sábado, 7 de noviembre de 2020

Entrevista a Susana Escudero

Profundizar
 

 



-Siempre existe algo particular que define el ingreso de una persona al mundo de la militancia. Puede ser la primera vez que participaste en una marcha, que pintaste un cartel en el liceo… o en el barrio, o tal vez la primera asamblea. 


En tu caso, ¿cómo fueron esos primeros pasos?

-No empecé pintando carteles. Creo que fue una marcha…

¿Una marcha de estudiantes?

-Sí. Es curioso  e interesante encontrar ese ‘mojón’ que marca un inicio… Yo ya lo llevaba como incluido, porque siempre me gustaba conversar con los viejos. Charlaba mucho con el abuelo, que tiempo después nos dio la casa para poder vivir con Santiago.

Él había sido un preso de Franco; era anarquista. Siempre me hablaba de la Guerra Civil y yo escuchaba. 

También había otro viejo gallego, muy culto, que tenía un diario. Era republicano. Ellos hablaban y hablaban y a mí… me iba quedando.

Recuerdo que me gustaba mucho leer los muros, las consignas que se pintaban en ellos. Yo tenía doce o trece años. Veía las pintadas del Partido Comunista (PC), las del PDC (Partido Demócrata Cristiano)… 

Hubo algo que empezó a llamarme la atención de esas pintadas: la palabra ‘oligarquía’. Yo me preguntaba “¡Pah! ¿Qué será eso?” Y como siempre, a buscar en el diccionario… o sea, sentía el impulso de autoformarme, de encarar por mi propia cuenta, sin tener a alguien que me orientara.

Después empecé militar, más que nada, por los profes… Tenía un profesor de Matemáticas que era bien de izquierda y ¡al Hugo Cores!... que nos hablaba y hablaba.

También estuvieron esas otras vueltas como la del delegado estudiantil, las asambleas… Empecé así, yendo a las asambleas, a escuchar qué se decía.


-¿Y esa militancia la empezaste en el Liceo Dámaso?

-Sí. Al principio yo no sabía mucho de nada. Después comencé a ver algunas diferencias y a entender que unos eran del FER (Frente Estudiantil Revolucionario) y otros del PC. También estaban los de la ROE (Resistencia Obrero Estudiantil).

-¿Y te acordás de tus primeras marchas? ¿Qué los convocaba a salir a la calle en esos años?

-Creo que mis primeras marchas fueron de apoyo a los conflictos… Siempre se hablaba de que los estudiantes debíamos apoyar al movimiento obrero. Entonces cuando había algún conflicto, se armaban delegaciones que se acercaban a los sindicatos y a las fábricas ocupadas para dar apoyo.

También estaba el tema del boleto estudiantil. 

-Y a Santiago, ¿lo conociste en el liceo o en el barrio?

-Lo conocí en el barrio. Él era uno de los más lindos y de los más grandes. A mí no me daba pelota. Yo era la ‘Negrita’… Después, en el liceo, sí me dio bola.

En el barrio había toda una barra y andábamos por ahí, con el fútbol. No era un barrio de militancia. 

Estaban los mellizos Dean… y el Club Oriental que era de baby fútbol, al que yo también iba y apoyaba. Recuerdo que estaba el Carlitos Muñoz… Yo quería que incorporaran a mi hermano (que era re pata dura) al plantel, y por eso iba y me metía.

A Santiago lo conocí mejor en el liceo, hablando en las asambleas. Era muy hablador… Ya se había ido del PC (su formación era ‘pura y dura’) y se había integrado al MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionario). Pero nosotros no lo sabíamos. En realidad ni sabíamos qué era el MIR.

En el Dámaso había dos agrupaciones maoístas y las dos estaban enfrentadas para ganarse la legitimación del MIR. Después nos hicimos todos amigos, pero entonces había mucha competencia, al igual que con otros grupos de  izquierda. 

Nosotros empezamos a ver que había que juntarse, formar agrupaciones… y así surgió la Agrupación Emiliano Zapata.  Ahí estaba el FER y  el ‘Negro’ que recién había salido de estar preso.

-O sea que en esa época ya había gente presa.

Sí, claro. Recuerdo que en el liceo estaban todos los grupos… el FARO (Fuerzas Armadas Revolucionarias Orientales), la FAU (Federación Anarquista Uruguaya) y su grupo armado el OPR 33 (Organización Popular Revolucionaria - 33 Orientales) Y no teníamos inconveniente con eso. 

Del Partido Socialista no me acuerdo… Del FER 68 me acuerdo bien porque nos juntábamos y nos peleábamos. Yo qué sé… Igual nos gustaba, porque cuando pegaban los correos tupamaros en los árboles… ¡Pah! eso era algo muy movilizante. Alguien gritaba “¡Hay un correo!” y allá íbamos todos a leerlo. 

También te pedían ayudar, o sea, colaborar. Esos eran los OPR o los MLN. Venían y te daban un ‘paquete’… un paquetito envuelto en papel de forro azul, y te pedían que lo guardaras. (Risas). 

¡Yo qué sé! Vos te imaginabas que el paquete tenía armas… o dinamita, pero se guardaba y no lo tocabas hasta que te lo pidieran.

-En ese entonces, ¿tus padres militaban o estaban ajenos a ese mundo? 

-En mi casa eran frenteamplistas, del Partido Socialista… En el garaje había un comité del Frente.

-¿Y cómo era ese vínculo entre la generación de ustedes y la de sus viejos?

Había un quiebre. Yo tenía que volver a casa antes de las diez de la noche. No podía salir… Por eso me fui.

Hacías como que volvías de un baile pero en realidad venías de una asamblea. Y te escondías porque había que llegar antes de las 10 de la noche.

Si tenías un novio, había días fijos para la visita: los martes y los jueves…  “Y si no viene los jueves es porque tiene novia”. 

Todo era muy rígido pero no tenía nada que ver con la ideología.

Yo dejaba los zapatos en la puerta y me escapaba. Salía descalza y escapaba para ir a una asamblea. ¡No era para ir a un baile! 

Bueno, a los 16 años me fui de casa y alquilamos, con cinco chiquilinas, un apartamento por la calle Las Heras, cerca del Clínicas. Era un sucucho y nosotras, ¡cinco!

Las familias en ese entonces eran muy rígidas. Por eso me casé… por eso nos casamos con Santiago, porque en esa época el ‘juntarse’ es decir, el irse a vivir en pareja, no existía. 

Cuando apareció el asunto de la ‘pastilla’, empezamos a tener libertad sexual. Para las chiquilinas fue como un quiebre. Antes de eso no podías tener sexo porque corrías el riesgo de embarazarte y si eso pasaba, era terrible.  Estaba muy mal visto. 

La pastilla le brindó una apertura a las mujeres, sobre todo porque a los tipos ni se les ocurría cuidarse… 

Había un dicho muy gracioso, de cuando íbamos a los plenarios en alguna casa de balneario. Los compañeros decían “Chiquilinas, lleven bombachita de lata que nosotros llevamos los abrelatas.” (Risas). ¡Era una picardía!

-¿Había entonces paralelamente a lo político, un proceso de liberación de las costumbres más conservadoras?

-Claro. Justamente el querer vivir solas implicaba un salto muy, muy grande. 

En lo económico, en ese momento, la situación era buena. Yo, por ejemplo, trabajaba en una peluquería y con las propinas vivía; comía, iba al cine… ¡Me quedaba el sueldo entero para usar!

-¿Y cómo uno se iba definiendo, en ese enjambre de agrupaciones y asambleas, hacia una u otra corriente?

-Porque se te acercaban, te conversaban, te invitaban… Por eso mi origen fue medio libertario. La gente con la que más afinidad tenía era la de la ROE. Iba al sindicato de FUNSA, a los plenarios de la Resistencia y te formabas escuchando hablar a aquellos ‘monstruos’… ¡Era impresionante!

Me acuerdo de un conflicto en Funsa… Nos llevaron a recorrer la fábrica y nos mostraron los tanques de nafta, prontos para volarla, si era necesario… No le hacían asco a la violencia y vos te formabas en esa línea.

-¿Cómo era la represión en esa época?

-Reprimían fuerte, a caballo y con sable. A Santiago le habían pegado un sablazo en la cabeza que le produjo epilepsia. Él tenía unos años más que yo, o sea que eso había ocurrido en el 68 o 69.

Hay una movilización de la que no me olvido. Era el conflicto de la General Electric que cerraba y dejaba a un montón de gente en la calle.

Nosotros íbamos por 18 de Julio y en los bazares donde había algo de General Electric, lo tirábamos pa fuera y lo prendíamos fuego.

¡Mirá si ahora te vas a meter con la propiedad privada! ¿Sabés qué? ¡Te dan veinte años de cárcel!  

En ese entonces todo era así… muy consciente. La lucha de clases estaba muy arraigada. 

Recuerdo la lucha de consignas en las movilizaciones. Ellos gritaban “Obreros y estudiantes, unidos y adelante” Y nosotros, con fuerza, “Arriba los que luchan”. Y por esa confrontación, nomás, en las propias marchas se armaban unos líos, unas bataolas…

-¿Cómo fue el acercamiento de los estudiantes a la realidad de los obreros?... Porque muchos de ellos no tenían una pertenencia familiar con la clase obrera.

Había algo así como un mandato: “Ustedes tienen que ir a trabajar a la clase obrera”. Entonces fue una avalancha de jóvenes que fueron a trabajar como obreros… Y yo, que era peluquera de familia (porque mis tías eran peluqueras), me conseguí trabajo en la fábrica de galletitas Anselmi. 

-¿Y cómo se vivía la llegada a un lugar al que no pertenecías o con el que no tenías un contacto directo?

-En los sindicatos era muy difícil para los jóvenes, no como en un gremio estudiantil. Era algo muy cerrado. No nos  costaba la integración. Además era gente grande y formada… ¡muy formada! Más que aportar, allí uno se formaba.

Otra cosa que resultó un boom importantísimo fue la Ley de Educación de Sanguinetti. A los que estábamos trabajando nos decían “Ustedes tienen que hacer que se sepa qué es esa Ley”.

No era como ahora que uno trata que los muchachos reflexionen, que sean autónomos. En ese entonces era pensamiento único: “Vos tenés que ir ahí y encarar” Y nosotros lo hacíamos como podíamos... Pero de última lo hacíamos. 

En esa época también había mucha ‘performatividad’. Los tupas se mandaban unas acciones que impactaban mucho en nosotros, como cuando tomaron la radio y transmitían con un megáfono afuera de una fábrica que ni recuerdo o cuando se escaparon los presos de Punta Carretas y a nosotros nos habían mandado hacer ‘la del tero’. Nos habíamos concentrado todos en el Sindicato de FUNSA y teníamos que agitar una movida para que nos viniesen a reprimir. Mientras tanto los tupas se estaban escapando del Penal.

Ya éramos conscientes de que la represión era muy dura y mataba gente. Nosotros ya sabíamos cómo venía la mano… Las represiones eran feroces; te mataban a palo.

-Escuchándote me da la impresión de que era un tiempo ocupado en miles de vueltas, a toda hora… o sea, un tiempo muy lleno de actividades, todas muy diferentes… ¿Cómo te recordás en esa intensidad?

-El país era eso, en ese momento. Yo ya iba al Nocturno y trabajaba de día en una peluquería como cortadora de pelo, en la calle San José y Río Negro. Se ve que era buena cortando porque venían muchas famosas para que yo les cortara el pelo… Cristina Morán y un montón de estrellas de ese momento. 

(Risas). En ese entonces, para la militancia, usábamos zapatos Incalflex, porque eran bajos, de goma y te duraban como diez años. Eran los zapatos de FUNSA. Ya nos habían enseñado a usarlos desde la escuela...  Y además, con ellos podíamos correr. 

Entonces yo iba a trabajar con esos zapatos hasta que el viejo Nelo me mandó hacer unos de taco y cuero, a la medida, para que estuviera en la peluquería. Y no me quedó otra que usarlos…

Recuerdo también que un día fuimos con Santiago y unos compañeros a un lugar donde compramos botas militares, sacos verdes y qué sé yo… porque éramos medio fanáticos en eso de andar vestidos a lo militar. ¿Por qué? Porque los primeros de mayo, si había algún conflicto, íbamos y le tirábamos alquitrán a la fábrica o a la casa del dueño. Además de la marcha central, era moneda corriente para muchas agrupaciones estudiantiles salir con bombas de alquitrán o pintar “Carnero” en algún muro o fachada…

Todo eso se perdió.

-¿Y qué pasaba con las estructuras formales como la CNT y los partidos políticos como el Frente Amplio? ¿Cómo reaccionaban frente a esas prácticas? 

-No lo veían mal. No había una crítica feroz… lo único que sí ocurría, en las marchas, era la lucha por las consignas. Y se mataban a palos… ¡también en las asambleas! Pero se armaba sólo ahí.

El pintar ‘Carnero’ en la casa de alguien era una práctica que también compartían los partidos. Ellos también lo hacían. 

Era otra época que se perdió, se fue. El Frente Amplio no era el de ahora… En él más bien tallaban los partidos; había más grupos que priorizaban la acción directa, más que la vía institucional. Incluso los que defendían la vía institucional, también hacían ‘cosas’. Pero no lo cuentan, así como ahora los tupas no quieren decir nada de la lucha armada y quieren borrar el pasado. 

-Y en ese marco vos te casaste con Santiago…

-Sí, y nos fuimos a vivir a la casa del abuelo Manuel, allá en la Gruta del Lourdes. Él se compró esa casa porque era campesino y allí podía plantar en el fondo. Y bueno… nos casamos. 

En ese entonces Santiago, el Bimbo, Michel y la barra… ya eran una agrupación del MIR,  o sea, venía un compañero del MIR y se reunía con ellos. 

-¿Qué recordás del barrio? 

-Todo. Me acuerdo del almacén. Les llamaba la atención que Santiago no tomara alcohol. Como sufría de epilepsia, en el boliche siempre pedía una malta… pero era tan simpático que todos lo querían y lo invitaban a jugar al truco y al fútbol los fines de semana. 

Enseguida nos integramos; él, más que yo.

Como nadie conocía esa casa, se hacían reuniones. Supongo que los compañeros de la dirección la prestaban o se reunía El Coordinador… yo qué sé. Sé que iban tupas... ¡Iba todo el mundo! 

A nosotros nos avisaban y dejábamos la casa para que se hicieran las reuniones. Supongo que a los vecinos les llamaba un poco la atención pero nunca dijeron nada.

Lo más lindo que nos pasó fue que el ‘Pelado’ Mazzuchi había ido a China y trajo semillas. Nosotros al abuelo no se las íbamos a dar, porque era anarquista y nos relajaba. ¡Y a mí más! Me decía que Stalin les había prometido salvar la Guerra Civil y que era un mentiroso. Eso, lo más suavecito que te decía. 

¡Era un divino! Bueno…  las semillas se las regalamos a los vecinos y resulta que les empezaron a crecer unos zapallos enormes. Entonces, en agradecimiento, en el portón de casa, nos dejaban huevos… una gallina… 

Nos querían en pila. 

También nos avisaban cuando había tiroteos entre bandas, en el barrio. Llegaba una hora en que el ómnibus (el 158) no pasaba porque lo asaltaban… Igual que ahora, lo que pasa es que la gente se olvida. Los vecinos nos decían “No salgan hoy que va a haber tiroteo”.

Si una asamblea se alargaba te tenías que bajar allá lejos y patear un montón de cuadras. Tuve varios incidentes por ese motivo. Recuerdo que una vez veníamos caminando por Teniente Rinaldi (que era una boca de lobo) y nos quisieron robar y atacarme a mí. Santiago los enfrentó; se peleó como un loco. Yo salí corriendo para casa… Después llegó él todo maltrecho.

Otra vuelta venía yo de madrugada. Me había quedado sin ómnibus y estaba sola. Entonces pensé “Me voy a hacer pasar por un tipo” Además yo siempre andaba de boina y sobretodo. Venía caminando un hombre y yo me puse a chiflar. El tipo pasó por al lado mío y me dijo “No te aflijas hermano que yo estoy más cagado que vos”.

Era un barrio muy lindo, de gente muy solidaria. Les llamaba mucho la atención cómo dejábamos todo abierto. Nos decían “Hoy vino una gente de lo más rara a la casa de ustedes”. Y nosotros les decíamos “¿Ah sí?” (Risas). 

Era la casa de Las Carretas. La teníamos preciosa. Dejábamos la llave arriba del aljibe…

-Vos trabajabas en la peluquería. ¿Y Santiago?

-Santiago trabajaba en la ANCAP, en una oficina que llevaba las boletas para control y archivo. Militaba en el sindicato y en una agrupación de Tendencia, en la  ROE. 

En ese entonces, del MLN no había mucha gente en lo sindical, porque ya estaban en plena lucha armada. Si formaban una agrupación, la vaciaban porque llevaban a su militancia para el aparato. No le daban pelota a lo sindical. 

Santiago militaba fuerte. Yo lo acompañaba a las reuniones de la Tendencia. ¡Esa sí era combativa! Muchos compañeros viejos todavía se acuerdan de él con cariño. Era rebueno… un tipo muy charlatán. Hablaba mucho en las asambleas. Tenía una convicción sobre la revolución y el cambio que era contagiosa. 

También militaba a nivel estudiantil. 

Nos íbamos con sus compañeros a las Sierras de Minas a esconder libros y a practicar maniobras. Para él eso era lo fundamental… nosotros sentíamos que estaba cerca el triunfo de la revolución. 

-A mí me impresiona la presencia de lo colectivo en la vida de ustedes, no sólo en la militancia sino en la cotidiana… es decir, ustedes vivían ‘en barra’, ¿no es así? No tenían una vida privada como se entiende ahora, sino que era algo muy comunitario.

-Si nos quedábamos en la casa de uno y de otro… andábamos juntos para todos lados, como una comunidad. Así lo vivían todos los jóvenes que se acercaban a esa búsqueda de la revolución. El ‘hombre nuevo’ del Che, era lo máximo. 

Otra influencia que teníamos era la de Vietnam, del pueblo, los jóvenes y los niños vietnamitas… y la guerra de guerrillas. Nosotros queríamos eso, queríamos practicar para eso y lo que hacíamos era como una copia de lo que en Vietnam hacían contra los yanquis.

-¿Y cómo pensaban el día después de la victoria armada?

-Y... yo sentía que tenía varios problemas: era mujer y era negra.  

Yo creía que con el triunfo de la revolución se iban a terminar los problemas por ser negro o puto. 

Recuerdo a un compañero que sufría mucho porque era homosexual e iba al psicólogo para que lo ayudara a que le gustaran las mujeres.

Pero el esquema era hacer primero la revolución; después veríamos cómo encarar los otros problemas.

-¿Cómo manejaban el tema del miedo?

-Éramos unos inconscientes. Santiago era un inconsciente... un tipo que creía en lo que hacía. Te daba tranquilidad. En la tortura, a mí me ayudó pensar en Santiago, en cómo enfrentaba a los milicos en las manifestaciones, en cómo quería el triunfo de la revolución.

Reprimían duro. Recuerdo que una vez los milicos fueron a casa y nos detuvieron. Nos cagaron a palos. Creo que era Castigloni. Después nos soltaron. 

Santiago fue el que puso la bandera de Cuba en el mástil del liceo. ¡Pah! Se armó tremendo lío, que hasta salió en los diarios.

Habían venido a desalojar el liceo porque nosotros estábamos ocupando Y Santiago, por megáfono, le pidió a los vecinos que, si eran solidarios con nosotros y con la Revolución cubana, colgaran banderas blancas de las ventanas. Y empezaron a salir sábanas de todos lados... del Bar La Toja, de las casas. 

Se llenó de banderas blancas… Esa movida en el Dámaso fue histórica.

¡Esas cosas de Santiago… siempre inventando algo para movilizar!

Santiago siempre hablaba en las asambleas. Eso hizo que lo marcaran. 

Recuerdo cuando mataron a Hernán Pucurull, que era el bibliotecario del liceo. Nosotros hicimos tremenda movida por el compañero asesinado. 

No le dábamos tregua a nada… ¡a nada! Entonces la situación era ingobernable para ellos. Tanto es así que cerraron el turno nocturno y nos mandaron para el Liceo N° 8. Nos dividieron... Y ahí en el Liceo 8 lo mataron.

-Cuándo me contás todo esto, ¿sentís que hay una memoria que se perdió?

-Se perdió la memoria de la lucha. En el 71 surge el Frente Amplio  y, para mí, ahí comienza a darse una movida electoral y se empieza a perder esa lucha.

También mucha gente empieza a caer en cana… ¡mucha gente!  

No es sólo que se perdió la utopía… Para muchos (y no es una evaluación política sino desde lo sensible) era más fácil pensar que no había peligro de muerte, porque estaban las elecciones y podías meter un voto en una urna.

Cuando surge el FA comienza a darse el corte con respecto a la acción directa y la vía electoral. 

-¿Hubo un esfuerzo de paz, de intentar calmar ‘las aguas’?

-Una gran decepción fue la última marcha de los cañeros que terminó haciéndole propaganda al Frente Amplio.

Nosotros a UTAA la apoyábamos siempre, en todas las marchas. Había toda una movida sindical y estudiantil de apoyo. 

Y de pronto que una marcha cañera viniera a hacer propaganda electoral, se te caía la estructura mental que vos tenías en relación a esos trabajadores de la caña que estaban peleando por la tenencia de la tierra, por querer funcionar en cooperativa… Todo eso te decepcionaba mucho…  Pero igual, el programa del FA tenía esas propuestas, levantaba esas consignas. Y vos decías, “Pero, y esto de la reforma agraria, de la nacionalización de la banca, ¿quién se los va a dar?” 

Yo pienso que el programa era engañador, como para ‘enganchar’ gente. 

Esas cosas dolían.

Las estructuras comenzaron a rigidizarse… “No hagan olas porque tenemos que juntar votos”.

Empiezan a darse otros debates en la sociedad, muchos debates: Frente Amplio, sí o no; voto en blanco, sí o no…. debates que, para mí, fueron una pérdida de tiempo y un quiebre en relación al proceso en que veníamos.

Igualmente el auge de la movilización estudiantil siguió siendo grande. Se peleó bastante contra la reforma educativa de Sanguinetti. 

Ahí empiezan a surgir las andadas de la JUP. Empezaron a aparecer en algunas esquinas. Yo recuerdo que en Ocho de octubre y Garibaldi siempre aparecían los de Tradición, patria y familia, con sus uniformes… Y trataban de mostrarse cerca de los ámbitos estudiantiles. 

Así empezaron a cagar a palos a las chiquilinas en la puerta de los liceos, a querer marcarlas con esvásticas… a hacer maldades de todo tipo. 

Es ahí cuando nosotros comenzamos a tener enfrentamientos directos con ellos; de la misma forma en que enfrentábamos a los botones, empezamos a enfrentarnos con la JUP.

Íbamos al Bauzá donde estaba EL Manco Ulises y todos los ‘jupos’. 

Un día hicimos una marcha y fuimos a gritarles a la puerta del liceo. Ellos salieron y se armó una trifulca grande. Se enfrentaron los varones. 

Ahí a Santiago lo metieron preso. En la cana se juntó con los cañeros… también había unos mexicanos revolucionarios que habían venido a apoyar. Yo iba a visitarlo y a llevarle comida… y cartas para él y los compañeros. 

 Allí escribió las cartas a su madre que son divinas, porque te mostraban bien lo que él era y el compromiso que tenía con la revolución. 

Cuando lo liberaron fue para casa y yo comencé a decirle que descansara un poco de la cana, que no anduviera de noche… que yo iba en su lugar. Y como yo me iba a trabajar durante el día, le dejaba cartitas, diciéndole “No vayas a trabajar hoy…” etc. etc. Pero no me hacía caso. 

Ese día que lo mataron yo le había dejado una carta diciéndole que no fuera… 

¡Ay… qué horror! (Silencio).

Y bueno… fue igual. 

Los fachos ya nos tenían rejunados porque llamaban por teléfono a la casa de mi vieja y le decían “A tu hija y al marido los vamos a matar”.

-¿Había una estructura atrás de esas acciones fachas?

-Sí, había una estructura. Era el fascismo organizado, eran los Escuadrones de la muerte que respaldaban a estos pendejos jupistas.

Nos tenían junados, más a Santiago porque era un agitador de masas, porque era un tipo que hablaba en la calle, en el sindicato…

Y lo mataron.

Recuerdo que nos acorralaron… yo estaba ahí… Cuando empezamos a oír golpes comenzamos a tirar las sillas para la puerta de entrada. Nos venían cagando a tiros. Nosotros fuimos reculamos y nos metimos en ese salón de clase… Y allí no vimos que ya estaba herido. No sé ni por dónde entró… Pero fue de atrás que le pegaron un balazo.

Al principio yo no acredité que estaba baleado; creí que se había caído por el problema de epilepsia que tenía (porque a veces se caía, por esas convulsiones que le venían), hasta que vino un compañero al que le decíamos Júpiter y lo levantó. “Está herido”, dijo. Me mostró que tenía sangre de Santiago en sus manos y se lo llevó… Pero yo no creía.

-Y después de eso… la impunidad.

-Después de eso lo velaron en el Liceo Nº 8. Pidieron para llevarlo a la Facultad de Derecho y ahí los compañeros de la CNT quisieron aguantar hasta el 14 de agosto (lo habían matado un 11 de agosto) para hacer la marcha y enterrarlo con un paro general. Fue un paro en el que participó todo el mundo y, una marcha multitudinaria… 

La gente estaba muy indignada porque además Santiago era un chico muy querido… de familia, del barrio, del fútbol, de todo lo que hacía… 

-Hoy la JUP está impune y además ahora está el Partido Militar de Manini. ¿Cómo visualizás el surgimiento de este partido? ¿Y cómo analizás que Mujica, uno de los referentes de izquierda, en el parlamento le haya pedido a Manini que ‘arrime verdades’?

-Son dos cuestiones diferentes. Por un lado está el Ñato Huidobro, socio de todas esas lacras y, junto a él, Mujica asociado a toda esta situación. Yo lo veo como una cuestión de liderazgos entre ellos, de ese modelo de pensamiento único… porque yo a la gente del MPP no la meto, toda, en esa bolsa… porque hay gente que no es eso. 

Ellos habilitaron a Manini y ¡andá a saber qué negociaciones tuvieron!… más que nada el Ñato. Las cosas que dijeron los propios botones cuando lo velaron te hacen pensar en que hay algo…  un ‘matrimonio’ muy unido entre ellos. 

Y yo lo veo como antes… cómo las clases dominantes cuando se les escapa la democracia burguesa de las manos, los propios oligarcas o los propios empresarios se postulan al parlamento para defender sus intereses económicos e ideológicos. Esto es igual; para mí el Partido Militar busca legitimarse dentro de la democracia burguesa y contar con esa ‘herramienta’ de la representación parlamentaria para lavar todos los asesinatos, las torturas, las violaciones, las desapariciones… toda la impunidad, todas las atrocidades que los milicos han hecho… y a la vez hacer de administradores en esa democracia burguesa, habilitados por Huidobro y Mujica… 

Y Manini se ve como un posible presidente.

Para mí esto tiene que ver con el avance del fascismo en el mundo, que ha asumido diferentes características. La ocupación militar y las guerras ya no les sirven. Este es otro modelo y otra época… un modelo más económico. Si bien invierten en armas y van a la guerra en otros contextos, no es casualidad que en estos tiempos las formas de dominación en Argentina, en Chile y en Brasil se parecen mucho.

Cada vez que escucho hablar a algún miembro del Partido Militar me hace acordar a lo que decía Primo de Rivera en España (un facho)… y al fascismo italiano. 

Son retrógrados y tienen ahora la posibilidad de decir todo lo que dicen, porque estamos en minoría.

-¿Y cómo se combate al fascismo?

-Haciendo la revolución.
 
 
 

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