por Gabriel Carbajales .
“Lo que
se perdió” es una vida por vivir, y la honrosa oportunidad
de
decir “renuncio porque el asesino impune es el sistema”…
Hay que decirlo de entrada para que nadie
siga llamándose a engaño o engañando a los demás: la policía, también en el
Uruguay, es una fuerza armada especial del Estado burgués, de carácter esencialmente
represivo, que no existe para garantizar la “seguridad” de la población en
general o para “educar” o “reeducar” a eventuales “descarriados” en el seno de
la sociedad.
UNO
Su función real y primordial es la de
intervenir activa y drásticamente para garantizar el amoldamiento poblacional a
reglas de juego y premisas cotidianas de “convivencia social”, establecidas por
la clase dominante y dadas por “buenas” o “normales” según una concepción de
las relaciones sociales fundada en el llamado “principio de autoridad”, que no
es otra cosa que la falacia de que, invariablemente, “la razón” y la potestad
de decidir “por todos”, le asisten solamente a los que poseen el poder económico,
político y militar y que disponen de él exclusivamente en atención a la defensa
de su situación social privilegiada y de prebendas devenidas de una desigualdad
que les es ostensiblemente favorable gracias, precisamente, al uso y abuso del
poder.
Si tuviésemos que cortar grueso y destacar la
“misión histórica” de las fuerzas policiales, habría que decir que ella es la
de preservar relaciones humanas diarias, muy estrechas y permanentes, en las
que prima el interés material lucrativo por encima de todo, y, en él, por
supuesto, la defensa de la “sagrada propiedad privada”, que se nos trata de
presentar como algo tan genérico, vago y “democrático”, que resultaría algo así
como que los policías andan armados y habilitados a matar tanto como cuando un
comando asalta un banco y se lleva un millón de dólares, como cuando a alguien
le roban los calzoncillos o la gastada toalla de baño secándose en la cuerda de
ropa.
El policía, para cumplir con el servicio de
contribución cotidiana a un statu quo que no se salga de los carriles
“normales” de una sociedad dividida y confrontada en clases, debe estar
entreverado diariamente entre quienes no visten uniforme represivo alguno y no
exhiben así nomás porte de arma alguna. Está entremezclado constantemente entre
nosotros (los que ellos suelen llamar “pichis”), intimidando, vigilándonos,
acechándonos, pronto para intervenir ante cualquier desliz “civil” que violente
las reglas de juego imperantes, principalmente las que representan desconocer
la sacralidad de la propiedad privada, mucho más que las que puedan representar
la pérdida de vidas humanas (el correlato jurídico-penal de esto es que “paga”
con más cárcel, en general, la rapiña o el hurto reiterado, que el homicidio
mismo, al menos el ocurrido en circunstancias de apasionamiento exacerbado o
algo semejante a las “cuestiones del momento”).
DOS
Por supuesto que un aspecto fundamental de
esa función policial, consiste en intervenir toda vez que los trabajadores,
según el criterio político-estatal puntual, “se excedan” en el ejercicio de sus
derechos sindicales y recurran, en sus movilizaciones, a medidas de fuerza
consideradas sólo en teoría (en los papeles y lo meramente declarativo) como
una extensión del “derecho de huelga”. Intervendrán, por ejemplo, en una huelga
con ocupación, aunque sólo por muy poco tiempo lo considerado “medios de
producción” resulte inaccesible para los patrones; lo harán también si las medidas
sindicales de fuerza (cortes de ruta, concentraciones en lugares muy poblados,
etc.) le resultan molestas al Estado-Patrón o se las considera un “antecedente”
de posible irradiación subjetiva hacia otros sectores de la sociedad en
conflicto con el poder; tan es así, que no son pocas las ocasiones históricas
en las que la policía intervino muy violentamente para desalojar centros de
estudio ocupados por el alumnado o los docentes, aunque esto no afecte
directamente la propiedad privada de nadie, pero sí represente un cierto
desconocimiento del “principio de autoridad”.
Pasando raya –aunque quedarían por señalar otros
aspectos “menores” del rol policial-, intimidar, amedrentar, reprimir, utilizar
la violencia “autorizada” en las dosis determinadas por las “jerarquías
correspondientes”, es el “métier” del aparato policial, acá o donde sea, dentro
del esquema de poder y control social del Estado burgués. Esa es la función
especial de esta fuerza especial de coerción-contención-represión, diseñada por
y para la burguesía en su arquitectura de sometimiento y preservación ciudadana
consuetudinaria del “orden” y la “seguridad” en tiempos de “paz social”.
TRES
Para cuando esta supuesta “paz social” se
revela claramente inexistente y las tensiones sociales crecientes instalan como
cosa cotidiana la “alteración del orden” y el “enrarecimiento” de los vínculos
sociales fundados en el “principio de autoridad”; para cuando los conflictos
propios de una lucha de clases salida de cauce (del cauce dictaminado por la
burguesía), se agudizan y van adquiriendo carácter de situación permanente cuestionadora
ya de los privilegios burgueses; para cuando la clase dominante no tiene más
respuestas que la violencia estatal y ésta reclama un “profesionalismo”
especial en el “arte” de reprimir y sofrenar la rebeldía popular, ahí está la
otra, la fundamental, la gran fuerza especial y especializada en lo macro antipopular:
las fuerzas armadas, el ejército, la marina y la fuerza aérea, cuya “misión
histórica”, en los tres casos, es la protección de esa organización política de
la clase dominante que es el Estado.
Estas fuerzas represivas “superiores” (más criminalmente
entrenadas aun que las policiales en el oficio de la muerte y el atropello a
los “pichis”), no están entremezcladas cotidianamente con la población; se las
mantiene alejadas físicamente del pueblo, se procura que el represor militar no
sea el vecino “común” que sí es el policía, y, particularmente en los países
del capitalismo dependiente, por más que se pretenda mostrárnoslas al servicio
de la defensa del territorio (la “patria”, la “república”, etc.), son fuerzas
primordialmente dispuestas para la agresión bélica interna, y, por supuesto,
están actuando no solamente en los momentos más críticos, sino permanente y
solapadamente, en actividades de
“inteligencia” y de paciente y prolijo fichaje de “potenciales enemigos
del sistema”, preferentemente los organizados y, entre éstos, aquellos que
tengan cierto ascendiente en los ámbitos sociales en que ellos se mueven.
En definitiva, tanto las fuerzas policiales
como las militares, existen sujetas rígida e indiscutiblemente, al servicio del
pequeñísimo conjunto de individualidades que constituyen la clase dominante, resuelta
a vivir de la inmensa mayoría de sus congéneres, explotándolos y oprimiéndolos
o frenándoles en su desarrollo individual-colectivo a como dé lugar.
CUATRO
Abroquelados férreamente en su principal
organización política, que no es otra que el mismo Estado y que aglutina y
cohesiona todos los matizados intereses de la burguesía, por encima de partidos
o cualquier otra organización corporativa o gremial, los dueños de los medios
de producción (los centros de trabajo, la banca, la tierra, etc.) y
administradores y gerentes del Estado, “su Estado”, son los jefes reales de
todo el aparato represivo, aunque muchos de ellos no hayan visto siquiera un
arma de fuego en toda su vida o vivan proclamando a los cuatro vientos ser
enemigos de la violencia, “venga de donde venga”…
Y, ya que estamos en la situación que estamos
especialmente luego de los lamentables hechos de Santa Catalina, conviene
tenerlo presente para no caer en funestas ilusiones: cualquier otra versión
sobre la “razón de ser” de la policía, por más progresista que ella pretenda
ser, falseará la realidad de las cosas, si oculta este carácter fundamental de
esta fuerza represiva especial del Estado. O sea, demandar “policías buenos,
humanos, etc., etc.”, es directamente pedirle peras al olmo, pues nadie ingresa
a esta fuerza especial si no evidencia claramente una nítida propensión
“natural” al uso de la violencia y cierta disponibilidad homicida a flor de
piel, al momento del “reclute” (el que más el que menos, conoce casos de
chiquilines que arrimaron para ingresar, y que marcharon al no responder
automáticamente a la pregunta de si eran capaces de recurrir a la muerte de un
“civil”, en caso “necesario”).
CINCO
El Estado es una máquina eminentemente
coercitivo-represiva por su propia naturaleza de organización destinada a
consagrar ese “principio de autoridad” y hacerlo valer permanentemente, sin que
nada ni nadie se atreva a cuestionarlo o combatirlo. Esla organización suprema
de la clase dominante, lo es porque ella es la única organización “legal” (no
hay ninguna otra, por cierto) que cuenta con lo que en primera y última instancia,
define todo conflicto eventualmente ocurrible en el relacionamiento social altamente
contradictorio pautado por reglas establecidas por esta misma clase:
Es el súper organismo “social”, porque
dispone de todos los medios bélicos imaginables sobre los que descansa el poder
político-económico mismo y a partir de los cuales se hacen efectivas esas misma
“reglas de juego” hegemónicas.
Reiterémoslo: los veamos o no, den la cara o
se oculten bajo inofensivos atuendos “civiles” y “civilistas”, los burgueses, los
ricos, los patrones, los chupasangre, son los jefes de la policía también en el
Uruguay.
SEIS
Valga lo anterior para no engrupirnos con las
palabras de un ministro del interior que le pide “disculpas” a los deudos de
Sergio Denis Lemos López y sus vecinos, pero que inmediatamente después nos
dice que su “cartera” no puede garantizar que no se repita algo semejante a lo
ocurrido el 4 de noviembre en Santa Catalina, con el asesinato de Sergio, y,
poco después, con la verdadera asonada-provocación policial desplegada hasta la
madrugada del día siguiente contra todo el mismo barrio escenario y testigo de
la ejecución.
Hay que recalcarlo, aun a riesgo de que se
repitan las irresponsables acusaciones de tremendismo radical y otras peores,
salidas de una fiebre antipueblo que desdichadamente ha afectado incluso a
alguna gente de pueblo:
1).- El pedido de “disculpas” se lo arrancó a
Bonomi la furia colectiva y el dolor sin consuelo hecho potente exigencia de
“justicia” de Santa Catalina, una barriada a la que la juventud “guaranga” y
aparentemente “sin valores”, le mostró el camino sencillo y conmovedor de la
dignidad callejera sin transas y de oídos sordos a la prédica mentirosa y
rastrera que pretende convertir en “zona roja” a la zona en que el Estado
dispuso instalar la amenazante regasificadora al servicio de Aratirí y el
mentado “polo industrial Puntas de Sayago”, en el que, sin dudas, molesta, y
mucho, la presencia de una juventud nada “tupamarizada” o “acratizada” de un
barrio al que, ahora, una manga de bobos, quiere pintarnos como campo de
batalla entre radicales y moderados, que, en general, sólo cuentan con Santa
Catalina como dormitorio diario tras las jornadas laborales y de militancia
bien lejos del barrio, por cierto, y desafortunadamente.
2).- La afirmación ministerial de que no podría
garantizar nada a futuro, se la arrancó a Bonomi la clara conciencia de que el
ministerio que teóricamente comanda, no existe para garantizar la “seguridad”
ni la integridad de la ciudadanía, sino, al contrario, para mantener la plena
inseguridad de la prepotencia y la arbitrariedad como norma tendente a
amedrentar y neutralizar algo que se parezca a la protesta social, por más que
se vuelva a anunciar el “ensayo piloto” de una policía comunitaria, educada,
bien hablada y bien intencionada, incapaz de hacer lo que debe hacer
principalmente la policía en este mundo regido por la violencia de arriba:
atacar a los pobres, reprimir sus expresiones de descontento y bronca, ponerlos
en los carriles del “principio de autoridad”, a palos y balas, de goma, de
plomo o como venga, como ocurrió a las 01:30 de la madrugada del 5 de
noviembre, no por un libretazo de policías desalineados, sino específicamente
mandatados desde el ministerio del interior
SIETE
Las especulaciones en cuanto a “manos
negras”, intrigas, conspiraciones, indisciplinamientos policiales surgidos de
la manija de vanguardias burguesas fascistas o simples capangas mafiosos, no es
que sean alocadas. Que esto pase es parte de la misma dinámica del poder
burgués –que expresa a una clase, sin duda, pero una clase que entre sus mismos
integrantes practica metodologías aberrantes, desleales, puñaladas traperas,
ventajeos, aun en tiempos en los que el enemigo de clase debería mantenerlos
unidos-, tiene que ver con su naturaleza contraria a valores enaltecedores de
la condición humana. Sean cuales sean los entretelones turbios y subterráneos
de cada “desborde” policial, la esencia no cambia: es la violencia represora o
la violencia provocadora de situaciones que de antemano sus promotores consideran
controlables y manipulables a su antojo, aunque no siempre sea así en los
hechos tozudos de la realidad concreta.
Y, por último, dos cosas serían deseables,
aunque una parece, hoy por hoy, una verdadera utopía:
1).- Que tras pedir “disculpas”, cada ministro
que quiera hacernos entender que fue víctima de una jopeada, renuncie
indeclinablemente, y que, al hacerlo, denuncie con nombre y apellido,
públicamente, a los responsables de ella, caiga quien caiga. Por cierto, esto
es utópico por la sencilla razón de que no podemos esperarlo de quienes han
comprometido todo (incluído su propio respetable pasado), en aras de
compromisos ideológico-políticos de indiscutible renunciamiento a objetivos y
principios no negociables y éticamente “vinculantes” en cualquier circunstancia
histórica. En todo caso, si de jopeadas y falluteadas habláramos, seguramente
las hay en todo el espectro gubernamental actual, y, si nuestros deseos no
fueran utópicos, tendríamos que ver denunciar y renunciar en masa a todos los
ministros y hasta al mismo presidente, sin tener que oir el disparate hipócrita
de que “alguien tiene que hacerlo”, como solemos oir con frecuencia.
2).- Lo otro deseable, nada probable en la
cortita, pero tampoco nada utópico en un horizonte de rompimiento con la resignación
y el engaño, es que paulatina aunque sólidamente, estallidos espontáneos como
la casi suicida protesta de la noche entre el 4 y el 5 de noviembre en el Oeste
montevideano tras el fusilamiento de Sergio Lemos, vayan transformándose en
organización popular barrial creciente y permanente, concebida para no ser pan
comido ni objeto de provocaciones fascistas, y, a la corta o a la larga,
organización popular capaz de integrarse a la lucha general del pueblo
trabajador por librarnos de las cadenas del poder burgués no solamente en el
plano policial o militar, sino también en el del sometimiento
económico-político-ideológico de una clase dominante con la que no hay perdón
que valga ni expectativas de “cambios” humanizantes al mismo tiempo que nos
siguen contrabandeando desfachatadamente la entrega del país y el futuro de los
más jóvenes, a cambio de la prolongación de su propia situación de privilegios
adquiridos en la holgazanería crónica de los que se han creído “nacidos para
ganar”.
OCHO
Concluiríamos estas líneas sugiriendo buscar y
leer o releer lo que yo no pude encontrar “navegando”: el texto de la “Proclama”
dirigida a la Policía, difundida mediante abundantes cantidades de volantes
clandestinos, a fines de los ´60, en una de las acciones directas del viejo MLN-Tupamaros.
Leyendo y releyendo, capaz que a pesar de lo que objetivamente era una amenaza
a los policías que siguieran reprimiendo arbitrariamente al pueblo, se ve algo
así como la esperanza un tanto ingenua de que los uniformados “azules” que no
dejaban de ser parte de ese mismo pueblo, depusieran su hostilidad para con los
de abajo y se fueran plegando a las filas de la revolución antioligárquica y
antiimperialista, “por la liberación nacional y el socialismo”, que en aquellos
tiempos, en muchos de nosotros, parecía muy próxima, o, al menos, muy factible.
Pero nadie, absolutamente nadie, hallará en
ese verdadero documento de la historia, un solo concepto que nos hiciera
sospechar siquiera que 50 años después, algunos co-autores y volanteadores armados
de esa vieja y “romántica” proclama, pudieran terminar su vida militante
felicitando a un ministro del interior que públicamente confiesa ser
políticamente impotente e inepto, sigue olímpicamente sentado en su trono de
utilería al santo cuete, y, encima, nos dice que, obviamente, seguirá habiendo
brutalidad y represión policíacas sobre el pueblo, ¿qué le vas a hacer?… y que,
ta, macho, “lo que se perdió, se perdió”, aunque lo que se haya perdido sea la
vida en ciernes de un muchacho de 19 años cometiendo el delito de ser joven, de
andar en moto, vivir en un barrio pobre y pretender seguir viviendo del trabajo
y no de ese “choreo rastrillo” que suele ser un buen pretexto para el amasije protagonizado
por asesinos a sueldo de la peor calaña, pero que sale, a estas alturas
estimulado, de las entrañas mismas de un sistema social injusto, desigual,
ladrón y criminal por “excelencia”, que va poniendo en manos de niños, casi, un
arma con la que arremeter no contra sus verdugos, sino contra otros pobres como
ellos.
Gabriel –Saracho- Carbajales, Montevideo, 16 de noviembre
de 2013.-
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