Psiquiatra acusado de torturas durante la dictadura tendrá que declarar
Despertando de la amnesia
Samuel Blixen
12 marzo, 2021
Con un profuso pasado de nazi, el psiquiatra Martín Gutiérrez, que ensayó la tortura psicológica con prisioneros políticos en la cárcel de Libertad, ahora, finalmente, deberá responder por las torturas a secas que aplicó contra detenidos en el tenebroso 300 Carlos.
Después del interrogatorio a que fue sometido por teleconferencia el coronel en situación de reforma José Gavazzo, la jueza penal Isaura Tórtora dispondrá convocar al psiquiatra capitán Martín Gutiérrez a una audiencia en los próximos días, en el marco de la indagatoria judicial por las denuncias de tortura sufridas por el periodista Rodolfo Porley durante la dictadura militar.
La audiencia, cuya fecha exacta no trascendió, permitirá esclarecer los detalles de las estrategias de torturas psicológicas impulsadas por el terrorismo de Estado contra prisioneros políticos.
El doctor Martín Gutiérrez, que hoy cuenta con 82 años, bien puede ser considerado un aprendiz de Josef Mengele. Su carrera como médico militar comenzó en 1965, cuando solicitó, tras la finalización de sus estudios básicos de medicina, ser admitido como practicante honorario en el Hospital Central de las Fuerzas Armadas. Su solicitud fue denegada, pero, dos meses más tarde, se le aceptó por decisión del general Mario Aguerrondo.
Como este, Gutiérrez tenía una profunda admiración por los nazis y compartía las inclinaciones fascistas, que profundizó en tanto sirvió como secretario del viejo general golpista.
En 1971 dejó de ser honorario: fue asimilado como alférez y pasó a desempeñarse como médico en el Departamento de Psiquiatría del Hospital Militar. Paralelamente, asumió activa participación en la publicación de Azul y Blanco, una revista de neto corte nazi, que impulsaba el golpe de Estado, apoyaba a los sectores «duros» del Ejército comandados por el general Esteban Cristi y proponía la aplicación de la pena de muerte y la ejecución sumaria.
En su condición de psiquiatra, desde 1973 asistía habitualmente («una vez por mes») a la cárcel de Libertad. Como difundió el abogado y docente universitario estadounidense Maxwell Greg Bloche, autor de Los médicos militares de Uruguay: engranajes del terrorismo de Estado, Gutiérrez le explicó en una entrevista el papel que desempeñaba en el Establecimiento Militar de Reclusión N.º 1 (EMR 1): «La guerra continuaba dentro de la prisión. Día a día, norma a norma, todo fue parte de un gran diseño para hacerlos sufrir psicológicamente [a los detenidos]».
En 1978, cuando ya alcanzaba el grado de capitán, fue investigado, junto con otros miembros de Azul y Blanco, por el atentado que pretendió asesinar a la cúpula dirigente del Partido Nacional, los miembros del «triunvirato» integrado por Carlos Julio Pereyra, Mario Heber y Luis Alberto Lacalle. Los tres recibieron botellas de vino blanco que contenía un potente veneno, Fodrin. La esposa de Mario Heber, y madre del actual ministro Luis Alberto Heber, fue la única persona que alcanzó a beber el líquido y murió de forma instantánea. La Policía logró determinar que dos miembros de la banda fascista de Azul y Blanco habían adquirido el veneno, pero ni ellos, ni Gutiérrez, ni el exdirector de la revista fueron formalmente incriminados. De hecho, la investigación policial, a cargo del inspector Hugo Campos Hermida, un activo y servicial colaborador de los aparatos de inteligencia militar, fue un total fracaso, tanto en la identificación de los autores materiales como en la de los autores intelectuales.
Repentinamente, después de 2011, cuando el periodista Rodolfo Porley lo acusó en una causa judicial de participar de torturas en el centro clandestino 300 Carlos, en 1976, Martín Gutiérrez, como tantos otros represores, sufrió una profunda amnesia: no recordaba su participación en Azul y Blanco, mucho menos su presencia en centros clandestinos de detención, donde, en una oportunidad, intentó convencer a un prisionero que venía siendo torturado de que brindara la información y, como fracasó, alentó a los torturadores a que continuaran, porque «este todavía aguanta». En 2011 fue denunciado, junto con otros oficiales y médicos militares, por la sistemática tortura a que fue sometida Norma Cedrés, una militante comunista detenida en 1975 y que se suicidó en 1978 tras padecer trastornos psiquiátricos como consecuencia de su paso por el 300 Carlos.
Gutiérrez descalificó a Porley y a otros dos prisioneros que confirmaron su presencia en el 300 Carlos, afirmando que actuaban por dinero; pero tal difamación la hizo en la prensa, no en el juzgado, porque nunca se presentó a declarar en las varias citaciones que recibió. Más aún, al considerar una patraña la acusación de «tortura psicológica», Gutiérrez afirmó que no sólo no torturaba, sino que «sentía pena por los prisioneros» (El País, 21-XII-19). Y agregó: «Gracias a Dios nunca se me murió ningún preso». La amnesia tan oportuna le impidió recordar que entre marzo y junio de 1974 atendió por lo menos cuatro veces a Rodolfo Fernández Cúneo, que en la cárcel de Libertad había manifestado intenciones suicidas. Gutiérrez le recetó medicamentos y electroshocks. Fernández Cúneo se suicidó en octubre de ese año.
En 1984, Martín Gutiérrez fue destinado como médico permanente de la cárcel de Libertad y se le quitó su condición de capitán asimilado. Él atribuyó la medida a una persecución del entonces presidente, Gregorio Álvarez, por su condición de militante del Partido Nacional. Gutiérrez se candidateó a diputado por Montevideo, por la lista 1 del Partido Nacional, y lo acompañaba Diego Ferreiro, el antiguo director de Azul y Blanco. La fórmula de Alberto Zumarán y Gonzalo Aguirre tuvo que aclarar que no respaldaba a la lista 1.
Como médico psiquiatra del EMR 1, Gutiérrez «atendió» a otro preso que terminó suicidándose, en agosto de 1984, Rubén Martínez Addiego, que según la ficha médica tenía serios trastornos: «Síndrome depresivo en personalidad esquizoide». Martínez se ahorcó en su celda cuando ya había sido decretada su libertad. Un comunicado de Madres y Familiares de Procesados por la Justicia Militar denunció que el suicidio fue consecuencia del hostigamiento y la soledad a que fue sometido Martínez Addiego. «Varios detenidos, conociendo la gran depresión que sufría, solicitaron el cambio de celda para acompañarlo durante las 23 horas en las que todo preso permanece encerrado. La solicitud fue reiteradamente denegada. El hostigamiento y la soledad aumentaron el desequilibrio psíquico que lo impulsó a la muerte.»
Dos años después, Gutiérrez fue restituido en su condición de capitán asimilado y se reintegró a su antiguo cargo de subjefe del Departamento Médico del Hospital Militar.
Solicitó su pase a retiro en 1987, que le fue concedido en 1989. A partir de entonces, incursionó en la esfera del empresariado médico y fundó la firma EEG Electrodiagnóstico Médico. En algún momento se convirtió en una especie de maestro de un joven médico que lo admiraba por su inteligencia y sagacidad: el neurólogo Daniel Salinas, que en 2014 se convirtió en socio de EEG. Pero, en esa relación con Gutiérrez, Salinas se contagió de amnesia y fue incapaz de recordar, cuando su nombre surgió como candidato a ministro de Salud Pública en el gobierno de Luis Lacalle Pou, que había sido socio del antiguo nazi de Azul y Blanco. Los antiguos admiradores ahora toman prudente distancia de nuestro pequeño Mengele, porque la condición de fanático nazi no es, por ahora, una cocarda.
Martín Gutiérrez, psiquiatra nazi que trabajó en el Penal de Libertad durante la dictadura.
La oscura trayectoria de Martín Gutiérrez y la crónica de una entrevista frustrada
Su participación en el semanario Azul y Blanco y el vínculo con el caso del vino envenenado, y testimonios de presos son algunos de los hallazgos sobre el psiquiatra
Por Leonardo Haberkorn
El psiquiatra Martín Gutiérrez, acusado de nazi por el expresidente Julio María Sanguinetti y de torturador por presos políticos, le hizo saber a El Observador que quería dar su versión de su historia personal, luego de que se hablara de él en dos notas a propósito del nombramiento de Daniel Salinas como futuro ministro de Salud Pública.
Como yo lo había aludido, me correspondía entrevistarlo. Gutiérrez estaba urgido por dar su versión, pero intuí que no sería una entrevista fácil, que necesitaría unos días para documentarme, para poder enfrentar sus previsibles olvidos y negativas.
Lo convencí de posponer la entrevista por unos días. Comencé a documentarme yendo a la biblioteca del Palacio Legislativo y visitando al fiscal Ricardo Perciballe. Pero, una vez que se agotó ese plazo y la cita aún no se había concretado, el controvertido psiquiatra le dio la entrevista al diario El País.
La entrevista se frustró, pero su preparación permitió saber más sobre Gutiérrez.
Azul y blanco
Varios autores, entre ellos el expresidente Julio María Sanguinetti y el periodista y profesor Lincoln Maiztegui, refieren que Gutiérrez integró la redacción del semanario ultraderechista Azul y Blanco, que se publicó entre 1971 y 1973.
En la entrevista con El País, Gutiérrez negó haber escrito en Azul y Blanco. Ese punto es difícil de corroborar, porque la enorme mayoría de las notas del semanario se firmaban con seudónimos. Salvo el director, Diego Ferreiro, nadie daba la cara. La publicación azuzaba la violencia, el golpe de Estado y el asesinato político, con cobardía, desde notas anónimas.
“Marcarlos y a Tablada”, se tituló, por ejemplo, un editorial publicado el 29 de diciembre de 1971, que proponía “marcar” a los opositores y enviarlos al matadero (“Tablada”):
“Uno piensa si habrá estado bien, por temor a las consecuencias o simplemente por convicciones profundas, no matar a los canallas cuando probadamente notamos que lo eran. No, quizás no estuvimos bien (…) Ahora, si alguno de los delincuentes, de los canallas disfrazados de honestos, da un solo paso en falso, el que lo vea, el que lo sepa, estará obligado a marcarlo y mandarlo a tablada”.
Gutiérrez, en la entrevista con El País, sí admitió que integró el Instituto Oriental de Investigaciones Culturales y Promoción Social. “Bajo su amparo económico y político, estaba de alguna forma Azul y Blanco”, admitió.
Es decir que Gutiérrez fue uno de los promotores de esa publicación fascista, que dejó de publicarse cuando en 1973 fue clausurada por seis ediciones por el propio gobierno militar.
El diario El Faro, de la ciudad de Santa Lucía, ironizó al respecto en su edición del 28 de setiembre de 1973: “El Poder Ejecutivo en uso de las potestades que ejerce en otras cosas, clausuró por seis semanas al semanario Azul y Blanco. Los muchachos fascistas íntimamente agradecidos. Hay que ver lo que laburaban para que todos los kioscos de diarios y revistas trajeran el semanario de marras, que nadie adquiría. Ahora tienen un lindo pretexto para no salir. Los clausuró el Superior Gobierno”.
Azul y Blanco tenía un correlato político, un grupo de ultraderecha que militaba en forma violenta y a favor del golpe.
En una agenda histórica del Partido Nacional, el investigador Daniel Cerro Curcho, consigna que el 22 de junio de 1973 Wilson Ferreira convocó a una manifestación en defensa de la democracia en la plaza Matriz. “El acto se realizó con un fuerte despliegue policial y con permanentes ataques de elementos pertenecientes al semanario de ultraderecha Azul y Blanco que se escudaban en los vehículos policiales popularmente conocidos como ‘chanchitas’. Mientras se desarrollaba el acto fue apedreada la sede central del Movimiento Por la Patria”.
Ya en la dictadura, Azul y Blanco realizó un cónclave en el hotel Nirvana de Colonia Suiza para impulsar su proyecto fascista. El ministro de Economía Alejandro Vegh Villegas fue invitado a participar en función de ciertas simpatías con lo nazi, según una entrevista publicada por El Observador en 2016.
"Me invitaron a participar de una reunión de una agrupación llamada Azul y Blanco, que era nazi. Yo fui, fue en Colonia, pero después de ver lo que era no fui nunca más. Yo tenía cierta simpatía pero cuando me propusieron participar de Azul y Blanco claramente lo rechacé. Debo haber decepcionado con mi conducta a mucha gente de esta tendencia, que simpatizaba con este tipo de pensamiento, el general Cristi, los hermanos Zubía, y algunos otros. Había militares que estaban más a la derecha que yo, que no es fácil (Vegh se ríe) ¡Yo era una especie de bolchevique para ellos!".
En un pasaje inédito de aquella conversación, Vegh también dijo: “Gutiérrez era el hombre de Azul y Blanco”.
Vino envenenado
En 1978 Martín Gutiérrez debió declarar ante un juez en el marco de la investigación del asesinato de Cecilia Fontana de Heber, madre del senador y futuro ministro Luis Alberto Heber, muerta al beber un vino envenenado que alguien dejó como regalo en su casa.
Otras botellas envenenadas llegaron a las casas de Carlos Julio Pereyra y Luis Alberto Lacalle, pero por fortuna nadie bebió de ellas.
Parte de las sospechas por el atentado recayeron en el grupo Azul y Blanco. Uno de sus integrantes había comprado Foxdrin, el mismo veneno que traía el vino, pero ni siquiera fue llamado a declarar al juzgado.
Martín Gutiérrez reapareció en 1982 encabezando una lista en las elecciones internas del Partido Nacional. Fue el primer candidato de la lista BAZ, del Movimiento Nacionalista de Montevideo. Claramente se ubicaba en el sector prodictadura del partido.
Acompañaron a Gutiérrez varias figuras conocidas. Su segundo fue Diego Ferreiro, el director de Azul y Blanco, el único que daba la cara. En quinto lugar figuró César Jover, quien hasta la edición de agosto de 2019 fue director del periódico ultraderechista Nación, vinculado a sectores militares. El séptimo fue Guillermo Domenech, senador electo y candidato vicepresidencial de Cabildo Abierto.
La lista obtuvo apenas 1.956 votos, el 0,78% de los votos blancos en Montevideo.
En las elecciones de 1984, Gutiérrez se candidateó a diputado por Montevideo, encabezando la Lista 1, dentro del Partido Nacional. Esa vez no lo acompañaron ni Jover ni Domenech, aunque sí Ferreiro, el director de Azul y Blanco.
Pocos días antes de la elección, la fórmula presidencial del Partido Nacional, integrada por Alberto Zumarán y Gonzalo Aguirre, advirtió mediante un comunicado que no respaldaba “ni personal ni políticamente” a la Lista 1, según dio cuenta el semanario Jaque el 2 de noviembre de 1984.
Una semana después, Jaque informó que Sanguinetti había calificado de nazi a Gutiérrez en un programa de televisión.
“Fascismo a la uruguaya”
En paralelo con su actividad política, Gutiérrez se desempeñó como psiquiatra militar.
En la entrevista con El País sostuvo que su trabajo se concentró en el Hospital Militar y que solo un par de veces al año iba al penal de Libertad a atender a presos que lo necesitaban. “Habré atendido unos 20 pacientes”, dijo. Agregó que nunca estuvo en el centro de detención clandestino conocido como “300 Carlos”, en el 13 de Infantería, y que nunca existió algo pasible de ser definido como “tortura psicológica”.
Esta última información se contradice con declaraciones que Gutiérrez hizo en diciembre de 1985 al abogado estadounidense Maxwell Greg Bloche, hoy un prestigioso profesor de la Universidad de Georgetown.
Bloche publicó en 1987 un trabajo titulado “Los médicos militares de Uruguay: engranajes del terrorismo de Estado”. Allí Gutiérrez declara: “La guerra continuaba dentro de la prisión. Día a día, norma a norma, todo fue parte de un gran diseño para hacerlos sufrir psicológicamente (a los detenidos)”.
Es curioso el uso del término “la guerra”. Gutiérrez volvió a usarlo en la entrevista con El País.
“¿Cuánto tiempo fue psiquiatra en Libertad?”, le preguntó el periodista Sebastián Cabrera.
“Y, no sé, el tiempo que duró la guerra supongo. No sé si duró tres o cinco años, no sé”, respondió.
En la entrevista Gutiérrez negó haber estado en el 300 Carlos. El fiscal Perciballe dijo, sin embargo, que hay múltiples testimonios de lo contrario.
Uno de ellos es el de Luis Santo, militante comunista allí detenido y torturado. Desbordado por los apremios físicos y ante la inminencia de ser trasladado a un sitio desconocido, Santo intentó fugarse del 300 Carlos.
“Traté de irme, pero no estaba en las mejores condiciones físicas ni mentales. Me detuvieron y me tiraron al suelo. Dieron la orden de que me llevaran para adentro otra vez, pero antes que eso ocurriera vino un hombre que se puso al lado mío. “Me dijo: ‘quedate tranquilo. ¿A qué le tenés miedo? ¿A un Trelew?’”
El 22 de agosto de 1972, 16 militantes de grupos armados peronistas y de izquierda, que habían intentado fugarse del penal de Rawson, fueron ejecutados en una base militar de Trelew, provincia de Chubut.
Santo entendió la referencia y respondió que sí, que temía un Trelew. “Yo pienso que cuando me saquen de acá, me van a ejecutar”, le dijo a su interlocutor. El hombre le respondió que no debía temer: “Esto es fascismo, pero un fascismo a la uruguaya”.
Volvió a ver al mismo hombre otras dos veces en el Hospital Militar y allí otros detenidos le informaron que era Gutiérrez.
Mario Moreni, también detenido por integrar el Partido Comunista, vio y padeció al psiquiatra en el 300 Carlos.
Moreni relató que en 1976 fue torturado en esa base militar por Jorge “Pajarito” Silveira. En cierta oportunidad, la tortura se suspendió por su mal estado físico. Lo acostaron en un plinto y fue revisado por un médico, que con tono paternal intentó convencerlo de que respondiera las preguntas que le hacía Silveira, que no valía la pena hacerse matar. Acostado, pudo ver el rostro de ese médico mirando por debajo de las vendas que le cubrían los ojos.
Moreni le respondió al médico que no podía responder, porque desconocía lo que le estaban preguntando.
“El médico se enfureció con mi negativa y ordenó: `súbanlo que todavía aguanta’. Me llevaron a donde torturaban, me tiraron al piso, que estaba mojado y con sal, y él médico en persona empezó a torturarme, dándome electricidad con un magneto. Primero, tres minutos. Después, cinco. Fue tan salvaje que Silveira le dijo: ‘por favor, señor, déjeme a mí, que yo sé’”.
A Moreni le llamó la atención que Silveira llamara de “señor” a ese hombre. Tiempo después otros detenidos le dijeron que era Gutiérrez.
Tanto Santo como Moreni testificaron ante la justicia, en un caso iniciado con una denuncia del periodista Rodolfo Porley. Por ese caso, la fiscal Ana María Tellechea pidió procesar a Gutiérrez en 2016.
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