Ratas, culebras y calles anegadas con la crecida
Como en el barrio Marconi, vecinos de Cerro Norte arrojaron piedras a un grupo de Policías que detuvo a dos presuntos delincuentes. Un oficial fue herido en la cabeza.
No es la pobreza: son los narcos
E. DELGADO / E. BARRENECHE
Los problemas de violencia en el barrio Marconi se deben fundamentalmente a una guerra entre bandas dirigidas por presos del penal de Libertad. El presidente Mujica dio su respaldo al ministro Bonomi para que combata este fenómeno.
La Policía sabe que una misma persona paga el agua, la luz y el teléfono de buena parte de la población del barrio Marconi, dijo una fuente del Poder Ejecutivo a El País.
Ese hombre no tiene antecedentes ni delito que imputarle, es un testaferro de una o varias personas que buscan el silencio -y en gran medida lo logran- de los vecinos del barrio, según las autoridades del Ministerio del Interior.
Para el Ministerio del Interior este fenómeno es parte del proceso de "favelización" de algunas zonas del país, un fenómeno alertado públicamen- te en varias ocasiones e invo-lucra a grupos del crimen organizado.
El ministro dio cuenta de que se trata de presos con penas largas que manejan bandas que operan afuera de las cárceles; en particular una de ellas es considerada la más fuerte.
El vocero del Consejo de Ministros fue el prosecretario de la Presidencia, Diego Cánepa. El funcionario dijo que Bonomi informó sobre lo ocurrido en el Marconi y que, aunque sigue la tendencia a la baja en rapiñas y hurtos, aumentan los homicidios por ajustes de cuentas concentrados fundamentalmente en ciertos sectores de la sociedad.
Cánepa agregó que se acordó evaluar el impacto de los programas sociales dirigidos a sectores que se ven afecta-dos por este aumento de ho-micidios, y mejorar y generar políticas para atender estas realidades.
Controles policiales en los barrios pobres
GUERRA.
Fuentes policiales señalaron a El País que el incremento de la violencia en el barrio Marconi tiene como trasfondo una lucha entre dos grupos narcos por territorio y robos de drogas.
Para la Policía, uno de estos grupos es liderado por Luis Alberto Suárez, alias "Betito", y el otro por jóvenes delincuentes que no tienen muy bien identificados. Las fuentes señalaron que la banda de "Betito" surgió en Cerro Norte y se extendió hacia Marconi y Borro. Agregaron que el exrapiñero cuenta con unas 100 "bocas" de drogas y está muy endeudado por los cargamentos incautados por la Policía.
Los investigadores suponen que su rival es la banda dirigida por un delincuente conocido como "Chelo" Panizza. Según las fuentes, estos dos sujetos están encarcelados en el Penal de Libertad y manejan sus bandas mediante teléfonos celulares. El Ministerio del Interior planifica instalar inhibidores de celulares para aislar a estos traficantes.
"Estas bandas se roban cargamentos y depósitos de cocaína, pasta base y marihuana", dijo a El País un jerarca policial encargado de investigar a esos grupos. Otro elemento que genera violencia en el barrio es el accionar de personas denominadas "mexicanos de bocas", porque prefieren asaltar una casa que vende drogas antes que un supermercado, ya que allí encontrarán más dinero que un local comercial.
Facturas: Según la Policía, buena parte de las cuentas del Marconi las paga una persona.
Cárceles: finaliza plazo para el control militar perimetral
El 31 de diciembre finalizan los plazos de dos leyes que habilitan al gobierno a que militares revisen los accesos e ingresos a las cárceles y también termina la potestad otorgada a fuerzas castrenses para vigilar los perímetros externos de las principales cárceles del país.En este momento, efectivos de las Fuerzas Armadas vigilan las áreas externas de las cárceles de Libertad, Comcar, Canelones, Maldonado, de mujeres y Rivera. El gobierno puede extender los plazos de ambas leyes o que la Guardia Republicana se encargue del control externo como lo viene haciendo de ingresos.
El comisionado parlamentario Álvaro Garcé calificó como "muy bueno" el trabajo de la Republicana, aunque señaló que a corto plazo y por un tema de cantidad de efectivos, es casi imposible que este cuerpo se encargue de la seguridad exterior de las principales cárceles. "A mediano plazo sí lo veo probable", dijo.
El domingo 21, un efectivo de la Fuerza Aérea hirió en la pierna a un preso de Canelones que corrió en un patio a recoger un paquete que le tiraron de una moto desde el exterior. Policía sospecha que así ingresan drogas al penal.
El País Digital
Territorios prohibidos
Qué Pasa
Prohibido pasar
Los sucesos del Marconi dejaron en claro que, a 18 meses de los megaoperativos, aún hay barrios en los que la Policía solo puede entrar desplegando toda su fuerza. Las zonas ganadas por la delincuencia.
FABIÁN MURO
Estaba llegando a su casa, en La Unión. Hacía más o menos un año le habían arrebatado la cartera, así que se había acostumbrado a aferrar sus pertenencias, por las dudas. Cuando sintió el tirón tuvo primero una sensación de incredulidad: ¿otra vez? Sí.
Se resistió, hubo un forcejeo, pero el ladrón -un hombre de unos 30 años, de pelo negro y alto, por lo poco que pudo descifrar alterada como estaba- se terminó llevando la cartera. Un patrullero llegó rápido y empezó la persecución. En la cartera había un celular con GPS. El padre de la víctima tenía el mismo modelo de celular e iba en el patrullero, con dos policías. Cada calle que el ladrón tomaba, cada esquina que doblaba en su corrida, aparecía en la pantalla del celular del padre, que les iba indicando a los policías por dónde ir.
Hasta que la señal se detuvo en un lugar. Cuando agarraron al arrebatador (ya sin el celular, que había sido cambiado por droga), lo que correspondía era ir a buscar el aparato al lugar indicado en la pantalla. La respuesta de los policías fue tan lacónica como contundente: "No, ahí no entramos". Era en una boca de pasta base, en un asentamiento. Y eso es territorio prohibido. El celular siguió brillando como recordando dónde estaba hasta que se quedó sin batería.
RAZONES DE ESTADO. Aunque el gobierno ha insistido con que su presencia
está asegurada en todo Montevideo, los vecinos y los agentes de a pie
saben que eso no es así. Los recientes sucesos del Marconi, donde un
procedimiento policial terminó en una turba enfurecida contra los
policías, un barrio cercado y una redada masiva, les dan la razón.
Los líderes sindicales de la Policía, Patricia Rodríguez y Luis Murín, dicen que a veces se elige no entrar a determinados lugares porque eso sería exponerse innecesariamente a pedradas o, peor, disparos. En esos casos es preferible esperar apoyo, lo que puede retrasar una acción policial que pueda esclarecer un crimen o atrapar a un sospechoso. Murín, que trabaja en Radio Patrulla, dice que entre los peores lugares para trabajar están Marconi, Cerro Norte, Borro y 40 Semanas.
Desde el Ministerio del Interior se viene advirtiendo sobre un proceso de "feudalización" de algunas zonas de Montevideo. En esa visión, el poder sobre un pedazo de territorio (a veces se trata de apenas una manzana) lo detenta un grupo criminal organizado con capacidad para repeler una incursión policial. Esa capacidad está dada por tenencia de armas de fuego y el apoyo de residentes del lugar que -por temor o conveniencia- avisan de la incursión policial.
Un policía que pidió anonimato y que a veces debe concurrir al complejo de viviendas Euskal Erría dice que nunca sabe con qué se va a encontrar cuando va a un procedimiento. "En cierta medida, uno va regalado", cuenta. "Pero depende mucho del estado de ánimo de los vecinos, de cómo te reciban, si a pedradas o no".
"Vamos a entendernos", dice el inspector José Luis Rondán, de la Jefatura, sobre el ingreso o no a ciertas zonas por parte de la Policía. "Tal vez no podamos entrar de a uno, o de a dos. Pero si no podemos ir con dos, vamos con tres. Si no podemos con tres, cinco. O diez. Y así sucesivamente. Pero entrar, vamos a entrar".
Rondán declaró eso a Qué Pasa dos días antes de que los incidentes en el barrio Marconi -una persona asesinada, tal vez por la Policía, cuatro autos incendiados y un estado de conmoción que trascendió las fronteras del barrio- llevaran al Ministerio del Interior a disponer de un procedimiento que fue un híbrido entre un estado de sitio y un megaoperativo, esos que hace un año y medio comenzaron en Chacarita de los Padres y se repitieron en por lo menos una media docena de barrios.
Conversando con algunos de los efectivos que estaban asignados a la tarea de "cerrar" el Marconi, las historias sobre lugares más o menos prohibidos para la Policía eran moneda corriente. "Una vez nos mandamos para adentro y nos llovieron cascotes", cuenta uno de los agentes. "Todos los vidrios del patrullero terminaron rotos, pero no nos pasó nada. Veníamos persiguiendo una moto y entramos sin avisarle al Comando de Jefatura". Por eso prefieren no contar la historia. "Si entrás al Marconi sin informarle al comando, luego empiezan los problemas de por qué entramos, quién dio la autorización… Entonces, mejor callarse", dice.
El comando al que se refiere el policía también es conocido como "la mesa" y desde ahí es que se monitorea la acción policial. Según Rondán, nunca se detiene un procedimiento. Según algunos policías que prefieren no dar su nombre cuando cuentan sobre el protocolo a seguir en estos casos, sí puede pasar que la mesa detenga un procedimiento.
Tanto en el Marconi como en otras partes del Montevideo menos presentable, los vecinos conviven forzosamente con "malandras", que a veces mantienen perfil bajo y otras exhiben su poder abiertamente. Además de cuidarse de sus acciones, los vecinos tienen a veces que soportar que se les impida circular libremente, como en los días del cerco. O que los pongan contra la pared para un humillante "cacheo". Ese procedimiento está básicamente acotado a cualquier hombre que aparente tener menos de 30 años. Dos vecinas que pasan por ahí cargando bolsas de alimentos se indignan ante lo que entienden como una actitud prepotente de los policías. Sin llegar a un clima de tensión exacerbada, aquellos afiches que mostraban a una agente policial y la leyenda "Yo los defiendo", en referencia a los vecinos de este barrio, parecen el paréntesis publicitario de una realidad que no admite cordialidad o deferencia.
La etapa inmediatamente posterior a la acción policial es la alteración de los pocos servicios para esos montevideanos. Cuando Qué Pasa recorrió el barrio Marconi en abril, uno de los motivos de molestia para muchos era la escasez de frecuencias de ómnibus. O la renuencia de algunos taxistas a entrar. Luego de la quema de dos taxis en el centro mismo del barrio, esa renuencia aumentará. Los servicios médicos, en tanto, también tienen dificultades para realizar su trabajo, aunque la aprobación de un protocolo de actuación por parte del Sindicato Médico del Uruguay el mes pasado significa, en teoría, que para las ambulancias ya no existen zonas rojas o prohibidas.
Otras veces, la razón por la que no se entra es una cuestión de infraestructura: no hay por dónde transitar. Caminos sin balastro o iluminación impiden el tránsito de un vehículo. Y bajarse es exponerse.
La situación de estas y otras zonas donde el Estado entra casi que a la fuerza o no entra, seguirá siendo complicada. Una investigación de los antropólogos Ricardo Fraiman y Marcelo Rossal estudió un caso específico, ocurrido en Malvín Norte a raíz de la muerte de Santiago Yerle en 2004.
El trabajo fue publicado el año pasado en la revista de la Universidad del País Vasco y detalla una política pública que sigue aplicándose: "Tras el suceso el barrio reacciona de distintos modos -desde la organización de asambleas espontáneas de vecinos hasta la quema de garitas policiales- produciendo la retirada del Estado a través de su cuerpo policial. Al día siguiente, el Estado retorna con su policía militarizada para `pacificar` el barrio, bloqueando sus interacciones con los asentamientos irregulares; retorno que muchos de los vecinos reviven hoy como un `verdadero estado de sitio`."
Todos los consultados para esta nota casi siempre se refieren a las mismas partes de la ciudad como "rojas" y éstas vienen repitiéndose desde hace por lo menos una década. Pero la cantidad de asentamientos, lugares donde todo es difícil -desde entrar con un patrullero hasta intentar medir un consumo de luz, las pocas veces que lo hay-, ha crecido en los últimos años.
Según publicó El País, hasta el año pasado la IMM había registrado más de 400. Y aunque hoy es un lugar común decir que la inseguridad se ha expandido por todo Montevideo, solo en aquellas zonas que cargan con el estigma del color rojo se cierra todo un barrio.
Le decian Bebe
por Guillermo Garat / Eliana Gilet
El abuso policial no desordena?
Martes 23 de octubre de 2012
La Ley de funcionamiento Policial vigente data del año 1971. Según señaló el secretario de Presidencia, Diego Cánepa, la norma “obviamente fue elaborada con un espíritu y objetivos diferentes a los que hoy tiene la policía nacional y los que se debe tener en un sistema republicano y democrático”.
Desde el Ministerio del Interior se informó que el papel de la policía seguirá siendo el de la “disuasión, prevención y represión del delito” por tanto hay un trabajo integral que está terminando la secretaría de Estado, junto con la Presidencia de la República, y el proyecto de ley será remitido al Parlamento la próxima semana.
Actualización
Durante el gobierno de Tabaré Vázquez se elaboró un protocolo de funcionamiento de policial. De todas maneras el gobierno actual considera que debe existir una actualización de una Ley que tiene más de 40 años.
“La Ley Orgánica debe dar una capacidad de cambio institucional y estructural más acordes a las necesidades y políticas públicas modernas en términos de seguridad, esto implica cambios institucionales y modificaciones de mecanismos, cómo se tiene organizada la fuerza policial y más acorde a la actualidad y los tiempos. Hasta por un tema de años, porque desde 1971 a 2012 ha pasado mucho tiempo”, se explicó desde el gobierno.
La nueva Ley Orgánica Policial será “más acorde a la actualidad en términos de seguridad, pero también en cuanto a las modificación de organismos institucionales, porque las condiciones del país y realidad del año 1971 no eran las mimas que las de ahora ya que la policía debe cumplir otro rol”. Incluso se dispondrá la necesidad de “superar elementos que eran muy atados a una visión de la policía que no es la actual”.
La pobreza no se arregla dando palos
Las últimas semanas venimos viendo una fractura social en los barrios marginados de Montevideo. Vimos también como la violencia se apoderaba de vecinos marginados, vimos el abuso policial que cobró otra vida marginada, y vemos como esta fractura social se viene deteriorando a imagen de otras urbes de latino América la pobre. La imagen del sub desarrollo.
Se le puede echar la culpa al narco y no a las ratas y culebras que aparecieron con la tormenta en los barrios pobres inundados. O se le puede echar la culpa a los que comen de la basura. O se le puede echar la culpa a las encuestas que hablan de lo maravilloso de cómo ha subido el ingreso uruguayo.
Lo cierto es que hay gente que vive en el lodo, culpa de blancos, colorados, la deuda externa, los milicos, y 8 años de acomodarse en los sillones mirandose el ombligo y alabar los milagros obtenidos (los milicos también se alababan a si mismos con el Mundialito).
Sin despreciar a los ingratos trabajadores de Pluna, y a las luchas sindicales por los 10 mil pesos que se piden para vivir minimamente. Y vemos que no es solo el aumento de salarios sino que la lucha de clases, (esa lucha que se pretende ahogar en la teoría del conflicto "0", y que es inevitable), porque siempre donde hay pobreza y opulencia del otro lado de la ciudad, va a haber chorros, ladrones de gallinas, y cagados a palo por la vida, y otros corruptos, chupasangre brindando, mire amigo no venga que las cuestiones...
Aqui nadie te regala nada, ni siquiera el MIDES tapando agujeros porque falta todo lo demás, aquí si no peleás estás frito
Es el viejo y conocido subdesarrollo donde vivimos inmersos.
Y este subdesarrollo no se arregla con palos, ni tampoco (como se pretende) con un capitalismo humano. Esto no existe. El capitalismo y la ley del mas fuerte no tiene lado benévolo.
Como aporte positivo y palo en la rueda a esta máquina de devorar gente es anunciar que los protocolos policiales son aún los mismos que los de la dictadura.
Es así que fue una madre a denunciar la muerte de su hijo y la trataron de "sucia", ..."pichi".
Es así que el término "milico" sigue siendo algo desperciable. Es como si la lucha fuera entre "pichis", y "milicos", y que para ello se necesitara un nuevo protocolo policial y una nueva ley orgánica que le enseñe a los milicos a no abusar de su autoridad con los prójimos (que también son pobres)
Y allá arriba se afilan los dientes, viene el secretario de defensa León Panetta y le ofrece al uruguay la solución:
La venida al Uruguay de la DEA que son los causantes de masacres en centroamérica, otra vez desapariciones, secuestros, y mas trafico de drogas a su propio país. Aleluya!
No solo los de allá se afilan los dientes, también desde los sillones de la política se afilan los dientes con la única (recalco única) ambición de perpetuarse en el sillón y echarle la culpa al narco (que también existe y es una plaga) de la que la política, como vemos le hace el juego.
Y quien la paga? Doña Soledad, pongase un poco a pensar...
El Muerto
Estaba llegando a su casa, en La Unión. Hacía más o menos un año le habían arrebatado la cartera, así que se había acostumbrado a aferrar sus pertenencias, por las dudas. Cuando sintió el tirón tuvo primero una sensación de incredulidad: ¿otra vez? Sí.
Se resistió, hubo un forcejeo, pero el ladrón -un hombre de unos 30 años, de pelo negro y alto, por lo poco que pudo descifrar alterada como estaba- se terminó llevando la cartera. Un patrullero llegó rápido y empezó la persecución. En la cartera había un celular con GPS. El padre de la víctima tenía el mismo modelo de celular e iba en el patrullero, con dos policías. Cada calle que el ladrón tomaba, cada esquina que doblaba en su corrida, aparecía en la pantalla del celular del padre, que les iba indicando a los policías por dónde ir.
Hasta que la señal se detuvo en un lugar. Cuando agarraron al arrebatador (ya sin el celular, que había sido cambiado por droga), lo que correspondía era ir a buscar el aparato al lugar indicado en la pantalla. La respuesta de los policías fue tan lacónica como contundente: "No, ahí no entramos". Era en una boca de pasta base, en un asentamiento. Y eso es territorio prohibido. El celular siguió brillando como recordando dónde estaba hasta que se quedó sin batería.
Los líderes sindicales de la Policía, Patricia Rodríguez y Luis Murín, dicen que a veces se elige no entrar a determinados lugares porque eso sería exponerse innecesariamente a pedradas o, peor, disparos. En esos casos es preferible esperar apoyo, lo que puede retrasar una acción policial que pueda esclarecer un crimen o atrapar a un sospechoso. Murín, que trabaja en Radio Patrulla, dice que entre los peores lugares para trabajar están Marconi, Cerro Norte, Borro y 40 Semanas.
Desde el Ministerio del Interior se viene advirtiendo sobre un proceso de "feudalización" de algunas zonas de Montevideo. En esa visión, el poder sobre un pedazo de territorio (a veces se trata de apenas una manzana) lo detenta un grupo criminal organizado con capacidad para repeler una incursión policial. Esa capacidad está dada por tenencia de armas de fuego y el apoyo de residentes del lugar que -por temor o conveniencia- avisan de la incursión policial.
Un policía que pidió anonimato y que a veces debe concurrir al complejo de viviendas Euskal Erría dice que nunca sabe con qué se va a encontrar cuando va a un procedimiento. "En cierta medida, uno va regalado", cuenta. "Pero depende mucho del estado de ánimo de los vecinos, de cómo te reciban, si a pedradas o no".
"Vamos a entendernos", dice el inspector José Luis Rondán, de la Jefatura, sobre el ingreso o no a ciertas zonas por parte de la Policía. "Tal vez no podamos entrar de a uno, o de a dos. Pero si no podemos ir con dos, vamos con tres. Si no podemos con tres, cinco. O diez. Y así sucesivamente. Pero entrar, vamos a entrar".
Rondán declaró eso a Qué Pasa dos días antes de que los incidentes en el barrio Marconi -una persona asesinada, tal vez por la Policía, cuatro autos incendiados y un estado de conmoción que trascendió las fronteras del barrio- llevaran al Ministerio del Interior a disponer de un procedimiento que fue un híbrido entre un estado de sitio y un megaoperativo, esos que hace un año y medio comenzaron en Chacarita de los Padres y se repitieron en por lo menos una media docena de barrios.
Conversando con algunos de los efectivos que estaban asignados a la tarea de "cerrar" el Marconi, las historias sobre lugares más o menos prohibidos para la Policía eran moneda corriente. "Una vez nos mandamos para adentro y nos llovieron cascotes", cuenta uno de los agentes. "Todos los vidrios del patrullero terminaron rotos, pero no nos pasó nada. Veníamos persiguiendo una moto y entramos sin avisarle al Comando de Jefatura". Por eso prefieren no contar la historia. "Si entrás al Marconi sin informarle al comando, luego empiezan los problemas de por qué entramos, quién dio la autorización… Entonces, mejor callarse", dice.
El comando al que se refiere el policía también es conocido como "la mesa" y desde ahí es que se monitorea la acción policial. Según Rondán, nunca se detiene un procedimiento. Según algunos policías que prefieren no dar su nombre cuando cuentan sobre el protocolo a seguir en estos casos, sí puede pasar que la mesa detenga un procedimiento.
Tanto en el Marconi como en otras partes del Montevideo menos presentable, los vecinos conviven forzosamente con "malandras", que a veces mantienen perfil bajo y otras exhiben su poder abiertamente. Además de cuidarse de sus acciones, los vecinos tienen a veces que soportar que se les impida circular libremente, como en los días del cerco. O que los pongan contra la pared para un humillante "cacheo". Ese procedimiento está básicamente acotado a cualquier hombre que aparente tener menos de 30 años. Dos vecinas que pasan por ahí cargando bolsas de alimentos se indignan ante lo que entienden como una actitud prepotente de los policías. Sin llegar a un clima de tensión exacerbada, aquellos afiches que mostraban a una agente policial y la leyenda "Yo los defiendo", en referencia a los vecinos de este barrio, parecen el paréntesis publicitario de una realidad que no admite cordialidad o deferencia.
La etapa inmediatamente posterior a la acción policial es la alteración de los pocos servicios para esos montevideanos. Cuando Qué Pasa recorrió el barrio Marconi en abril, uno de los motivos de molestia para muchos era la escasez de frecuencias de ómnibus. O la renuencia de algunos taxistas a entrar. Luego de la quema de dos taxis en el centro mismo del barrio, esa renuencia aumentará. Los servicios médicos, en tanto, también tienen dificultades para realizar su trabajo, aunque la aprobación de un protocolo de actuación por parte del Sindicato Médico del Uruguay el mes pasado significa, en teoría, que para las ambulancias ya no existen zonas rojas o prohibidas.
Otras veces, la razón por la que no se entra es una cuestión de infraestructura: no hay por dónde transitar. Caminos sin balastro o iluminación impiden el tránsito de un vehículo. Y bajarse es exponerse.
La situación de estas y otras zonas donde el Estado entra casi que a la fuerza o no entra, seguirá siendo complicada. Una investigación de los antropólogos Ricardo Fraiman y Marcelo Rossal estudió un caso específico, ocurrido en Malvín Norte a raíz de la muerte de Santiago Yerle en 2004.
El trabajo fue publicado el año pasado en la revista de la Universidad del País Vasco y detalla una política pública que sigue aplicándose: "Tras el suceso el barrio reacciona de distintos modos -desde la organización de asambleas espontáneas de vecinos hasta la quema de garitas policiales- produciendo la retirada del Estado a través de su cuerpo policial. Al día siguiente, el Estado retorna con su policía militarizada para `pacificar` el barrio, bloqueando sus interacciones con los asentamientos irregulares; retorno que muchos de los vecinos reviven hoy como un `verdadero estado de sitio`."
Todos los consultados para esta nota casi siempre se refieren a las mismas partes de la ciudad como "rojas" y éstas vienen repitiéndose desde hace por lo menos una década. Pero la cantidad de asentamientos, lugares donde todo es difícil -desde entrar con un patrullero hasta intentar medir un consumo de luz, las pocas veces que lo hay-, ha crecido en los últimos años.
Según publicó El País, hasta el año pasado la IMM había registrado más de 400. Y aunque hoy es un lugar común decir que la inseguridad se ha expandido por todo Montevideo, solo en aquellas zonas que cargan con el estigma del color rojo se cierra todo un barrio.
UNA CUESTIÓN DE ESTRATEGIA
El método de entrar "con todo" a un barrio suele arrojar resultados positivos ante una parte de la opinión pública, que así constata que el Estado está haciendo algo al respecto de la inseguridad. Pero no todos creen que seguir militarizando la acción policial lleva necesariamente los mejores resultados. El secretario general del sindicato policial Conasip Jorge Molina, dijo a Qué Pasa que su organización está en contra de seguir militarizando a la Policía. "Eso genera aún más distancia entre el ciudadano y el policía, y para nosotros es vital que estos dos actores se acerquen. ¿Qué tipo de diálogo puede establecerse con un agente que parece pronto para la guerra? Hay que apostar más por la Policía Comunitaria".Marconi: dibujo Eduardo Cardozo |
Le decian Bebe
por Guillermo Garat / Eliana Gilet
Lunes, 22 de Octubre de 2012
Con su perspectiva habitual, la televisión prefirió hablar de la
"temible insurrección" de los jóvenes de la orilla. Este relato se
propone otro eje: hubo un muerto.
Era domingo. Por fin la primavera se
había dignado dar un respiro y suspender la lluvia que todo lo
convierte en barro. Por lo menos en esta parte de la ciudad. Había
pasado el mediodía y la plaza, sin otro mobiliario que pasto y un
anfiteatro desvencijado, oficiaba como siempre de lugar de
esparcimiento; estaba lleno de gente. En sus alrededores paseaban los
de la Iglesia con los gurises, otros venían cargando sus pertenencias de
vuelta de pasarse la mañana en la feria, y estaban los pibes sentados
en la escalerita del anfiteatro de Marconi: una estructura que consta
de un escenario a dos metros del suelo y una pared detrás con un mural
de unos tambores que el tiempo y la intemperie han ido despintando.
Contra el muro de los talleres de los salesianos de Don Bosco, por
Trápani a unos metros de Aparicio Saravia, el Bebe recostaba la espalda
y estiraba las piernas, como todos los días. Aquel basural, en frente a
la casa de su familia, era el lugar donde le daba fuego a la pipa, de
espalda a los grafitis que siguen diciendo "Todos somos Marconi", que
insinúan apodos de algunos botijas o que informan del número de lista de
un candidato a concejal con un trazado caligráfico tosco y grafía para
el infarto de maestras y reales academias. Dice uno de los vecinos que
al Bebe le daba vergüenza fumar pasta. Que se tapaba la cabeza con la
capucha para disimular, que alejaba a los niños que se le acercaban al
verlo contra el muro, que ellos nada tenían que mirar ahí, que se
fueran.
Acostumbrado a que la
basura le brindara el mango miró el cielo sin nubes que no anunció nada
de lo que pasaría. En los días siguientes, esa esquina irá llenándose
de basura cuando los recolectores -y también el único bondi que entra
por Aparicio Saravia para ese lado, el 405- dejen de pasar. Pañales
desechables, bolsas plásticas ennegrecidas, plásticos de molde
partidos, los restos calcinados de dos motos y miles de objetos
clasificables sólo como el desperdicio del desperdicio, son parte del
paisaje.
A unas cuadras, muy
cerca de esta escena barrial de domingo, sucedía otra, también
cotidiana. Revólver en mano, la rapiña fue fácil. Puede que no haya
sido la primera, puede que tampoco sea la última. Huyeron en moto y
fueron a reunirse al paisaje del descampado alrededor del anfiteatro, a
diez cuadras. Dicen los que estaban que no sabían nada de lo que
acababa de suceder en la panadería Galegus, en Rancagua y Torricelli.
Los que sí sabían eran los policías. De alguna manera llegó el dato a
la comisaría de la calle Millán, cerquita del Miguelete, de que la moto
con la que habían escapado raudos estaba en el descampado del
anfiteatro.
Todo puede pudrirse en
segundos, o en tres minutos, que es lo que dura el video que filmó una
de las vecinas que estaba en la vuelta. Fue, tal vez, la certeza del
abuso que se vendría la que la llevó a levantar el celular y apuntarlo
hacia las patrullas, hacia los pibes tirados en el piso, hacia el
remolino de gente que se empezó a formar alrededor. Otra vez arroz.
Otra vez atroz.
Los móviles policiales
entraron meta sirena. La patrulla encontró la moto y a los gurises que
tomaban el sol desde hacía un rato sentados en la escalerita de
hormigón que sube al escenario. Todos contra la pared, o mejor, al
piso.
La tensión subió como
sólo sube cuando la Policía aparece. La gente que estaba en la vuelta
se acercó. El ruido del ambiente aumentó con ellos. Todos están
atentos. Hay un par de mujeres que discuten acaloradamente con los
policías. Éstos empiezan a llevarse esposados a la camioneta a los
pibes que estaban en la escalerita, a los que encontraron cerca de la
moto. Esos que no tuvieron parte en el asunto. Así lo entenderá el juez
que horas más tarde se haría cargo del expediente. El juez Nelson dos
Santos liberará a esos ocho pibes que la Policía está llevándose en
este momento.
"Ahí van dos más", se
oye decir en la vocecita de un niñito que mira la escena pegado a quien
sostiene el celular convertido en cámara testigo. En el video se ve
claramente cómo es una sola piedra la que pasa rozando la cabeza de un
policía pelado que está parado, arma en mano, frente a la camioneta
donde están cargando a los detenidos. Inmediatamente, el que tiene
enfrente, de boina y de espaldas a la cámara, tira el primer tiro,
apuntando levemente hacia arriba, como hacia el lugar de donde pudo
haber venido la piedra. Ya no hay vuelta atrás. La chica con la cámara
corre y sólo puede verse el pasto del descampado mezclado con el barro,
y escucharse otro tiro, y otro, y otro más. "¡Corré! ¡Andá para
adentro!", son de las pocas palabras reconocibles entre el tiroteo que
se ha generado. Se escuchan diez disparos y luego sólo gritos. Los
tiros terminan cuando la cámara vuelve a enfocar la escena. Es que la
Policía se retiró y ya no hay quién tire. Los móviles se alejaron unos
metros dejando un cuerpo acurrucado en el piso, con las rodillas junto
al pecho. La gente grita a los policías que aún observan la escena a
escasos metros: "¡Lo dejaron tirado!". Unos gurises se acercan y se le
arrodillan al lado. Sólo se escuchan gritos y una pequeña multitud
empieza a agruparse en torno al cuerpo del Bebe que está en el piso.
"¡Cuidado! ¡Siguen tirando!" Desde una de las patrullas y la camioneta
largan un par de tiros más antes de irse definitivamente con los ocho
pibes detenidos. El Bebe se desangra por la bala que le partió el pecho
sobre el piso mugriento de la calle Trápani, a menos de una cuadra de
la casa donde viven sus padres y su hermana. Se muere lentamente con la
cara vuelta hacia el basural al que a veces lograba sacarle un mango.
En la mañana del lunes
de lo primero que se escuchó hablar fue de los hechos de
"desobediencia civil" que se dieron en el barrio Marconi, según lo
catalogó el jefe de Policía de Montevideo, Diego Fernández. Y como acto
reflejo, aparece la mención a la "zona roja", a los antecedentes del
muerto -que el último era de 2006- y a las estrellas de todos los
análisis: las "bocas" y la pasta base. Pero la pasta no fue la que mató
al Bebe, fue la Policía. El juez de la causa dictaminó el martes que
la bala provino de una de las armas de los uniformados, de uno de los
cinco que luego dejaría libres en calidad de emplazados.
Como era domingo, la
policlínica Misurraco, ubicada a tres cuadras del anfiteatro, estaba
cerrada. Así que un vecino llevó en la caja de su camioneta el cuerpo
del Bebe hasta la policlínica de Capitán Tula, en Maroñas, a cuatro
quilómetros de ahí. Llegó muerto.
Su madre y su hermana
llegaron como locas buscándolo, y sólo recibieron destratos. Contó la
madre que el policía de la policlínica la trató de "sucia" y que a su
hija la pateó en la vulva. Dicen en el barrio que al padre también le
dieron unos viandazos en la Comisaría 12 cuando fue a hacer la
denuncia. La misma comisaría de la que provinieron los efectivos que
acribillaron a su hijo y lo dejaron tirado en la calle, sin asistencia.
La noticia corrió como
reguero de pólvora. La ira de los vecinos estalló y también un deseo
gregario de marcar la cancha a sangre y fuego, como forma de protesta,
de decir basta y de dejar bien clara la territorialidad, aunque más no
fuera por una hora.
A la caída de la tarde
del domingo, un grupo empezó quemando cubiertas sobre Aparicio
Saravia. Luego rellenaron de basura tres autos que estaban en el lugar y
también les tocaron fuego. Y ahí algunos aprovecharon la volada para
meter mano en saco ajeno. En la noche sucedió el episodio que tuvo más
repercusión. Un taxi iba por Aparicio Saravia hacia Mendoza cuando se
dio de lleno con el corte de calle y las volutas de humo negro que
salían de los autos que ardían. Una vecina comentó que la pasajera se
bajó y que el tachero intentó una maniobra para volver sobre lo andado,
pero que lo interceptaron, lo bajaron del auto -a punta de pistola
según diría más tarde- y se llevaron el vehículo para alimentar la
hoguera de la furia.
La Policía cercó el
barrio en respuesta a los desmanes. Puso dos retenes, uno sobre San
Martín y otro sobre Mendoza. Ningún vehículo podía entrar por Aparicio
Saravia, y los que intentaban salir debían presentar documentos ante
los uniformados.
Lo que colmó la
paciencia de los vecinos fue la misma respuesta policial. El
sentimiento no es nuevo en estos barrios, el relacionamiento con la
Policía dista de ser considerado siquiera trato. Que los traten de
"pichis" o de "mugrientos" ya no los sorprende.
"Si no quemamos autos
no nos dan bola", diría un pibe a la prensa el martes en el Cementerio
del Norte, donde el Bebe fue enterrado. "Los efectivos policiales,
principalmente de la Guardia Republicana -según informó El País el
martes 16-, esperaban la llegada de los familiares de Sosa -el Bebe-
fuertemente armados ante la posibilidad de una represalia por la muerte
del joven. Sobre las 18.30, sin embargo, el jefe del operativo pidió
que se deshiciera el cordón que habían formado para esperarlos, ya que a
la salida del Cementerio se habían dispersado."
En la mañana del
miércoles los esqueletos calcinados de los tres autos -al taxi lo sacó
la Policía- componen la pista visible de la tragedia del fin de semana.
El relinchar repentino y el trote en círculos del caballo asustado
atado en la esquina de Aparicio Saravia y Jacinto Trápani son los
únicos sonidos que cortan el silencio sordo que lo inunda todo. Hay una
calma extraña en el lugar, como si la gente hubiese desaparecido.
Llovizna finito y constante. Juan, uno de los concejales de la zona,
sugiere refugiarse bajo el escenario del anfiteatro. A poco de iniciar
la conversa se le cierra la garganta y se le caen un par de lágrimas
que seca con su mano callosa de uñas reventadas de llevar 48 años en
una vida de trabajo. Le duelen las impotencias y lo agobia la impunidad
con que se casca y se mata a gurises que no han hecho nada para
recibir semejante respuesta. La pregunta de Juan es válida: "¿No tienen
un oficial a cargo del operativo que les diga lo que tienen que
hacer?", y su respuesta también: "Tiene que haber una cabeza pensante,
no podés largar a la Policía a los barrios marginales a reprimir, sino
no a un oficial inteligente".
Juan sabe que él es
uno de los privilegiados, que aprendió artes marciales y que pudo
viajar por otros países y ciudades. Sabe que eso fue lo que alejó la
miseria. Expone sus planes, piensa en que si logra que los pibes vivan
una experiencia similar puede que el cantar sea otro: habla de hacer
campamentos, comidas, mostrarles otro mundo, trasmitir otras cosas,
sacarlos del encierro de este microclima. "Los pibes tienen vergüenza de
decir que son del barrio, dicen que son de Las Acacias." Habla de la
estigmatización, de que "nunquita" van a llamar de un laburo a un pibe
del Marconi. Que los canales de televisión privados y la prensa mayor
"nos utilizan y nos miran. Ahora estamos en el ojo de todo el mundo y
es sólo por los hechos de violencia. ¿Por qué no vinieron antes, cuando
trajimos al profesor de hip hop, o cuando hacemos otras actividades de
Carnaval? A nosotros nos buscan los antecedentes y después ven si
somos humanos, pero primero los antecedentes. (.) ¿Cuál es el mensaje
que están dando para el barrio?, ¿que nosotros somos menos que gente?
Vivimos como ratas, es injusto. Lo dejaron tirado como un perro".
Sin ojos para ver una política económica trucha, la culpa es del narco?
El abuso policial no desordena?
Seguridad
Ministerio del Interior remitirá al Parlamento nueva Ley Orgánica Policial
El ministro del Interior, Eduardo Bonomi, anunció en el Consejo de Ministros que remitirá al Parlamento una modificación integral de la “Ley Orgánica Policial” con el cometido de brindar las herramientas adecuadas y la actualización necesaria para tener nuevos instrumentos de seguridad.
Luego de lo que han sido los desbordes de ciertos grupos de la sociedad, en especial en el barrio Marconi, el Ministro Bonomi anunció este lunes una modificación integral de la Ley Orgánica Policial.La Ley de funcionamiento Policial vigente data del año 1971. Según señaló el secretario de Presidencia, Diego Cánepa, la norma “obviamente fue elaborada con un espíritu y objetivos diferentes a los que hoy tiene la policía nacional y los que se debe tener en un sistema republicano y democrático”.
Desde el Ministerio del Interior se informó que el papel de la policía seguirá siendo el de la “disuasión, prevención y represión del delito” por tanto hay un trabajo integral que está terminando la secretaría de Estado, junto con la Presidencia de la República, y el proyecto de ley será remitido al Parlamento la próxima semana.
Actualización
Durante el gobierno de Tabaré Vázquez se elaboró un protocolo de funcionamiento de policial. De todas maneras el gobierno actual considera que debe existir una actualización de una Ley que tiene más de 40 años.
“La Ley Orgánica debe dar una capacidad de cambio institucional y estructural más acordes a las necesidades y políticas públicas modernas en términos de seguridad, esto implica cambios institucionales y modificaciones de mecanismos, cómo se tiene organizada la fuerza policial y más acorde a la actualidad y los tiempos. Hasta por un tema de años, porque desde 1971 a 2012 ha pasado mucho tiempo”, se explicó desde el gobierno.
La nueva Ley Orgánica Policial será “más acorde a la actualidad en términos de seguridad, pero también en cuanto a las modificación de organismos institucionales, porque las condiciones del país y realidad del año 1971 no eran las mimas que las de ahora ya que la policía debe cumplir otro rol”. Incluso se dispondrá la necesidad de “superar elementos que eran muy atados a una visión de la policía que no es la actual”.
Las últimas semanas venimos viendo una fractura social en los barrios marginados de Montevideo. Vimos también como la violencia se apoderaba de vecinos marginados, vimos el abuso policial que cobró otra vida marginada, y vemos como esta fractura social se viene deteriorando a imagen de otras urbes de latino América la pobre. La imagen del sub desarrollo.
Se le puede echar la culpa al narco y no a las ratas y culebras que aparecieron con la tormenta en los barrios pobres inundados. O se le puede echar la culpa a los que comen de la basura. O se le puede echar la culpa a las encuestas que hablan de lo maravilloso de cómo ha subido el ingreso uruguayo.
Lo cierto es que hay gente que vive en el lodo, culpa de blancos, colorados, la deuda externa, los milicos, y 8 años de acomodarse en los sillones mirandose el ombligo y alabar los milagros obtenidos (los milicos también se alababan a si mismos con el Mundialito).
Sin despreciar a los ingratos trabajadores de Pluna, y a las luchas sindicales por los 10 mil pesos que se piden para vivir minimamente. Y vemos que no es solo el aumento de salarios sino que la lucha de clases, (esa lucha que se pretende ahogar en la teoría del conflicto "0", y que es inevitable), porque siempre donde hay pobreza y opulencia del otro lado de la ciudad, va a haber chorros, ladrones de gallinas, y cagados a palo por la vida, y otros corruptos, chupasangre brindando, mire amigo no venga que las cuestiones...
Aqui nadie te regala nada, ni siquiera el MIDES tapando agujeros porque falta todo lo demás, aquí si no peleás estás frito
Es el viejo y conocido subdesarrollo donde vivimos inmersos.
Y este subdesarrollo no se arregla con palos, ni tampoco (como se pretende) con un capitalismo humano. Esto no existe. El capitalismo y la ley del mas fuerte no tiene lado benévolo.
Como aporte positivo y palo en la rueda a esta máquina de devorar gente es anunciar que los protocolos policiales son aún los mismos que los de la dictadura.
Es así que fue una madre a denunciar la muerte de su hijo y la trataron de "sucia", ..."pichi".
Es así que el término "milico" sigue siendo algo desperciable. Es como si la lucha fuera entre "pichis", y "milicos", y que para ello se necesitara un nuevo protocolo policial y una nueva ley orgánica que le enseñe a los milicos a no abusar de su autoridad con los prójimos (que también son pobres)
Y allá arriba se afilan los dientes, viene el secretario de defensa León Panetta y le ofrece al uruguay la solución:
La venida al Uruguay de la DEA que son los causantes de masacres en centroamérica, otra vez desapariciones, secuestros, y mas trafico de drogas a su propio país. Aleluya!
No solo los de allá se afilan los dientes, también desde los sillones de la política se afilan los dientes con la única (recalco única) ambición de perpetuarse en el sillón y echarle la culpa al narco (que también existe y es una plaga) de la que la política, como vemos le hace el juego.
Y quien la paga? Doña Soledad, pongase un poco a pensar...
El Muerto
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