentes. Nosotros no torturamos, nosotros apremiamos porque no había más remedio, el mínimo imprescindible para sacar la verdad”, dijo Vázquez a un Tribunal Militar de Honor en 2006, según unas actas que salieron a la luz en agosto pasado.

“Las reglas de la casa”

La dictadura uruguaya ilegalizó a todos los partidos políticos y los sindicatos y reprimió a las organizaciones de izquierda. La persecución incluyó a trabajadoras, sindicalistas y estudiantes.

La ex presa política uruguaya Ivonne Klinger sostiene una artesanía de barro fabricada por un preso en los años 80

Al escuchar en la radio la noticia del golpe de Estado, Ivonne Klingler, que entonces era estudiante de medicina en la Universidad de la República y militante del Partido Comunista, metió una muda en una mochila y corrió a tomar la facultad con otros compañeros para resistir al poder militar. Pero ese intento duró sólo unas semanas. Igual que muchos, Klingler, hoy en día médica jubilada de 72 años, madre de dos hijos, quedó fichada.

Lo mismo le pasó a Luz Menéndez, detenida en 1978 y recluida en La Tablada, un predio de Montevideo convertido en otro centro de tortura.

Entre sus victimarios estaba Jorge Silveira, a la sazón un temido coronel, ahora preso por otros delitos. Uno de esos días terribles en que Luz recuerda las demenciales torturas en un aparato conocido como caballete, este militar la condujo a su oficina.

“No gorda, quedate tranquila que vos de acá salís viva. Yo te prometo, te garantizo que de acá vas a salir viva. Eso sí, vos que sos comunista vas a rogarle a Dios para morirte porque te vamos a hacer conocer los límites de la locura”, le dijo Silveira, según el relato de Menéndez.

“¿Quién te iba a escuchar?”

Después de pasar por la tortura, las presas políticas eran trasladadas a Punta Rieles, una cárcel a 14 kilómetros de la capital uruguaya. Hasta sus familias por momentos dudaron de ellas, y acabaron callando los abusos sexuales, sintiéndose culpables y traidoras.

“Los militares de mi país no torturan”, le dijo su padre a Brenda Sosa cuando la visitó por primera vez en la cárcel.

Creía “que era una prostituta, pensaba así. Te digo una palabrota: que era una puta. Me sentía que había fallado”, dice Amorós.

“¿Quién te iba a escuchar?, ¿con qué capacidad?”, reflexiona de su lado Anahít Aharonian. Esta exintegrante del MLN -hoy ingeniera agrónoma docente de 71 años, casada y madre de un hijo- recuerda que al término de la dictadura, en 1985, los hombres tomaron el protagonismo y convencieron a algunas mujeres de dejar atrás sus aportaciones.

“Ya está, ya vivimos, ya pasamos, no joroben más, a cerrar el capítulo”, dijeron sus familias, señala Aharonian.

La exprisionera política Ivonne Klingler sostiene una rosa hecha con migajas de pan de los años 1980
 

Hay una narrativa muy masculina, lamentó Menéndez, de 66 años, separada y madre de dos hijas, en una entrevista una noche del invierno de 2019 en su departamento de Ciudad Vieja, el casco antiguo de la capital.

Estas mujeres, que por décadas no hablaron de esto ni con sus parejas, también esperan justicia por dos de sus compañeras que se atrevieron a denunciar y murieron en el camino.

 

 

 

 

 

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