Publicado en VOCES 22 abril 2021
Por Jorge Zabalza
Desde Reactiva Nicolás anota que el espacio con intención revolucionaria -que tengo intención de integrar- “no ha discutido las implicancias de la pandemia”. Es verdad. Nos ahogamos en falsos dilemas. Sin embargo, las aguas esconden certezas que ayudan a configurar la perspectiva transformadora que se precisa para caminar o, una vez más, para recomenzar a hacerlo.
El humano no es un ser superior, aislado de la naturaleza, por el contrario, es hijo de ella. Nació, creció y se desarrolló en estrecha interdependencia con las especies animales. Está integrado a una trama de vínculos entre los animales llamados silvestres, los domesticados y los autodenominados seres humanos. Comparte, además, el pool de bacterias y virus, de enfermedades infecciosas que aquejan a todas las especies animales.
Muchas de esas enfermedades son antropozoonóticas, colonizan los seres humanos e infectan al resto de los animales: sarampión, polio, tuberculosis. Otras, las zoonóticas, recorren el camino inverso, parten de alguna especie salvaje, atraviesan los domesticados y terminan por infectar humanos: ébola, toxoplasmosis, mal de Lyme. De manera que, aun en estado de equilibrio, acechan a la humanidad miles de potenciales pandemias. Ahí es donde interviene el capitalismo y rompe el equilibrio. Su necesidad de reproducir y concentrar el capital lo hace desforestar selvas y montes, abrir minas a cielo abierto, desalojar especies salvajes y comunidades originarias, criar en establos animales domesticados y hascinados.
El 20% de todas las especies animales son murciélagos. Expulsados de su hábitat natural, encuentran alimento en los galpones donde, estabulados, engordan inhumanamente aves y cerdos para alimento de la humanidad. Al chuparles la sangre, los murciélagos transmiten enfermedades a aves y cerdos, quienes, de puro vengativos nomás, contagian a los humanos. Son las necesidades del capital que rompen el equilibrio biológico y … ¡zas! ¡las zoonosis atacan y la OMS declara al mundo en pandemia!
La pandemia beneficia a unos pocos y perjudica los más. Según datos publicados por Forbes, recogidos del Instituto de Estudios Políticos, en el año que corre del 18 de marzo de 2020 al 18 de marzo de 2021, 43 nuevos miembros ingresaron al club de los multimillonarios que, gracias al coronavirus, aumentaron sus riquezas en un 45%. Por supuesto, no parece necesario recalcar que el crecimiento exponencial de ese capital no salió de la nada, fue robado por diversas vías. Eso está claro. Están claras, además, las consecuencias sociales: desocupación, miseria, exclusión, hambrunas. No todas las clases gozan de la misma libertad para hacerse cargo de la pandemia.
También es cierto que los “genios” del capital mundializado disponen de los recursos financieros, tecnológicos e intelectuales para crear y propagar zoonosis artificiales. No hay evidencias claras de que el COVID 19 sea producto de laboratorio. Tal vez algún día se descubran elementos que confirme esas hipótesis. En cambio, no hay dudas que los dueños del mundo son muy capaces de tamaña operación criminal. No olvidar que son los ingeniosos creadores de invasiones y guerras coloniales, del terrorismo de Estado y otras formas de expropiar y concentrar no menos criminales.
El capitalismo crece y se reproduce a sí mismo sin cesar, está invadiendo los últimos rincones del universo que rige la ley de valor y, en consecuencia, el horizonte de la humanidad seguirá oscurecido por la posibilidad cierta de más pandemias genocidas. Es imposible pensar que el capital abandone las actuales prácticas en la producción de alimentos y el uso de muy rentables tecnologías irracionales.
Para eliminar las pandemias es preciso eliminar el capitalismo o, por lo menos, crear conciencia de la necesidad de eliminarlo. No hay otro modo. Eliminar la rentabilidad y concentración del capital como rectoras de la relación entre la naturaleza y la sociedad. En este sentido, los intelectuales de la izquierda europeizada debieran prestar muchísima atención al pensamiento y las prácticas milenarias de los pueblos del Tercer y Cuarto Mundo.
Achacarle a Lacalle Pou el fracaso en el control de la pandemia, no cuestiona el fondo del asunto: las democracias representativas, burguesas y liberales son incapaces de proteger los pueblos de las consecuencias sociales y sanitarias del capitalismo. No es el presidente sino el sistema lo que está fracasando. En otras palabras: no
nos habría ido mejor gobernando otro partido del sistema. Tal vez se pudieran haber tomado mayores medidas asistencialistas, pero no habrían alterado la esencia del capitalismo: el modelo depredador de la naturaleza ni el pago puntilloso de la Deuda. Con Arbeleche o Astori en este 2021 se estarían pagando 1.600 millones de dólares por concepto de servicios de la deuda externa, fondos que dedicados a auxiliar los vulnerados por la pandemia, más vulnerables habrían roto el compromiso del Estado con el capitalismo mundializado.
Insensiblemente, pero sin inocencia alguna, el discurso político, la academia y los medios de comunicación están sembrando un modo de pensar y de sentir que precede la deriva al autoritarismo. Debemos estar satisfechos, nos dicen: gracias a dueto gobierno/oposición somos la democracia de mejor “calidad” de América Latina y del mundo, la vieja idea de la excepcionalidad del Uruguay. Se obvia, por supuesto, que también somos campeones mundiales en cantidad de contagiados por cada cien mil habitantes.
Se está fabricando el espacio ideológico que propicia nuevos imitadores de Mussolini, se nota hasta en el gestito con el mentón. La democracia siempre será de altísima “calidad” para los que viven en la cumbre de la pirámide, gozan de todos los derechos y libertades y participan o consienten las decisiones políticas. Se sienten representados por el sistema.
En cambio, todo el palabrerío liberal de los politólogos es irrelevante para la base popular que, sin capital ni poder político, está forzada a producir sin descanso para no interrumpir la acumulación de capital. Sienten el sistema como algo distante, que le es ajeno y toma decisiones sin ellos y en contra suyo.
Desde el período inicial de circulación del virus, la prédica liberal utilizó el horror para domesticar los sectores populares y reinstalar, sutilmente, el imaginario de obedecer al que manda. Les interesa que el espanto sea el ingrediente central en las decisiones que toman las organizaciones sociales y la oposición parlamentaria. Los convocan a discutir en el parlamento y los medios, a que abandonen el sano recurso a la movilización callejera, único instrumento de poder conque las grandes mayorías populares pueden defenderse de los dueños del Uruguay. Con la pandemia quieren legitimar la mentirosa biblia liberal: separación de poderes, derechos y libertades, igualdad de oportunidades y la teoría del derrame en lo económico.
Mucho antes que el pachecato se instalara (1968), el herrero ruralismo con Echegoyen y Nardone (1958) comenzó a abonar el terreno del pasaje al autoritarismo, a conformar el colchón electoral e ideológico que necesitaba la dictadura anticomunista y antisubversiva. Los fascismos siempre fueron fenómenos de masas. Es el período previo al autoritarismo. Apenas fracasen en la tentativa por convencer de buenas maneras, su recurso será pasar al modo autoritario de la dominación para meter en vereda a los disidentes. Algo que anticipa algunas de las actuales actitudes del actual aparato represivo.
La “calidad” de la democracia debe medirse en participación de las masas en las decisiones de gobierno. En una democracia de muy alta “calidad” la política y el poder se trasladaron hacia las clases populares; todo lo demás es puro verso, aunque se escriba en la facultad de ciencias políticas. En la institucionalidad burguesa, las libertades y los derechos son simple palabrerío para el oído del turista, solía enseñar Raúl Sendic Antonaccio, criticando al batllismo y a su ladero, el socialista Emilio Frugoni. ¡Qué pensaría ahora de sus viejos compañeros, los apóstatas convertidos en operadores ideológicos y políticos de la democracia burguesa!
En cierto momento la muerte deja de ser una consideración abstracta, más o menos remota, para volverse una posibilidad cercana, atemorizante, determinante: hubo matanzas que ayudaron a darse cuenta de quienes sacaban tajada de ellas. La primera guerra mundial creó la subjetividad necesaria para el Octubre Rojo en 1917 y para la insurrección obrera en Alemania (1918). Puede afirmarse que el horror que las masacres produjeron en el pueblo estadounidense ayudó a la derrota de sus fuerzas armadas en Vietnam. Es muy probable que, agregada al terror por la mortandad, la deriva al autoritarismo y la represión que vendrá, provoquen explosiones populares.
El movimiento popular va re-organizando sus fuerzas. Sus primeras expresiones se ven en las ollas populares, la campaña contra la LUC y la que se está iniciando para defenderse de la reforma jubilatoria. Con temores y auto organización, sin medios ni finanzas, se desobedece y resiste el mensaje desalentador que emiten desde las alturas. ¿Dónde conducirá este proceso signado por muertes masivas por una enfermedad producto del capitalismo, que no puede controlar la democracia burguesa, representativa y liberal?
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