.
"Con mucha pena
recibí hoy la noticia del fallecimiento de Macario. Muchas historias e imágenes del
tiempo compartido en el Penal me vienen a la memoria. Pero me voy a quedar con
una de hace tres o cuatro años en Juan Lacaze, donde estaba de visita en la
casa de un compañero, Vamos a ver a Macario me dice el Cara. Bueno y allí en
una de las últimas calles de la Isla Mala
que terminaban en la arena nos metimos. Allí en la misma arena en un rancho que
el que describe el Sabalero en su canción del Abrojal era una mansión al lado
de este, nos metimos. Algo parecido a dos aguas en diferentes tipos de chapas
descoloridas era su estructura y una especie de puerta semiabierta invitaba a
pasar. Al costado de la misma en el frente, los restos de un sofá con algún
resorte asomado sobre la tela, era lo primero que se veía del rancho . Una vez
adentro, con un piso de tierra apisonada, un brasero en el medio de la pieza
alumbraba la figura de tres personas rodeando el mismo y en cuclillas. Una de
ella era Macario y los otros, dos amigos de su barra. Su físico ya venido a menos conservaba cierta
prestancia, de estatura regular, fornido y de cara de pómulos salientes
colorados como una manzana y con una cabellera encanecida que le llegaba hasta
los hombros, mostrando en su centro una avanzada calvicie. A que no sacás a
éste decía el Cara señalándome. Macario se incorporó y entrecerró sus ojos con
ese aire socarrón de canario pícaro y me dijo; esperá que ya te tengo. Primero
y Segundo piso le aclaré yo,¿ te acordás que fuiste el primero en conocer a mi
hija recién nacida en el hospital militar que estaba con mi compa y luego me
contaste como era la gurisita cuando volviste al piso, en el 73.? ¡Ah petizo,
como andás che.,,, tanto tiempo, visitando amigos en el pueblo he! Luego, roto
el hielo, me pasaron una botella de coca de dos litros color azul verdosa (que
después me enteré era alcohol de primus cortado con cuatro o cinco limones),
convite que pasé discretamente en la ronda. Luego Macario se incorporó y dijo
esperá petizo, esperá un cacho y apartando una cortina con su cabeza
desapareció atrás de un tabique y volvió a ratito con una guitarra en la mano.
Templándola y ajustándola puso una rodilla en tierra y los acordes de una
milonga encendieron el rancho. Primero con una entonación algo temblorosa, las
primeras estrofas de milonga del fusilado comenzaron a estremecerme. De a poco
su voz fuerte y aún melodiosa se fue afirmando hasta su acorde final y una
cálida emoción nos embargó y nos recordó que aún teníamos un pasado en común y un sentido de pertenencia
que como el brasero aún alumbraba. Nos despedimos con un abrazo y comprendí que
en su fraterna hospitalidad me había ofrecido lo mejor que tenía en su rancho;
esa milonga, que en un rincón de su corazón luchaba contra las demás señales de
su cuerpo cansado, por mantener su dignidad de hombre y de compañero".
Esto transcripto arriba, es lo que cayó en mi correo electrónico cuando me disponía a dormir la siesta del burro dominguera.
En el repertorio de la literatura
clásica del elogio, tal vez Macario haya sido un auténtico personaje de novela, una sonora
y polícroma leyenda de otros tiempos ya muy remotos, una especie de estoico sin
academia, para usar esas clasificaciones perezosas a las que solemos llamarles
con displicencia “lugares comunes” y, sin embargo, seguimos usándolos y
usándolos como si fueran la fórmula mágica del reconocimiento al que se lo
tiene bien merecido aun sin palabras o frases hechas…
Otros dirán que Macario fue, digamos… un
poeta salvaje, un irreverente, un bohemio en estado ínclito primitivo todavía:
un incorregible de la mala vida, del pucho y el trago compulsivos y las
muchachas de abril cosechadas en cada manzana del pueblo como pétalos frescos
que caían entre sus dedos llenos de bordona temblorosa y furiosa dulzura de
hombre libre y amante entrañable de la vida alegre, justa y solidaria…
En fin, hasta podría decirse que
fue un ser ahistórico de tan rebelde y peleado con lo dado por bueno por la fuerza
de la costumbre y los buenos modales de una sociedad enferma de mentira, como
él nos repitió día y noche, sin descanso, hasta su último suspiro…
Pero, no.
No hay lugar común que valga con
alguien como el que hace tres días se nos peló de la tierra firme, obrera e
internacionalista de Juan Lacaze, rodeado de gente sencilla y querible como él,
para instalársenos para siempre en la tierra firme e imperecedera del alma y la
moral revolucionarias.
Se nos murió un Revolucionario de pies a cabeza, de una vitalidad y una firmeza ideológicas
que deberían ser la envidia y el ejemplo para algunos que leerán la noticia de
su muerte seguramente con un gesto de cierto desdén paternalista, como
diciéndose: “¡Qué personaje pintoresco”!, y más nada.
El Hugo Leyton me lo hizo saber
ayer con esos párrafos sencillos y removedores con los que me obsequió como para que uno se
olvide del frío y los achaques del largo medio siglo propio con yapa incluida,
y se te caliente el corazón de bronca y del profundo amor que descubrís al
enterarte de la noticia y representársete así, súbitamente, cálidamente, generosamente,
esos ojos de mirar hasta el tuétano y la sonrisa socarrona del hermano Macario
con el que hace siglos dejaste de tomarte unos buenos amargos con paréntesis de
filosofar canero que dilata las sienes, aviva la razón y muestra la libertad
como algo contra lo que las rejas no podrán jamás.
Más apropiadamente que yo pueda
hacerlo, las palabras de Hugo dan en el clavo en el carácter y el espíritu de Macario.
Él lo conoció mucho más, supo más de su vida, como otras y otros que, es
necesario, tal vez escriban sobre él o graben algún cidi.
Yo, sólo puedo agregar muy poco
más después de transcribir los renglones de Hugo: los milicos lo raparon hasta
los sesos y le pusieron el mameluco más roñoso y desproporcionado como para que
nadie pudiese dudar de que “eso” era un preso más. Pero no pudo ser: Macario
siguió siendo, antes que nada, él mismo, mirando mucho más allá del horizonte
carcelero, cavilando hondo, filosofando en silencio, proseándose a sí mismo
sentencias vitales; bamboleándose sueltamente al caminar, abriendo las patas
con absoluta y paradigmática indisciplina anti formación botona, lleno de
desparpajo de canario bruto por fuera y por dentro lleno de pura hombría y puro
coraje venido de padres y abuelos obreros y madre y abuelas de manos llagadas
fregando en la tabla con la dignidad de los que aprenden a honrar la vida,
engrandeciéndola.
Hace tres días Macario no pudo
seguir rascando la viola, cuando muchas y muchos, aún, se lamentaban de que “el
Macario” hubiese agarrado por el camino de la revolución y los fierros, y no
por el de los festivales y los toques musiqueros que él supo regalarle a los
que más lo querían, pero nunca venderlos.
Ha muerto un bohemio, es cierto;
pero sigue vivo un señor Revolucionario que supo sobrellevar las desgracias más
jodidas, venciéndolas y venciendo a un enemigo que confió verlo muerto hace
mucho, muchísimo tiempo, arrollado por lo que ningún fascista hubiese sido
capaz de sobrellevar ni un segundo. Ni presos, ni afuera de sus propios
calabozos de hipocresía y omnipotencia cobarde.
¡Cháu, Macario! ¡Con la clase
obrera, siempre y hasta la victoria final y todas las victorias que vendrán
después, cuando el hombre sepa que vale tanto una milonga de tierra apisonada como
un plato de comida y una cama caliente!.
¡Venceremos, contigo,
venceremos!!!.
Gabriel –Saracho- Carbajales, Montevideo,
16 de julio de 2012
.
hoy estuvimos en el cementerio con Guadalupe Carbajal, si la misma, la hija del Negro Ramón, la sobrina del Sabalero, amiga de Macario. ¡ que alegría nos dió cuando vimos que su tumba estaba llenita de flores, de colores, fuertes, firmes, alegres, plenas, vivaces. tan vivaces como la lucha de Eber Macario Pereyra que siempre está presente en los que estamos dispuestos a no claudicar jamás.
ResponderEliminar