Gabriel Carbajales
Repudiar la fripurización del
pueblo, todos los días, en el bondi también
“No somos nada sobre
esta tierra, a menos que seamos esclavos de una causa,
la causa de los pueblos,
la causa de la justicia y de la libertad”
Quienes viajamos a diario en las líneas del transporte colectivo urbano desde y hacia el oeste montevideano, vemos con perplejidad y mucha bronca cómo muchachas que no habiendo llegado aún a los 30 años, parecen madres de sí mismas y abuelas de sus propios hijos.
Por su aspecto de cincuentonas ya reventadas en un trajín cotidiano que es como la condena a un oprobio sin fin y sin más consuelo que la repudiable paga de una suerte de hipócrita limosna vaticana como salario, son mujeres que aparentan estar más próximas a la edad jubilatoria o a la muerte, que a la adolescencia que recién quedó atrás en el “Uruguay productivo” co-gobernado desde hace dos décadas por el Frente Amplio y las otras dos fuerzas políticas “tradicionales” exponentes clásicas de la burguesía local dependiente.
Son las víctimas más castigadas y visibles del inútil salvataje progresista del sistema capitalista, en su empeño por preservar y “mejorar” el modelo neoliberal aniquilador del salario real y responsable del agravamiento, día a día, de condiciones de explotación cada vez más aberrantes y antihumanas.
Suben al bondi, en general, en grupo, y contrastan entre estas jóvenes-viejas obreras, la más buyanguera extroversión y estruendosas risotadas, con cerrados mutismos de miradas sin luz y sin esperanzas, que hacen de cada conjunto, tanto a la ida como a la vuelta, una rara y patética combinación de depresión y timidez, con gestos claros de búsqueda de una alegría que está afuera de cada cual y que muestra, a la vez, parámetros culturales que de algún modo son como la arraigada “justificación” de una desgracia sin remedio que es el rasgo característico de las trabajadoras de la industria pesquera “nacional”, rubro que opera de hecho como auxiliar sujeto al monopolio multinacional de la captura y manufacturación del pescado a escala internacional.
A lo largo de la Avda. Rondeau y en lo que fuera la desaparecida “estación Agraciada”, suben y bajan cual hormiguitas sufridas y resignadas, centenares y centenares de mujeres proletarias a las que casi nunca oirás quejarse de su vida, ni, menos, referirse a alguna cuestión de tipo sindical.
Jamás, como norma, una expresión de reivindicación social mínima; jamás una protesta expresada al menos como reacción indignada o reflejo instintivo elemental.
Si buscás dialogar con alguna de ellas en ese sentido, te encontrarás casi invariablemente con algo muy evidente: el miedo, el fantasma de la desocupación, el prejuicio de que nada puede hacerse para cambiar unas cosas que aparentan ser inamovibles y como el fruto de los designios de la fatalidad escrita no se sabe dónde ni por quiénes.
A lo sumo, podrás oír casi siempre el triste consuelo de que “hay otras que están peor que nosotras”… y, enseguida, otros juicios y prejuicios que denotan que en realidad se está en guardia para salvaguardarse de opiniones “corrosivas” que contradigan y cuestionen los intereses de un empresariado cruel e inmoral, pero “que te permite” parar la olla y que tus hijos puedan tomar leche y comer pan, todos los santos días, o casi…
La inmensa mayoría de esta multitud esclavizada, es integrante de la plantilla del personal de la negrera “Fripur SA”, enclaustradas jornadas enteras entre letales cámaras de frío, el levantamiento de pesadísimas cajas y el desmenuzamiento del pescado utilizando rudimentarias herramientas artesanales, con frecuentes cortes en las manos y los nocivos efectos del contacto permanente con elementos químicos altamente perjudiciales para los pulmones y el sistema respiratorio.
Tienen reglamentada la ida al baño –que sólo es por autorización de otras mujeres que actúan como si fueran las “kapos” de los campos de concentración nazis-, y no hay contemplación para las obreras que están embarazadas o menstruando y requerirían de un aseo y un ritmo de trabajo especiales.
En general, las operarias están constantemente vigiladas por personal tercerizado cuya función es la de registrar e informar “irregularidades” en el cumplimiento de esta auténtica esclavitud “moderna”.
Quienes viajamos a diario en las líneas del transporte colectivo urbano desde y hacia el oeste montevideano, vemos con perplejidad y mucha bronca cómo muchachas que no habiendo llegado aún a los 30 años, parecen madres de sí mismas y abuelas de sus propios hijos.
Por su aspecto de cincuentonas ya reventadas en un trajín cotidiano que es como la condena a un oprobio sin fin y sin más consuelo que la repudiable paga de una suerte de hipócrita limosna vaticana como salario, son mujeres que aparentan estar más próximas a la edad jubilatoria o a la muerte, que a la adolescencia que recién quedó atrás en el “Uruguay productivo” co-gobernado desde hace dos décadas por el Frente Amplio y las otras dos fuerzas políticas “tradicionales” exponentes clásicas de la burguesía local dependiente.
Son las víctimas más castigadas y visibles del inútil salvataje progresista del sistema capitalista, en su empeño por preservar y “mejorar” el modelo neoliberal aniquilador del salario real y responsable del agravamiento, día a día, de condiciones de explotación cada vez más aberrantes y antihumanas.
Suben al bondi, en general, en grupo, y contrastan entre estas jóvenes-viejas obreras, la más buyanguera extroversión y estruendosas risotadas, con cerrados mutismos de miradas sin luz y sin esperanzas, que hacen de cada conjunto, tanto a la ida como a la vuelta, una rara y patética combinación de depresión y timidez, con gestos claros de búsqueda de una alegría que está afuera de cada cual y que muestra, a la vez, parámetros culturales que de algún modo son como la arraigada “justificación” de una desgracia sin remedio que es el rasgo característico de las trabajadoras de la industria pesquera “nacional”, rubro que opera de hecho como auxiliar sujeto al monopolio multinacional de la captura y manufacturación del pescado a escala internacional.
A lo largo de la Avda. Rondeau y en lo que fuera la desaparecida “estación Agraciada”, suben y bajan cual hormiguitas sufridas y resignadas, centenares y centenares de mujeres proletarias a las que casi nunca oirás quejarse de su vida, ni, menos, referirse a alguna cuestión de tipo sindical.
Jamás, como norma, una expresión de reivindicación social mínima; jamás una protesta expresada al menos como reacción indignada o reflejo instintivo elemental.
Si buscás dialogar con alguna de ellas en ese sentido, te encontrarás casi invariablemente con algo muy evidente: el miedo, el fantasma de la desocupación, el prejuicio de que nada puede hacerse para cambiar unas cosas que aparentan ser inamovibles y como el fruto de los designios de la fatalidad escrita no se sabe dónde ni por quiénes.
A lo sumo, podrás oír casi siempre el triste consuelo de que “hay otras que están peor que nosotras”… y, enseguida, otros juicios y prejuicios que denotan que en realidad se está en guardia para salvaguardarse de opiniones “corrosivas” que contradigan y cuestionen los intereses de un empresariado cruel e inmoral, pero “que te permite” parar la olla y que tus hijos puedan tomar leche y comer pan, todos los santos días, o casi…
La inmensa mayoría de esta multitud esclavizada, es integrante de la plantilla del personal de la negrera “Fripur SA”, enclaustradas jornadas enteras entre letales cámaras de frío, el levantamiento de pesadísimas cajas y el desmenuzamiento del pescado utilizando rudimentarias herramientas artesanales, con frecuentes cortes en las manos y los nocivos efectos del contacto permanente con elementos químicos altamente perjudiciales para los pulmones y el sistema respiratorio.
Tienen reglamentada la ida al baño –que sólo es por autorización de otras mujeres que actúan como si fueran las “kapos” de los campos de concentración nazis-, y no hay contemplación para las obreras que están embarazadas o menstruando y requerirían de un aseo y un ritmo de trabajo especiales.
En general, las operarias están constantemente vigiladas por personal tercerizado cuya función es la de registrar e informar “irregularidades” en el cumplimiento de esta auténtica esclavitud “moderna”.
Una publicación virtual en circulación, resume así la situación actual de la empresa, de la que no te enterás por algún comentario en el ómnibus, sino por la misma industria mediática al servicio de la patronal pesquera, entre otras:
...dijo el mandatario” (sin mencionar siquiera de pasada, que, en realidad, Fripur es responsable de haber tirado abajo el prestigio de los productos derivados de la pesca en aguas uruguayas, por haber exportado reiteradamente alimentos a base de pescado, en malas condiciones sanitarias, en ocasiones decididamente podrido, y que, devueltos, se los intentó “reciclar” con total inescrupulosidad, para volver a exportarlos, si cuadraba, o colocarlos criminalmente en el mercado interno, en general sin controles bromatológicos adecuados, casi).
A
nadie de la “casta política” se le ocurre siquiera esbozar la posibilidad de
reactivar una industria pesquera que supo ser pujante medio siglo atrás, cuando
el Estado como tal competía con intereses privados y actuaba de hecho como regulador
de precios de un producto que debería tener la misma incidencia económica en el
mercado interno, al menos, que la carne vacuna, en un país rodeado de agua y de
vida orgánica útil.
Entre
la dictadura y empresarios-políticos como Jorge Batlle, se fue liquidando y
rifando toda la infraestructura pesquera de aquel país al que no se bautizó
como “productivo”; vuelto el espejismo de democracia, el Estado dejó
exclusivamente en manos de delincuentes como los propietarios de Fripur SA, la
producción, comercialización y exportación de prácticamente toda la captura
ictícola, amparándolos y protegiéndolos con “excepciones” que tienen mucho que
ver con el amiguismo político y la falta de principios.
En el
mundo de la internet, redescubrimos a Frantz Fanon, psiquíatra negro argelino
que en los ´60 impactó fuertemente con su libro “Los condenados de la tierra”,
en el que analiza múltiples aspectos psico-sociológicos del neocolonialismo a
la luz del imperialismo moderno.
Sobre
este libro “RedBetances”, de Puerto Rico, publica el siguiente comentario sobre
Fanon.
Dice:
“Fanon
plantea que «la independencia no trae un cambio de dirección [...] en base a un
nuevo programa de relaciones sociales» en la medida que el poder y el proceso
sea presidido por una burguesía e intelectuales colonizados que configuran un
régimen neocolonial de corte despótico subordinado al capitalismo occidental.
Critica severamente a la burguesía nacional por su debilidad estructural en el
capitalismo mundial, por su actitud pusilánime con los poderes occidentales y
opresora contra las masas subalternas. Fanon ve a las burguesías emergentes
como asumiendo «el rol de gerentes (e intermediarios) para las compañías occidentales»
y como una «casta que no ha hecho más nada que prolongar el legado colonial de
economía, pensamiento e instituciones». Políticamente operan por mediación de
partidos que se transforman de ser «vehículos de empoderamiento colectivo» en
las luchas anticoloniales a «instrumentos de coerción y claramente
anti-democráticos», a la cabeza de Estados neocoloniales que se tornan en «dictaduras
de administradores civiles, entrenados por las metrópolis, que no son capaces
de entender la nación».
Aquí Fanon postula lo que denominó como una independencia
neocolonial que interpretamos como una estrategia de recolonización de parte de
las élites nativas en alianza con las clases dirigentes occidentales y los
Estados metropolitanos, caracterizada por la dependencia económica, el autoritarismo
político y la occidentalización cultural. Paradójicamente, se trata de un
nacionalismo antinacional”.
Las
obreras de Fripur, es seguro, jamás podrán tener acceso por si solas a estas
lecturas antiguas pero súper vigentes, que ilustran y apuntan a la conciencia política
popular más allá de caudillos, caudillitos, partidos, partiditos, coaliciones y
fabulosas políticas de alianzas.
Lo
que Fanon señalaba lo viven y lo sufren estas obreras-esclavas sin poder saber
las causas y sin siquiera sospechar que ellas existen.
Pero
sí es seguro también que están en condiciones de entenderlo mejor que nadie,
mucho más después de vivencias como la de hoy con una Fripur que convierte a
los seres humanos en harina de pescado, pulverizando de un día para el otro
hasta estas tristísimas expectativas de vida infra humana que hasta hace un
rato era “la única salvación” para miles de hogares en los que humildísimas
pero heroicas mujeres hacen lo indecible para que mañana sus hijas y sus hijos
no sean la carne de cañón de ministros demagogos que se vanaglorian de combatir
eficazmente la inseguridad ciudadana, mediante fusilamientos por la espalda de
desgraciados jóvenes y el despliegue del terror sobre un barrio entero de “condenados
de la tierra y del mar”.
No
sé si Fanon proponía algo al respecto, pero está muy claro que de nada sirve la
comprensión militante clásica, si ella no es parte activa, comprometida y consustanciada,
del mismo mundo sumergido del que puede esperarse la necesaria e impostergable
rebelión “de las masas” sin la que nada nuevo ocurrirá bajo las sombras del
salvataje burgués.
Yo,
al menos, interpreto que Fanon, sin decirlo, nos proponía de hecho emular lo
que los mismos argelinos fueron entretejiendo para sacar del culo al imperialismo
francés, pero que no pudo desarrollarse lo suficiente como para evitar que los
chupasangre de extramuros fueran sustituidos por los subordinados de adentro
autoerigidos en “héroes” de la lucha antimperialista independentista:
Lazos
humanos desde lo cotidiano que no debemos inventar, que ya lo ha inventado el
mismo sistema.
¿O
acaso un ómnibus en el que vamos y venimos todos los santos días a la explotación
y de la explotación capitalista, no es el ámbito social natural en el que deberían
establecerse vínculos bien directos y fecundos entre seres que padecen lo mismo
y cuyo futuro solamente podrá construirse entre ellos (entre los de este 124 y
los del bondi que viene adelante o atrás)?.
Tal
vez haya gente que deba vencer el “asquito” que le produce una piel que huele a
merluza casi descompuesta por más que se haya bañado un millón de veces. Tal
vez debamos simplemente hacernos cargo de que aquí jedemos todos, a sobacos, a
hastío, a acostumbramiento, a ese olor que es en realidad el que nos hace
esclavos o serviles: el de la indiferencia o esa discriminación absurda entre nosotros
mismos que los esclavistas saben muy bien enseñarnos desde la cuna.
Bien
lo decía Frantz Fanon: “No somos nada sobre esta tierra, a menos que seamos
esclavos de una causa, la causa de los pueblos, la causa de la justicia y de la
libertad”.
Gabriel –Saracho- Carbajales,
Montevideo, 17 de octubre de 2012.
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