viernes, 24 de julio de 2015

Osvaldo Maidana, un grande









No recuerdo bien el año debería ser por fines de los 80 llegamos con el "Aboyado" a una casita del Barrio Obrero, allí mismo frente a la Plaza de Haití, golpeamos las manos en el frente y entre el aroma a comida y el ladrido de los perros se asomo una señora mayor que mientras se secaba las manos en su delantal nos miraba y decía dirigiendo su voz para el interior de la casa..."nene debe ser para vos", allí salió el "Negro" mirando como desconfiado, como en otros tiempos, con un pie apuntando hacia la "clande"..."ha son Uds. pasen".... vieja son mis amigos, son compañeros , y le asomo una sonrisa a la madre que volvió a la cocina para poner las papas a hervir. Osvaldo Maidana, el "Negro", un adelantado por esos años pocos tenían acceso a las computadoras, y el Negro no sólo tenía una en su casa sino que además andaba de vuelo, desde allí entre cuentos y comidas caseras, mezclando un poco de juegos con militancia sacamos la primer Edición de "La Fortaleza", en la tapa la foto de los compañeros de Colagel ocupando la fábrica, dos hojas tamaño de diario con letra chica para escribir más palabras y alguna foto en la interna componían ese primer y único ejemplar que sacamos del semanario del Cerro unas horas antes de finalizar ese 30 de abril , víspera del 1º de mayo. Desde allí en adelante una amistad discontinua en lo físico y permanente en el alma, el Negro era de esos que no lo veías seguido pero sabías que estaba, siempre estaba. Entre el Troccoli y las “pegatinas” mezclaba anécdotas que narraba con una pasión única, ayudado por una memoria prodigiosa que nunca olvidó a los “compañeros” de antes, a los fieles, a los dignos, y que te podía decir completo el plantel de Cerro del año que vos quisieras tanto como los detalles con pormenores de cualquier reunión en la “clande”. Un crack, cuando hablaba de sus hijos se les llenaban los ojos de alegría, te metía en la conversa una en serio y una en broma, y podías pasar horas hablando con el sin aburrirte ni un minuto, conversador nato, solidario, buscavidas, paso de ser el “uno” en El Gráfico de Argentina a vender yuyos en 8 de Octubre, y termino laburando como “negro chico” en la Diaria de Uruguay, pero lo de adentro nunca cambió, ñel siempre fue el mismo. El “Negro” Maidana se nos fue, siguió el camino de la vieja a unas pocas semanas de partir, el destino los volvió a juntar, y estoy seguro que cuando empiece el campeonato estará allí sentado junto al Tito Eleazar recordando al viejo Tupamaraje y criticándole el agua del termo que siempre estaba fría. Hasta siempre Negro, en cualquier recodo del destino nos volveremos a encontrar.



Trabajó antes, entre otros medios, en Mate Amargo, y mantenía contacto fluido con muchos otros tupamaros. Cada tanto nos mostraba alguna foto vieja en la que aparecía con Mujica o con Fernández Huidobro, a la salida de la dictadura. Es que, más allá de diferencias y calenturas, El Negro pertenecía a esa gran familia, compartía esa sensibilidad y esa identidad que desde hace muchos años no implican formar parte de la estructura del MLN-T. Se le notaba en cierta jerga, en su manera de interpretar los hechos y hasta en cosas chicas como hablar en un susurro, como quien te cuenta un secreto. A muchos los seguía viendo en las cazuelas anuales del grupo solidario Ibiray, un espacio de ex presos y militantes sociales que recauda fondos para atender a gente sin recursos o con problemas de salud. Todos los años pedía una nota sobre esa actividad.
Otro clásico eran las coberturas del Día de los Trabajadores, cuando les pedía a los letristas de la redacción que no se olvidaran de mencionar a la columna Cerro-Teja, que orgullosamente integraba. Era tan fanático del Cerro como del Club Atlético Cerro y del fútbol en general. Escuchaba los partidos por radio y más de una vez, mirándolos en la tele, nos enteramos de los goles por sus gritos. El Negro era el más veterano de la redacción y era un tipo a veces hosco, con una generosidad clandestina, como lo sabe más de un compañero del diario que recibió de él algún regalo imprevisto, para sí o para un hijo.
Fue también periodista, pero se dedicó sobre todo a una labor invisible, que bien hecha regala prestigio a otros y sólo pasa al frente para comerse garrones. Pertenecía a una especie de correctores que se va yendo con su generación: de los que no se arrimaron al oficio mediante cursos formales, sino sólo por el amor a lo escrito de quienes leían mucho y a fondo aunque ése no fuera su trabajo; con una gran acumulación de eso que se llamaba “cultura general”, por haber tenido que manejar durante décadas textos sobre las cuestiones más diversas y haberse sentido responsable de aprender sobre todas ellas; con una trayectoria que lo llevó a compartir redacciones y sus alrededores con muchos grandes, aquí y en Buenos Aires; memorioso custodio de historias y anécdotas, que siempre tenía dos o tres cosas que agregar y tres o cuatro que discutir en la conversación sobre cualquier asunto.
Julio parece ser un mes especialmente complicado para nosotros: hoy, cuando compartimos esta triste noticia, se cumple además un año de la muerte de Marcelo Jelen.

Gráficos de "Saracho"





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