Por Gabriel "Saracho" Carbajales
A LOS 89 AÑOS Y A UN CUARTO DE SIGLO DE SU MUERTE, “EL
BEBE” ES NUESTRO PRINCIPAL REFERENTE MORAL
Si bien no hay manera,
obvia y lamentablemente, de verificarlo fácticamente, unas cuantas y unos cuantos
estamos muy seguros de que “El Bebe” no estaría para nada comprometido hoy con “el
proyecto estratégico” y la acción política de este “Frente Amplio” que él ya
cuestionaba profundamente hace mucho más de 25 años, con el éxito electoral nítidamente
dibujado en el horizonte político, pero también exhibiendo a flor de piel las nuevas
y las viejas rengueras ideológicas que en 1971 hicieron aparecer por lo menos
como prudente el “apoyo crítico”, no solamente del MLN, a un ensayo que posibilitaba
la saludable imbricación unitaria entre corrientes muy disímiles, pero que no
sugería siquiera superficialmente cómo esas mismas corrientes podrían ir resolviendo
sus necesarias contradicciones en una perspectiva de acumulación revolucionaria
y no simplemente en una incierta perspectiva de conciliación populista “democrática”,
tan, pero tan “amplia” que vaticinaba claramente que, una vez materializado el
triunfo electoral, sencillamente la banca sería copada “por los mejor organizaditos”
y así nomás, sin más trámite, se le pondría la firma al acta de defunción de “la
intención revolucionaria”, tal como efectivamente ha ocurrido sin la más mínima
duda.
Por supuesto que
tampoco “El Bebe” estaría hoy atado a una estructura elitista como la de lo que
sigue autoproclamándose como “movimiento de liberación nacional”, de la que él
ya estaba decididamente alejado por enormes diferencias de orden
político-ideológico, entre las que no eran nada menores las referidas a la
cuestión ético-metodológica a esas alturas muy influenciada por el panorama triunfalista
a la vista de todo el mundo.
Hay quienes sostienen,
aún hoy, que ese alejamiento obedeció a asuntos personales, a broncas con algunos
personajes devenidos en miembros de un comité central con “atributos de tribunal
médico” capaz de diagnosticarle a “El Bebe” –y no sólo a él, por cierto- serios
trastornos mentales, nada improbables, por cierto, en un conjunto de “restos
humanos” sometidos a la tortura durante una docena larga de años, que, sin
embargo, en su mayoría, aceptaban el desafío de la “reinserción” con
aspiraciones de seguir aportando a una lucha por transformaciones revolucionarias
y no simplemente a una campaña de promoción electoral “progresista” post derrota.
Es indudable que más
de un figureti con ínfulas de “líder histórico” provocó en “El Bebe” un
indisimulado y más que justificado malestar “subjetivo” y más de una legítima
calentura, pero entender que esto fue lo determinante para que fuera rompiendo
como lo hizo “con el pasado” y con algunos de sus fantasmas más notorios, es no
solamente antojadizo; es, también, una forma de eludir las connotaciones de ciertos
rasgos del comportamiento “militante”, que, desarrollados y consolidados, garantizan
apenas pírricos y efímeros triunfos “democrático-burgueses” y la patética y
segura derrota de los principios, que es por lejos la peor de las derrotas.
Raúl Sendic
Antonaccio, rompiendo con el combo post dictadura como lo hizo, no rompía con
gente a la que le tenía tirría o que pretendía competir con su liderazgo “natural”,
como efectivamente lo pretendía; rompía con una concepción, con un cuerpo de
ideas que por más ecléctico que fuera, llevaba el sello identificatorio común de
una metodología muy poco honesta, muy poco respetuosa del conjunto militante,
muy propensa a las “cocinadas” de falsos iluminados y a un pragmatismo exitista
que aleja del pueblo trabajador y, naturalmente, de la integridad ética que reclama
imprescindiblemente la causa revolucionaria como cuestión básica.
“El Bebe”, sin la más
mínima duda, no titubeó en percibir todo eso como un dramático arrastre de
viejas y gravísimas indefiniciones y desviaciones ideológicas, cuyo carácter altamente
pernicioso no lo es únicamente en el trance de la lucha armada, sino en
cualquier circunstancia de la acción política, como podemos comprobarlo en el
presente.
La cuestión
ético-metodológica tiene notable incidencia en situaciones límite de la
confrontación, como pudimos comprobarlo muy sufridamente en los ´70; pero aún
sin mediar la derrota a manos del enemigo, es lógicamente esperable y en
general, segura, también, la auto-derrota a manos de conductas más o menos
colectivas que desnaturalizan los contenidos más profundos y sublimes de la opción
por la revolución de los más humildes.
No habiendo exhibido
jamás públicamente sus motivos, “El Bebe” fue el mejor ejemplo de verdadera
autocrítica asumida en los hechos más que en toneladas de documentos.
Y no es para nada
exagerada la afirmación de que si él se lo hubiese propuesto, unos cuantos de
los “galenos” que dictaminaron severamente su locura, hubiesen pasado al olvido
con solamente agitar en la interna sus razones, prevaleciéndose de su indudable
liderazgo y hasta de una cierta “veneración” especialmente entre los más
jóvenes por aquellos tiempos.
Pero no lo hizo. No
quiso hacerlo. No entraba en su propia cuestión ético-metodológica forjada en
décadas en las que jamás se dejó deslumbrar por la fama por no poseer la más
mínima ambición de poder personal, y por haber aprendido, también, que el cuarto
de hora de los advenedizos, dura éso, un cuarto de hora construido a fuerza de
manipulaciones baratas que terminan arrolladas por su propia inconsistencia
moral.
Será muy discutible
cuál es exactamente el legado dejado por “El Bebe” en materia de aportes teóricos
o de elaboración estratégica; podemos hacernos una idea aproximada considerando
algunas de sus interesantes reflexiones respecto, por ejemplo, al aprendizaje
práctico (“la mejor teoría revolucionaria es la que surge de las revoluciones
hechas”, decía), pero lo que es indiscutible es que su autoridad moral hubiera
hecho posible que una muy buena parte de la militancia de los ´80 se hubiese
atrevido a intentar con él una nueva organización política distinta, bien distinta,
impulsada seguramente por mucha gente que jamás había sido “bebista”,
precisamente.
Dá para más, por
supuesto. Pero lo dicho es suficiente para intentar rendirle homenaje, este domingo
16 de marzo en el que cumpliría 89 años, a un hombre sencillo que no se mareó
con las marquesinas del inminente triunfo “democrático”, no por ciego, sino por
descartar de plano comportamientos que terminan sepultando en lo más hondo del
renunciamiento lo más puro de los sentimientos revolucionarios nacidos en la
rebeldía más elemental despertada por lo injusto de la conducta de los “poderosos”.
El hombre que hoy
hubiese estado de cumpleaños deshechó una vida de lisonjas y fatuo poderío caudillesco,
como si en sus visiones de ensoñación del futuro hubiera elegido seguir siendo
un revolucionario vivo aún después de la muerte.
“El Bebe” es eso,
justamente: el ejemplo siempre vivo de cómo ser un revolucionario para siempre
y no únicamente el homenajeado en cada fecha de nacimiento o de muerte.
Raúl Sendic
Antonaccio es todos los días el principal referente moral de quienes, más allá
de los puntos y las comas, hemos comprometido nuestra vida en el combate y la
derrota de la injusticia sin prescindir de la humildad y la honestidad
entendidas y sentidas como principales valores ideológicos de un revolucionario
y de la revolución de los pobres.
Gabriel –Saracho-
Carbajales, Montevideo, 16 de marzo de 2014 / año de la dignidad.-
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