También en ancianos mayores
Investigación detectó “toda la gama de maltrato, abuso y negligencia”
hacia adultos mayores en residencias uruguayas públicas y privadas
Gritos, trato áspero, comentarios despectivos; desvestir a una
persona mayor tironeándole de la ropa o cambiarla frente a otros; golpes
contra la pared al girar y dar vuelta a un anciano en la cama con
demasiada fuerza; apretones en brazos y piernas, abuso sexual en forma
de caricias, intimidación con gestos, robo de dinero; negarles comida e
incluso agua durante horas, aislarlos y no cambiarlos de posición
durante un gran lapso; decirle a quien quiere ir al baño que “se haga”
allí sentado en la silla porque de todos modos tiene pañal.
Todas estas conductas inadecuadas se vieron en la
investigación titulada “Maltrato hacia personas mayores
institucionalizadas”, realizada entre 2012 y 2013 en residencias del
interior y Montevideo, públicas y privadas, religiosas y laicas; desde
hogares con personas de escasos recursos hasta residencias de alto poder
adquisitivo. Se detectó un “trato inadecuado” en sitios cuyo número de
residentes variaba entre 13 y 106 personas. Los datos surgen de
entrevistas a encargados, cuidadores y residentes que reportaron
situaciones “que ocurren puertas adentro de las residencias”.
“El sufrimiento y el maltrato surgieron en este
estudio”, dijo a Búsqueda su autora, Natalie Figueredo, decana de la
Facultad de Enfermería y Tecnologías de la Salud de la Universidad
Católica del Uruguay y magíster en Ciencias de Enfermería. Hubo
“maltrato físico, abuso económico, maltrato psicológico, sexual y
discriminación”. En Uruguay no había estudios científicos al respecto.
“Este es un aporte para poder mejorar la situación”, destacó. Apunta
desde la academia a hacer visible el problema y también demuestra la
necesidad de formación de personal. La falta de una normativa suficiente
sobre seguridad y calidad del cuidado y la escasa formación de los
cuidadores son solo dos de los aspectos que inciden.
“El hermetismo en torno a las experiencias que ocurren
dentro de las residencias impide conocer cuestiones vitales para mejorar
el cuidado de las personas que allí residen”, reconoció Figueredo en el
estudio, que incluyó a nueve casas de salud. La investigadora solicitó a
otras instituciones la posibilidad de incluirlas en el estudio, pero
“muchas se negaron a dar información”.
· Maltrato. El maltrato es “una forma
oculta de violencia”, pero hay muchas definiciones. Por eso, según
Figueredo, es necesario determinar exactamente qué se considera maltrato
en instituciones dedicadas al cuidado de personas mayores, para poder
educar e identificar las “acciones que causan daño o riesgo a una
persona mayor vulnerable” que se encuentra en relación de confianza con
el cuidador que debe satisfacer sus necesidades básicas. La falta de una
definición clara “es una de las causas” que explican “por qué no se
detecta el maltrato y se denuncia” opinó. “Muchas veces el cuidador está
maltratando y no lo sabe. No saben que están haciendo daño”, aseguró
Figueredo. Para acabar con este problema propone crear un “código” para
preservar a las personas mayores de estas actitudes.
Malos tratos, tironeos, negar el alimento o el agua,
robos, abuso sexual, “toda la gama de maltrato, abuso y negligencia”
aparece en el estudio, dijo Figueredo. Los gestores reaccionan
despidiendo al cuidador cuando se detectan casos graves. Unos pocos
salen a la luz y muchos otros “permanecen en silencio”. Los cuidadores
manifestaron que no denuncian por miedo a las represalias de sus
compañeros o por temor a “perder el trabajo”. Además, cuando los casos
llegan a los gestores, allí también hay silencio. No denuncian para
cuidar que no se genere “publicidad negativa de la residencia” y perder
clientes.
El abandono social y familiar es otra forma de
maltrato. “Acá vienen —los familiares— los depositan y se van”, contaban
los cuidadores. Son muchos los que no reciben visitas de familiares y
por eso cuando a alguno lo visita un hijo o nieto todos lo celebran. La
indiferencia es otro tipo de maltrato detectado. No decirle “buen día” a
una persona con demencia es una forma de aislarlo. Además, las
personas mayores de la residencia discriminan a otros que padecen
deterioro cognitivo, al que se olvida de las cosas, al que entra al
dormitorio equivocado o toma algo que no es suyo por desconocerlo. “Que
lo saquen de acá”, “que lo lleven”, piden.
· Solos. El cuidado de las personas
mayores es un trabajo con “poco reconocimiento social”, opinó Figueredo.
En las residencias los salarios de los cuidadores son bajos y
generalmente corresponden al salario mínimo nacional ($ 8.960), hay
altos índices de rotación y un número “insuficiente” de cuidadores en
varias residencias. Las jornadas laborales son largas, por poco dinero y
causan situaciones estresantes y de insatisfacción. Solo en dos de las
residencias estudiadas —de alto poder adquisitivo— hay licenciadas en
enfermería, auxiliares y cuidadores. En las demás solo cuidadores sin
formación específica y solo tres contratan personal con experiencia
previa. Esta realidad sugiere “una desvalorización de las personas
mayores”, opinó Figueredo. No hay tareas determinadas: “la que cuidaba
también limpiaba y cocinaba, hay una gran carga”, relató.
Los cuidadores se sienten “desamparados” ante la falta
de apoyo de los supervisores; el encargado o gestor visita la residencia
solo una vez al día. Los cuidadores realizan “un esfuerzo físico
brutal”, no cuentan con ayudas técnicas, como grúas y arneses, para
alzar a los adultos mayores, algo que sí es frecuente en Europa. “No se
está cuidando la seguridad del personal y del paciente. Falta normativa
suficiente sobre seguridad y calidad de cuidados, hay vacíos”, dijo
Figueredo.
Algunos manifestaron que los médicos discriminan a las
personas mayores. Cuando llaman a los médicos reciben respuestas como:
“¿Para qué me llamas? No hay nada que hacer”.
· La muerte. La muerte es “vivida como
un fracaso” por los cuidadores, que sufren cuando un residente fallece;
“no se toma como un proceso natural y no saben afrontarlo porque nadie
se los ha enseñado”, explicó Figueredo. El miedo por morir en soledad es
un pensamiento recurrente. Los cuidadores valoran el reconocimiento de
la familia cuando luego de la muerte agradecen por el cuidado brindado.
Desde 2014 las residencias de adultos mayores son
competencia del Ministerio de Desarrollo Social (Mides), que apunta a
realizar mejoras en los mecanismos de habilitación, control y recepción
de denuncias junto con el Ministerio de Salud Pública. El Mides lleva a
cabo un plan de capacitación de cuidadores. Además, el Plan Nacional de
Envejecimiento y Vejez está en marcha. “Se están haciendo cosas, pero es
gradual”, comentó la decana.
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Cuidadores sin formación, enfermeros no profesionales, falta de geriatras, golpes y robos, entre otros problemas fueron revelados por la investigación de la Ucudal.
Una investigación de la Facultad
de Enfermería y Tecnologías de la Salud exploró el fenómeno de los
tratos inadecuados en residencias para personas mayores en el país.
Con
el objetivo de explorar y comprender las dinámicas de cuidado en
residencias para personas mayores de Uruguay se desarrolló la
investigación “Maltrato hacia personas mayores institucionalizadas”.
El estudio, realizado por la decana de Facultad de Enfermería y Tecnologías de la Salud, Mag. Natalie Figueredo,
se inserta en la línea de investigación “Envejecimiento” . En la
investigación, desarrollada durante los años 2012 y 2013, se utilizó un
abordaje etnográfico en varias residencias para personas mayores del
Uruguay.
Del análisis del trabajo de campo surge el fenómeno de
los tratos inadecuados dirigidos hacia las personas residentes y la
percepción de este fenómeno, que es visto por los cuidadores y por los
propios residentes. El cuidado de los mayores en las residencias
estudiadas, revela acontecimientos no investigados previamente, como el
manejo de situaciones delicadas y en ocasiones, la falta de apoyo para
resolverlas. El hermetismo en torno a las experiencias dentro de las
residencias impide conocer cuestiones vitales para mejorar el cuidado de
las personas que allí residen.
La autora señala que son varios
los aspectos que confluyen para perpetuar conductas inadecuadas: la
falta de una normativa suficiente sobre seguridad y calidad del cuidado,
de un modelo de cuidado, de formación de los cuidadores, de controles,
así como la falta de apoyo hacia el personal en situaciones que tienen
repercusiones psíquicas y espirituales. De esta forma, la perspectiva de
la propia vejez en los cuidadores se percibe con incertidumbre.
En
sus conclusiones, la autora destaca que el cuidado de personas mayores
es un trabajo con poco reconocimiento social. A su vez, en la relación
de cuidado en las residencias influyen los altos índices de rotación, la
jornada laboral extensa, la falta de supervisión (muchas residencias
trabajaban sin ella o con un control inestable), la baja remuneración
(en general un salario mínimo nacional), un número insuficiente de
cuidadores y una baja cualificación de las personas que realizan este
trabajo, como el nivel de conocimientos geriátrico-gerontológicos, las
habilidades comunicacionales o para la resolución de conflictos. En este
sentido, el personal que cuida, en las residencias estudiadas, fue más
estable en el interior que en Montevideo.
La relación entre la
mejora en la calidad de los servicios en los centros residenciales, las
condiciones de trabajo y la formación de los cuidadores, son otros de
los puntos a los que llega la autora tras el trabajo.
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martes, 22 de julio de 2014
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