13 sep 2015
Según el documento, a pesar de que en los años
recientes bajó la pobreza y la desigualdad de ingresos, no se logró que
la diferencias entre los barrios más ricos y los más pobres se achiquen.
Incluso, se plantea que en materia educativo los registros se
agravaron.
El texto analiza los principales resultados de la Encuesta Continua de
Hogares 2014 y dedica todo un capítulo a hablar de la "segregación
residencial", la cual explica que refiere "al proceso por el cual la
población de las ciudades se va localizando en espacios de composición
social homogénea". Así, destaca que el análisis de ese aspecto "es
relevante en tanto se vincula con la distribución territorial de la
oferta y demanda de los servicios básicos (agua, saneamiento, educación o
salud) y el acceso desigual a los mismos por parte de la población".
"En un período en que la incidencia de la pobreza y la desigualdad
medida en términos de ingresos han presentado una continua reducción, no
se observa una mejora en los indicadores que miden segregación
residencial y más aún, se percibe una tendencia creciente de la misma en
términos de educación", subraya el informe.
>>> Encuesta Continua de Hogares, Principales Resultados 2014
10/ 9/2015
El INE, que depende de la Oficina de Planeamiento y
Presupuesto (OPP) y por lo tanto así de la Presidencia de la República,
subraya que "al agudizarse la segregación residencial puede generarse
una pérdida de interacción entre personas con diferente nivel
socioeconómico y/o educativo. A mediano y largo plazo esto puede afectar
la ventana de oportunidad de las personas más pobres al perder espacios
de socialización con personas más favorecidas que podrían fortalecer
sus herramientas de desarrollo", su-brayó el organismo oficial.
Peor educación.
El informe analizó tres variables en la capital del
país. Pobreza (hogares por encima y por debajo de la línea de pobreza),
educación (se midió acceso a la educación terciaria) y presencia o no de
hacinamiento (considerando la existencia de este cuando el número de
personas por habitación, sin considerar baños y cocinas, es mayor a
dos).
Para eso, utilizó el denominado Índice de Duncan, el
cual varía entre 0 y 1, siendo el 0 la ausencia de segregación y el 1 un
escenario de extrema segregación. Así, los registros de 2014 fueron de
0,45 en cuanto a pobreza, 0,44 en educación y 0,40 en hacinamiento.
El informe del INE compara los resultados con los
obtenidos en 2006, y afirma que "se percibe que para las variables de
pobreza y hacinamiento no se registran cambios", mientras que en
términos de educación "se observa una tendencia creciente de la
segregación residencial en Montevideo". Las cifras, según el Índice de
Duncan, pasan en ese ítem de 0,41 a 0,44.
El texto detalla que "la segregación residencial no
es un fenómeno aislado, sino que habitualmente se retroalimenta con otro
tipo de segmentaciones (laboral, educativa, etc.) con efectos en el
aislamiento social que impacta principalmente a las personas pobres".
"Existen distintos factores que confluyen en la concentración geográfica
de población con similares características sociales, generándose
espacios geográficos cada vez más homogéneos en su interior y más
heterogéneos con el resto", se explicó.
Así, el informe del INE concluye que como los
resultados se dan en un contexto de continua mejora en los índices de
pobreza y desigualdad de ingresos en Montevideo entre 2006 y 2014,
"quiere decir que independientemente de la mejora de los indicadores
habituales de bienestar, pueden generarse procesos de exclusión social a
partir de la concentración espacial de la población según los atributos
considerados".
"Cinturón".
A la misma vez, al observar los datos se aprecia que
los barrios de la costa de Montevideo son los que consolidan mejores
indicadores, mientras que los de la periferia suman diagnósticos
complejos.
La existencia de segmentación territorial es
fácilmente observable al analizar los mapas realizados con los
resultados (ver infografía). Se explica, de esa forma, que en "todos los
casos, los municipios A y F presentan mayor porcentaje de hogares con
las características menos favorables (hogares pobres, hogares con
hacinamiento y hogares sin integrantes con educación terciaria).
En el municipio A se encuentran barrios tales como La Teja, Cerro, Casabó Pajas Blancas, Nuevo París y Belvedere.
Mientras tanto, los municipios ubicados al sur del
departamento, el B y el CH, son los que presentan menor porcentaje de
hogares pobres y sin integrantes con educación terciaria. Aunque en el
caso de la variable hacinamiento, los municipios C y CH son los que
presentan menor incidencia.
En el municipio B están, entre otros, los barrios
Cordón, Parque Rodó, Palermo, Barrio Sur, Ciudad Vieja, Centro, parte de
La Aguada y La Comercial. En el CH están Tres Cruces, Parque Batlle,
Villa Dolores, Buceo, Pocitos y Punta Carretas, y en el municipio C
están Aguada, Aires Puros, Bella Vista, Brazo Oriental, Capurro, Prado,
Goes y Jacinto Vera, entre otros.
49,2% de los niños vive en hogares pobres.
El informe presentado por el INE muestra que el
49,2% de los niños y niñas del país residen en hogares cuyo nivel de
ingresos se encuentra en el primer quintil, o sea en los hogares más
pobres. El análisis oficial agrega: "Casi la mitad de los niños que
tienen entre 0 y 11 años de edad se encuentran en los hogares con
menores recursos".
En tanto, en el segundo quintil se ubica el 22,9% de
los niños, en el tercero está el 13,5%, en el cuarto el 8,8% y en el
quintil más rico está solamente el 5,6% de los niños.
Según el estudio, "para la totalidad de los hogares
del país la pobreza alcanza 6,4%", mientras que ese porcentaje "aumenta
al 14,7% entre los hogares donde residen niños menores de 12 años".
Cuanto más, peor.
A ese diagnóstico de amplia vulnerabilidad de la
infancia, se suma otro elemento de gravedad. Así lo explica el INE: "No
solo es mayor la incidencia de la pobreza en hogares donde residen niños
de 0 a 11 años de edad, sino que esta aumenta a medida que aumenta la
cantidad de menores en el hogar". Mientras que la pobreza es del 9,5% en
los hogares con un único niño, en los hogares con tres o más menores es
del 37,8%, detalla el informe divulgado el pasado jueves.
La Encuesta Continua de Hogares de 2014 determinó,
también, que la cantidad de menores de 0 a 11 años representa el 16,8%
de la población total de Uruguay. En términos absolutos y a partir de
las proyecciones de población realizadas, estaría en el orden de las
573.000 personas. Además, el 51,8% de estos menores son varones y el
48,2% son niñas. Se explica en el informe que "ellos constituyen un
17,7% de los hombres y ellas un 15,9% de las mujeres de todo el país".
En tanto, al analizar la cantidad de niños por
región, el informe expresa: "Casi la mitad de esta población (46%)
reside en localidades del interior del país de 5.000 o más habitantes,
el 36% en Montevideo y el 18% en localidades rurales o menores a 5.000
habitantes".
>>> Esta noche le crece la nariz
Ser de izquierda es, desde que esa clasificación surgió con la
Revolución Francesa, optar por los pobres, indignarse ante la exclusión
social, inconformarse con toda forma de injusticia o, como decía Bobbio,
considerar una aberración la desigualdad social.
Ser de derechas es tolerar injusticias, considerar los imperativos del mercado por encima de los derechos humanos, encarar la pobreza como tacha incurable, creer que existen personas y pueblos intrínsecamente superiores a los demás.
Ser izquierdista -patología diagnosticada por Lenin como ‘enfermedad infantil del comunismo’- es quedar enfrentado al poder burgués hasta llegar a formar parte del mismo. El izquierdista es un fundamentalista en su propia causa. Encarna todos los esquemas religiosos propios de los fundamentalistas de la fe. Se llena la boca con dogmas y venera a un líder. Si el líder estornuda, él aplaude; si llora, él se entristece; si cambia de opinión, él rápidamente analiza la coyuntura para tratar de demostrar que en la actual correlación de fuerzas…
El izquierdista adora las categorías académicas de la izquierda, pero se iguala al general Figueiredo en un punto: no soporta el tufo del pueblo. Para él, pueblo es ese sustantivo abstracto que sólo le parece concreto a la hora de acumular votos. Entonces el izquierdista se acerca a los pobres, no porque le preocupe su situación sino con el único propósito de acarrear votos para sí o/y para su camarilla. Pasadas las elecciones, adiós que te vi y ¡hasta la contienda siguiente!
Como el izquierdista no tiene principios, sino intereses, nada hay más fácil que derechizarlo. Dele un buen empleo. Pero que no sea trabajo, eso que obliga al común de los mortales a ganar el pan con sangre, sudor y lágrimas. Tiene que ser uno de esos empleos donde pagan buen salario y otorgan más derechos que deberes exigen. Sobre todo si se trata del ámbito público. Aunque podría ser también en la iniciativa privada. Lo importante es que el izquierdista sienta que le corresponde un significativo aumento de su bolsa particular.
Así sucede cuando es elegido o nombrado para una función pública o asume un cargo de jefe en una empresa particular. De inmediato baja la guardia. No hace autocrítica. Sencillamente el olor del dinero, combinado con la función del poder, produce la irresistible alquimia capaz de hacer torcer el brazo al más retórico de los revolucionarios.
Buen salario, funciones de jefe, regalías, he ahí los ingredientes capaces de embriagar a un izquierdista en su itinerario rumbo a la derecha vergonzante, la que actúa como tal pero sin asumirla. Después el izquierdista cambia de amistades y de caprichos. Cambia el aguardiente por el vino importado, la cerveza por el güisqui escocés, el apartamento por el condominio cerrado, las rondas en el bar por las recepciones y las fiestas suntuosas.
Si lo busca un compañero de los viejos tiempos, despista, no atiende, delega el caso en la secretaria, y con disimulo se queja del ‘molestón’. Ahora todos sus pasos se mueven, con quirúrgica precisión, por la senda hacia el poder. Le encanta alternar con gente importante: empresarios, riquillos, latifundistas. Se hace querer con regalos y obsequios. Su mayor desgracia sería volver a lo que era, desprovisto de halagos y carantoñas, ciudadano común en lucha por la sobrevivencia.
¡Adiós ideales, utopías, sueños! Viva el pragmatismo, la política de resultados, la connivencia, las triquiñuelas realizadas con mano experta (aunque sobre la marcha sucedan percances. En este caso el izquierdista cuenta con la rápida ayuda de sus pares: el silencio obsequioso, el hacer como que no sucedió nada, hoy por ti, mañana por mí…).
Me acordé de esta caracterización porque, hace unos días, encontré en una reunión a un antiguo compañero de los movimientos populares, cómplice en la lucha contra la dictadura. Me preguntó si yo todavía andaba con esa ‘gente de la periferia’. Y pontificó: “Qué estupidez que te hayas salido del gobierno. Allí hubieras podido hacer más por ese pueblo”.
Me dieron ganas de reír delante de dicho compañero que, antes, hubiera hecho al Che Guevara sentirse un pequeño burgués, de tan grande como era su fervor revolucionario. Me contuve para no ser indelicado con dicho ridículo personaje, de cabellos engominados, traje fino, zapatos como para calzar ángeles. Sólo le respondí: “Me volví reaccionario, fiel a mis antiguos principios. Prefiero correr el riesgo de equivocarme con los pobres que tener la pretensión de acertar sin ellos”.
Ser de derechas es tolerar injusticias, considerar los imperativos del mercado por encima de los derechos humanos, encarar la pobreza como tacha incurable, creer que existen personas y pueblos intrínsecamente superiores a los demás.
Ser izquierdista -patología diagnosticada por Lenin como ‘enfermedad infantil del comunismo’- es quedar enfrentado al poder burgués hasta llegar a formar parte del mismo. El izquierdista es un fundamentalista en su propia causa. Encarna todos los esquemas religiosos propios de los fundamentalistas de la fe. Se llena la boca con dogmas y venera a un líder. Si el líder estornuda, él aplaude; si llora, él se entristece; si cambia de opinión, él rápidamente analiza la coyuntura para tratar de demostrar que en la actual correlación de fuerzas…
El izquierdista adora las categorías académicas de la izquierda, pero se iguala al general Figueiredo en un punto: no soporta el tufo del pueblo. Para él, pueblo es ese sustantivo abstracto que sólo le parece concreto a la hora de acumular votos. Entonces el izquierdista se acerca a los pobres, no porque le preocupe su situación sino con el único propósito de acarrear votos para sí o/y para su camarilla. Pasadas las elecciones, adiós que te vi y ¡hasta la contienda siguiente!
Como el izquierdista no tiene principios, sino intereses, nada hay más fácil que derechizarlo. Dele un buen empleo. Pero que no sea trabajo, eso que obliga al común de los mortales a ganar el pan con sangre, sudor y lágrimas. Tiene que ser uno de esos empleos donde pagan buen salario y otorgan más derechos que deberes exigen. Sobre todo si se trata del ámbito público. Aunque podría ser también en la iniciativa privada. Lo importante es que el izquierdista sienta que le corresponde un significativo aumento de su bolsa particular.
Así sucede cuando es elegido o nombrado para una función pública o asume un cargo de jefe en una empresa particular. De inmediato baja la guardia. No hace autocrítica. Sencillamente el olor del dinero, combinado con la función del poder, produce la irresistible alquimia capaz de hacer torcer el brazo al más retórico de los revolucionarios.
Buen salario, funciones de jefe, regalías, he ahí los ingredientes capaces de embriagar a un izquierdista en su itinerario rumbo a la derecha vergonzante, la que actúa como tal pero sin asumirla. Después el izquierdista cambia de amistades y de caprichos. Cambia el aguardiente por el vino importado, la cerveza por el güisqui escocés, el apartamento por el condominio cerrado, las rondas en el bar por las recepciones y las fiestas suntuosas.
Si lo busca un compañero de los viejos tiempos, despista, no atiende, delega el caso en la secretaria, y con disimulo se queja del ‘molestón’. Ahora todos sus pasos se mueven, con quirúrgica precisión, por la senda hacia el poder. Le encanta alternar con gente importante: empresarios, riquillos, latifundistas. Se hace querer con regalos y obsequios. Su mayor desgracia sería volver a lo que era, desprovisto de halagos y carantoñas, ciudadano común en lucha por la sobrevivencia.
¡Adiós ideales, utopías, sueños! Viva el pragmatismo, la política de resultados, la connivencia, las triquiñuelas realizadas con mano experta (aunque sobre la marcha sucedan percances. En este caso el izquierdista cuenta con la rápida ayuda de sus pares: el silencio obsequioso, el hacer como que no sucedió nada, hoy por ti, mañana por mí…).
Me acordé de esta caracterización porque, hace unos días, encontré en una reunión a un antiguo compañero de los movimientos populares, cómplice en la lucha contra la dictadura. Me preguntó si yo todavía andaba con esa ‘gente de la periferia’. Y pontificó: “Qué estupidez que te hayas salido del gobierno. Allí hubieras podido hacer más por ese pueblo”.
Me dieron ganas de reír delante de dicho compañero que, antes, hubiera hecho al Che Guevara sentirse un pequeño burgués, de tan grande como era su fervor revolucionario. Me contuve para no ser indelicado con dicho ridículo personaje, de cabellos engominados, traje fino, zapatos como para calzar ángeles. Sólo le respondí: “Me volví reaccionario, fiel a mis antiguos principios. Prefiero correr el riesgo de equivocarme con los pobres que tener la pretensión de acertar sin ellos”.
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