Gabriel -Saracho- Carbajales,
Montevideo, 20 de octubre de 2014, Primavera de la Dignidad
“(...) Ser virtuosos solo por el orgullo de serlo... ¡Y con nuestro propio ejemplo!!!”
Más
de una vez, los mismos que traicionaron vilmente a la Revolución
Oriental y su esclarecedor proyecto de Patria Grande, pretendieron
valerse de la presencia señera del Viejo Artigas para convalidar la
farsa de “república” que se iba consolidando en la primera mitad del
siglo XIX mediante la alianza carroñera entre los sectores
oligárquico-imperialistas enemigos acérrimos del artiguismo y su
concepción de sociedad realmente liberada de las cadenas del
colonialismo.
Querían traerlo del Paraguay con
bombos y platillos, presentándolo como el guerrillero lírico que no
había sabido comprender “el rumbo de la historia”, pero al que todo el
mundo aún amaba (cosa cierta; en esto no se equivocaban) tras su exilio
en el territorio geográfico y humano que unas décadas después sería
literal e imperdonablemente arrasado por una “triple alianza” de
miserables y asesinos (de Argentina, Brasil y del invento inglés de la
“República Oriental del Uruguay”) al servicio del imperio británico y de
los apetitos latifundistas vendepatria más retrógrados y parasitarios
imaginables en los albores del capitalismo dependiente del Río de La
Plata.
Directamente, Artigas los mandó una y
otra vez al diablo. Se toparon con una muralla de honor y dignidad
insobornables que fueron su “forma de ser” y que explican el lugar que
este hombre sigue ocupando y seguirá ocupando en el alma popular
latinoamericana.
Renunciaba así a un sainete
grotesco y burlón, a la representación circense de un orden social
necesitado de un monigote figureti dispuesto a encarnar el paradigma
viviente de “la unidad del pueblo oriental” que aquellos mismos
traidores habían destrozado, propiamente, coronando su obra ladina y
genocida con la inconcebible masacre colectiva de quienes más
consecuentemente asumieron en cuerpo y alma la voluntad inflexible de
enfrentar el despotismo disfrazado de “avance social”: la civilización
charrúa, exterminada y sometida a un escarnio público digno de las
garrapatas hipócritas que siguen creyéndose los dueños de “vidas y
haciendas”.
Hoy lo tenemos claro: Artigas no
quiso ponerse, no se puso al servicio de los principales exponentes de
una ideología aborrecible que él mismo, con su pueblo ultrajado pero
digno y valiente, habían combatido a muerte, hasta el martirio
colectivo.
A poco menos de dos
siglos de aquel gesto “principista” que engrandece aún más a Artigas y a
250 años de su nacimiento, una rara sintonía de espíritus y voluntades
de gente de pueblo rebelada contra la fuerza de la costumbre, produce
hoy la vivencia especial de sentir fuertemente que este presente nuestro
está atado a aquel pasado indómito e irreverente, que, aún en la más
aplastante derrota inmediata, guardó reservas morales que todavía pueden
seguir alumbrando la senda ya trazada y que permiten afirmar sin
grandilocuencia vana --pero también sin rifar el sentido épico de
nuestra historia propia escrita con el ejemplo y con otras derrotas--
que estas reservas morales no se limitan a la admiración y el amor
sostenido hacia quienes dieron sus vidas por una causa justa, certera y
que sigue reclamando de los más infelices alternativas de lucha capaces
de sustraerse a la lógica dominante impuesta por un neo-colonialismo que
esencialmente no ha dejado de ser el colonialismo clásico, brutal,
antipopular, saqueador, tramposo, repudiable.
En
estos muros callejeros que en este luminoso octubre del 2014 gritan
“Gane quien gane, pierde el pueblo. Votamos luchar”, contrastando con la
infernal y súper costosa agitación electorera de la TV, la radio, la
internet y lujosísimas publicaciones, hay un poco y un mucho de ese
sentir la historia no como páginas de una enciclopedia entregada en
capítulos por el diario de la oligarquía, sino como un continuo nervioso
y fecundo de la vida de un pueblo para el que la revolución oriental es
nuestro gran capítulo inconcluso.
Sin
ampulosidad, sin delirios de grandeza, sin pretender absurdas analogías
entre nosotros y nuestros venerables antepasados de la lucha popular
revolucionaria, nos sentimos firmemente identificados con esta consigna
pues creemos que ella refleja acertadamente el estado de ánimo de muy
buena parte de nuestro pueblo trabajador, estafado en décadas y décadas
por una supuesta democracia concebida e instrumentada para beneficio de
la clase dominante y para el engaño perpetuo de los explotados y los
oprimidos. Sintetiza el sentimiento y la percepción racional de
muchísima gente defraudada sin tregua; pero, además, recoge la lección
de que aún haciendo “la mejor opción” a la hora de las urnas, al rato
nomás podemos estar siendo víctimas nuevamente del mismo engaño de
siempre, o, en el mejor de los casos, sufriendo “lo menos peor” o “el
daño menor”…
“Gane quien gane, pierde el
pueblo. Votamos luchar” es como la leyenda al pie de una foto de nuestra
cruda realidad que rompe los ojos y que impone la necesidad imperiosa
de rectificar, y de hacerlo con audacia, sin sentirnos esclavos de
fórmulas político-matemáticas inamovibles que indicarían que aquello que
debería ser simplemente un medio (votar, por ejemplo), ha terminado
siendo un fin en sí mismo. Sin poder concluir, razonablemente, que es
practicable la democracia entre desiguales no por imperio del destino,
sino desiguales por imposición de la fuerza y el despotismo arropado con
multicolores trapos “civilistas” que son como el uniforme de la mentira
presentado como emblema de la “convivencia” y el “contrato social”
civilizado y pacífico.
Sonará tal vez
caprichosa o irrespetuosa para muchos la “comparancia”, pero el presente
parece habernos colocado en situación parecida a la de Artigas cuando
se pretendió enredarlo con la invitación de los traidores. Aceptar en
las actuales condiciones de nuestro pueblo y nuestro país, participar de
la instancia electoral como si nada hubiese ocurrido; como si hoy no
cayera por su propio peso el engaño perpetuo (el de ayer y el de hoy, el
de los que nos ofrecen “el mal menor” de seguir con la estafa), sería
para nosotros por lo menos una incongruencia sin sentido, un subestimar
la oportunidad histórica de la deslegitimación incipiente, bien desde
abajo, de una “democracia” que funciona solamente para beneficio de los
garroneramente poderosos y que no puede funcionar de otro modo.
Por
supuesto que da lugar a objeciones muy respetables y otras nada
respetables, pero una de las maneras de plasmar la consigna “Gane quien
gane, pierde el pueblo. Votamos luchar” a la luz de las próximas
elecciones, es la de plegarnos a la admirable corriente NBA (nulo, en
blanco, abstención) nacida en las elecciones municipales del año 2010,
de manera masivamente espontánea e inorgánica, pero con un empuje y una
permanencia que abren los ojos y hacen ver que esta vuelta de tuerca
surgida del descontento y el desencanto populares, encierra entre otras
cosas un enorme desafío hacia el futuro no muy lejano, en el que las
fuerzas populares tendrán que combinar todo el empuje anímico de hoy,
con un empuje organizativo y de objetivos que refuerce y multiplique
este fenómeno que ligeramente llamamos NBA, pero que en realidad
trasciende lo electoral y muestra la potencial profundidad de una opción
que está muy lejos, por cierto, de la indiferencia o la apatía
política.
Así la vemos, con todo el respeto que
nos merecen las posturas que consideran necesario participar plenamente
de las próximas elecciones burguesas aún en condiciones como las de
hoy. Lo respetamos aunque no coincidamos y aunque tengamos la seguridad
de que son relativamente irrelevantes los aspectos técnicos que no poca
gente prioriza por encima de la posibilidad de hacerle sentir al sistema
(todo, incluida su especialidad falsamente democrática) que ya no es
enteramente dueño de las piezas de ajedrez o los naipes con los que
viene tallando y estafándonos desde poco después que el Viejo Artigas
nos advirtiera, rechazando dudosas y peligrosas investiduras de
“autoridad”, que...
“(...) Los títulos son los
fantasmas del Estado. Me basta el honor de sostener la libertad como un
simple ciudadano. Debemos enseñar a nuestros paisanos a ser virtuosos
solo por el orgullo de serlo... ¡Y con nuestro propio ejemplo!!!”.
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