lunes, 16 de noviembre de 2020

De la nueva normalidad al Nuevo Orden

Irse al maso y barajar de nuevo


 

>>> El Foro de Davos publicó este video

The great reset



>>> La versión uruguaya que se viene desarrollando



Nueva normalidad: una nueva forma de dominación

No podemos negar que la covid-19 puso en jaque al mundo. Que fue un hecho inesperado para un nuevo gobierno que recién comenzaba, con la correspondiente inexperiencia que esa situación conlleva, y que no era cierto que estaban preparados para gobernar y menos aún en salud.

También debo decir que hasta ahora no hay consenso en el mundo científico sobre cómo enfrentar esta pandemia y que el mundo académico oscila entre la evidencia científica y la experimentación, lo que hace crecer más aún la incertidumbre y da una importante sensación de inseguridad. Recién el 24 de abril la Universidad de la República (Udelar) hizo su primer seminario, multidisciplinario y multiprofesional, en el que se sistematizó la experiencia y los conocimientos obtenidos hasta la fecha.

Pero de esto no quiero hablar; lo que quiero analizar es qué lleva implícito el concepto de nueva normalidad, cuál es su contenido. Se trata de un concepto que surge en medio de la pandemia y como consecuencia de ella o aprovechando las circunstancias.

A simple vista y oído, el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom, habla de “nueva normalidad” como un fenómeno adaptativo de la humanidad. Se refiere a una nueva forma de vida determinada por la presencia de un virus en la comunidad, muy contagioso y de alta mortalidad. Por este motivo será necesario cambiar nuestros hábitos luego de transcurrida la pandemia.

Parecería que todo queda ahí. Ahora bien, en Uruguay la expresión “nueva normalidad” fue tomada con entusiasmo por el presidente de la coalición de derecha que hoy gobierna. Mirado de forma superficial, suena igual que cuando lo expresa el director de la OMS, pero este concepto se toma en medio de innumerables hechos políticos generados por la coalición de derecha.

Vaya casualidad que durante la imposición del concepto de nueva normalidad se envía la ley de urgente consideración al Legislativo. Una ley ómnibus que tiene 502 artículos que no son todos de urgencia. Si los legisladores trabajaran todos juntos 24 horas durante 90 días de corrido, cada artículo podría ser abordado en 16 minutos. Es totalmente antidemocrático y autoritario, y además es imposible organizar protesta alguna, dada la situación sanitaria que atraviesa el país.

La nueva normalidad implica aceptar una suba de tarifas en medio de una crisis sanitaria nunca vista en el país ni en el mundo. Momento en el que tampoco se puede organizar protesta, lo cual es abusivo.

La nueva normalidad establece las declaraciones de Guido Manini Ríos defendiendo a torturadores de la dictadura como un hecho normal, sin que nadie de la coalición de derecha salga a establecer diferencia de postura; más aún, pareciera que comparten la declaración.

La nueva normalidad establece permanentes cambios de timón en políticas de salud sobre cómo enfrentar la covid-19, que están más referidos a problemas económicos que a la perilla sanitaria. Nombraron un comité científico para la definición de pautas; son excelentes científicos, pero la última palabra la tendrá el presidente de la República. Entonces esta nueva normalidad implica que el rector y policía sanitario, el Ministerio de Salud Pública (MSP), no tendrá la conducción, ni ahora ni en el futuro, de las políticas de salud y que estas quedarán en manos del presidente de la República. Un tanto monárquico.

¿Qué trae la nueva normalidad? Trae la imposición de la dominación, aceptar los conceptos de la clase dominante, la resignación. El concepto de nueva normalidad es entonces la derrota ideológica de la izquierda.

La nueva normalidad es aceptar que se niegue la cadena de radio y televisión al PIT-CNT sin poder esbozar una respuesta. ¿No es esto un abuso de autoridad y un límite a la democracia? Mientras tanto, vemos cómo todos los días tenemos una cadena de televisión del Poder Ejecutivo, que la derecha llama conferencia de prensa.

La nueva normalidad también es decir que la renuncia de 35 técnicos en gestión, por las oprobiosas opiniones que su nuevo jefe expresó, es un delito. No expresar opinión sobre los motivos de la renuncia es lo correcto; se tapa la falta de ética con declaración de delito y de inoportunidad. Cuando además la renuncia se plantea asegurando la transición, el no abandono de lugares de trabajo, y ofreciéndose, si el Ejecutivo lo decidiera, a trabajar donde los requieran en la lucha contra esta pandemia. Este nuevo jefe fue supuestamente obligado a renunciar, pero aún continúa su designación como tal y, si se concretase la renuncia, igual permanecería como adjunto a un vocal del directorio de la Administración de los Servicios de Salud del Estado.

La nueva normalidad es destituir un número cercano a los 50 técnicos con un simple mensaje de texto.

Entonces, ¿qué trae la nueva normalidad en su real contenido? Trae la imposición de la dominación, aceptar los conceptos de la clase dominante, la resignación. El concepto de nueva normalidad es entonces la derrota ideológica de la izquierda. No debemos permitir que la covid-19 sea utilizada como herramienta para generar miedo social. Separemos las cosas: enfrentamos la pandemia con medidas sanitarias, económicas y sociales, pero esto no implica que el actuar juntos nos exija aceptar los designios de la dominación.

Como sabemos, la visión de la salud que impulsó el Frente Amplio es muy diferente de lo que impulsa el actual gobierno en esta área, y gran parte de los buenos resultados que se tienen en esta pandemia son fruto de la reforma de la salud realizada en estos 15 años. Que nadie lo dude.

Las personas de izquierda creemos firmemente en un nuevo día después y no en la nueva normalidad. Ese día después lleva implícito correctas medidas sanitarias que combatan el reinicio de la pandemia, desarrollar a pleno el primer nivel de atención y la estrategia de atención primaria en salud, el fortalecimiento del Sistema Nacional Integrado de Salud y el fortalecimiento del MSP con idóneos en la materia. Creemos en la oportunidad de rescatar valores solidarios, creemos en un mundo mejor que debemos construir entre todos, en volver a tener utopías, en el respeto, y sobre todo creemos en dar la lucha ideológica para desarrollar los conceptos que busquen una solución liberadora de la humanidad.

Daniel Parada fue profesor agregado de Medicina de la Universidad de la República.

 

>>>La PLANdemia del Nuevo Orden Mundial.
 

 
Días atrás, el presidente Luis Lacalle Pou nos explicó que estamos en camino a una “nueva normalidad”. Subrayó la importancia de esos términos para encarar el futuro. La idea no es original de este gobierno, y ya había sido empleada en otros países para las posibles salidas a las cuarentenas impuestas o voluntarias. La usaron, por ejemplo, Pedro Sánchez en España y Sebastián Piñera en Chile, tan sólo para citar casos en continentes distintos. Ni siquiera era exclusiva de los políticos, y ya antes estaba en manos de los analistas de mercados y empresas.
Ante semejantes anuncios, ¿qué quiere decir normalidad? ¿qué implicaría anunciar una normalidad que es “nueva”? Comenzando por el término “normalidad”, hay por lo menos dos significados relevantes. Por un lado alude a lo que es corriente, usual o común, y por el otro lado, a seguir los mandatos de las normas. Es ese segundo aspecto el que es clave para la política ante la pandemia.

Orden, progreso y obediencia
Como la normalidad sería cumplir los preceptos, mandatos, modelos o normas establecidas, cuando se habla de ella desde el pináculo de poder del Estado, siempre se alude a la obediencia. Ese vínculo ya estaba claro en el origen moderno del concepto a manos del filósofo francés Auguste Comte. Ese antecedente del siglo XIX tuvo mucha influencia en América Latina. No olvidemos que en la bandera de Brasil se lee “orden y progreso”, lo que es parte de una frase muy conocida de Comte, aunque esas ideas también alcanzaron a regímenes como los de Bartolomé Mitre en Argentina o Porfirio Díaz en México.
La influencia de aquellos positivistas llegó a nuestros días. La normalidad es concebida como una cualidad positiva que evitaría caer en lo que se describe como anormal, caótico o incluso patológico. La política y la organización del Estado deberían asegurar lo que en el siglo XIX se describía como progreso y que hoy es entendido como crecimiento económico. Para todo esto se debe asegurar la obediencia y el acatamiento a las leyes.
Entonces, cuando el presidente habla de la normalidad habrá que discernir hasta dónde llega la imposición de la obediencia. Por un lado, se debe rescatar que el gobierno no impuso una cuarentena coercitiva en manos de policías y militares. Evitó caer en extremos como los denunciados en las prácticas policiales en Perú o Ecuador, o la militarización en algunos sitios de Chile. En el gobierno de Lacalle Pou, en este aspecto prevaleció una postura liberal que respeta al individuo.
Pero por otro lado, si la normalidad nueva es la que anuncia la ley de urgente consideración o algunas medidas del gobierno, se encienden luces amarillas y rojas. Nos llaman a aceptar un Estado más policial y represivo, apelando al hartazgo y miedo de la población para aceptar el debilitamiento de derechos humanos. Nos muestra un gobierno que permite que las corporaciones privadas conviertan un impuesto en una donación, y decidan cómo emplearlo. Se admite que hay abusos en los precios de artículos de primera necesidad pero no se actúa sobre el mercado ni sobre las empresas para evitarlo. Se proclama que el Estado controla el sector salud pero se tolera que las mutualistas dejen de atender múltiples dolencias o cobren por servicios que supuestamente no deberían cobrar. Se dice que se defenderá la libertad de prensa pero se permiten controles previos a los periodistas.
Como se repite en muchos rincones del mundo, no se puede regresar a la normalidad ya que en ella estaba instalada la crisis. La supuesta normalidad uruguaya no tenía mucho de normal porque enfrentábamos todo tipo de injusticias y contradicciones en la cobertura de derechos y la calidad de vida. Lo mismo ocurría a nivel internacional por factores como la globalización, las asimetrías políticas y económicas, o el poder militar, produciéndose múltiples injusticias sociales y ecológicas. ¿Deseamos permanecer en esa normalidad?
Bajo esta epidemia se puede usar el miedo al contagio o a los desórdenes para mantener muchas de esas pasadas condiciones, agregándoles ahora más mecanismos de obediencia y acatamiento.

Desobediencia y anormalidad
La construcción de la normalidad no es ingenua ni neutra, y por ello es un problema político de primera magnitud. Si aceptamos que la pretendida normalidad no tiene nada de normal, antes que generar una nueva versión, la postura a seguir es otra, casi contraria a la que piden los gobernantes. Se debe invocar la anormalidad y entender la desobediencia. La novedad debería estar en explorar alternativas no solamente incómodas, sino también aquellas que resultan inconcebibles bajo las actuales normalidades que nos obligan a obedecer.
Ese sentido de la anormalidad falta en los discursos políticos. No solamente en los del presidente, sino en casi todo el espectro partidario, ya que mientras unos parecerían querer aprovechar la “nueva” normalidad para imponer un mayor disciplinamiento, muchos en la oposición suspiran con regresar a la “vieja” normalidad de los gobiernos pasados como si desde allí no se hubieran originado varias de las dificultades que hoy padecemos. Sea por derecha como por izquierda también están los que miran con admiración controles sociales totales, como los que aplica China con su monitoreo continuado de los ciudadanos. Unos y otros confunden la necesidad de controlar la diseminación del virus con la aspiración de una vigilancia total que asegure la obediencia total. Allí están los peligros de la nueva normalidad.



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