Rel-UITA
Ciudad
a ciudad, barrio a barrio, las calles argentinas se van poblando de
decenas de baldosas especiales, dedicadas a recuperar la memoria y la
historia de militantes sociales desaparecidos.
Rosa Mitnik
era psicoanalista, tenía 42 años y una hija de 15 cuando el 13 de
noviembre de 1976 fue secuestrada por una banda de militares. Se supo
por sobrevivientes que pasó por uno de los mayores campos de
concentración de la dictadura argentina, el de la Escuela de Mecánica de la Armada, y apenas algunos datos más que por ahora no llevan a nada.
En la mañana del sábado 30, 38 años después de su desaparición, Rosa
volvió de cierta manera a su casa. En la puerta del edificio en el que
pasó sus últimos años, en el barrio porteño de Villa Crespo, familiares,
amigos suyos y de su hija Andrea Bleichmar, colegas, la recordaron “plantando” una baldosa en la vereda en la que se podía leer: “Aquí vivió la doctora Rosa Mitnik. Mujer solidaria, militante popular”.
Vecinos, muchos vecinos se acercaron a su hija a saludarla, contarle anécdotas, de ella, de su madre. “Rosa estaba siempre dispuesta a ayudar, debe ser por eso que la mataron”, dijo una señora de setenta años largos.
Otro invitó a Andrea
a que recorriera la que fuera su casa, y ella reconoció los muebles
hechos por su abuelo carpintero, todavía ahí, su dormitorio, el corroído
parquet con marcas aún identificables, algunos muebles, el lugar donde
estaba –con sus agujeritos nunca tapados- la placa de “doctora” de Rosa.
Un ambiente de comunión laica, que Andrea
alentó repartiendo chocolates, vidrios de colores con los que decoró la
baldosa, y pasando el micrófono a quien quisiera hablar.
También
en Buenos Aires, pero a mucha distancia de Villa Crespo, ese mismo 30
de agosto, día Internacional del detenido desaparecido, ex compañeros de
clase de jovencitos secuestrados en 1977 colocaban otra baldosa,
colectiva, delante del liceo secundario al que todos habían ido casi
cuarenta años atrás.
Y
en Rosario, en Córdoba y otras ciudades estaban previstas ceremonias
similares en casas, centros escolares, lugares de trabajo de otros
tantos “militantes populares” que de alguna forma, aunque fuera mínima y
en piedra coloreada, recobraban identidad.
El retorno al barrio
De carne y hueso
El invento de las baldosas remonta a 2005, cuando habitantes
del barrio de Almagro, en Buenos Aires, “una zona con alta densidad de
militancia social por metro cuadrado”, según dijera en su momento uno de
los animadores del grupo, comenzó a reunirse en un centro cultural, la
Casona de Humahuaca.
Los
juntaba el proyecto de “honrar la memoria” de los desparecidos del
barrio, y en el mismo movimiento tomar distancia con una de las formas
más extendidas de “ejercicio de la memoria”: la puramente celebratoria,
que convierte en supermanes o superniñas a quienes eran seres de carne y
hueso.
No
sólo en Almagro se hacían reuniones de ese tipo. También en otras zonas
de Buenos Aires. La suma de iniciativas llevó a que se formara el
colectivo de Barrios X Memoria y Justicia.
“De
las discusiones que tuvimos sobre cómo hacer para llevar al ciudadano
común el mensaje de que los desaparecidos eran, antes que nada, seres
pensantes y actuantes, parte de un tejido social, de una realidad
concreta, y no marcianitos caídos en la tierra de platos voladores, fue
que surgió la idea de una intervención urbana”, contaba en una
entrevista de 2011 uno de los animadores de la estructura barrial de
Almagro.
“Apuntamos
a que los vecinos y la gente en general supieran que allí había vivido
tal persona, allá había estudiado tal otra, más allá había trabajado
esta tercera o enseñado esta cuarta. Y enfatizamos en que las baldosas
no debían ser lúgubres como lápidas y debían tener cierto grado de
personalización en la combinación de los colores o en algún detalle.”
La
intervención urbana tomó la forma de baldosas de 60 x 40, decoradas con
vidrios de colores y letras de plástico y cubiertas por cinco o seis
manos de laca industrial para evitar el deterioro, un proceso de
fabricación que lleva varias semanas y que se pretende que sea “lo más
colectivo posible”.
Más de 400 en nueve años
Y sólo algunas rotas
“Nos
llegan permanentemente demandas de familiares, de vecinos, de
compañeros de trabajo de desaparecidos. En todos los casos hacemos un
trabajo con los interesados y su entorno, reconstruimos las historias de
vida, verificamos datos. Recién después es que vamos al trabajo de
fabricación y colocación. No somos una fábrica de baldosas”, dice
sonriendo Noemí Fernández Durán, hermana de una desaparecida y militante de Barrios X la Memoria.
Hacia
2013 había colocadas en Buenos Aires, según el colectivo de Almagro,
más de 350 baldosas, según un mapeo realizado entonces. Hoy deben
superar largamente las 400.
La
idea fue declarada de interés nacional por el gobierno, pero para poder
concretarla debe recibirse la autorización de los propietarios de las
viviendas, los edificios frentistas o las instituciones
Cuando
llega el ok un equipo municipal levanta las baldosas comunes de la
vereda y deja el espacio necesario para la colocación de las nuevas.
“En
algunos casos hemos recibido negativas. Hubo consorcios (de
propietarios de edificios) que nos advirtieron que si las colocábamos
las romperían. Y hay baldosas rotas. Son las menos, pero las hay”,
cuenta Fernández Durán.
Uno de los rechazos recibidos fue el de los propietarios del diario de derecha La Nación, que se negaron a que los periodistas de ese matutino desaparecidos fueran homenajeados.
“Las
negativas tienen también algo de positivo, porque ayudan a ver quién es
quién. Es también una forma de restituir la memoria y de recuperar la
historia real de los desaparecidos”, dice una de las integrantes del
grupo de Villa Crespo.
Rel-UITA
2 de setiembre de 2014
Era visto. Ahora solo les queda reformar la Constitución para modificar el Abuso de funciones y los involucrados en el caso Pluna quedarán impunes. #ElFAnosedetiene
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