lunes, 16 de julio de 2012

Macario Pereira


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"Con mucha pena recibí hoy la noticia del fallecimiento  de Macario. Muchas historias e imágenes del tiempo compartido en el Penal me vienen a la memoria. Pero me voy a quedar con una de hace tres o cuatro años en Juan Lacaze, donde estaba de visita en la casa de un compañero, Vamos a ver a Macario me dice el Cara. Bueno y allí en una de las últimas calles de la Isla Mala que terminaban en la arena nos metimos. Allí en la misma arena en un rancho que el que describe el Sabalero en su canción del Abrojal era una mansión al lado de este, nos metimos. Algo parecido a dos aguas en diferentes tipos de chapas descoloridas era su estructura y una especie de puerta semiabierta invitaba a pasar. Al costado de la misma en el frente, los restos de un sofá con algún resorte asomado sobre la tela, era lo primero que se veía del rancho . Una vez adentro, con un piso de tierra apisonada, un brasero en el medio de la pieza alumbraba la figura de tres personas rodeando el mismo y en cuclillas. Una de ella era Macario y los otros, dos amigos de su barra.  Su físico ya venido a menos conservaba cierta prestancia, de estatura regular, fornido y de cara de pómulos salientes colorados como una manzana y con una cabellera encanecida que le llegaba hasta los hombros, mostrando en su centro una avanzada calvicie. A que no sacás a éste decía el Cara señalándome. Macario se incorporó y entrecerró sus ojos con ese aire socarrón de canario pícaro y me dijo; esperá que ya te tengo. Primero y Segundo piso le aclaré yo,¿ te acordás que fuiste el primero en conocer a mi hija recién nacida en el hospital militar que estaba con mi compa y luego me contaste como era la gurisita cuando volviste al piso, en el 73.? ¡Ah petizo, como andás che.,,, tanto tiempo, visitando amigos en el pueblo he! Luego, roto el hielo, me pasaron una botella de coca de dos litros color azul verdosa (que después me enteré era alcohol de primus cortado con cuatro o cinco limones), convite que pasé discretamente en la ronda. Luego Macario se incorporó y dijo esperá petizo, esperá un cacho y apartando una cortina con su cabeza desapareció atrás de un tabique y volvió a ratito con una guitarra en la mano. Templándola y ajustándola puso una rodilla en tierra y los acordes de una milonga encendieron el rancho. Primero con una entonación algo temblorosa, las primeras estrofas de milonga del fusilado comenzaron a estremecerme. De a poco su voz fuerte y aún melodiosa se fue afirmando hasta su acorde final y una cálida emoción nos embargó y nos recordó que aún teníamos un  pasado en común y un sentido de pertenencia que como el brasero aún alumbraba. Nos despedimos con un abrazo y comprendí que en su fraterna hospitalidad me había ofrecido lo mejor que tenía en su rancho; esa milonga, que en un rincón de su corazón luchaba contra las demás señales de su cuerpo cansado, por mantener su dignidad de hombre y de compañero".
 
Esto transcripto arriba, es lo que cayó en mi correo electrónico cuando me disponía a dormir la siesta del burro dominguera.
En el repertorio de la literatura clásica del elogio, tal vez Macario haya sido un auténtico personaje de novela, una sonora y polícroma leyenda de otros tiempos ya muy remotos, una especie de estoico sin academia, para usar esas clasificaciones perezosas a las que solemos llamarles con displicencia “lugares comunes” y, sin embargo, seguimos usándolos y usándolos como si fueran la fórmula mágica del reconocimiento al que se lo tiene bien merecido aun sin palabras o frases hechas…
Otros dirán que Macario fue, digamos… un poeta salvaje, un irreverente, un bohemio en estado ínclito primitivo todavía: un incorregible de la mala vida, del pucho y el trago compulsivos y las muchachas de abril cosechadas en cada manzana del pueblo como pétalos frescos que caían entre sus dedos llenos de bordona temblorosa y furiosa dulzura de hombre libre y amante entrañable de la vida alegre, justa y solidaria…
En fin, hasta podría decirse que fue un ser ahistórico de tan rebelde y peleado con lo dado por bueno por la fuerza de la costumbre y los buenos modales de una sociedad enferma de mentira, como él nos repitió día y noche, sin descanso, hasta su último suspiro…
Pero, no.
No hay lugar común que valga con alguien como el que hace tres días se nos peló de la tierra firme, obrera e internacionalista de Juan Lacaze, rodeado de gente sencilla y querible como él, para instalársenos para siempre en la tierra firme e imperecedera del alma y la moral revolucionarias.
Se nos murió un Revolucionario de pies a cabeza, de una vitalidad y una firmeza ideológicas que deberían ser la envidia y el ejemplo para algunos que leerán la noticia de su muerte seguramente con un gesto de cierto desdén paternalista, como diciéndose: “¡Qué personaje pintoresco”!, y más nada.
El Hugo Leyton me lo hizo saber ayer con esos párrafos sencillos y removedores con los que me obsequió como para que uno se olvide del frío y los achaques del largo medio siglo propio con yapa incluida, y se te caliente el corazón de bronca y del profundo amor que descubrís al enterarte de la noticia y representársete así, súbitamente, cálidamente, generosamente, esos ojos de mirar hasta el tuétano y la sonrisa socarrona del hermano Macario con el que hace siglos dejaste de tomarte unos buenos amargos con paréntesis de filosofar canero que dilata las sienes, aviva la razón y muestra la libertad como algo contra lo que las rejas no podrán jamás.
Más apropiadamente que yo pueda hacerlo, las palabras de Hugo dan en el clavo en el carácter y el espíritu de Macario. Él lo conoció mucho más, supo más de su vida, como otras y otros que, es necesario, tal vez escriban sobre él o graben algún cidi.
Yo, sólo puedo agregar muy poco más después de transcribir los renglones de Hugo: los milicos lo raparon hasta los sesos y le pusieron el mameluco más roñoso y desproporcionado como para que nadie pudiese dudar de que “eso” era un preso más. Pero no pudo ser: Macario siguió siendo, antes que nada, él mismo, mirando mucho más allá del horizonte carcelero, cavilando hondo, filosofando en silencio, proseándose a sí mismo sentencias vitales; bamboleándose sueltamente al caminar, abriendo las patas con absoluta y paradigmática indisciplina anti formación botona, lleno de desparpajo de canario bruto por fuera y por dentro lleno de pura hombría y puro coraje venido de padres y abuelos obreros y madre y abuelas de manos llagadas fregando en la tabla con la dignidad de los que aprenden a honrar la vida, engrandeciéndola.
Hace tres días Macario no pudo seguir rascando la viola, cuando muchas y muchos, aún, se lamentaban de que “el Macario” hubiese agarrado por el camino de la revolución y los fierros, y no por el de los festivales y los toques musiqueros que él supo regalarle a los que más lo querían, pero nunca venderlos.
Ha muerto un bohemio, es cierto; pero sigue vivo un señor Revolucionario que supo sobrellevar las desgracias más jodidas, venciéndolas y venciendo a un enemigo que confió verlo muerto hace mucho, muchísimo tiempo, arrollado por lo que ningún fascista hubiese sido capaz de sobrellevar ni un segundo. Ni presos, ni afuera de sus propios calabozos de hipocresía y omnipotencia cobarde.
¡Cháu, Macario! ¡Con la clase obrera, siempre y hasta la victoria final y todas las victorias que vendrán después, cuando el hombre sepa que vale tanto una milonga de tierra apisonada como un plato de comida y una cama caliente!.
¡Venceremos, contigo, venceremos!!!.

Gabriel –Saracho- Carbajales, Montevideo, 16 de julio de 2012


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1 comentario:

  1. hoy estuvimos en el cementerio con Guadalupe Carbajal, si la misma, la hija del Negro Ramón, la sobrina del Sabalero, amiga de Macario. ¡ que alegría nos dió cuando vimos que su tumba estaba llenita de flores, de colores, fuertes, firmes, alegres, plenas, vivaces. tan vivaces como la lucha de Eber Macario Pereyra que siempre está presente en los que estamos dispuestos a no claudicar jamás.

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