REVELACIONES DE VIDELA SOBRE LA COMPLICIDAD DE LA IGLESIA CATOLICA
Como en aquellas otras entrevistas y en sus alegatos judiciales, Videla justificó el plan que aplicó la Junta Militar por los “decretos de aniquilación” firmados por el ex presidente interino Italo Luder, que constituyeron “una licencia para matar concedida por un gobierno democrático”. Cuando el periodista le inquirió si esa licencia incluía las torturas, el robo de bebés y el saqueo de los bienes de las víctimas, dijo que esas “bajezas humanas” se debieron al gran “poder y libertad de acción otorgados al Ejército”, situación en la cual “es inevitable que muchos utilicen esas libertades en beneficio propio”. Agregó que con los juicios él y sus camaradas pagan el costo de “no haber blanqueado” los métodos dispuestos entonces. Videla sostiene que “hacia el final de mi mandato, entre el ’80 y el ’81, se llegó a evaluar la posibilidad de publicar la lista, blanquear los desaparecidos”. Explica que “no era tan fácil, porque además íbamos a estar expuestos a la contra pregunta. Si a una madre le decíamos que su hijo estaba en la lista, nadie le impediría que preguntara ¿dónde está enterrado, para llevarle una flor? ¿quiénes lo mataron? ¿por qué? ¿cómo lo mataron? No había respuestas para cada una de esas preguntas, y creímos que era embochinchar más esa realidad, y que sólo lograríamos afectar la credibilidad. Entonces en ese momento no se quiso correr ese riesgo”. El razonamiento es idéntico al que Videla suministró a la Comisión Ejecutiva del Episcopado, cuando los obispos le transmitieron que el método de la desaparición de personas produciría a la larga “malos efectos”, dada “la amargura que deja en muchas familias”. Pero la fecha es muy anterior a la que menciona el dictador. Ese diálogo tuvo lugar el 10 de abril de 1978 durante un almuerzo de Videla con la Comisión Ejecutiva del Episcopado, que presidía el arzobispo de Córdoba Primatesta y que también integraban los arzobispos de Santa Fe y de la Capital Federal, Vicente Zazpe y Juan Aramburu, como vicepresidentes.
Primatesta hizo referencia a las desapariciones producidas durante la Pascua de 1978, “en un procedimiento muy similar al utilizado cuando secuestraron a las dos religiosas francesas”. Videla respondió que “sería lo más obvio decir que éstos ya están muertos, se trataría de pasar una línea divisoria y éstos han desaparecido y no están. Pero aunque eso parezca lo más claro sin embargo da pie a una serie de preguntas sobre dónde están sepultados: ¿en una fosa común? En ese caso, ¿quién los puso en esa fosa? Una serie de preguntas que la autoridad del gobierno no puede responder sinceramente por las consecuencias sobre personas”, es decir para proteger a los secuestradores y asesinos. El detalle de este diálogo consta en una minuta que los tres arzobispos redactaron en la sede del Episcopado en cuanto concluyó el almuerzo para enviarla al Vaticano. La autenticidad de ese texto fue reconocida por la Conferencia Episcopal, que hoy preside el arzobispo de Santa Fe, José Arancedo, ante una consulta de la jueza federal de San Martín, Martina Forns, luego de su publicación aquí. Pero en el reportaje con El Sur, Videla describe un grado de complicidad de la Iglesia Católica con los crímenes de su gobierno superior a lo que se conocía y con un carácter institucional que comprende tanto al Episcopado local como a la sede central en Roma. No se trata sólo de callar lo que sabían para no “hacer daño al gobierno”, como dijo Primatesta aquel día de 1978, sino incluso de asesorar a la Junta Militar y garantizar que tampoco los familiares de las víctimas contaran lo que había ocurrido con sus hijos. Lo que sigue es la transcripción textual del tramo de la entrevista sobre el tema:
–No deja de llamar la atención la forma en que se refiere a la situación de los desaparecidos. Hace sentir que para usted es un tema pendiente.
–La desaparición de personas fue una cosa lamentable en esta guerra. Hasta el día de hoy la seguimos discutiendo. En mi vida lo he hablado con muchas personas. Con Primatesta, muchas veces. Con la Conferencia Episcopal Argentina, no a pleno, sino con algunos obispos. Con ellos hemos tenido muchas charlas. Con el nuncio apostólico Pío Laghi. Se lo planteó como una situación muy dolorosa y nos asesoraron sobre la forma de manejarla. En algunos casos, la Iglesia ofreció sus buenos oficios, y frente a familiares que se tenía la certeza de que no harían un uso político de la información, se les dijo que no busquen más a su hijo porque estaba muerto.
–No parece suficiente.
–Es que la repregunta es un derecho que todas las familias tienen. Eso lo comprendió bien la Iglesia y también asumió los riesgos.
Hasta la expresión impersonal escogida por Videla (“se lo planteó”, “se les dijo”) trasluce la identidad entre Iglesia y Dictadura.
Buenos Oficios
Videla habló con una revista de Córdoba sobre la
complicidad de la Iglesia Católica con la dictadura militar. El rol de
Laghi y Primatesta y el testimonio de un ex sacerdote. No sólo
asesoraron a la Junta sobre cómo manejar la cuestión de los
detenidos-desaparecidos. También le ofrecieron sus “buenos oficios” para
informar a algunas familias del asesinato de sus hijos garantizando que
no lo hicieran público. Se comprende por qué hasta hoy la Iglesia no ha
excomulgado a Videla.
Domingo, 22 de julio de 2012
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Por Horacio Verbitsky
El ex
dictador Jorge Videla dijo que el ex nuncio apostólico Pío Laghi, el ex
presidente de la Iglesia Católica de la Argentina Raúl Primatesta, y
otros obispos de la Conferencia Episcopal asesoraron a su gobierno sobre
la forma de manejar la situación de las personas
detenidas-desaparecidas. Según Videla la Iglesia “ofreció sus buenos
oficios” para que el gobierno de facto informara de la muerte de sus
hijos a familias que no lo hicieran público, de modo que cesaran la
búsqueda. Esto confirma el conocimiento de primera mano que esa
institución tenía sobre los crímenes de la dictadura militar, como
consta en los documentos secretos cuya autenticidad el Episcopado
reconoció ante la justicia hace dos meses. Pero además muestra un
involucramiento episcopal activo para que esa información no
trascendiera tampoco por comentarios de los familiares de las víctimas,
de cuyo silencio la Iglesia era garante.
Diálogos en la cárcel
El reportaje con la revista cordobesa El Sur, que edita en Río Cuarto Hernán Vaca Narvaja, se realizó antes de los concedidos al periodista español Ricardo Angoso y al argentino Ceferino Reato, pero sólo se divulgó esta semana. Fue realizado en tres partes por el periodista Adolfo Ruiz, en la cárcel de alta seguridad de Bouwer, donde el ex jefe de la Junta Militar estuvo detenido entre el 26 de junio y el 23 de diciembre de 2010, mientras se extendieron las audiencias del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en la cárcel de Córdoba conocida como UP1. Videla fue condenado en ese proceso a prisión perpetua por los asesinatos de 31 prisioneros dentro de la cárcel o mediante fraguados intentos de rescate en ocasión de traslados. Videla recibió a Ruiz el 6 y el 13 de agosto y el 18 de octubre de 2010 en el locutorio de la cárcel de Bouwer, cuyos dos mil internos superan el número de pobladores de esa pequeña ciudad, que hasta hace dos años fue el depósito de los residuos domiciliarios de Córdoba. Antes de comenzar puso como condición que sus palabras recién se difundieran cuando dejara la provincia, como consta en la carta manuscrita que se reproduce aquí.Como en aquellas otras entrevistas y en sus alegatos judiciales, Videla justificó el plan que aplicó la Junta Militar por los “decretos de aniquilación” firmados por el ex presidente interino Italo Luder, que constituyeron “una licencia para matar concedida por un gobierno democrático”. Cuando el periodista le inquirió si esa licencia incluía las torturas, el robo de bebés y el saqueo de los bienes de las víctimas, dijo que esas “bajezas humanas” se debieron al gran “poder y libertad de acción otorgados al Ejército”, situación en la cual “es inevitable que muchos utilicen esas libertades en beneficio propio”. Agregó que con los juicios él y sus camaradas pagan el costo de “no haber blanqueado” los métodos dispuestos entonces. Videla sostiene que “hacia el final de mi mandato, entre el ’80 y el ’81, se llegó a evaluar la posibilidad de publicar la lista, blanquear los desaparecidos”. Explica que “no era tan fácil, porque además íbamos a estar expuestos a la contra pregunta. Si a una madre le decíamos que su hijo estaba en la lista, nadie le impediría que preguntara ¿dónde está enterrado, para llevarle una flor? ¿quiénes lo mataron? ¿por qué? ¿cómo lo mataron? No había respuestas para cada una de esas preguntas, y creímos que era embochinchar más esa realidad, y que sólo lograríamos afectar la credibilidad. Entonces en ese momento no se quiso correr ese riesgo”. El razonamiento es idéntico al que Videla suministró a la Comisión Ejecutiva del Episcopado, cuando los obispos le transmitieron que el método de la desaparición de personas produciría a la larga “malos efectos”, dada “la amargura que deja en muchas familias”. Pero la fecha es muy anterior a la que menciona el dictador. Ese diálogo tuvo lugar el 10 de abril de 1978 durante un almuerzo de Videla con la Comisión Ejecutiva del Episcopado, que presidía el arzobispo de Córdoba Primatesta y que también integraban los arzobispos de Santa Fe y de la Capital Federal, Vicente Zazpe y Juan Aramburu, como vicepresidentes.
Primatesta hizo referencia a las desapariciones producidas durante la Pascua de 1978, “en un procedimiento muy similar al utilizado cuando secuestraron a las dos religiosas francesas”. Videla respondió que “sería lo más obvio decir que éstos ya están muertos, se trataría de pasar una línea divisoria y éstos han desaparecido y no están. Pero aunque eso parezca lo más claro sin embargo da pie a una serie de preguntas sobre dónde están sepultados: ¿en una fosa común? En ese caso, ¿quién los puso en esa fosa? Una serie de preguntas que la autoridad del gobierno no puede responder sinceramente por las consecuencias sobre personas”, es decir para proteger a los secuestradores y asesinos. El detalle de este diálogo consta en una minuta que los tres arzobispos redactaron en la sede del Episcopado en cuanto concluyó el almuerzo para enviarla al Vaticano. La autenticidad de ese texto fue reconocida por la Conferencia Episcopal, que hoy preside el arzobispo de Santa Fe, José Arancedo, ante una consulta de la jueza federal de San Martín, Martina Forns, luego de su publicación aquí. Pero en el reportaje con El Sur, Videla describe un grado de complicidad de la Iglesia Católica con los crímenes de su gobierno superior a lo que se conocía y con un carácter institucional que comprende tanto al Episcopado local como a la sede central en Roma. No se trata sólo de callar lo que sabían para no “hacer daño al gobierno”, como dijo Primatesta aquel día de 1978, sino incluso de asesorar a la Junta Militar y garantizar que tampoco los familiares de las víctimas contaran lo que había ocurrido con sus hijos. Lo que sigue es la transcripción textual del tramo de la entrevista sobre el tema:
–No deja de llamar la atención la forma en que se refiere a la situación de los desaparecidos. Hace sentir que para usted es un tema pendiente.
–La desaparición de personas fue una cosa lamentable en esta guerra. Hasta el día de hoy la seguimos discutiendo. En mi vida lo he hablado con muchas personas. Con Primatesta, muchas veces. Con la Conferencia Episcopal Argentina, no a pleno, sino con algunos obispos. Con ellos hemos tenido muchas charlas. Con el nuncio apostólico Pío Laghi. Se lo planteó como una situación muy dolorosa y nos asesoraron sobre la forma de manejarla. En algunos casos, la Iglesia ofreció sus buenos oficios, y frente a familiares que se tenía la certeza de que no harían un uso político de la información, se les dijo que no busquen más a su hijo porque estaba muerto.
–No parece suficiente.
–Es que la repregunta es un derecho que todas las familias tienen. Eso lo comprendió bien la Iglesia y también asumió los riesgos.
Hasta la expresión impersonal escogida por Videla (“se lo planteó”, “se les dijo”) trasluce la identidad entre Iglesia y Dictadura.
El rol de Laghi
La minuta para el Vaticano también muestra el conocimiento de la Iglesia sobre el secuestro de las religiosas francesas Alice Domon y Léonie Duquet. Sin embargo, cuando la superiora de las monjas en la Argentina, Evelyn Lamartine, y la religiosa Montserrat Bertrán recurrieron a Laghi, el nuncio las miró “como si fuéramos bichos asquerosos, y nos dijo: ‘Nosotros no sabemos nada, por algo habrá sido’. Montse se arrodilló y le rogó que hiciera algo. El se la sacó de encima, instintivamente, describe Evelyn, que entonces pensó: ‘Dios no se olvida de lo que dijiste’”. Su testimonio fue recogido por María Arce, Andrea Basconi y Florencia Bianco, cuya investigación fue publicada por Clarín en 2007. Un obispo y una madre superiora llegaron desde Francia para interesarse por Alice y Léonie, pero Primatesta ordenó desmentirlo y explicar que sólo venían a pasar Navidad. En 1995, bajo la conmoción de las revelaciones del ex capitán Adolfo Scilingo sobre el asesinato de prisioneros arrojados al mar, la esposa del secuestrado periodista Julián Delgado, María Ignacia Cercós, contó que el Comandante en Jefe de la Armada Armando Lambruschini consultó con Laghi acerca del destino de 40 detenidos-desaparecidos en la ESMA, que su antecesor, Emilio Massera, le había entregado al retirarse. Lambruschini no quería matarlos pero temía que si los dejaba en libertad contaran lo padecido en la ESMA, tal como ocurrió, y le preguntó a Laghi qué hacer. Según Cercós, el concimiento de Laghi sobre lo que sucedía en aquel campo de concentración llegaba hasta la nómina de los prisioneros que aún quedaban con vida. Ante el pedido de María Ignacia, Laghi consultó esa lista y “me dijo que Julián no estaba entre ellos. Quiere decir que tenía pleno acceso a la información”. En aquel momento, el propio Massera defendió a Laghi de tales “noticias calumniosas” y dijo que se preocupó en forma permanente por la suerte de “los llamados desaparecidos”. El problema es que Laghi había elegido la estrategia opuesta: negar que hubiera conocido la índole y la extensión de las violaciones a los derechos humanos. Dijo que “no tenía ni micrófonos ni espías que fuesen a los cuarteles a ver lo que los militares hacían”. Sus amigos Oscar Justo Laguna (quien al morir este año estaba procesado por la justicia federal de San Nicolás, por haber mentido en su testimonio sobre el asesinato de su colega Carlos Horacio Ponce de León), Alcides Jorge Pedro Casaretto, Carlos Galán, Domingo Castagna y Emilio Bianchi di Carcano sostuvieron que declaraciones como la de María Ignacia Cercós podrían “reinstalar entre nosotros no ya la violencia de las armas sino la de la venganza”. La esposa de Julián Delgado dijo entonces que durante años estuvo agradecida a Laghi por sus gestiones. “Pero ahora sé que no puedo perdonarle su silencio cómplice. Me siento un monstruo por haber escuchado esas cosas sin reaccionar.” El propio jefe máximo de aquella Junta Militar, sin el menor asomo de crítica, confirma tres décadas después el asesoramiento de Laghi sobre el secreto más horrendo y peor guardado de la dictadura.La Eucaristía
Recuerdos coincidentes tienen muchos sacerdotes que en aquellos años frecuentaron a Laghi. Uno de ellos, Hugo Collosa, de Rafaela, le narró al periodista Carlos del Frade que Laghi visitó esa ciudad santafesina luego de la muerte de su obispo, Antonio Alfredo Brasca, incendiado por un cáncer en 1976. La enfermedad se adelantó a las Fuerzas Armadas, que lo tenían en su lista corta de aversiones. En el Obispado se reunían las agrupaciones laicas que militaban en los barrios más humildes y las del peronismo revolucionario, que tenían algunos miembros en común, entre ellos un sacerdote. Brasca se había manifestado en apoyo del movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo junto con los obispos Enrique Angelelli, Ponce de León y Alberto Devoto. “Laghi vino a maltratarnos”, dice Collosa, quien ya no es sacerdote. “No tenía ninguna intención de discutir el perfil del nuevo obispo ni mucho menos que se siguiera la línea de Brasca. Lo llevamos a almorzar en un comedor para chicos de la ciudad y allí, a varios sacerdotes, nos contó de los vuelos de la muerte, de los secuestros, las desapariciones y las torturas. Es decir que ellos ya sabían lo que estaba pasando con lujo de detalles desde mucho antes que 1978. Y hablaba con fundamento de lo que hacía cada una de las tres armas. Nosotros ya habíamos sufrido el secuestro del padre Raúl Troncoso que militaba en barrio Fátima, y estábamos muy preocupados. Después lo mandaron a Cassaretto que hizo una pastoral totalmente distinta a la de Brasca y bien cercana a los sectores dominantes de la ciudad”. La primera entrevista de Videla con el periodista cordobés se interrumpió cuando lo trasladaron al Hospital Militar para tratarse de una incipiente bronquitis. Formaba parte de la comitiva que buscó a Videla “un hombre canoso que venía, cáliz y alba en mano, a darle la Eucaristía”. Es decir que pese a las sucesivas condenas por los más graves delitos, la Iglesia Católica no consideró necesario excomulgarlo, pena eclesiástica que impide la recepción de los sacramentos y se aplica a los pecados graves. El no considerar como tales los delitos de Videla certifica la prolongación en el tiempo de la complicidad eclesiástica con ellos..
El periodista Adolfo Ruiz y la carta manuscrita de Videla en la que acepta la entrevista.
La entrevista exclusiva a Jorge Rafael Videla durante su paso por Córdoba
La confesión
Revista El Sur publica en forma exclusiva la
entrevista que concedió el dictador Jorge Rafael Videla en el invierno
de 2010, cuando estaba alojado en la prisión de Bouwer para asistir a
las audiencias del histórico juicio por las 31 víctimas de la UP1, por
el que fue condenado a cadena perpetua. Videla se reunió en tres
oportunidades con un periodista cordobés a temario abierto. Por qué se
conocen recién ahora los detalles de aquélla entrevista.
Escribe: Adolfo Ruiz
"Absoluta reserva
hasta que me aleje de Córdoba. Concretar el encuentro un día viernes entre las
once y las doce bajo la forma de visita de
locutorio. Anticiparme la fecha elegida a través de mi abogada defensora". Al
firmante de la carta le faltaría agregar una condición más, y lo haría luego de
conceder su segunda entrevista en un frío locutorio de la cárcel de Bouwer:
todo lo que había afirmado, dicho o considerado, sólo podría ser publicado
después de su muerte.
Este hombre que imponía condiciones y sabía que hería
de muerte cualquier titular pretencioso, estaba sentado del otro lado de un
enclenque escritorio. Parecía increíble que se tratara del mismo que durante
años fuera el señor de la vida y la muerte; aquél que estuvo en la cúspide de
un brutal aparato de poder. Aquél que llegó ahí para decidir. Y que decidió la
tragedia.
Frente a semejante ser, de poco servía aquella colección
de entrevistas carcelarias que nos habían puesto frente a frente con criminales
de todas las variedades: violadores, narcotraficantes, secuestradores,
asaltantes de bancos, estafadores, sicarios, rateros, falsificadores. En ese
escaparate faltaba una calaña, la máxima, la que supera a todas, la que nunca
prescribe, la que jamás se olvida. Era el momento de completar la lista,
precisamente con él: Jorge Rafael Videla, el mayor genocida de nuestra
historia.
Por qué se
publica
Las
tres entrevistas con Videla fueron realizadas en
el módulo MD1 de Bouwer. Fueron charlas abiertas, sin chicanas, y si se
quiere "cordiales" o al menos respetuosas. Pero al culminar la última de
ellas, el
represor hizo el pedido expreso de que nada de lo hablado fuera
publicado. "Sé
que mis expresiones van a causar dolor en mucha gente", se justificó. Su
intención era que tales afirmaciones vieran la luz sólo después de su
muerte.
Durante 24 meses el compromiso fue mantenido. No se
publicó nada. Estaba dada la palabra.
Quien lo quebrantó fue el propio Videla, concediendo
primero una entrevista "publicable" al periodista español Ricardo Angoso, que
vio la luz en la revista Cambio 16
en febrero de este año.
Debe haberse sentido conforme con sus dichos o bien
desdeñado el "dolor" causado por sus palabras, porque después pareció mucho más
entusiasmado y concedió largas charlas al periodista Ceferino Reato, quien
condensó esos registros y anotaciones en su libro "Disposición Final". Texto
polémico pero que aporta al conocimiento de la verdad histórica en boca de su
protagonista mayor.
El impulso de "verborragia súbita" que invadió al ex
general nos dispensa del compromiso de silencio, quebrantado por su propio ideólogo.
Y es por eso que esta entrevista sale a la luz. No creemos estar violando un
acuerdo, tácitamente derogado por quien lo propuso.
El diálogo
Fueron los viernes 6 y 13 de agosto, y luego el 18 de octubre,
los momentos en que Videla se sentó en una cárcel cordobesa a compartir con un
periodista parte de sus memorias sobre la represión.
"Es como dijo Ortega y Gasset. Mis circunstancias me
llevaron a esto", arrancó excusándose, ante la consulta sobre si alguna vez se sintió
preparado para ejecutar semejante plan. "Jamás me imaginé conduciendo una
guerra de este tipo. Nosotros como militares estamos preparados para matar y
para morir en la guerra, pero no en una guerra así", sentenció.
En el acto el ex represor citó aquella reunión secreta
con Luder y su gabinete, los cuatro planes de acción represiva, de menor a
mayor, y los mentados "decretos de aniquilación", los cuales no eran otra cosa
que "una licencia para matar, concedida por un gobierno democrático" que de las
cuatro alternativas "eligió la más categórica".
- La coincidencia
entre los planes de acción que se llevaron a cabo en diversos países del Tercer
Mundo hace pensar que tan originales no eran y que la metodología vino de una
fuente única, como fue el Plan Cóndor...
-
¡Plan Cóndor! Yo nunca vi una carpeta que dijera "Plan Cóndor". Sí
había unidad en la forma de enfrentar el problema, porque era
la reacción ante una situación generada por la Unión Soviética
que estaba en enfrentamiento con Estados Unidos. Los intereses
soviéticos de
avanzar en su conquista del mundo los llevaron a fomentar las guerrillas
revolucionarias. Las alentaron en África, básicamente tomando la lucha
contra
el colonialismo como argumentación, y en América Latina lo hicieron
argumentando la lucha contra la desigualdad social.
- Entonces el
plan no era propio...
- Nosotros fuimos el último país en entrar en combate
con las Fuerzas Armadas contra el terrorismo, y tuvimos la suerte de que fue un
gobierno constitucional el que tomó la decisión, cosa que no pasó en otros
países del continente.
- Esa "licencia
para matar" que dice que les concedió Luder, ¿también incluía las torturas,
robos de bebés, saqueos, entre otras cosas?
- Cuando se da tanto poder y libertad de acción a una
fuerza como el Ejército, es inevitable que muchos utilicen estas libertades en
beneficio propio. Tipos que podrían aprovechar para cobrarse cuentas
pendientes. Da lugar para múltiples bajezas humanas. Además la lucha se
organizó imitando la organización celular del enemigo, con lo cual no era fácil
controlar todas las acciones, ya que se armó una estructura difícil de
penetrar.
- ¿Qué pasó
después de que se firmara la decisión de aniquilar a la subversión con los
mentados "decretos de aniquilamiento" del 5 de octubre de 1975?
- Directamente al día siguiente de la firma del
decreto se convocó a los gobernadores de provincias para que empezáramos a
operar. Se pusieron a disposición del Ejército todas las fuerzas de seguridad
provinciales, como la Policía
y los servicios penitenciarios, además de la Gendarmería.
Guerras ocultas
La trampa lingüística que el Ejército y luego el
Estado utilizaron para perseguir y exterminar a millares de argentinos es la
que hoy deja a sus ejecutores sin argumentos para ensayar su defensa. Dicen que
fue "guerra" cuando antes se encargaban de negarlo sistemáticamente, cada vez
que el ERP, por ejemplo, pedía ser reconocido como parte beligerante para
reclamar para sus detenidos el tratamiento de prisioneros de guerra.
-En esto se da
un insólito giro lingüístico. ¿Cuál es su opinión?
- La guerra no podía ser blanqueada en ese momento,
sobre todo por la modalidad en que la libraba el enemigo. Creo que siempre debe
haber una relación entre el proyectil y la coraza. Se vino una agresión
terrible y con una modalidad no convencional, y había que ponerle una coraza
acorde o a la medida de esa agresión, que mal que nos pesara, no venía por
derecha. No cumplía con esos derechos de la guerra. Fuimos nosotros los que tuvimos
que bajar a ese tipo de guerra, una guerra interna e irregular.
- ¿Cuáles son los
costos de no haber ?blanqueado? esa guerra?
- Son evidentes en el sentido de que ahora somos
juzgados solamente nosotros. Y esto se ve claramente durante los juicios,
cuando los testigos ingresan a prestar declaraciones. Siempre cuentan a partir
del momento en que fueron detenidos, o cuando cruzaron el umbral de la prisión.
Por eso la historia se ve desde esa perspectiva, porque si no conocemos la
existencia de la guerra, no notamos la agresión preexistente que, mediante el
terror, buscaba generar un cambio del sistema. Fue la sociedad argentina la que
reaccionó contra ese terror, y dijo: "No tenemos justicia pero tenemos a los
militares". Ahí es cuando empieza la guerra.
- Una guerra
bastante "irregular"...
- Una guerra irregular alentada desde el exterior que
buscaba exacerbar las reacciones sociales, tomando las desigualdades sociales
existentes como una motivación. Esa desigualdad es una situación que existía en
verdad, antes y después de esta guerra. Y se la tomó como argumento. En esa
lucha era difícil distinguir quién peleaba por solucionar esa desigualdad
social y quién estaba en realidad motivado por otras cosas.
- Usted dice que
la "guerra" comenzó con los decretos de aniquilamiento. Sin embargo, desde
mucho antes la Triple A
y el Comando Libertadores de América ya estaban actuando con procedimientos
semejantes. ¿No es contradictorio?
-
Sobre la
Triple A no puedo hablar como protagonista, sino por lo que
pude conocer en esos tiempos. Cuando lo matan a (el secretario general
de la CGT, José Ignacio) Rucci,
Perón estaba a punto de asumir su mandato. Al enterarse, dice una frase
que
luego se la atribuyen también a Maradona: "Me cortaron las piernas". No
tengo
constancia, pero me cuentan que eso lo dijo en una reunión en la que
convocó a
los sectores derechistas y sindicales de su movimiento. Se tomó el
asesinato de
Rucci como una advertencia y Perón dijo que no estaba dispuesto a
permitirla. "Algo hay que hacer". Pero no hablaba de una guerra sino de
empezar a combatir
con los mismos métodos que utilizaban los que habían matado a Rucci.
Entonces
crean una fuerza clandestina al mando de López Rega, que era un loco. Y
la
función era eliminar a los elementos revolucionarios. Entonces diría que
esa
reunión es la partida de nacimiento de la Triple A. Y funciona hasta
junio del ´75, en que
López Rega se tiene que ir, por presión de las Fuerzas Armadas. Le hacía
mucho
mal a la pobre Isabel, que después de la muerte de Perón se había
refugiado
mucho en él. Se lo nombra embajador itinerante, pero terminó el
itinerario en
Brasil. La AAA
tiene ese corto lapso de vida. Cuando nosotros salimos a guerrear, ya no
era el "comando". Pero nos tuvimos que poner a la medida del enemigo
que combatíamos.
- Es natural que
usted tenga una explicación para lo que sucedió en los ?70. Sin embargo, también
es un hecho que usted tiene una muy mala imagen en la sociedad. Es una especie
de figura demoníaca. ¿Es consciente de esta situación?
- Claro que sí. Siento que es una cruz con la que
tengo que cargar por el resto de mi vida. Ya la tengo totalmente asumida y no
puedo decir nada. No es una realidad que yo pueda resolver. Además en los
últimos tiempos esto ha sido muy atizado por el actual gobierno. Creo que con
otro se podría de algún modo atemperar.
- ¿Cómo hace para
sobrellevar eso que usted llama su "cruz"?
- Como cualquier persona. Con mi familia y con mis
amigos íntimos, que no son pocos y los tengo todavía.
De la entelequia
a las fosas
Además
de la tortura, los secuestros, la muerte y el
exterminio, uno de los grandes reclamos que enfrentan los represores del
"Proceso" es aquella deuda eterna y pendiente: los desaparecidos. De
eso
también habló Videla en Córdoba.
- Usted separa
entre lo que fue la llamada "guerra contra la subversión" y el golpe de Estado.
Sin embargo, los niveles de violencia a partir de marzo del '76 fueron muy
superiores...
- Eso es un error de apreciación muy común. No fue
mayor desde marzo del ´76 en comparación con lo que sucedió en los meses
anteriores. De hecho el que era secretario de Derechos Humanos del gobierno de
Alfonsín, Rabozzi, declaró en el Juicio a las Juntas que el pico mayor de
desapariciones se da en los dos últimos meses del '75 y los dos primeros del ?76.
- Ya que lo
mencionó usted, sin necesidad de que le preguntáramos. Dice "desaparecidos". Ya
no son más una "entelequia"?
- (silencio). También a mí me duelen los
desaparecidos, esa entelequia de la que yo hablé en la conferencia de prensa
tan recordada. Siento que es realmente una demanda que está pendiente y que en
su momento no se pudo saldar. No sé si se podrá saldar en la historia. No tiene
solución.
- La desaparición
de personas es un delito en el cual los efectos persisten. Un delito continuado
hasta el día de hoy en tanto no se ponga fin. ¿Nunca pensó en poner fin a esa
persistencia y a ese dolor que aún hoy viven miles de argentinos?
- Mientras estuve en actividad como presidente, era un
tema recurrente éste de los desaparecidos. A veces se piensa que a uno le
resbala, pero en realidad era una preocupación constante. Hacia el final de mi
mandato, entre el '80 y el '81, se llegó a evaluar la posibilidad de publicar
la lista. Blanquear los desaparecidos de esta guerra contra la subversión. Pero
aparecieron las dudas, porque en esas listas iban a faltar los ajusticiamientos
internos de las propias organizaciones terroristas, los que se asustaron y se
fueron a otro país con otro nombre para que ellos mismos no los persiguieran,
los que tuvieron un accidente y nunca se supo de ellos, los mismos terroristas
que murieron en una acción y nunca pudieron ser identificados -como los 20 de
Monte Chingolo, que fueron enterrados después de estar un mes en la morgue sin
que nadie los reclamara-. Entonces, ¿había que cargar también con esas
desapariciones, con esa gente que estaba faltando?
- Si me lo
pregunta a mí le diría que si?
- No era tan fácil, porque además íbamos a estar
expuestos a la contra pregunta. Si a una madre le decíamos que su hijo estaba
en la lista, nadie le impediría que preguntara ?¿dónde está enterrado, para
llevarle una flor??, "¿quiénes lo mataron?", "¿por qué?", "¿cómo lo mataron?".
No había respuestas para cada una de esas preguntas, y creímos que era
embochinchar más esa realidad, y que sólo lograríamos afectar la credibilidad.
Entonces en ese momento no se quiso correr ese riesgo.
- No fue
conveniente "políticamente", pero se conculcó un legítimo derecho de los
familiares. ¿No cree que se esté a tiempo de decir adónde están por lo menos
las fosas comunes o adónde fueron a parar muchas de esas personas?
- Se lo creyó inconveniente. No se evaluó en ese
momento. No creo que ahora se pueda.
- ¿Y las listas?
¿Existen todavía? ¿Se pueden blanquear tres décadas después?
? Hay muchas cosas que se han destruido, porque hubo
una orden de destruirlas. Pero puede haber todavía algunas listas para
reconstruir un poco de lo sucedido. Debe haber algo. Aunque creo que publicar
hoy las listas no traería alivio.
- ¿Y las fosas de
La Perla? Usted
conoce La Perla,
¿verdad? La Justicia
Federal ha dedicado enorme esfuerzo y presupuesto para dar
con las fosas comunes, sin ningún mínimo resultado?
- Hay cosas que a lo mejor se puedan rescatar de La Perla...
- No deja de
llamar la atención la forma en que se refiere a la situación de los
desaparecidos. Francamente hace sentir que para usted es un tema pendiente.
- La desaparición de personas fue una cosa lamentable
en esta guerra. Hasta el día de hoy la seguimos discutiendo. En mi vida lo he
hablado con muchas personas. Con Primatesta muchas veces. Con la Conferencia Episcopal
Argentina, no a pleno, sino con algunos obispos. Con ellos hemos tenido muchas
charlas. Con el nuncio apostólico Pío Langhi. Se lo planteó como una situación
muy dolorosa y nos asesoraron sobre la forma de manejarla. En algunos casos, la Iglesia ofreció sus buenos
oficios, y frente a familiares que se tenía la certeza de que no harían un uso
político de la información, se les dijo que no busquen más a su hijo porque
estaba muerto.
- No parece
suficiente...
- Es que la repregunta es un derecho que todas las
familias tienen. Eso lo comprendió bien la Iglesia, y también asumió los riesgos. Créame,
sigue siendo algo doloroso para mí. Y lo seguirá siendo. Creo que solamente el
tiempo podrá hacer comprender esa situación, que no la quiero justificar. Esto
era una guerra, y era una de las derivaciones probables.
- ¿No cree que le
serviría avanzar con esa deuda de los desaparecidos?
- A mi me queda como una deuda pendiente. Pero no
encuentro cómo saldarla. El destino final que tuvieron los desaparecidos yo no
lo sé. No sé tampoco de los vuelos de la muerte. Creo que ya es un tema que no
se podrá resolver, más que con el olvido.
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