Escribe Raúl Zibechi (12/07/2012)
Antes de viajar a Mendoza, Dilma se
entrevistó en São Paulo con el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva
quien “exigió” que Dilma “colocara todo el peso político de Brasil en la
reunión que en pocas horas arrancaría en Mendoza” para conseguir el
ingreso de Venezuela al Mercosur (Noticias Clic, 3 de julio de 2012).
Lula se reveló como un destacado
estratega y geopolítico. De la mano de Celso Amorim, proclamado como el
“mejor canciller del mundo” por la revista Foreign Policy en
2009, Brasil consiguió descarrilar la cumbre de la OMC en Cancún, en
2003, creando el Grupo 20-plus liderado por Brasil, China, India y
Sudáfrica, con lo que se impidió la liberalización del mercado agrícola
global que perjudica al sur. En mayo de 2010 la diplomacia brasileña
consiguió la firma de un acuerdo entre Irán, Brasil y Turquía para el
intercambio de combustible nuclear, diseñado para apaciguar la escalada
bélica de Estados Unidos e Israel contra Irán.
En la región, el Brasil de Lula fue
uno de los artífices del fin del ALCA, enterrado en la cumbre de Mar
del Plata en noviembre de 2005 y de las gestiones de la UNASUR para
frenar el “golpe cívico” que la derecha boliviana tramaba en setiembre
de 2008 contra Evo Morales. La alianza militar con Francia es una de
los principales legados de los gobiernos Lula desde el punto de vista
geopolítico, ya que le permite construir submarinos convencionales y
nucleares para defender su petróleo e impulsa el único complejo
militar-industrial latinoamericano.
Lula fue el arquitecto de la UNASUR
y de la CELAC, que por primera vez en la historia de América Latina
integran a todos los países sin la tutela de Estados Unidos y Canadá,
reafirmando una voluntad opuesta a la doctrina Monroe, cuya máxima
podría ser que “América Latina para los latinoamericanos”. La creación
del Consejo Suramericano de Defensa que incluye las doce fuerzas armadas
de la región, está coordinando la construcción de armamento entre
varios países, lo que a mediano plazo permitirá construir autonomía
militar.
Construir un mundo multipolar en el
que el Mercosur y la Unasur puedan jugar el papel que les corresponde,
es un camino que no puede recorrerse sin disputar con las grandes
potencias, en especial con Estados Unidos. En ese camino, Brasil juega
por momentos como gran potencia, a veces con rasgos imperialistas, pero
en los hechos ha mostrado su capacidad de sentarse a discutir de igual a
igual incluso con vecinos con un PIB cincuenta a cien veces menor.
Pese a las asimetrías evidentes, hay un margen de negociación que los
países de la región nunca tuvieron con las potencias del Norte.
Es cierto que la decisión tomada en
Mendoza para el ingreso pleno de Venezuela fue poco prolija, aunque los
parlamentos de los tres países ya la habían aprobado. Sin embargo, en
un período de agudos cambios como el actual, donde se está
reconfigurando los poderes globales, regionales y locales, las formas
pesan menos que los contenidos. Lo que está en juego es que el camino
iniciado en Honduras en 2009 no se convierta en el “recurso del método”
para impedir que los países y los pueblos elijan su rumbo.
En este período los golpes de
Estado y las guerras son y serán moneda corriente. Si Brasil se empeñó a
fondo contra el golpe en Honduras, que con los meses se supo que fue
gestado con el apoyo de Washington, ¿podía hacer algo distinto en el
caso de Paraguay, país clave para la estabilidad energética y militar de
Brasil y del Cono Sur? El ingreso de Venezuela al Mercosur es una
señal dirigida a la Casa Blanca de que la región no quiere seguir
siendo patio trasero.
- Raúl Zibechi,
periodista uruguayo, es docente e investigador en la Multiversidad
Franciscana de América Latina, y asesor de varios colectivos sociales.
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