viernes, 21 de octubre de 2011

Denuncias reúnen 46 casos de tortura




Declaraciones a la prensa de Pablo Chargoñia




Testimonio de una víctima de tortura

“Estaba preso por mis ideales” 
14 octubre 2011 

Javier Leibner es uno de los testigos en la denuncia que presentó el abogado Pablo Chargonia (ver nota que sigue:Humanidad lastimada, pobre humanidad). Su testimonio es un ejemplo del tenor de los casos denunciados. El 10 de junio de 1983 tenía veintitrés años y fue detenido por agentes de Inteligencia de la Jefatura de Policía.
―¿Dónde te detuvieron? 
―Me fueron a buscar al liceo en el que trabajaba como profesor de matemáticas. Primero pasaron por mi casa y como no me encontraron se llevaron a mi señora, hacía tiempo que me venían siguiendo, tenían datos sobre mi rutina. 
―¿Quiénes te detuvieron? 
―La persona que preguntó por mí estaba de particular, un tipo unos años mayor que yo. Después supe, por las descripciones, que era Ariel Ricci, un viejo y reconocido traidor. Me dijo que estaba detenido. Armé un poco de relajo para que la gente del liceo se diera cuenta de lo que estaba pasando y le avisara a mi familia. Alguien le avisó a mi viejo. Eso era fundamental por mi propia seguridad y además para avisar a los conocidos que por las dudas se borraran. 
Cuando salimos del liceo, en la puerta había otro tipo de particular y en la esquina estaba la chanchita. Me subieron, me esposaron y me llevaron a Inteligencia de la policía [Dirección Nacional de Identificación e Inteligencia, DNII], creo que en Maldonado y Yí. Hasta ese momento yo no sabía que se habían llevado a mi mujer, pero uno de los milicos me mostró su cédula; era la prueba de que se la habían llevado. 
―¿Estabas solo en Inteligencia? 
―No. Junto conmigo agarraron a veinticuatro compañeros, la mayoría universitarios y casi todos de la Unión de Juventudes Comunistas (UJC). Pero eso también lo supe después, porque apenas entré me encapucharon. Me hicieron subir y bajar escaleras como para marearme y que no supiera dónde estaba parado. Me pusieron de plantón y reconocí la voz de un amigo que pidió para ir al baño. 
En ese lugar me torturaron. No es que me guste hablar de la tortura pero políticamente considero correcto contarlo porque hay gente que no sabe, que no conoce, lo vivió de costado. Hay gente que sigue con la historia de que hubo una guerra entre milicos y tupamaros, que no sabe que la policía también estaba metida. Yo no soy guerrillero. Cada vez que sale el tema no doy lujo de detalles pero cuento. 
―¿Se te han distorsionado los recuerdos con el paso de los años? 
―He perdido los detalles. Hay cosas que no recuerdo, lo cotidiano, si me dejaban ir al baño por ejemplo. 
―¿Y qué cosas sí recordás? 
―La picana. Me picaneaban desnudo acostado con las manos, los pies y el cuello atados, encapuchado y mojado. Me picanearon en los genitales, en las tetillas, los pies, el ano, todos lados. En donde menos me dolía yo más gritaba, para que siguieran ahí. No sé si se la creían, igual la sentía en todos lados. 
―¿Te dejaba de doler en algún momento? 
―No. Lo tenían estudiado. Sabían perfectamente lo que estaban haciendo, habían hecho cursos. 
―¿Sufriste algún otro tipo de tortura? 
―Sólo una vez me metieron la cabeza en un tacho con agua, como para que supiera que estaba esa opción también. Sobre todo me dieron picana, plantón, plantón con los brazos extendidos y libros sobre las manos, que si se te caía uno te cagaban a patadas. Tortura psicológica también. 
Otra cosa que sufrí bastante es la colgada: me esposaban en la espalda y me colgaban de los brazos (hace el gesto de la postura en la que quedaba). Parece que no fuera posible. Los brazos me quedaban hechos mierda, hasta el día de hoy.
―¿Siempre para sacarte información? 
―Sí, querían nombres de la organización. 
―¿Tuviste que ver cómo violaban a tus compañeras? 
―No. A mí mujer la violaron. A mí me introdujeron palos de escoba en el ano pero no me violaron. También grabaron mis gritos mientras me torturaban y se los hacían escuchar a mi mujer. Me hicieron el teléfono que es un golpe simultáneo en los dos oídos, hace que pierdas el equilibrio. Recibí muchas patadas, muchos piñazos, casi siempre en el estómago. También usaban la estrategia del bueno y el malo: “dale flaco, hablá conmigo porque si no después viene aquél que sí es bravo”. En un momento de plantón, estaba muy cansado y me dejé caer al piso. Me hice el vivo y probé, si había algún milico en la vuelta me iban a levantar a las patadas, pero pude descansar un poco. Apareció uno que se ve que no era de los jodidos, porque me preguntó qué me había pasado, si estaba bien y me dijo que me parara. Ahí pensé que ese milico era piola, era un dato. En barra me hacían pelota todos porque tenían que cumplir con eso. Después también entendí que les preocupaba no lastimarnos porque nuestro pasaje por ahí iba a ser rápido y no nos podían dejar marcas. Una vez también me pasó que uno de los guardias, haciéndose el piola me pasó cigarros que supuestamente me había traído mi familia y fumé. Pero evidentemente el cigarro tenía algo extraño, no sé qué era porque nunca me drogué, pero algo tenía porque deliré. La tortura te hace delirar por que estás solo con tu cabeza y con un estrés físico muy importante, por estar parado o colgado tantas horas. Pero esa vez me drogaron. 
―¿Sabés quiénes te torturaron? 
―No. El que dio la cara cuando nos trasladaban hacia el juzgado militar, y firmó nuestras salidas se llamaba Alexis, pero podía ser un alias. 
―¿Tenías datos falsos o inventabas cosas para decirles y librarte de la tortura por un rato? 
―Inventaba cualquier cosa, a veces me creían. Como me habían seguido tenían muchos datos y sabían si les mentía o no. Según lo que me preguntaban me manejaba, trataba de aguantar lo más posible sin hablar. Cuando no podía más tiraba un bolazo y si tenía suerte se iban a averiguar si era cierto y me dejaban descansar un rato. 
―¿En la DNII tenías contacto con el resto de los detenidos? 
―No, estaba incomunicado totalmente. Siempre estuve solo. Después en Cárcel Central estábamos todos los varones juntos, pero no hablamos mucho de lo que habíamos pasado en la DNII.
―Después de los quince días en DNII ¿cómo sigue tu periplo? 
―De ahí nos llevaron al juzgado militar porque los subversivos éramos juzgados por la justicia militar. Era una payasada. Te hacían elegir a un abogado de oficio, que era un milico, un civil asimilado militar. Se vendían, hacían el trabajo sucio como abogados. El que me tocó a mí, Rodríguez Gallardo de apellido, me dice “te van a dar como ocho años” y al final me dieron cuatro. El abogado era peor que la supuesta justicia. 
―¿Y esa condena se suponía que tenías que cumplirla a partir de ese momento? 
―En ese momento parecía que ya se terminaba la dictadura. Después de pasar por la justicia militar nos llevaron a Cárcel Central y nos preguntábamos por qué nos tenían ahí, donde los únicos presos políticos que había eran Seregni y otros de alto rango, que no era nuestro caso. A nosotros nos tendrían que haber llevado al penal de Libertad. 
Estando en Cárcel Central podíamos ver la tele, escuchar la radio y a partir de los informativos nos enteramos que estaban negociando con nosotros. Fuimos usados como excusa para el rompimiento de las primeras negociaciones que tuvieron los milicos con los políticos. Estaban manejando una salida y una de las razones que esgrimieron los milicos para romper las negociaciones fue que todavía había subversivos; que habían agarrado a veinticinco comunistas.
―¿Cuánto tiempo estuvieron en Cárcel Central? 
―Como un mes, en régimen de preso común. Pensábamos que si estaban negociando con nosotros nos iban a largar. Al final nos terminaron llevando al penal de Libertad.
―¿Te torturaron también allí? 
―No. En esa época ya no había apremios físicos. Si querían torturarte te sacaban. 
En el penal había visitas de la Cruz Roja, que no te garantizaban nada. Tuve una entrevista con ellos, les decía que era un preso político y me decían: “no, usted es un preso común”. Intentaba explicarles que estaba preso por mis ideales, que no había cometido ningún delito. Tanto era así que el juez militar me había juzgado por reunirme con gente, por estar en contra de la dictadura, por hacer volanteadas…El tipo me decía que mi grupo político estaba prohibido, me tenía que pelear hasta con los de la Cruz Roja. 
―Era un desestímulo más. 
―Era una batalla ideológica. Los milicos no podían creer que tuviéramos convicciones y que tuviéramos fuerza porque teníamos convicciones. 
―¿Nunca denunciaste todo lo que te pasó? 
―No. 
―¿Por qué? 
―Por un lado porque el Partido Comunista no tuvo actitud de promover las denuncias, nosotros hicimos lo que hicimos porque sentíamos que era nuestro deber y los costos por las acciones había que asumirlos.
Además se centró todo el tema de los derechos humanos en los muertos y desaparecidos. No en los torturados. Lo que pasé no es nada en comparación con lo que pasaron otros compañeros, pero no se puede cuantificar. Ahora lo cuento y presto mi voz porque tiene que haber un testimonio para la denuncia. Lo que hice no lo hice por mí, no me interesa aparecer en ningún lado, lo hago porque políticamente se tiene que conocer la verdadera historia, eso está en el debe. 
―¿Tenés esperanza en que estos delitos sean caratulados como de lesa humanidad? 
―Sí, yo tengo esperanza. De ahí a que pase es otra cosa 
Lucia Pedreira / SALA DE REDACCIÓN Julio Castro / Licenciatura de Ciencias de la Comunicación – Universidad de la República



Humanidad lastimada, pobre humanidad.

Denuncia reúne 46 casos de tortura 
Dr. Pablo Chargoñia / 14 octubre 2011 
El jueves 6 de octubre el abogado Pablo Chargoñia presentó ante el Juzgado Letrado en lo Penal de 17º turno una denuncia por delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura militar. El abogado actúa como denunciante y presenta como testigos a 46 víctimas de tortura. Esto constituye una novedad, ya que en general son las propias víctimas las que denuncian representadas por abogados. El escrito fue presentado a 25 días de la posible prescripción de los delitos el próximo primero de noviembre. 
Los crímenes denunciados son: privación de libertad, atentado a la libertad personal cometido por funcionario público encargado de una cárcel, abuso de autoridad contra los detenidos, violencia privada, amenazas, lesiones personales, violación, atentado violento al pudor y pesquisa. El abogado prueba a través de varios testimonios que estos delitos eran una práctica sistemática enmarcada en el terrorismo de Estado y que, independientemente de cómo se tipifiquen legalmente los relatos, “lo que se verificó en forma sistemática fue una práctica de tortura”. Los tormentos más extendidos fueron los plantones, encapuchamiento, picana eléctrica, submarino o tacho, colgamiento, caballete y estaqueamiento. La tortura se practicaba además mediante lesiones, violaciones, simulacros de fusilamiento y uso de drogas. Conjuntamente hay que tener en cuenta que la desnudez como acto de tortura también fue sistémica. El conjunto de testimonios permite concluir que la tortura era algo generalizado, de lo que sólo se salvaron unos pocos detenidos.
En el caso puntual de esta denuncia, todos los testimonios corresponden a militantes de la Unión de Juventudes Comunistas (UJC) que fueron detenidos durante los años 1972 a 1983, y estuvieron recluidos en principio en la Dirección Nacional de Información e Inteligencia (DNII) de la Jefatura de Policía. Chargoñia solicita que se interrogue a Ricardo Medina Blanco, “ex Jefe de Sección ‘Gamma’ de la DNII” en el año 1980, según consta en documentos públicos. Algunas de las víctimas han podido identificar por diferentes vías a sus torturadores directos, no obstante, el carácter generalizado de las torturas responsabiliza también a otras personas; aquellas que por sus cargos en la cadena de poder sabían, autorizaban, avalaban o no impedían que las torturas se cometieran. 
Consultado por Sala de Redacción, Chargoñia indicó que su “expectativa es que la justicia penal uruguaya advierta que los crímenes denunciados son calificados por el Derecho Internacional como crímenes de lesa humanidad, por ende imprescriptibles”. A su entender, “corresponde que sean investigados y se procese a sus responsables”.
Uruguay aprobó en junio de 2001 la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad a través de la ley 17.347, por lo que en caso de que efectivamente sean caratulados de esa forma no correría el plazo de prescripción del primero de noviembre próximo. Chargoñia argumenta en su denuncia que “persiguiendo a los responsables de estos delitos, cualquiera haya sido el tiempo transcurrido desde su comisión, Uruguay cumple con su parte de responsabilidad en la protección de la humanidad”. 
Por otro lado, si la justicia ignora esta denuncia se estaría desoyendo la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso Gelman, donde claramente se insta al Estado a “desaplicar las normas de prescripción o cosa juzgada”. 
A lo largo de tantos años de impunidad cabe la desconfianza de que finalmente se haga justicia. Parece que los torturadores, represores y otros delincuentes de la dictadura siempre encuentran recovecos y tretas legales para no pagar por sus delitos. Y por si fuera poco cuentan con el apoyo de una clase política, diestra y siniestra, que sigue sin revocar la ley de impunidad. Habrá que esperar, seguir esperando por un poquito de justicia. 
Lucia Pedreira / SALA DE REDACCIÓN Julio Castro / Licenciatura de Ciencias de la Comunicación – Universidad de la República
La lógica de la tortura
botija aunque tengas pocos años
creo que hay que decirte la verdad
para que no la olvides
 
por eso no te oculto que me dieron picana
que casi me revientan los riñones
 
todas estas llagas hinchazones y heridas
que tus ojos redondos miran hipnotizados
son durísimos golpes
son botas en la cara
 
demasiado dolor para que te lo oculte
demasiado suplicio para que se me borre
(Hombre preso que mira a su hijo, Mario Benedetti)

Como en una serie de la televisión estadounidense en la cual se narran los casos de un grupo de criminalistas de Las Vegas (“CSI”, por ejemplo), los cuerpos desenterrados de tres desaparecidos en Uruguay durante los años de la dictadura militar, cuentan lo que les ocurrió en el momento de sus muertes.

Ubagesner Chaves Sosa se llamaba el dirigente sindical metalúrgico y militante comunista desaparecido en mayo de 1976, cuyos restos fueron encontrados en una chacra de la localidad de Pando, exactamente en la zona señalada en un informe oficial de la Fuerza Aérea Uruguaya en el que reconoció haberle dado muerte.

El informe no contó los detalles de lo ocurrido con el prisionero durante los interrogatorios a los que se le sometió en la Base Aérea Boiso Lanza, donde permaneció recluido desde su detención. Los técnicos forenses encontraron fracturas de cráneo que sólo podrían haber sido producidas por un culatazo.

Las pericias técnicas, 30 años después de los hechos, estarían confirmando el testimonio de sobrevivientes, torturados junto a Chaves Sosa, quienes dijeron haber escuchado cómo el dirigente metalúrgico era golpeado salvajemente hasta que sólo se oyó el silencio.

El cadáver del primero de los desaparecidos desenterrado en el Batallón 13 del Ejército, también permite elaborar una terrible hipótesis: tenía una pierna doblada que delataría el estado de flacidez de su cuerpo, enterrado antes de llegar al “rigor mortis”, es decir sólo una hora después de su muerte.

Las señas encontradas estarían indicando a los técnicos que su tumba fue cavada antes del fallecimiento, que su cuerpo fue colocado en una bolsa de arpillera, arrastrado por una soga al cuello hasta el borde la fosa y arrojado en su interior, para luego taparlo con pedregullo y una capa de cemento.

Del tercer cuerpo, también hallado en el Batallón 13, solo se ha rescatado parte de un radio y otras pequeñas piezas óseas del antebrazo. Suficiente para saber que era una mujer, bastante para sospechar que efectivamente pudo existir una “Operación Zanahoria” en la que se exhumó el resto de su humanidad.

El director del Instituto Técnico Forense (ITC), doctor Guido Berro, obligó a todos los técnicos de la dependencia judicial a firmar una orden que les impide informar sus conclusiones a la prensa. Incluso se ocultó que junto al tercer cuerpo se encontró el casquillo de una bala 9 mm, que delataría una posible ejecución.

Algo más que semántica

El silencio sobre los detalles de las torturas a las que fueron sometidos los desaparecidos encontrados, es parte de una impunidad que ha instaurado en Uruguay una serie de preceptos sustentados en la misma “lógica de los hechos” con la que en 1986 se aprobó la llamada Ley de Caducidad.

La ley, por la cual en 20 años de régimen democrático ningún militar o policía ha sido juzgado por sus violaciones a los derechos humanos, impone una ilógica lógica por la cual, por ejemplo, la sistematizada tortura aplicada por la dictadura no es un tema a incluir en el revisionismo sobre el régimen militar.

Aunque el escenario de temor de la salida de la dictadura haya cambiado, a pesar de que aquellos mandos militares ya no tienen poder, y aún cuando la sociedad uruguaya ha optado por un cambio al elegir su actual gobierno, las fuerzas armadas no terminan de arrepentirse del pecado de la tortura.

El informe sobre los desaparecidos elaborado por la Armada uruguaya tras la asunción del presidente Tabaré Vázquez acepta que en algunas de sus unidades se torturó, pero niega que ello haya sido una práctica sistemática. Incluso parecen orgullosos de sus métodos “psicológicos” de interrogatorio.

El propio comandante de la Fuerza Aérea, brigadier general Enrique Bonelli, el que más parece haber avanzado en el reconocimiento de las atrocidades de la dictadura, llegó a decir que en la aviación se había “apremiado” pero no “torturado”, marcando una sutil diferencia de la que se debió luego desdecir.

La confusión de Bonelli y de los mandos de la Armada (que en el Ejército aún no ha sido considerada) parece esconder mucho más que un problema semántico: al impedir la justicia, la impunidad ha impuesto la aceptación de la tortura como un extremo al que se puede llegar si la situación lo amerita.

El problema ha ganado a parte de la propia sociedad uruguaya que parece limitar el concepto de tortura a la utilización de implementos de castigo como la picana eléctrica, el tacho del submarino o el caballete, pero no percibe como tortura otros malos tratos que se aplicaron entonces o que aún se utilizan.

En el fondo, algunos militares parecen convalidar un precepto por el cual, en determinadas situaciones, un ser humano puede ser torturado. Se llega a argumentar que en el caso de un “terrorista”, sería necesario el apremio en las primeras 48 horas para obtener información que pueda llegar a “salvar vidas”.

Esa “lógica de la tortura” también se puede encontrar en los métodos de investigación que al menos hasta hace muy poco utilizaba la propia policía uruguaya, ante la cual la mayoría de los detenidos terminaba por firmar una confesión de la que luego se desdecía cuando enfrentaba al juez.

Apremios que matan

El falso neologismo implica haber instalado en la sociedad una “gradualidad” entre el significado de las palabras tortura, apremio o mal trato, que podría explicar por qué, hace sólo un año, algunos no entendían que la Organización Mundial contra la Tortura denunciara a los centros de minoridad uruguayos.

El informe de esa organización internacional señalaba que en las dependencias del entonces Instituto Nacional del Menor (INAME) se aplicaban “sanciones” y “penitencias” degradantes, como dejar a un joven desnudo y sin cama en su celda, o permitir que otros le pegaran, u obligarlos a una suerte de “plantón”.

Esa misma “lógica” fue la que llevó a la muerte al joven Mario Andrés Carro en la Cárcel de Canelones. El recluso fue apaleado por los carceleros y encerrado en solitario, sin darle asistencia médica. Cuando fue trasladado a un hospital ya presentaba una infección generalizada e irreversible. Eso fue tortura.

Cuentan que los métodos de tortura comenzaron a ser enseñados a la Policía uruguaya en la década del sesenta por el agente de la CIA Dan Mitrione, quien fue ejecutado por los Tupamaros. Dicen que los militares aprendieron de Estados Unidos, que a su vez tomó ejemplo del ejército de ocupación francés en Argelia.

Mucho tiempo ha pasado desde entonces hasta los actuales casos de tortura practicados por los estadounidenses en Abu Ghraib, Falluya o Guantánamo, o los que ejecutaron las tropas inglesas en Basora. Ambos países han propiciado leyes para limitar los derechos individuales de presuntos terroristas.

Ante semejante “ejemplo” internacional, las democracias de América Latina necesitan leyes que tipifiquen el delito de tortura, y también deberían colocar grandes afiches en sus centros de reclusión, sus seccionales policiales y sus unidades militares, donde se explique cuál es la definición de tortura.

Un afiche tendría la acepción de la OEA en su Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura: “Se entenderá por tortura todo acto realizado intencionalmente por el cual se inflija a una persona penas o sufrimientos físicos o mentales, con fines de investigación criminal, como medio intimatorio, como castigo personal, como medida preventiva, como pena o con cualquier otro fin. Se entenderá también como tortura la aplicación sobre una persona de métodos tendientes a anular la personalidad de la víctima o a disminuir su capacidad física o mental, aunque no causen dolor físico o angustia psíquica”.

Otro afiche incluiría la definición de la ONU en su Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes: “Se entenderá por el término ‘tortura’ todo acto por el cual se inflija intencionalmente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido, o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de discriminación, cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas, a instigación suya, o con su consentimiento o aquiescencia…”

Habría que colocar afiches, para que no lo olviden…



Roger Rodríguez

© Rel-UITA

28 de diciembre de 2005

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