Gabriel "Saracho" Carbajales
“(…) Muero....
Muero,
porque nací para morir,
porque no soy eterno,
porque uno muere de vivir
porque ese es mi destino,
ese humano ritual,
que uno puede asumir
como infeliz final
o como final feliz (…) .
(…) Las graves injusticias sociales que a lo largo y ancho del planeta se multiplicaban en aquel tiempo malamente denominado de la "guerra fría", me inclinaron a embarcarme en la embriagante utopía de arribar a un mundo mejor, de una paz sustentable basada en la justicia social, sin oprimidos ni opresores, sin dominados ni dominadores, donde los ricos fueran menos ricos y los pobres fueran menos pobres como consecuencia de una democracia real.
Procesado por subversivo, aprendí lo poco que puede valer la vida, la palabra, el honor y la dignidad de los hombres -mujeres y varones-, lo voluble que puede ser la voluntad humana y lo débil que pueden resultar las humanas fortalezas.
Pero de todo lo vivido uno puede rescatar aspectos positivos a más de detectar los negativos.
Toda vivencia puede transformarse en fructífera experiencia.
Es cuestión de saber digerir los tragos que apuramos.
Es cuestión de aprender a saber sobrevivir, para poder volver a vivir.
Es así como la vida se me ha ido.
(…)
¡Chau, amigos cibernautas!
Nos reencontraremos en otra dimensión que ninguno de nosotros en este momento conocemos (…)”.
Son fragmentos de lo que escribió hace poco más de
un año, entre los fríos agosto y setiembre del ´12, Luis Eduardo Pioli, “El
Viejo Pepe”, como me gusta decirle en una mezcla confianzuda y de respeto
admirado, que fue germinando en años y años de angustias y esperanzas compartidas
y de gestos involuntarios de humanidad sin especulaciones ni peticiones de
fidelidad filosófica o de otra índole.
Lo publicó en uno de esos blogs que había
descubierto ya en la sosegada y apacible vejez como nuevo territorio de vida
social y de agite fecundo de unas neuronas básicamente juveniles, todavía, prácticamente
sin salir de su casa de Villa Teresa. Esa casa en la que su familia lo recibió amorosamente
después del “proceso” y que en su puerta lucía el mismo número de “recluso” que
le había tocado en la brutal lotería aritmética de la imbecilidad fascista: el
619 del campo de concentración masculino de “Libertad”.
Escribió estas reflexiones presintiendo ya como una
certeza plena lo que su castigado corazón le venía anunciando desde hacía
muchos, muchísimos años, aunque macheteando un millón de veces la concreción del
categórico presagio del “triste final” o del “final felíz”.
Las tituló sin ambigüedad, sin tristeza y sin autocompasión,
“A modo de despedida”… con esa manera de decir y sugerir más bien lírica pero
no melodramática, de quienes realmente han vivido la vida con ganas, con
entereza y con la convicción de que la vida no es vida si ella no tiene un
sentido que no viene de lo biológico, precisamente, sino del espíritu
revolucionario, de la conciencia sensible e irreverente, de la capacidad de rebelarnos
ante lo que parece una imposición de lo fatalmente dispuesto por el “destino”.
Un año más resistieron “El Viejo Pepe” y su gastado
pero no derrotado “bobo”. Hasta hace unas pocas horas, resistieron, tranquilos,
como confiados de que en realidad estaban nada más que en los preparativos de
un largo viaje de avión, de globo, de nave espacial, de nueva y linda quimera
peregrina, en pos de cosas todavía más profundas y ambiciosas que las que
quedarían atrás, no como experiencia, sino como vivencia reclamada por la
muerte para que la muerte no sea ni olvido ni la derrota de los buenos sueños
que otros sabrán continuar hasta que soñar sea vivir lo real, mismo.
Hoy, jueves 3 de octubre, cinco días antes que
Ernesto, Ricardo, Jorge y Alfredo, el “Pepe Pioli” y su costado izquierdo,
ínclito, subversivo, Tupamaro, inconciliable con la mentira y la injusticia,
peleado sin remedio con la maldad burguesa y sus pequeñas mezquindades cotidianas,
han levantado vuelo con la fe invencible en una causa llena de tropiezos y trancazos
tremendos, pero “condenada” a reincorporarse eternamente y seguir luchando hasta
la victoria, siempre, por más corazones buenos que se detengan y por más
corazones inertes que parezcan vivos aunque vivan en la muerte desde que
empezaron a palpitar atrás de quimeras que no son humanas, sino miserablemente
unicelulares.
¡Cháu, Viejo Pepe Pioli!.
Claro que nos vemos, que nos veremos aun en
dimensiones inimaginables, absurdas, surrealistas, idealistas al mango, pero
tan necesarias como cada gramo de oxígeno que respiramos y cada gota de sangre que
corre en nuestras venas. Las nuestras y las de los que van llegando; las gotas
de vida nueva y de “hombre nuevo” al que vos supiste arrimarle humildes pero
vitales soplos de fe, de esperanza y de razón que ya serán pulmones y corazón libertarios
como los que hoy mismo, en el inicio del largo vuelo, pudiste entrever en tu delirio
mortal con la fuerza de lo inexorable.
Con la certeza de una muerte digna y contagiante como
lo fue tu propia vida.
¡Hasta siempre, Pepe! ¡Hasta la victoria tan
merecida y tan segura que, estemos donde estemos, festejaremos hasta volver a
morir de dignidad y de fe en una humanidad que no existe solamente para tragar
oxígeno ni, mucho menos, para ofrendar vidas y muertes a los dioses de la ruindad
moral y a sus escuálidos y estériles adoradores!.
Gabriel -Saracho- Carbajales, 3 de octubre de
2013.-
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