Qué Pasa
Datos que envejecen
La metodología con la que se miden algunos de los principales índices sociales y económicos en Uruguay está siendo debatida en el mundo. Incluso el Pit-Cnt pide que se renueve la manera de contar el desempleo.
F.M.
Fetiches. Así descalifica el analista de economía y escritor estadounidense Peter Marber a varios de los indicadores económicos fundamentales para el debate político y público en la mayor parte del mundo. Aunque Marber no mencione a Uruguay en su ensayo, publicado en el actual número de la revista World Policy Institute, los indicadores que pone en tela de juicio son familiares para muchos uruguayos: Producto Bruto Interno, Inflación e Índice de Desempleo, entre otros.
Con la divulgación de las más recientes cifras respecto al descenso de la pobreza y la indigencia en el país, se ventilan orgullos por los logros oficialistas. Esencialmente, los éxitos se traducen en que el porcentaje de personas consideradas como pobres bajó de 18,6% en 2010 a 13,7% en 2011, entre otros hechos relacionados y de relevancia (ver recuadro). Más allá de que no hubo cuestionamientos políticos, sí se dan discusiones entre expertos y sectores sociales sobre qué se mide cuando mide la realidad socioeconómica, y qué se deja afuera en esa lectura.
Hace tiempo que, por poner un ejemplo, el movimiento sindical reclama una medición de la riqueza. Desde el think tank obrero, el Instituto Cuesta Duarte, también se pide además que se empiece a medir no solo la cantidad de empleados, de por sí un indicador que es discutido, sino también la calidad del trabajo.
¿ANTICUADOS? El principal argumento de quienes, como por ejemplo Marber,
ponen en duda la validez de esos indicadores -que resultan de una
metodología específica aplicada- se centran en algo inexorable: se
pusieron viejos.
En un mundo globalizado, interconectado digitalmente y donde el flujo de artículos y servicios aparenta ser irrestricto, las maneras clásicas de cuantificar y calificar la realidad económica y social de una nación resultaría inadecuada. El Producto Bruto Interno, por ejemplo, fue elaborado por un economista estadounidense, Simon Kuznets, en 1934. Hace mucho.
"En algunos aspectos, los campos de la medicina y la economía tienen mucho en común (...) Pero a diferencia de la medicina, las ciencias económicas no han progresado demasiado en los últimos 40 años", escribe Marber en su ensayo, que funge de adelanto de su próximo libro de título esclarecedor: "Nuevas y audaces matemáticas: Por qué necesitamos un nuevo pensamiento económico en la era global".
EMPLEO. Por su parte, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) ubica el surgimiento del desempleo como un problema moderno -y los consiguientes cálculos de la tasa de desempleo, otro indicador con mucho peso en el debate público- en algún momento "a mediados de la década de 1960". Hace casi 50 años.
En Uruguay la actual tasa del desempleo es tan baja, menor a 5%, que está casi fuera de agenda de discusiones públicas. Pero el requisito convencionalmente aceptado por muchos países, y también por la Organización Internacional de Trabajo, para ingresar a un individuo a la lista de "empleados" es, por lo menos, laxo: basta con que alguien declare haber trabajado una hora durante la semana anterior al momento de la encuesta para salir de la lista de desempleados.
La exigencia es tan nimia que cuesta incluso calificarla como tal. Pero el indicador sigue por ahora inamovible y el movimiento obrero en Uruguay apunta sus energías a exigir cosas que complementen el reclamo de más puestos de trabajo. Factores como la calidad del empleo, la formalización y las brechas salariales son algunas de las cuestiones que se plantean desde ese sector de la sociedad civil.
El economista Hugo Bai es uno de los especialistas del Instituto Cuesta Duarte y afirma que habría que tener una mirada más amplia cuando se habla de desocupación. "Si se sabe en qué consiste ese indicador y cómo se llega a él, la metodología que se aplica para elaborarlo, entonces también se puede saber cuáles son sus limitaciones".
El economista pone otro ejemplo: la canasta básica alimentaria, que puede servir para calcular cuáles serían las "necesidades básicas" de individuos y núcleos familiares y el Índice de Precios al Consumo, que tiene un vínculo directo con el cálculo de la inflación. De acuerdo a lo que dijo a Qué Pasa, esa canasta básica de alimentos se calcula en períodos que abarcan 10 años. Y en un mundo que parece cambiar al ritmo pautado por el vértigo de las telecomunicaciones que facilitan el comercio global, las pautas de consumo de una década atrás plantean otros desafíos intelectuales y políticos para la elaboración de políticas de Estado.
Aunque Bai no comparta la interpretación que se pueda hacer de tal o cual información, la metodología aceptada a nivel académico tanto en el país como en el contexto internacional tiene para él la validez de servir como un punto de partida para una discusión política que vaya más allá de números absolutos. "No se pueden descartar los indicadores que hoy tenemos a nuestro alcance. No es procedente tirar el IPC porque sé que tiene tal o cual limitación". Lo que sí añade es que "hay que complementar lo que esos datos arrojan con otros métodos", dice el economista sindical desde un enfoque gradualista.
En otras palabras -y sin haber leído el ensayo de Marber- el economista uruguayo parece coincidir con su colega estadounidense, al menos en esta premisa: las herramientas para medir la realidad de una nación se acercan a la fecha de caducidad.
El senador Rafael Michelini incluso parafraseó el antiguo slogan del Partido Nacional en su cuenta de Twitter: "162.827 personas dejaron de ser pobres. ¡Con el frente se vive mucho pero mucho mejor!", escribió el senador el 29 de marzo en esa red social.
Andrea Vigorito (foto) es considerada la principal experta en estudios de pobreza en el país. Consultada por Qué Pasa, la investigadora señaló que las mediciones oficiales toman en cuenta tres variables cuando se investiga la pobreza: ingreso de los hogares, evolución de los precios al consumo y cantidad de personas por hogar. Nada más. Si hoy el límite para el ingreso para un hogar de una persona es 8.108 pesos, esa persona dejaría de ser "pobre" para las estadísticas oficiales si percibiera 8.109 pesos. Hay, agrega la investigadora, muchos estudios que toman en cuenta variables que van más allá de los tres, porque como dice, "la pobreza es un concepto multidimensional" Hay situaciones que hacen a la calidad de vida y que en la metodología oficial no figuran. Entre las variables que Vigorito señala, están "las condiciones de vivienda, el acceso a la educación o la autonomía", todas variables hacen a la calidad de vida de las personas. Para seguir con el ejemplo ficticio de la persona que dejaría de ser pobre si gana un peso más que los 8.018 que hoy constituye la línea de pobreza, ese individuo dejaría de ser pobre para el Estado. Y eso aunque siga viviendo en el mismo asentamiento irregular, siguiera sin acceso a saneamiento y continuara yendo al mismo e informal trabajo sin beneficios como sueldo vacacional o aguinaldo, por ejemplo.
Esta convención no es invento uruguayo, ni tampoco es patrimonio del actual gobierno. Como dice Vigorito, prácticamente todo el continente americano encara la medición de la pobreza desde un enfoque de ingreso en base a líneas absolutas. De un lado de la línea, pobre. Del otro, no-pobre. "En la Unión Europea, donde el acceso a recursos básicos está asegurado para sectores más amplios de la población, se usan medidas relativas", dice Vigorito. "Algunos de esos países han incorporado a sus estadísticas oficiales esos indicadores multidimensionales, que permiten monitorear un conjunto de aspectos más variado que solamente el del ingreso".
Fetiches. Así descalifica el analista de economía y escritor estadounidense Peter Marber a varios de los indicadores económicos fundamentales para el debate político y público en la mayor parte del mundo. Aunque Marber no mencione a Uruguay en su ensayo, publicado en el actual número de la revista World Policy Institute, los indicadores que pone en tela de juicio son familiares para muchos uruguayos: Producto Bruto Interno, Inflación e Índice de Desempleo, entre otros.
Con la divulgación de las más recientes cifras respecto al descenso de la pobreza y la indigencia en el país, se ventilan orgullos por los logros oficialistas. Esencialmente, los éxitos se traducen en que el porcentaje de personas consideradas como pobres bajó de 18,6% en 2010 a 13,7% en 2011, entre otros hechos relacionados y de relevancia (ver recuadro). Más allá de que no hubo cuestionamientos políticos, sí se dan discusiones entre expertos y sectores sociales sobre qué se mide cuando mide la realidad socioeconómica, y qué se deja afuera en esa lectura.
Hace tiempo que, por poner un ejemplo, el movimiento sindical reclama una medición de la riqueza. Desde el think tank obrero, el Instituto Cuesta Duarte, también se pide además que se empiece a medir no solo la cantidad de empleados, de por sí un indicador que es discutido, sino también la calidad del trabajo.
En un mundo globalizado, interconectado digitalmente y donde el flujo de artículos y servicios aparenta ser irrestricto, las maneras clásicas de cuantificar y calificar la realidad económica y social de una nación resultaría inadecuada. El Producto Bruto Interno, por ejemplo, fue elaborado por un economista estadounidense, Simon Kuznets, en 1934. Hace mucho.
"En algunos aspectos, los campos de la medicina y la economía tienen mucho en común (...) Pero a diferencia de la medicina, las ciencias económicas no han progresado demasiado en los últimos 40 años", escribe Marber en su ensayo, que funge de adelanto de su próximo libro de título esclarecedor: "Nuevas y audaces matemáticas: Por qué necesitamos un nuevo pensamiento económico en la era global".
EMPLEO. Por su parte, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) ubica el surgimiento del desempleo como un problema moderno -y los consiguientes cálculos de la tasa de desempleo, otro indicador con mucho peso en el debate público- en algún momento "a mediados de la década de 1960". Hace casi 50 años.
En Uruguay la actual tasa del desempleo es tan baja, menor a 5%, que está casi fuera de agenda de discusiones públicas. Pero el requisito convencionalmente aceptado por muchos países, y también por la Organización Internacional de Trabajo, para ingresar a un individuo a la lista de "empleados" es, por lo menos, laxo: basta con que alguien declare haber trabajado una hora durante la semana anterior al momento de la encuesta para salir de la lista de desempleados.
La exigencia es tan nimia que cuesta incluso calificarla como tal. Pero el indicador sigue por ahora inamovible y el movimiento obrero en Uruguay apunta sus energías a exigir cosas que complementen el reclamo de más puestos de trabajo. Factores como la calidad del empleo, la formalización y las brechas salariales son algunas de las cuestiones que se plantean desde ese sector de la sociedad civil.
El economista Hugo Bai es uno de los especialistas del Instituto Cuesta Duarte y afirma que habría que tener una mirada más amplia cuando se habla de desocupación. "Si se sabe en qué consiste ese indicador y cómo se llega a él, la metodología que se aplica para elaborarlo, entonces también se puede saber cuáles son sus limitaciones".
El economista pone otro ejemplo: la canasta básica alimentaria, que puede servir para calcular cuáles serían las "necesidades básicas" de individuos y núcleos familiares y el Índice de Precios al Consumo, que tiene un vínculo directo con el cálculo de la inflación. De acuerdo a lo que dijo a Qué Pasa, esa canasta básica de alimentos se calcula en períodos que abarcan 10 años. Y en un mundo que parece cambiar al ritmo pautado por el vértigo de las telecomunicaciones que facilitan el comercio global, las pautas de consumo de una década atrás plantean otros desafíos intelectuales y políticos para la elaboración de políticas de Estado.
Aunque Bai no comparta la interpretación que se pueda hacer de tal o cual información, la metodología aceptada a nivel académico tanto en el país como en el contexto internacional tiene para él la validez de servir como un punto de partida para una discusión política que vaya más allá de números absolutos. "No se pueden descartar los indicadores que hoy tenemos a nuestro alcance. No es procedente tirar el IPC porque sé que tiene tal o cual limitación". Lo que sí añade es que "hay que complementar lo que esos datos arrojan con otros métodos", dice el economista sindical desde un enfoque gradualista.
En otras palabras -y sin haber leído el ensayo de Marber- el economista uruguayo parece coincidir con su colega estadounidense, al menos en esta premisa: las herramientas para medir la realidad de una nación se acercan a la fecha de caducidad.
5%
bajó la cantidad de personas que son consideradas pobres de 2010 a 2011, según el INE.8.018
pesos es lo máximo que tiene que percibir una persona para que sea considerada pobre.1.968
pesos es la línea de indigencia. Cualquiera que perciba ingresos superiores deja de ser indigente.Dimensiones de la pobreza
Comprensiblemente, desde el presidente para abajo, todos en gobierno y Frente Amplio celebraron la divulgación que hizo el Instituto Nacional de Estadística sobre el descenso de los niveles de pobreza e indigencia en el país.El senador Rafael Michelini incluso parafraseó el antiguo slogan del Partido Nacional en su cuenta de Twitter: "162.827 personas dejaron de ser pobres. ¡Con el frente se vive mucho pero mucho mejor!", escribió el senador el 29 de marzo en esa red social.
Andrea Vigorito (foto) es considerada la principal experta en estudios de pobreza en el país. Consultada por Qué Pasa, la investigadora señaló que las mediciones oficiales toman en cuenta tres variables cuando se investiga la pobreza: ingreso de los hogares, evolución de los precios al consumo y cantidad de personas por hogar. Nada más. Si hoy el límite para el ingreso para un hogar de una persona es 8.108 pesos, esa persona dejaría de ser "pobre" para las estadísticas oficiales si percibiera 8.109 pesos. Hay, agrega la investigadora, muchos estudios que toman en cuenta variables que van más allá de los tres, porque como dice, "la pobreza es un concepto multidimensional" Hay situaciones que hacen a la calidad de vida y que en la metodología oficial no figuran. Entre las variables que Vigorito señala, están "las condiciones de vivienda, el acceso a la educación o la autonomía", todas variables hacen a la calidad de vida de las personas. Para seguir con el ejemplo ficticio de la persona que dejaría de ser pobre si gana un peso más que los 8.018 que hoy constituye la línea de pobreza, ese individuo dejaría de ser pobre para el Estado. Y eso aunque siga viviendo en el mismo asentamiento irregular, siguiera sin acceso a saneamiento y continuara yendo al mismo e informal trabajo sin beneficios como sueldo vacacional o aguinaldo, por ejemplo.
Esta convención no es invento uruguayo, ni tampoco es patrimonio del actual gobierno. Como dice Vigorito, prácticamente todo el continente americano encara la medición de la pobreza desde un enfoque de ingreso en base a líneas absolutas. De un lado de la línea, pobre. Del otro, no-pobre. "En la Unión Europea, donde el acceso a recursos básicos está asegurado para sectores más amplios de la población, se usan medidas relativas", dice Vigorito. "Algunos de esos países han incorporado a sus estadísticas oficiales esos indicadores multidimensionales, que permiten monitorear un conjunto de aspectos más variado que solamente el del ingreso".
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