por Gabriel Carbajales
Emilio Ezequiel –Segundo- Martínez Píriz, Compañero
Los años nos van haciendo –además de
viejos y mañeros, ni qué hablar- muy intuitivos y medio propensos a buscarle “señales”
a todo.
Además, lo que suele llamársele “presentimientos”,
al menos entre estos especímenes en extinción que somos las y los “sobrevivientes”,
son también algo, en general, bastante “normal”.
Por ejemplo: hemos amanecido tantas
veces enterándonos de que mientras dormíamos se nos moría otra querida compañera
u otro querido compañero “en lo mejor de la vida”, que ya no es nada raro que
terminemos asociando alguna pesadilla habitual de comida de olla o alguna
fiebre de gripe común y corriente, con alguna de las frecuentísimas bajas con
que nos venimos despertando asiduamente en estos últimos diez o quince implacables
años de seguir batallando pese a ir viendo cómo la quedás al toque, jóvenes
aún, de golpe y porrazo, como bromeando o de demasiado confiado, nomás, en esta
especie de deporte de írsela pasando por el moño a una parca que vivió mojándonos
la oreja día y noche, divirtiéndose con nosotros y causándole mucha bronca a
los que cuarenta años atrás soñaron que ni de lejos llegaríamos a conocer las
reveladoras luces del centelleante siglo XXI.
El asunto es absolutamente irracional,
por cierto; tremendamente caprichoso, totalmente opuesto a la manera en que nos
propusimos ver las cosas de este universo quienes hemos querido ir volcando
nuestro espíritu y nuestra inteligencia hacia una percepción del mundo y del fenómeno
humano, lo más “objetiva” y “científica” posible… Eso sí, no hay caso: el
fenómeno humano es también un universo “aparte”, bastante menos conocido y bastante
más complejo que el vastísimo, interminable y eterno universo que hemos querido
conocer con bastante más curiosidad y ahinco que los que hemos puesto en
conocernos a nosotros mismos, no por desidia, supongo, sino por haber confiado
desmedidamente en que muchas “explicaciones” devendrían del conocimiento del
gran universo “que nos rodea” y sus leyes.
Pero, bueno… Ya habrá tiempo y voluntades
para entrarle al asunto, siempre y cuando nos lo permita el triunfo aplastante de
la gigantesca a impostergable cruzada de la humanidad por acabar con los más despreciables
de su propia existencia, ésos que en nombre de la humanidad, se mofan de ella,
del universo y hasta de los mismos “sagrados designios” que invocan con
hipocresía sin par para ser los enemigos del universo y de la misma especie humana.
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Hoy volvió a ocurrirme. Amanecí con un
fortísimo resfrío, un fulerazo dolor de cabeza y un brutal desgano del que
solamente lograron sacarme una invasión de moscas tamaño baño y unos
insoportables mosquitos enfermos de insomnio y de solitaria tratando de
aterrizar en mis orejas.
Me costó, pero pude levantarme,
arrimar la caldera a la hornalla de la izquierda, tirar la yerba de ayer y
preparar el amargo de hoy con la precisión del robot completamente automatizado.
También como robot, enfilé hacia este
aparatito que ahora me permite divagar casi libremente, y apenitas abrí el buzón,
de nuevo la misma penosa sensación: ¡con razón!... anoche, mientras dormía,
molesto, con fiebre, seguramente delirando, dándome mil vueltas en la catrera y
maldiciendo, el Emilio, el Ezequiel, el enorme Compañero Segundo, se estaba muriendo
(en realidad ni sé a qué hora fue)… ¡Mientras yo dormía, “El Canario” se moría,
maldita sea!.
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Nos conocimos con Emilio Ezequiel –Segundo-
Martínez Píriz en febrero, hace 41 años, en el celdario de “Libertad”, él
luciendo el número 706, yo el 807 de la cosecha “antisubversiva” post arremetida
tupamara contra el “escuadrón de la muerte” de Mitrione y Acosta y Lara,
rápidamente sustituido “parlamentariamente” por los muy competentes escuadrones
de la muerte de “las conjuntas”.
Nunca antes nos habíamos visto las
caras para nada (a no ser yo la suya en los diarios, cuando “El Abuso”). Me
gustó llamarlo por su segundo nombre, Ezequiel, pero de entrada, nomás, a ambos
nos gustó asignarnos burlonamente “rangos milicianos” muy rimbombantes y
surrealistas en aquellos tiempos de paliza por goleada.
Normalmente, además, nos hacíamos una
disimulada “venia” imperceptible para unos miliquitos muy preocupados por que
los hábitos militares no se vieran menoscabados agarrándolos para la chacota “el
personal recluso”.
Congeniamos de buenas a primeras, y
cuando en algo discrepábamos fuerte, en general la conversa terminaba en degradación
mutua, susurrándonos casi al oído: “¡Párese firme, recluta!!!…”. Y, sin más trámite,
mandábamos al congelador el punto de la “indiscrepancia”, que normalmente era
de índole menor o poco importante.
No hay por qué ocultarlo. Tuvimos
siempre una clarísima y muy crítica coincidencia ideológica, interpretando lo que
nos había ocurrido, posicionándonos en el difícil día a día de la discusión
entre derrotados con ganas de seguirla e imaginándonos cómo habría que seguirla,
siempre sin andar escarbando demasiado en aspectos particulares de la experiencia
de cada cual. Nos bastaba esa sintonía saludable y elemental que, más que la
discusión, te la dan las vivencias comunes desde la misma infancia, sobre todo
si ella se fue desarrollando entre gente de pueblo sencilla y marcada a fuego
por las injusticias y esos atropellos que, vividos muy tempranamente, operan
como “manual básico” de adoctrinamiento y consustanciación sincera y natural con
la causa.
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En los momentos más severos de mi duro
traspié de salud por aquellos tiempos, “El Canario” fue uno de mis hermanos del
alma, uno de esos puntales insustituibles. Tenía la virtud de hacerme ver que
él no estaba tan jodido como yo, pero que “bancarme”, para él, no era nada esencialmente
distinto al tener que vérselas con sus propias cuitas, que sabía transmitírmelas
sin simular ni disimular nada, y sin hacerme sentir con el ánimo por el piso. Hablar
con él, era para mí, invariablemente, encontrar nuevos motivos para seguir
adelante; para saber que el baile seguía y que nadie que quisiera seguir
bailando, quedaría afuera.
De los trilles con Ezequiel, conservo
aún la irradiación de su lectura siempre constructiva de las dificultades contra
viento y marea y de un espíritu en franca rebeldía ante la resignación y en
guerra inconciliable con el conformismo, ese “estado del alma” que suele
preceder a los grandes renunciamientos.
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Tuvieron que pasar casi cuarenta años
para saber que cuando caímos en desgracia todos, él y algunos pocos más ya
venían viviendo su propia y pequeña “odisea” en la interna del MLN (T), antes
de la paliza… Él era uno de los que se había atrevido a desobedecer ciertas “órdenes”,
a no acatar ciertos lineazos, a pararse firme frente a lo que, ostensiblemente,
eran antojos y arbitrariedades únicamente “lógicas” no entre revolucionarios,
sino entre “incondicionales” de vaya a saberse qué dogma estrafalario bien
alejado de la revolución y de los contenidos de una lucha comprometida con la emancipación
de la clase, mismo, pero no con veleidades mesiánicas de quien sea…
Fue hace apenas cuatro años,
vacacionando con él y Ana –su eterna Compañera, su enorme Compañera-, que
casi-casi terminamos conociéndonos con Ezequiel. Pasamos unos llndísimos días,
atorranteamos como locos, dimos vuelta el mundo y al mundo de sur a norte y de
este a oeste y al revés; pintamos futuros cercanos y futuros muy, pero muy lejanos,
chusmeamos un poco también -¿por qué no?- y hasta nos dimos el lujo de
pelearnos y no hablarnos por unas cuantas horas, luego de una “indiscrepancia” menor
que Ana todavía debe estar tratando de entender, y no sé si alguna vez podrá…
(una cuestión, al fin de cuentas, entre un canario calentón y un gallego bruto,
que aún jugando a la payana, pueden llegar a “retarse a duelo” y tratarse de “usté”
y mirarse de reojo, ¡qué joder!).
Pero no. No nos terminamos de conocer;
Ezequiel. Seguiremos conociéndonos, seguiremos una conversa que entre vos y yo,
no tiene fin, y yo seguiré con la idea de que mientras la gripe no me dejaba
dormir, vos te nos dormías del todo, zonzo, olvidándote de despertarte, qué se
yo, confiando demasiado en este bobo que por suerte palpitará con ganas aún después
de la muerte, y que, vivos o muertos, nos dejará aunque más no sea un ratito,
volver a levantarnos, tirar la yerba de ayer, aprontar el amargo de hoy y salir
de nuevo a la calle, con el termo apretado en los riñones y la voz fuerte de
nuestros hermanas y hermanos, gritando con nosotros, hasta ensordecer a los que
no quisieron oir, “HASTA LA VICTORIA, SIEMPRE, ¡REVOLUCIÓN O REVOLUCIÓN!!!”.
Nos vemos, Canario. Donde sea, nos
seguiremos viendo y amando aunque sea refunfuñando y mandándonos a freir
tortafritas de vez en cuando (¿quién nos lo va a prohibir, eh?).
¡Habrá patria socialista para todos, Comandante Segundo, hasta para los que ya no
la quieren!!!.
Gabriel –Saracho-
Carbajales, 1° de Marzo de 2014 / año de la dignidad.-
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