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Enviado por Jorge Zabalza
Ninguna política pública de los gobiernos de izquierda
ha sido menos progresista que lo hecho en las áreas de seguridad y
criminalidad. No se mantuvo lo afirmado cuando se era oposición. No se
tuvo solidez ideológica, creatividad o valentía para enfrentar a la
opinión pública crecientemente alienada, a la prensa depredadora y a la
derecha conservadora. La izquierda ha sido erosionada por teorías
criminológicas inspiradas en las derechas, alimentada por la prensa,
actores políticos y opinión pública. Anotemos algunas explicaciones y
algunas líneas de salida para esta terrible situación.
El desastre ideológico
Uno. El juego democrático cotidiano entre partidos hace
difícil mantener el perfil ideológico enunciado a priori. Tampoco es
fácil implementar medidas que necesitan de burocracias con otras
lealtades, otros valores, inercias y culturas organizacionales, que
pueden enfrentar o demorar decisiones.
Dos. La izquierda parece ignorar que, desde mediados de
los ochenta, los implementadores de los designios de la geopolítica
neoimperial no son ya los militares –como lo fueron durante la Doctrina
de la Seguridad Nacional en tiempos de Guerra Fría, Plan Cóndor y
dictaduras–, sino las policías y guardias nacionales como ejecutores de
la nueva Doctrina de Conflictos de Baja Intensidad. Ésta elige como
blanco de fichaje y control social problemas que pueden ser atribuidos
especialmente a los más jóvenes. Para ello, con la alianza de la prensa y
políticos derechistas, se magnifica, dramatiza y estigmatiza sida,
drogas, criminalidad joven y subculturas juveniles. Con tal pretexto
bajan las defensas democráticas de la sociedad, eliminando libertades,
garantías y derechos sociales, sustituyéndolas por clamores paranoicos e
inocuos sobre seguridad.
Tres. Los contenidos de ‘seguridad’ e ‘inseguridad’ se
deslizan semánticamente hacia la cantidad y calidad de la criminalidad e
infraccionalidad. Se vuelven sinónimos, y por ello símbolos de
condensación de las múltiples inseguridades de la vida urbana moderna,
más allá de sus supuestas causas y síntomas. Esto lleva a que policías y
ministerios del Interior monopolicen diagnósticos y terapias sobre
problemas que son multidisciplinarios, multiinstitucionales,
multiministeriales y tanto ejecutivos como legislativos y judiciales.
Jamás habrá soluciones si los diagnósticos y terapias son monopolizados
por ministerios del Interior, como supermanes de mano de hierro.
Cuatro. Las policías saben de prácticas operativas pero
no de criminología ni de relaciones entre infraccionalidad y
criminalidad con economía, cultura y sociedad. Porque no lo estudiaron
con gente competente y porque no tienen capital cultural suficiente como
para asimilarlo si tuvieran quién se los enseñase. Cuando la prensa
interroga a policías sobre temas de ‘inseguridad’ reproducen
reduccionismos simplistas y poco informados científicamente. Los medios
entonces ayudan a empobrecer la capacidad analítica de la opinión
pública y de los políticos, a pauperizar diagnósticos y a despotenciar
soluciones para los problemas sociales.
Cinco. Tan malo como todo este proceso práctico es el
deterioro del nivel de justificación de las prácticas. Porque esa
‘ejecutivización’, ‘policialización’ y ‘mediatización’ del imaginario
público va acompañada de una contaminación académica y política de los
conceptos sobre cuya base se diagnostica, se intentan soluciones y se
conforman opinión pública y sentido común. Hasta mediados de los años
setenta, la llamada ‘reforma criminológica’ fue una conjunción de
teorías científicas y progresistas sobre la criminalidad y conceptos
vinculados. Pero los ascensos conservadores de Reagan y Thatcher dieron
origen, financiación e instrumentalidad a una serie de teorías
neoliberales, conservadoras y de derecha o ´tercera vía’ que
configuraron una regresión llamada ‘contrarreforma criminológica’. Estas
teorías provocaron una atemorizada retracción de las criminologías
progresistas que comenzaron con el trágico ‘realismo criminológico de
izquierdas’, coyuntura histórica de los años 80 en Europa, que se
reiteró en América Latina y se vive en el Uruguay de hoy. De ahí la
importancia de no permitir que monopolicen la opinión pública y la
política mediante su predominio en la prensa y en los sondeos de
opinión. Hay que trabajar con base en las teorías de la ‘reforma’ y la
criminología crítica (con énfasis en abolicionismo, garantismo y
minimalismo), y evitar las de la ‘contrarreforma’ y el ‘realismo de
izquierda’.
Criminología crítica
Uno. No hacerle coro a la vulgaridad histórica del
crecimiento de la violencia. Los institutos internacionales que estudian
esto dicen que antes no existían los registros que hay hoy para
comparar, y que lo que hay con seguridad es mucho mayor publicidad,
magnificación, dramatización y estigmatización de los chivos expiatorios
elegidos para atribuirles causa fácil a los complejos problemas tan
temidos. Hace mucho que se sabe que la sensación térmica de inseguridad
es mucho mayor y creciente respecto de la criminalidad, que responde a
otras causas que ella, y que produce ilegitimidad política y miedo
fascistizante, irracional e inductor de infelicidad.
Dos. Los objetivos utópicos pero que pueden guiar hoy a
las políticas serían: despolicialización de la seguridad,
desjudicialización de los conflictos, despenalización de conductas
ilegítimas, desinstitucionalización de penas y castigos. Debe además
reformularse un análisis histórico del papel de las policías y su
relación con el centralismo estatal.
Tres. No debe olvidarse la función de liderazgo que los
políticos deben ejercer; venciendo la tentación populista y demagógica
que supone el facilismo poco informado de creerse que la soberanía
popular implica aceptar cualquier ignorancia técnica inducida. El
imperio progresivo de los medios de comunicación en el imaginario
colectivo amerita su denuncia y no un equivocado servilismo a sus
introyectados conceptos e imágenes.
Cuatro. Es necesario castigar, no sólo a los criminales,
sino a los criminógenos (a los que no dan el empleo que pueden, no
pagan lo que pueden, hacen trabajar en tareas que no son las que pagan,
echan a los tres meses para no pagar seguridad social ni aumentos,
negrean psíquicamente), que siembran las semillas de las que saldrán los
frustrados, deprivados relativos, necesitados y urgidos agresivos que
les sacarán los ojos. Hay doctrinas penales que afirman que el Estado no
puede ejercer su pretensión punitiva contra algunos si antes no cumplió
con sus deberes de satisfacción de derechos humanos, ciudadanos,
políticos, sociales y económicos a su respecto. No olvidar, por lo
tanto, que los lumpen, lumpen-consumistas, subproletarios, o underclass,
son más víctimas de la sociedad que victimarios. ¿Cómo pueden gobiernos
progresistas, de izquierda, ponerse sistemática y públicamente del lado
de los explotadores y no de los explotados? Por ejemplo, expulsando a
quienes los necesitan de los espacios públicos, o expulsando a gente que
se gana su vida en los semáforos en lugar de controlar a los que se
aprovechan y molestan.
Cinco. A no mentir: ni la inseguridad ni la criminalidad
pueden ‘erradicarse’. Y mucho menos ‘ya’. Porque obedecen a múltiples
factores y porque hay que ‘aguantar’ hoy y aprender a no sembrar más lo
que nos ha hecho cosechar lo que ahora lamentamos. Responden a múltiples
factores profundamente enraizados en el pasado, que tendrán
consecuencias casi inevitables hoy y mañana. Ni siquiera haciendo todo
bien hoy se podrá estar seguro de que los efectos de desigualdades,
injusticias, inequidades, negreos y ninguneos, materiales y afectivos,
se eliminen. Es tarea de todos.
Ver además:
El Muerto |||: Orwell 1984 en Uruguay 2012
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