Hoy, el socialismo no sólo es posible; es necesario
José pedro Lopardo
A estos apuntes no los habría escrito nunca sin el estímulo de mi amigo Antonio, aparentemente tan preocupado como yo por lo que está ocurriendo en el mundo y en el país con la izquierda política “tradicional”. Y menos aún los habría escrito en primera persona, si no tuviesen el carácter de reflexiones al correr del teclado, como para el diálogo. H abría, para empezar, que definir “izquierda” y “tradicional”.
Se trata de las posiciones políticas herederas de la tradición socialista, en un sentido amplio (todas las corrientes) y en uno restringido (las que promovieron ideas originadas en el siglo XIX europeo). Izquierda tradicional serían entonces, actualmente, una serie de corrientes políticas cada una con su “leit-motive”: estatizar y planificar la economía, para los herederos de la 3ª Internacional, democratizar las sociedades para los herederos de la 2ª, resistir y autonomizar, para los de la 1ª, control obrero o poder popular para los de la 4ª, insurreccionarse, para los de la Comuna, tradición seguida un poco a contrapelo por Lenin y Mao, pero después explicitada por los cubanos, en particular por Guevara.
No es que estas corrientes no hayan combinado varias de estas propuestas en sus programas o perfiles, pero siempre tuvieron un tema excluyente de las otras, una especie de distintivo de su peculiar locura. Sospecho que esta es una de las causas de la esterilización de todas ellas. Porque el problema que están experimentando estas maneras de pensar y que preocupa a Antonio y a mí (aunque para mí es mucho más un problema práctico que teórico: ¿qué podré votar si aún estoy vivo en 2014?) es su probable extinción en todo el mundo de origen europeo.
Aparte de la posible que mencioné más arriba, existen otras causas? Seguramente los politólogos dirán lo que se han cansado de decir: el fracaso de la Unión Soviética y su sistema de aliados.
Puede que sí, que de algún modo ese hecho haya arrastrado a todo el espectro de parientes ideológicos, aún a los más lejanos como la socialdemocracia.
Hay quienes dicen que no fue que perdieron los socialistas sino que ganaron los liberales; que la ofensiva que lanzó la internacional de esta corriente, con un rápido triunfo en anglosajonia- área cultural líder- los catapultó a todo el mundo, arrasando con aquellas, cualquiera fuese el arraigo y el éxito que tuvieran en las respectivas sociedades, excepto ahí donde aún eran promesas (Brasil, Uruguay, Paraguay, El Salvador…)
En fin, por último hasta podría esbozarse una hipótesis aún más sombría: un retorno de las famosas “clases medias” a esa actitud defensiva ante amenazas, más o menos reales o más o menos imaginarias, a sus privilegios - tal vez acrecentados estos por la revolución tecnológica y por la contrarrevolución liberal - que son los autoritarismos y los neofascismos.
Para esto, no me parece tan grave lo de los pendulares triunfos de la derecha en Europa, como el 85 % de apoyo que alcanzó Uribe, aún cuando le rebajemos 20 puntos a cuenta de la desconfianza en los medios y en las encuestadoras.
Me parece en cambio que se puede ver más claro que los por qué, el cómo: todas estas corrientes, con excepciones que quedaron como esos “pueblos testigo” de la antropología, adoptaron estrategias de “correrse al centro” (era que la necesidad de puestos y salarios de gobierno les urgía, o era que “la gente se lo pedía” para votarlos? fueron los políticos de la izquierda que se pasaron a la derecha, o fue la gente que se derechizó?)
Una propuesta
de nueva izquierda quizás pudiese develar
parcialmente este enigma.
El vaciamiento de la izquierda tradicional se produjo de esa manera; todas las “locuras” peculiares excepto el democratismo, fueron abandonándose, unas más otras menos, tras los votos “de centro”.
Y la matriz ideológica en que terminó vaciándose, es la del liberalismo progresista o “social liberalismo” (Stolowicz 2012)[1].
Un poco de derechos humanos, algo más de democracia, más poder sindical (no tanto obrero de base), la “equidad” como lema, todo salpimentado con una pizca de estatismo.
Ni siquiera el asistencialismo le es propio, porque este está aceptado por el “liberalismo con cara humana” y hasta por el conservadurismo más tradicional.
Pero del liberalismo, lo definitorio: respeto a ultranza de la propiedad privada, del libre comercio y de la libre empresa (inversión privada). Esta ex izquierda, ¿es “rescatable”? Sus propuestas (las locuras) ya fueron; las abandonaron sus propios promotores (aunque las mantengan en el discurso) y para la gente no hay mejor prueba de su caducidad o “falsedad”. Simplemente traición de los dirigentes y cuadros medios?
Habría que responder esta cuestión para adoptar una estrategia. Si la respuesta es esa, entonces la alternativa ya está en marcha: es “Asamblea Popular” o algunas otras propuestas que siguen sin acordar entre ellas por sus “locuras” diversas.
Creo que no, que no es esa la respuesta; no se cual sería el término adecuado para causalizar aquel fenómeno, pero los posibles, se me ocurre, transitan por los cambios económicos y de las “maneras de vivir” la gente.
El triunfo del liberalismo, fue posible por una empatía de esas ideas con el individualismo y la diversificación de estrategias de sobrevida a que el capital en tiempos de ofensiva llevó a las personas.
Las grandes comunidades de intereses se debilitaron y en su lugar cobraron vida las “pequeñas” y muy diversas; como ejemplos de una larga lista, se ve como una lacra del sistema, el trabajo infantil pero no el trabajo en general, es más importante la igualación de “derechos” de la mujer que la explotación de mujeres y hombres, se ve como problema la violencia doméstica y no las ideas judeo-cristianas que estigmatizan la libertad sexual y llevan a la matanza de mujeres, pero se escandalizan por las lapidaciones islámicas[2].
La nueva izquierda está naciendo desde los movimientos “antiglobales”, desde los populismos “étnicos” o mestizos de América (“cabezas negras”), desde las organizaciones sociales no corporativas (sem terra, p.e), desde la economía solidaria o de subsistencia, desde el cooperativismo integral, desde los movimientos por la diversidad, desde las cuestiones sociales específicas en las que se ha diversificado la percepción de la explotación capitalista (trabajadores, género, ambiente, niñez, sexo, adicciones, etc. etc.).
Pero también desde algunos sobrevivientes de aquella vieja izquierda que muestran cierto dinamismo en su pensamiento; esto es lo único “rescatable”, el resto es todo nuevo.
Cómo construir la nueva izquierda? La cosa no está fácil en aquellos países en que la vieja tuvo mucho arraigo y aún está en el gobierno, porque nada fuera de ella se acepta como izquierda y en aquellos en que su permanencia en el gobierno la llevó a la casi desaparición, porque el sólo mencionar la palabra izquierda ya es partir mal.
La construcción de programa alternativo seguramente jugará un rol muy importante, porque la ruptura con el liberal-progresismo pasa por el campo económico-institucional; nuevas propuestas tributarias y distributivas, junto con una nueva institucionalidad, local regional y global, llena de pueblo, parecen ser centrales en todos los procesos de ruptura en América.
Pero cómo construir la estrategia política para ese programa en el Uruguay?
Hay que trabajar fuera
del FA o dentro del FA?
Mi respuesta es ambigua; afuera y adentro. Cualquiera estrategia política me parece que no puede evitar las instancias democráticas vigentes, por limitadas que sean, precisamente para ampliarlas. Por tanto creo que hay que abrir una posibilidad de promoción de “candidaturas alternativas” dentro del FA; mejor dicho, promover en los lugares frentistas a que se acceda y también desde fuera, que se realicen elecciones internas abiertas para elegir candidatos a gobernar, como manera de agitar el programa alternativo, siempre y cuando se crea que muchos de los votantes frentistas puedan ser sensibles al mismo.
Pero también y esto es lo principal, trabajar por fuera, en una perspectiva más “presbítica”, hacia un gran movimiento convocante con vocación política (de transformar la sociedad), pero de estructura confederada, de todas las expresiones de inconformidad y de reivindicación libertaria, sean políticas, sociales, o “simplemente” culturales, con acción en todos esos campos y no sólo parlamentaria.
No se, es una idea que vengo cultivando desde hace más de 15 años y que las “estructuras” políticas (los “aparatos”, de otros tiempos) detestan o rechazan casi instintivamente por una razón de ser .
Y por lo cual , como decía antes no la veo fácil.
Contrastada esta idea con el espectro de la izquierda tradicional, resultará socialdemócrata para toda la gama de los rojos y anarquista para la gama de los morados, o azulados. Para los comuneros, en el rojo casi blanco, la propuesta será simplemente impracticable y una engañapichanga más (que tal vez lo sea), en tanto no “trabaja” para el horizonte insurreccional, para estar preparados a llevar a las masas al poder en la cresta de la ola de confrontación de clases… pero a mi me cuesta ver actualmente semejante perspectiva; puede ser “miopía política” producto de la vejez, pero es así.
Esta crítica en realidad es correcta, pero de una manera que sus portavoces no se si comparten. Si se observan los procesos políticos que están llevando adelante programas rupturistas (y esto de cuan rupturistas también es discutible por supuesto) en América Latina, todos son producto más o menos directos de insurrecciones populares.
Pero es el problema del huevo y la gallina.
Para romper la causalidad circular en la historia, hay que evitar la concepción mecánica de la misma; las insurrecciones no se construyen como una obra de ingeniería (su naturaleza es todo lo contrario, es destructiva de una manera no controlable), sino que ocurren como producto de una construcción (tampoco mecánica) - como particiones entre dos “mundos” - cuando aquella es bloqueada por la institucionalidad vigente y la violencia de esta, o por simple reacción espontánea a los excesos del régimen vigente.
La insurrección no es mecánica ni es posible “trabajar para ella” (nadie ha podido fundamentar convincentemente que la conspiración es el factor decisivo en esos fenómenos) lo que sí se construye es la política alternativa a la que se quiere desplazar. En el fondo esta objeción comparte con todas las corrientes mencionadas antes, excepto la anarquista, una idea sobre el poder político y el estado: factor decisivo y prácticamente exclusivo de la transformación social. Para la idea que esbocé, en cambio, el estado y el poder del mismo es un factor auxiliar de la revolución, que sólo puede ser voluntaria y autogestionada para ser autosostenible.-
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1 Stolowicz, Beatriz ,- La actualidad de Rosa Luxemburgo; postneoliberalismo o anticapitalismo. www.nodo50.org/ceprid - febrero 2012
2 Es interesante cómo el discurso liberal prospera aún en versiones extrema de l a izquierda cuando se leencríticas de algún integrante de esa tendencia al gobierno, porque este usa l a palabra represión, cuando elorigen de l a izquierda produjo una de las represiones célebres
Un ejemplo que se puede
Movilización de la FUS julio 2012
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