y por ello la presionaron Jorge Batlle y Gonzalo Aguirre
Entrevista de Daniel Roselli. Fue la jueza que condenó al ex presidente Juan María Bordaberry. Su nombre es Mariana Mota. Recibió todo tipo de presiones, hubo políticos que fueron a la Suprema Corte a pedir que la sacaran el Poder Judicial, y finalmente fue trasladada a un Juzgado Civil para opacarla, pero es imposible tapar el sol con un dedo.
"Asonada" en la SCJ en protesta por el traslado de la Jueza Mariana Mota
Oriunda de la ciudad de Colonia, esta mujer delgada de 53 años de
edad ha escrito las historias más trascendentes de los estrados
judiciales uruguayos. De profesión abogada, la hoy ex jueza Mariana Mota
integra desde el mes de agosto el Consejo Directivo de la Institución
Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo de Uruguay.
Se recibió a los 27 años de edad, cuando corría el mes de febrero del
año 1991. Ese mismo año se postuló para un cargo en el Poder Judicial y
comenzó su carrera en diferentes destinos en el interior de la República
hasta llegar a Montevideo.
Recordada por sus fallos contra los principales genocidas de la
dictadura uruguaya, la doctora Mariana Mota recibió presiones desde las
distintas fuerzas políticas partidarias uruguayas. Por ejemplo, el ex
presidente colorado Jorge Batlle y el ex vicepresidente blanco Gonzalo
Aguirre, fueron directamente a la Suprema Corte de Justicia para que
fuera sacada de su cargo.
Investigó más de 50 causas de violaciones a los derechos humanos en su
juzgado en cuatro años, cuando eran pocos los jueces que se animaban a
ello. Eso le generó muchos enemigos, presiones, advertencias, hasta que
en el año 2013, sin dar explicaciones, la Suprema Corte de Justicia la
trasladó a un Juzgado Civil por razones “de mejor servicio”. Ella apeló
el falló pero el Tribunal de lo Contencioso Administrativo apoyó la
decisión de la Suprema Corte.
En un espacioso y silencioso salón de la Institución Nacional de
Derechos Humanos, EL ECO repasó la historia de los hechos más
trascendentes que tuvieron como protagonista a la doctora Mariana Mota.
– ¿Cómo se vinculó a las causas de delitos de lesa humanidad?
-Fue particular. Mi primer destino fue en Castillos (Rocha) y una semana
antes de que me trasladaran ocurrió el asesinato de Rony Scarcella, que
era un ex militante del MLN, un ex preso político y ese caso parece que
hubiera signado las posteriores actuaciones. Además fue un crimen que
nunca fue aclarado. Yo tenía competencia de urgencia, no tenía la causa y
me estaba yendo a otro destino. Recuerdo que fue una situación muy
enigmática, porque estaba encapuchado con un tiro en la cabeza. Aún lo
recuerdo, porque a una le queda en la memoria cada una de las muertes
que ve. Es como un archivo que queda en la cabeza. Y cuando no se
aclaran, permanecen con un signo de interrogación al lado.
El periplo de Mariana Mota
Desde allí la doctora Mariana Mota comenzó un periplo por
distintos puntos del país: Young, San José, Paysandú, Dolores, luego
Ciudad de la Costa y finalmente Montevideo.
En la capital del país le asignaron el Juzgado Penal de 7º Turno, y allí
había varias causas sobre hechos ocurridos durante la dictadura, y la
única que estaba en trámite en relación a delitos de lesa humanidad era
la de Juan María Bordaberry. Después había otras paralizadas o
semiparalizadas.
“A la causa de Bordaberry le dimos un poco más de impulso porque estaba
bastante lenta y después dimos sentencia (fue en febrero de 2010). Eso
generó el impulso por parte de víctimas y familiares de abrir otras
causas conexas. Una por tortura, entre otras, cuando Uruguay no se había
investigado por tortura hasta ese momento
– ¿De qué año estamos hablando?
-Yo entré en el 2009 y la sentencia de Bordaberry fue en febrero del
2010. A partir de ese momento se abre la causa por tortura y otra sobre
la muerte de Ubagesner Cháves Sosa que había sido desaparecido y sus
restos fueron ubicados en el 2005. A partir de que la Corte declara la
inconstitucionalidad de la Ley de Caducidad en el 2009, se promueve la
inconstitucionalidad de otras dos causas: una era la de los fusilados de
Soca* y la otra de Hugo de los Santos Mendoza, que era un estudiante de
agronomía muerto en el Batallón de Ingeniería Nº 9, cuyo cuerpo después
fue trasladado para Rocha. Recuerdo que aún en dictadura la familia
pidió una segunda autopsia, y el juez y el fiscal realmente se enfrentan
al régimen y le otorgan el derecho. Después pagan por ello, porque el
régimen los traslada, los hostiga y son obligados a renunciar al Poder
Judicial. Pero es una autopsia que determinó las verdaderas razones de
la muerte.
En este caso existía una particularidad: había fotos del cuerpo, donde
se veían las heridas. Porque los cadáveres de quienes habían muerto en
las prisiones se los entregaban a los familiares a cajón cerrado y con
la prohibición de abrirlos. Obviamente con un informe médico sobre la
causa de la muerte que no era real.
Entonces, a partir de un pedido de la fiscalía de investigar otras
muertes y, cuando se logra trámite mediante que se declare
inconstitucional la ley de caducidad para los fusilados de Soca y para
el caso de Hugo de los Santos, se abre un abanico enorme de causas. A
partir del expediente de Hugo de los Santos se arma un expediente por
cada muerte que allí estaba denunciada. Entre ellas estaba la del
carmelitano Aldo Perrini. La familia hizo luego la denuncia, pero ya
estaba pedida la inconstitucionalidad.
El efecto dominó y la multiplicación de causas
A partir de estas causas, de las sentencias, la doctora Mariana Mota
se convierte en una amenaza para los genocidas, pero a la vez es punto
de referencia para las víctimas o sus familiares y le comienzan a llover
las causas. “Por la sencilla razón de que cuando las personas advierten
que un organismo funciona, lo utilizan, como en cualquier ámbito de la
vida”, dice con sencillez.
Por ello el Juzgado de Mota termina aglutinando muchas causas de
derechos humanos. “Tenía dos juzgados: el normal con los casos
cotidianos, de delitos comunes, y el juzgado de las causas de derechos
humanos”, cuenta.
– ¿Tenía muchas presiones del sistema político?
– Sí (dice si quiera pasar desapercibida), porque cuando se comienzan a
emitir los pronunciamientos judiciales, se avanza en las causas, se
convoca a militares y a víctimas y familiares, eso inevitablemente
genera un estado público porque importa, importa a la gente, pero ello
también genera rechazo de los sectores que no querían que eso se
ventilara. ¡Por algo existió la ley de caducidad! No fue porque alguien
la trajo de otro mundo. Esos mismos sectores que intentaron que no se
investigara, paralizar todo, después trataron de desestabilizar las
investigaciones.
-¿De qué forma?
-Con una sucesión de denuncias contra mi trabajo, sobre la forma de cómo
trabajaba, qué sacaba… eso estaba dentro de las reglas de juego. Porque
claro, hay causas en las que uno no tiene tantas obstáculos procesales,
pero en estas sí que había… Y después con la prensa también, porque
había medios a los que sí les interesaba informar sobre qué pasaba con
las causas de los derechos humanos, pero había otros que estaban en la
vereda de enfrente.
-¿Qué decían?
-Se llegó a cuestionar mi forma de proceder, como que yo desconocía cualquier garantía judicial. Fue
en la causa del general Calcagno, porque yo lo había procesado por la
desaparición forzada de dos uruguayos en Paraguay: Gustavo Insaurralde y
Nelson Santana. Así lo entendió también el Tribunal. Pero en
ese proceso y en el pasaje del Juzgado al Tribunal, se dijo que yo había
violado el principio de inocencia y me dijeron de todo un poco.
-Pero no quedó en eso…
-No, ahí fue el ex presidente Jorge Batlle (Partido Colorado, 2000-2005)
y el ex vice presidente Gonzalo Aguirre (Partido Nacional, 1990-1995), a
plantearle a la Suprema Corte que me sacaran del Poder Judicial.
Pero eso no fue un hecho aislado, sino que todas las semanas había un hecho, un comentario, en contra mía. Después se inserta lo de la marcha, el reportaje en Página 12 (Argentina). Lo que pasa es que yo no estaba resolviendo sobre el hurto de la verdulería, sino que era pesado… Pero bueno, la opción era: o miro para el costado, o trabajo. Hice esto último.
-Situaciones como cuando la Suprema Corte la retiró del caso de Aldo Perrini.
-Me sacó el expediente, en una forma totalmente irregular. Y fue el día que yo iba a dictar sentencia.
-En este cúmulo de denuncias y hechos ¿nunca encontró denuncias o hechos que involucraran al doctor Julio Ma. Sanguinetti?
– ¿Contra él?
– Sí.
– No, nunca hubo. Es interesante -dice reflexionando-, se podría
investigar qué tanto participó él en lo que supuestamente fue la
Operación Zanahoria, si hubo o no remoción de cuerpos, también en lo que
fue el ocultamiento de archivos. Había algunas personas que
cuestionaban por qué no se ha investigado -porque todavía se puede
hacer- la actuación del ex presidente en el avance o detención de las
causas sobre los derechos humanos.
– ¿En esos años la justicia uruguaya respondía a un pensamiento filosófico de ocultamiento de la causas de derechos humanos?
-En realidad no era de oposición, sino de desconocimiento, que es más grave aún.
– ¿Cómo de desconocimiento?
-Salvo honrosas excepciones, como el caso de Mirtha Guianze u otros
fiscales, que conocían los hechos, que conocían la jurisprudencia
internacional, que conocían los procesos que se estaban llevando a cabo
en otros países de América, el 90% de los jueces no parecían saber de la
existencia de estas cosas y cuando aparecían las denuncias en nuestro
juzgado, demostraban un desconocimiento que realmente era preocupante.
Desconocimiento sobre cómo abordar a una víctima de terrorismo de
Estado, como investigar un hecho, qué normativa se aplica, todo eso
tiene una particularidad. Porque no olvidemos que lo normal es
que el Estado proteja el derecho de las personas, no que los viole. El
Estado tiene el deber de la protección a la víctima.
-¿Por eso su papel se tornó tan trascendente?
-Sí, porque los pocos que trabajamos en esto nos tornamos más visibles y
más fácilmente atacables. Si hubiera sido todo el Poder Judicial que
hubiera tomado esta situación como una violación a los derechos humanos y
hubiera dicho acá hay que aplicar toda esta batería de normativa, todo
hubiera sido diferente.
– ¿Quién fue el responsable de esta situación? ¿El Estado como tal o la Suprema Corte de Justicia?
-Es que mientras estuvo la ley de caducidad vigente no se podía
investigar absolutamente nada, porque impedía a los jueces investigar
estas causas. Tenían que preguntarle al Poder Ejecutivo si podían
hacerlo y este decía que no. Entonces mientras esto sucedió no se
tramitaba nada, y si no se tramitaba no había cuestionamientos
jurídicos. No hubo la necesaria discusión jurídica que deberían hacer
los operadores del derecho. Eso no se dio. Sí pasó en otros países, como
en la Argentina. Ellos debatieron sobre si eran casos de lesa
humanidad, si prescribían o no, la ley de obediencia debida, todo esa
discusión se dio antes. Y acá no, no pasó nada…
-Pero si Jorge Batlle y Gonzalo Aguirre se permitieron ir a hablar a
la Suprema Corte, fue porque sabían que era permeable, que tenían
llegada.
-Claro, lógico. La visita de estas personas no fue un hecho aislado, fue
parte de una cadena de presiones. De esa me enteré porque ellos mismos
lo dijeron, sin ningún problema. Después siguieron otros
cuestionamientos. En realidad era todo ambiente en el que era difícil
definir quién se oponía. Había diferentes sectores y de diferentes
lados. Por eso la conclusión es que había un Estado al que no le
interesaba resolver esto. Eso era lo más preocupante.
-¿Tuvo pruebas sobre si hubo un pacto entre los militares y el MLN
Tupamaros para que las causas de derechos humanos no avanzaran en el
gobierno de José Mujica?
– No, no tuve. Pero se habló mucho, de muchos pactos, de muchas cosas…
– Pero concretamente…
-Y los rumores me llegaban. Lo único concreto es que no se avanzó. Eso
es objetivamente cierto, después… saber quién es responsable es otra
historia. Porque pudo haber un pacto entre militares y MLN, pero las
cosas no son aisladas. Y si hubo un pacto entre ellos dos, existe todo
el resto de organismos que deberían oponerse a ello o someterse. Y ahí
la decisión no es sólo de ese eventual pacto -si realmente existió- sino
también de quienes obraron en consecuencia a ello.
-¿Recibió amenazas de muerte personalmente?
-No, no, personalmente no. Fueron genéricas, como aquel video que
apareció de encapuchados que amenazaba a jueces y fiscales, que no me
generó ninguna inquietud. Son como cíclicos, como que periódicamente
aparecen. Luego sucedió el robo en la Facultad de Humanidades,
apareció el Comando Barneix, y ahora se violentaron los lugares donde se
buscan desaparecidos…
– ¿Son hechos aislados o hoy fuerzas que operan?
– Lo preocupante es que aparecen estos hechos porque no hay una
respuesta concreta. Si el Estado y todos sus órganos tuvieran una
posición clara y firme de que están interesados en esclarecer las causas
de derechos humanos, de encontrar a los desaparecidos y de
responsabilizar a quienes cometieron y ampararon estos delitos, creo que
no habría duda de la posición del Estado y por lo tanto no cabría
aceptar ningún tipo de amenaza, ni tolerarlas. Porque ¿cuánto afectan
estas amenazas a las víctimas? ¿Cuánto afectan a las investigaciones? ¿A
los testigos? Creo que el mensaje verdadero es atemorizar…
– ¿Qué pude decir del caso de Vladimir Roslik?
– Creo que ahí hubo un problema del propio sistema judicial, que archivó
el caso porque dijo que había prescrito, y entonces no se avanzó.
Cuando en realidad lo que tendría que haber ocurrido es que si el
Tribunal entendía que había prescrito, amparando lo que había dicho el
Juzgado de Primera Instancia, se tendría que haber planteado la casación
a la Corte y si ésta mantenía la prescripción, pasar el caso a los
organismos internacionales. No se puede aceptar que prescriba un delito
de lesa humanidad. Y más en un caso que está totalmente individualizado.
Fue al final de la dictadura, todo individualizado, muy conocido. En
paralelo, fue como los primeros crímenes antes de la dictadura, cuando
se discutía sobre ellos en el Parlamento. Y lo mismo pasó con Roslik, se
sabe todo, cuándo, dónde y quiénes lo hicieron. Todo se sabe, fueron
funcionarios públicos. Entonces la gran omisión fue no continuar.
– ¿Por qué cree que es necesario saber qué pasó y cómo en la historia reciente?
-Para que no vuelva ocurrir. Justamente por eso. La justicia no sólo es
para sentenciar e investigar, sino que tiene que dar un mensaje claro de
que cuando hay una conducta fuera de las reglas, se sanciona. Y en el
caso de los delitos de lesa humanidad es para que no vuelvan a ocurrir.
¿Por qué ocurrieron? Puede ser por muchas circunstancias, pero
seguramente hubo organismos estatales que no estuvieron lo
suficientemente aptos o fuertes para evitar este tipo de vulneración.
Entonces el cometido del Estado, en su función de proteger y defender a
los derechos humanos, es tener políticas públicas eficientes para evitar
que vuelva ocurrir. Lo que se llama garantía de no repetición. Pero
para tener garantía de no repetición, tenemos que saber lo que pasó.
A esta formidable profesional habria qur hacerle un merecido reconocimiento, lamentablemente todos se han quedado calladitos cuando el poder judicial la traslado, y si no fuera por este medio la mayoria de nosotros no nos enterariamos de los pormenores, un gran porcentaje de la prensa, ( incluida de izquierda,) guardo silencio, a veces me pongo a reflexionar que nuestros politicos nos subestiman y nos quieren seguir vendiendo espejitos.
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