Sobre la charla en el MUME
Quiero agradecer a los y las compañeras del Museo de la Memoria por abrir un espacio para que a través de una charla organizada por Marys llegáramos a comunicarnos con tantas y tantos compañeros. Agradezco a Marys, Micaela, Mirta y Gabriel por compartir un trozo de nuestra historia, nuestra y de tantos otros que fueron niños y adolescentes en dictadura. Por momentos se nos quebraba la voz, pero sentimos que no estábamos solos, las similitudes nos hermanaron y las diferencias nos hicieron más fuertes. Gracias a todos los que nos escucharon y compartieron con nosotros esa tarde de memoria. Juntos somos más fuertes y nuestro reclamo se vuelve nítido.
No se trata solo de contar una o mil historias dolorosas, se trata de dar testimonio de algo que muchos han olvidado, de recordar que a pesar de la represión, hubo más víctimas que verdugos, muchos más. Que además de las y los presos, los desaparecidos, las y los exiliados existieron las familias y un entorno de personas que también sufrieron las consecuencias del Terrorismo de Estado.
Muchos éramos niños cuando comenzaron las persecuciones, los asesinatos, el horror. No por serlo quedamos fuera de esta pesadilla. Sentimos el odio que los militares nos mostraban; en sus miradas, en sus atropellos, en su continuo afán de demostrar el poder, en las visitas, en los allanamientos, en los intentos de intimidarnos. La inseguridad fue parte de nuestras vidas, la certeza de que esos monstruos podían hacer con nuestros seres queridos y con nosotros mismos lo que quisieran, se cernía continuamente sobre nuestras cabezas. Crecimos dolorosamente concientes de la tortura, la muerte y el desamparo, nos volvimos precozmente adultos y responsables, aprendimos a tragarnos el dolor, el llanto y la bronca, a como dijo Mirta; “caminar con la cabeza erguida“, pero a la vez, a algunos de nosotros nos ha costado más encaminar nuestras vidas, encontrar un equilibrio en los sentimientos, establecer y “componer” relaciones, dejar de sentir esa especie de continua orfandad, como una marca de dolor en el pecho, aún hoy nos sigue costando hablar de eso.
A pesar de lo que nos toco vivir, quedamos colocados en un sitio silencioso de la historia, jamás se habla de las familias o de los niños, cuando se menciona a las víctimas del Terrorismo de Estado. Fuimos algo así como un apéndice del problema, una consecuencia colateral.
Hoy, muchos de nosotros sentimos que aunque nos duela revolver en ese pasado, es necesario hacerlo, porque a toda costa y desde todos los frentes hay que romper la impunidad, hay que quebrar el silencio para recordarle a quien lo haya olvidado que las y los niños también fuimos víctimas de los militares.
Todos tenemos una historia que contar y otra historia que escuchar, que entender. Todas ellas componen un tramo más en el camino que algún día nos llevará a conocer la Verdad y a obtener la ansiada y merecida Justicia.
Si somos capaces de conmovernos al escuchar a Luisa declarar en medio del dolor que su lucha seguirá hasta que muera, si estamos dispuestos a pelear para que otras y otros niños no sufran lo que un día sufrimos, ni sientan lo que hoy sentimos, si nos oponemos a la tortura, a las desapariciones, a los secuestros, a las violaciones, al Terrorismo de Estado, vamos a terminar de fabricar trabalenguas, de mentir o de repetir las mentiras que otros nos cuentan, de justificar lo injustificable, de buscar excusas para mantener viva la Impunidad. Entonces cuando madres, hijos, hermanos, vecinos… el pueblo, comprenda que todos fuimos víctimas, vamos a unir fuerzas y voces, vamos a hablar y a contar nuestra historia, la historia de nuestro pueblo, de nuestra gente, esa historia que nadie podrá disfrazar o silenciar.
Por Verdad y Justicia
Todos fuimos víctimas
Todos somos familiares
Veronika Engler
Hijos: Gabriel Mazzarovich, Veronika Engler, Marys Yic, Micaela Rivero y Mirta Toledo.
Comprobamos, a través de las investigaciones históricas de nuestro pasado reciente, que el terror político en Uruguay fue aplicado desde la década del 60. A partir del golpe de Estado en junio de 1973, el gobierno cívico militar ejerció la violencia sistemática y generalizada donde utilizó la fuerza de las armas y la anulación de los derechos de los ciudadanos, incluso, el más básico: el derecho a la vida. Así comenzaba, una nueva etapa en la historia uruguaya, donde, los crímenes cometidos representaron una tragedia que afectó a toda la sociedad con consecuencia transgeneracional.
Muchos ciudadanos no alcanzaron a ver el fin de un régimen que aplastó en lo más profundo el sueño de hombres, mujeres y niños, trabajadores, estudiantes, religiosos y campesinos, que con su sangre y esfuerzo enfrentaron la política del terror.
Los jóvenes en este país fuimos violentados con motivo de la persecución política de nuestros padres o familiares. Un gran número de niños, niñas y adolescentes que entre otras cosas, fueron utilizados para hostigar y amenazar a familias enteras, muestra que la represión no tuvo límites, y demuestra, que los menores de edad fueron víctimas directas, y no solo por ser hijos/as de presos, asesinados o desaparecidos; por haber nacido en cautiverio, por haber sido secuestrados o permanecer recluidos junto a sus madres. También sufrieron las consecuencias de la represión los menores que se vieron obligados a partir al exilio, los que quedaron en el inxilio y los que tuvieron que permanecer en la clandestinidad con otra identidad.
Una noche, vinieron a buscar a nuestros padres y no regresaron. Una mañana salieron a trabajar y no regresaron. Todo seguía su curso… el barrio, los vecinos, la escuela… Nadie preguntaba… Seguramente, el miedo los paralizó y se instauró el “de esto no se habla”, o los clásicos “no te metas”, “algo habrán hecho”. Es cierto, “algo hicieron”: lucharon por una sociedad más justa, lucharon con la utopía puesta y soñaron con el hombre nuevo, para que todos, algún día, pudiéramos vivir dignamente.
Para nosotros, comenzaba una nueva manera de sobrevivir y resistir en condiciones de alteración social. Maduramos a la fuerza; algunos debimos hacernos cargo de las responsabilidades de los adultos; creamos diferentes mecanismos de defensa en condiciones de dolor y abandono para poder crecer separados de nuestros seres más queridos. Aprendimos a tragar la angustia y la bronca cuando nos humillaban en los cuarteles; y a tragar la tristeza, cuando necesitábamos apoyo y contención.
Cada una de las historias de aquellos menores de edad tiene su particularidad, pero ninguno escapó a esos años oscuros, sufriendo directamente la represión política. Toda situación producida por el terrorismo de Estado fue de carácter traumático. No solo por los brutales métodos que el régimen de facto dio para la persecución y eliminación de los opositores políticos, sino porque se dirigió como una amenaza abierta contra toda la sociedad que se implementó a través de distintas técnicas: allanamientos y saqueos dentro del hogar; detenciones arbitrarias y secuestros; presencia de militares y policías en actitud amenazante en cada rincón de la ciudad, que buscaban implantar el miedo a través de un clima de inseguridad y desinformación.
Además, no podemos obviar los atropellos en los centros de estudio, donde se sufrió el déficit educacional; ni la clasificación de ciudadanos dividiéndolos en clase A, B o C; ni la crisis económica, entre otras, que se apoderó del país donde en muchos hogares faltó el empleo, y como consecuencia, el alimento básico, y donde muchos adolescentes debieron abandonar sus estudios y salir a trabajar tempranamente.
Recordemos los acontecimientos de Treinta y Tres, en abril de 1975, cuando la represión detuvo a 38 jóvenes, de los cuales 29 de ellos tenían entre 13 y 17 años. Todos fueron salvajemente torturados y humillados en un cuartel. Luego trasladados al Hogar Femenino Nº 2 y otros al Álvaro Cortés. Allí estuvieron 7 meses internados y cuando los liberaron les prohibieron estudiar, suspendiendo todas las instituciones de enseñanza, públicas y privadas.
Tampoco vamos a olvidar los últimos zarpazos de la dictadura en julio de 1983. Aquí en Montevideo se repite otra dramática historia con 25 jóvenes estudiantes que son detenidos y llevados al Departamento 4 de la Dirección Nacional de Inteligencia. Allí son brutalmente torturados por ser “subversivos”. Porque para el fascismo, no hay nada más “subversivo”, que la democracia.
En aquella generación de hijos hubo situaciones de mucho dolor. Era la primera vez en la historia que alguien cargaba con tanta violencia, causando un gran daño transgeneracional y dejando secuelas sociales y emocionales importantes.
Si bien no constituimos un grupo totalmente homogéneo y difieren nuestras necesidades, todos fuimos víctimas de vulneraciones a los Derechos del Niño y en consecuencia a los Derechos Humanos. Nos tocó vivir instancias que no elegimos y que nos colocaron frente a hechos y situaciones difíciles y peligrosas. Se nos generó daño y sufrimiento por acción, omisión o actuación ilegítima del Estado.
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Han pasado muchos años desde el golpe militar que dejó detrás de sí, una estela de destrucción. Aquellos menores, hoy hombres y mujeres adultos, no quedamos incrustados en el lugar de víctimas. Logramos resistir y aquí estamos.
No debemos olvidar lo vivido; nuestro rol es no dejarnos atrapar por el silencio, el olvido y el desconocimiento. Entendemos que es necesaria nuestra participación para trasmitir la verdadera historia a las nuevas generaciones, apostando a la recuperación de la memoria colectiva y a la elaboración de la historia reciente.
Quisiera terminar diciendo que, llegar a asumir y concretar esto, se logra a través de un doloroso, largo y extenuante recorrido personal que implica, sobreponerse al daño y enfrentar condiciones adversas, demandando un gran esfuerzo.
Miles fueron los niños y adolescentes marcados por represión. Que la juventud esté alerta y conserve como el tesoro más preciado, esa noción profunda del derecho y la justicia que emana de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Marys Yic
Museo de la Memoria – 22 octubre 2011
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