por Gabriel Carbajales
Contra el industrialismo, la batalla por un planeta
que
no sea la caja registradora de una manga de estúpidos
UNO
La pertinaz y arraigada versión de que el
industrialismo es por excelencia el paradigma de progreso humano, es algo tan
“sólido” como lo es la versión de que el capitalismo (extremo de sociedad
dividida en clase dominante y clase dominada) es la forma de ser superior,
trascendental y definitiva de civilización humana imaginable sobre el planeta
tierra.
Más allá de ella, la nada; un mundo imposible, pura
utopía y ensueño de gente poco realista que vive de construcciones oníricas, de
quiméricas especulaciones sin sustento científico (gente buena, de sanas
intenciones, de loables sentimientos, de buen corazón, pero sin los pies sobre
la tierra y sin espíritu práctico/pragmático ni ambiciones de “vida mejor”).
Así es, nomás, de sencillo:
El culto al industrialismo, ayer simbolizado por
enormes y multitudinarias chimeneas escupiendo despiadado humo negro y hoy por
computarizadas retroexcavadoras y gigantescos barrenos de furiosa prospección petro-metalífera,
es el culto de una clase ociosa y opresiva al tótem de la plusvalía y del
monopolio casi total de todo aquello que podemos considerar fuentes de “riqueza
natural” –materias primas- y “medios de producción” con que transformarlas en
“bienestar social”…
Pero de algún modo lo es también para la inmensa
mayoría de la gente, incluso para muchos de quienes proyectan en sus cabezas la
sociedad socialista y comunista del futuro, aunque la plusvalía, entonces, se
haya convertido, aparentemente, en “excedente social” al servicio de una
economía “planificada” y en función del interés social general no mercantilizado,
contrario al lucro y los privilegios...
El industrialismo es como el súper dios compartido
por creyentes, por algunos ateos y hasta por agnósticos de pura cepa; es indoblegable,
inexorable, fatal… y nadie, según este mito grandioso capaz de rebasar las
fronteras de las contradicciones más antagónicas, nadie-nadie, puede sustraerse
a su omnipotencia ineludible…
…Aunque a estas alturas sea más que evidente que su
“inexorabilidad” es puro idealismo fantasioso, puro cuento de ficción, cruzando
alegre e irresponsablemente los puentes frágiles y sutiles del gran naufragio
de una filosofía “humanista” que ha colocado al hombre en el centro del universo
como primer protagonista de la naturaleza en movimiento, sin que seamos otra
cosa –ni más ni menos, por cierto- que aquella zona conocida de aquella capaz
de reflejarse a sí misma activa y creativamente como tal, pero para nada
designada “por el destino” o “las leyes de la dialéctica”, a autoconsiderarse la
dueña y señora del universo o el emjambre “supremo” de materia “altamente
organizada” existente para transformarnos a nosotros mismos a través del
trabajo, que, por otra parte, convertido en industrialismo apabullante, nos
convierte en esclavos de una supuesta condición natural resultante de la
evolución y otros puntos de vista que muchas veces no son otra cosa que pura cháchara
caricaturescamente “darwinista”.
DOS
Cuestionar al industrialismo, combatirlo, abolirlo,
desterrarlo de la cultura popular, equivale, por supuesto, para algunos, a predicar
la vuelta al taparrabos, a la maza para cazar jabalíes y a una cueva mugrienta
como hogar de un ser apto para viajar –solito, sin copiloto siquiera- en un
cero kilómetro a 200 ídems por hora escuchando los más estruendosos sonidos a
decibeles de “naranja mecánica” en un equipo de audio diseñado para sonar en
las salas más tumultuosas de los mega espectáculos musicales y quemando
petróleo a diestra y siniestra como si nada, graciosamente. Gritar a los cuatro
vientos que el industrialismo es el cáncer de la civilización “moderna”, es ser
romántico, lírico, trasnochado, arcaico, enemigo “del progreso”, y, donde te descuides,
hincha del feudalismo que no producía nada más que los bienes suntuarios
apetecidos por los de sangre azul…
Serrucharle las patas al dios industrialismo, es
ser, de últimas, “ambientalista”, “ecologista”; pertenecer a una corriente de
negación del progreso, que también, en buena medida, ha sido elegida por la
misma clase dominante para invertir en ONGs que hacen muy bien el trabajo de
ocultar la explotación y la opresión burgo-imperialista, por supuesto, y que le
sirve a los titulares de prensa tramposa diciendo, por ejemplo: “Ambientalistas
y radicales aliados, marcharon por 18…”.
La proliferación de complejos y mega complejos industriales
de súper producción y reproducción de lo que venga (de lo necesario mismo y de
lo absolutamente superfluo y hasta pernicioso) considerados como expresión de
desarrollo y evidencia de evolución positiva, no es otra cosa que desarrollismo
burgués a ultranza, concebido, planificado y ejecutado en función del único
desarrollo capaz de entrar en la cabeza y el alma de esta clase dominante haragana,
abusadora y torpe, a la que una vez, hace ya mucho tiempo, se le pudo llamar, a
gatas, “revolucionaria” y promotora de un salto positivo de calidad de vida de
las grandes masas de la tierra:
El único desarrollo que mueve a la clase hincha
mayor del industrialismo, es el desarrollo del atesoramiento de capital para
beneficio privilegiado y absurdo de un cada vez más diminuto e inservible
sector social –una auténtica casta-- que aunque todo lo que toque lo convierta
en basura y retrogradación moral y espiritual, la posa de “fuerza social” orientadora
y rectora, de vanguardia civilizatoria, que le imprime a la vida humana
dinamismo, expectativas de progreso cierto y consideración “responsable” por
las necesidades vitales del ser humano articulado en sociedad...
Encima, obviamente, trata de convencerse y
convencernos de que su “labor” (“docente, pedagógica, constructiva”) es una presencia
clave, imprescindible e insustituible, en el crecimiento cultural de la humanidad.
Y, en atención a ese supuesto rol autoasignado de timonel de la historia, es
también la burguesía la que dictamina qué cosas debemos considerar y discutir,
entre otros, los revolucionarios, en todo momento… y ¡vaya si lo logra, dios
santo! (aquí están nuestros debates cotidianos en torno a las barbaridades que
se le ocurre al capital para sostener su status expansionista y glotón; aquí
están los debates que alejan al pueblo trabajador del eje de sus reales
necesidades y reales perspectivas emancipatorias y civilizatorias… Aquí están,
convirtiendo en cuestiones “técnicas” asuntos de honda connotación filosófica;
en un devanarse los sesos con números y cálculos y estadísticas y pronósticos
económico-financieros de bolichero de barrio queriendo competir ilusamente con
el monopolio supermercadista que todo lo domina, incluída la fabricación y
tráfico de armas y de droga de la peor estofa, en mezcla con la extracción
desenfrenada de todo lo que no podían llevarse con el oro y la plata, hace 500
o 400 años, mediante el genocidio de más de 60 mlllones de “aborígenes”
americanos y africanos que no iban a ser los consumidores de un capitalismo que
nacía de la rapiña, la muerte y el copamiento de un mercado potencial de doblemente
abusados al que los señores feudales, pobre gente, no habían tenido en cuenta:
abusados trabajando para otros y abusados mediante la compra de aquello que
produjimos socialmente y pagamos con dinero que se empleará para proseguir
dando vueltas la calesita imbécil pero redituable de la reproducción de capital.
TRES
Ni toda la caterva esotérica unánimemente agrupada
de magos, dioses y brujos creados desde casi la prehistoria, son capaces de
competir con toda la fantasía mitológica creada en apenas un par de siglos de
existencia del pleno dominio burgués a escala mundial. Dominio fundamentalmente
económico, por cierto, material, tangible, medible; pero también de su
complemento natural, el dominio ideológico, etéreo, absolutamente subjetivo, expropiador y manipulador de miles de millones de
espíritus, reproductor de imaginarios colectivos peleados con el conocimiento
científico, intangible y difuso, pero tan portentoso y socialmente innecesario y
nocivo como toda la parafernalia estructural del poder físico duro, violento y
criminal del capitalismo, ya carente en absoluto de potencialidades
equiparables a avances en el bienestar de los pueblos.
La industrialización al mango convertida en
industrialismo, la exacerbación engañosa del “trabajo humano” hecho amasije
brutal de gente y de los recursos naturales convertidos en “materia prima”, rigen
el cerebro y el alma del planeta burgués.
Lo que aparenta ser la manifestación material sublime
de elevadísima destreza intelectual del hombre –su “autoridad” sobre la materia,
su “dominio” de ella-, no es otra cosa que su principal mito “movilizador”, y a
la vez el mito más destructivo y regresivo, el capaz de llevar al planeta
entero al suicidio real y ridículo de aquel que muere desangrado devanando sus
propios dedos y sus manos en la creencia de que está cortando el trozo de
alimento que colocará en el horno del futuro, y que prolongará sus días y los
de su progenie por los siglos de los siglos, amén.
El modo de producción capitalista llevado a
despliegues demenciales, pasó de ser un modo “moderno” de la explotación del
hombre por el hombre, una manera, una forma, un sistema de relaciones laborales
y sociales al servicio de los poderosos, a ser el modo de vida y la razón de
ser de la humanidad. Y esto que parece en sí mismo un triunfo de la ideología
burguesa, es, sencillamente, el triunfo decadente de un mito tan necio y
evidente, que realmente nos quedamos perplejos viendo cómo aún es mucha,
muchísima la gente, incluída una parte importante de la que posee sana y
auténtica intencionalidad revolucionaria, que de alguna manera sigue postrada a los pies de
esta ideología dominante, aunque lo haga en una actitud de franca y creíble
rebeldía contra la gama infernal de injusticias sociales y profundas
desigualdades características del sistema capitalista y esa misma ideología que
lo “justifica”, pero también en una actitud que de hecho denota una grandiosa
ingenuidad entrampada por números, proyecciones matemáticas, magníficos
cálculos financieros y un sinfín de disquisiciones académicas que únicamente
tienen “razón de ser” entre los dueños del capital.
CUATRO
El industrialismo a ultranza es el mito triunfante
de una falacia completamente ahistórica ya, un anacronismo funesto, un muerto
que sigue matando y asegurando la muerte futura a raudales por vía de nuestras propias
debilidades ideológicas no concientizadas, fruto de la pérdida de pensamiento
crítico y de un arrastre fatal de la fuerza de la costumbre, al menos de ese
tipo de fuerza de la costumbre capaz de sacralizar y eternizar aspectos del
movimiento social y hábitos de comportamiento masivo con razón de ser en
contextos históricos muy concretos, nada imperecederos, nada permanentes, condenados
a convertirse a la corta o a la larga en rémoras reaccionarias y retardatarias,
cuando no en genuinos atavismos contrarevolucionarios, de no ocurrir nada que
les mueva el piso contundentemente.
No hay exageración alguna en esta severísima observación:
ahí están, a la vista, comprobables, lamentables, aleccionantes, un montón de
experiencias o ensayos de sociedad socialista herederos de este mismo mito que
ha colocado a la súper producción industrial de “bienes” en unas artificiales
alturas desde las que la caída será más estruendosa y dañina cuanto más
demoremos en precipitarla y cristalizarla a plena conciencia, con la plena convicción
de que lo imperiosamente necesario es mucho más que un pasaje de los medios de producción
de manos privadas a manos de la clase trabajadora y el pueblo oprimido.
No es tan sólo un “modelo” de desarrollo o
progreso, una “técnica”, una modalidad de proveernos de lo necesario para vivir,
lo que debe abatirse desde mucho antes del cambio revolucionario en las cabezas
revolucionarias y los espíritus revolucionarios. Es preciso afinar la puntería
con ánimo absolutamente destructivo sobre una concepción filosófica que ha convertido
las necesidades humanas en la paranoica idea de que el hombre existe para vivir
arrancándole a la naturaleza –incluida la naturaleza humana- hasta la última
gota de lo que sea al precio que sea.
Por cierto que un estudio profundo y mucho más
analítico de esto que se señala, merecería la atención de gente con mayores
elementos de juicio cabales que los que podemos manejar en estos párrafos de
“agite” corrosivo e intencionadamente atrevido apuntando a ayudar a demoler
concepciones que son perfectamente entendibles en la sesera estrecha y limitada
de la burguesía, pero no en la de aquellos que han vivido clamando por
transformaciones profundas en dirección a la conquista del “hombre nuevo”, que,
por supuesto, es el hombre liberado de la explotación y la opresión, pero también
de funestos mitos que alguna vez no lo fueron y tuvieron por qué surgir, pero
que hoy, a la luz de la realidad, resultan el lujo de una necedad catastrófica.
CINCO
Y, para ser o intentar ser más concretos y directos,
indiquemos lo siguiente:
Un altísimo porcentaje de manifestaciones nocivas
para el ser humano actual y futuro atribuibles a alteraciones “naturales”, no son
tales. Son el producto suplementario, acumulativo y dramático de la paranoia
industrialista en pos del amase de fortunas burguesas o de un desarrollo
“socialista” explicable pero de gran timidez revolucionaria (aquí parecería que
se tomó muy a pecho la ligerísima afirmación de unos cuantos clásicos del
materialismo de que “el hombre ha logrado dominar a la naturaleza”,
confundiendo esto, desafortunadamente, con el hecho de que el hombre, por
supuesto, ha avanzado notablemente en el conocimiento de ciertas leyes
naturales generales y en la relativa aplicación de este conocimiento a las
necesidades humanas; pero esto nada tiene que ver con “el dominio de la
naturaleza”, sino que suena, más bien, a espeluznante confusión paradojalmente
ideologizada y mecanicista respeto al mismo materialismo dialéctico-histórico,
que nos enseña o debería enseñarnos lo contrario).
Obviamente que la naturaleza (o sea, la materia en
movimiento, que es como existe) sin nuestra intervención también puede jodernos
la vida propiamente dicha, al punto de hacernos desaparecer del vastísimo e
inconmensurable territorio de lo universal, aun si nos portáramos re bien con
ella y nos adecuáramos lo más prolijamente posible a sus leyes no escritas. Incontables
ensayos de materia animada anteriores a nosotros, sucumbieron sin que interviniera
ningún industrialismo o paranaoia desarrollista alguna; ni se sabe cuántas
veces quedó por el camino el queridísimo
“homo sapiens” y muchísimos otros congéneres del reino animal tragados por diluvios,
terremotos, explosiones solares o vaya a saberse qué otros cataclismos propios
de una dialéctica que no funciona a partir de planificaciones de nadie o un
sentido explícito o implícito de sí misma.
Combinaciones químico-energéticas naturales incalculablemente
más devastadoras que la paulatina contaminación acumulativa del Río Uruguay gracias
a la contribución desinteresada de UPM o las ondas expansivas del incendio provocado
por el posible choque entre buques metaneros o por un nada improbable atentado
sobre ellos llevado a cabo por la competencia mafiosa de las multinacionales
apañadas por la benemérita Gas Sayago, han ocurrido y volverán a ocurrir necesariamente
en algún punto del planeta o en todo él, dejando secuelas de magnitudes
escalofriantes.
La especie humana jamás pudo adquirir un salvoconducto
de vida eterna que no existe, ni podrá nunca poseerlo (la naturaleza, o dios, si
alguno lo prefiere, no podrían ser tan tontos de proveérnoslo después de tanta
canallada burguesa desplegada en un período de tiempo que es nada al lado del
tiempo histórico propiamente dicho). Eso sí, contribuir a que nuestra vida
social e individual no sea una loca carrera a 200 por hora, o a que no tengamos
que dormir con un ojo cerrado y el otro abierto a la espera angustiante de lo
que puede venir –en la “paz” o en la “guerra” burguesas-, eso sí es todavía
posible. Al menos en otra sociedad distinta y opuesta a esta en que cada
segundo puede llegar a ser la vigilia previa al apocalípsis diseñado por los
adoradores del tótem desarrollismo/industrialismo, de no agarrarse al toro por
las guampas.
SEIS
Hoy, a bastante tiempo de discusión sobre si
Aratirí sí o Aratirí no; sobre si UPM-Botnia contamina poco o mucho, sobre si
la celulosa se emplea en fabricar papel al santo cuete o explosivos para
desparramar sobre el pueblo sirio o cualquier otro pueblo que no cede así nomás
sus fuentes de recursos naturales como sí lo hace el generoso estado “uruguayo”,
lo revolucionario, lo transformador, lo beneficioso para el progreso de la
civilización mundial y oriental, pasa por declarar al industrialismo saqueador,
enemigo de toda la humanidad y de esta naturaleza que nos sigue contando, pese
a todo, como parte constitutiva suya.
Que la prensa capitalista hable de “radicales
aliados con ambientalistas opuestos al progreso”, es lógico y no debería
calentarnos demasiado (anteayer nomás nadie hablaba de marchas contra el
megaproyectismo imperial). Pero que gente sana y bien intencionada,
anticapitalista declarada, quiera convencernos de que aquí lo que cuenta como
cosa fundamental es únicamente el aspecto del daño económico y que lo demás es
hojarasca caprichosa de tremendistas poco interesados en el aspecto fiduciario
del saqueo, es por lo menos poco prudente y tiende a colocar como excluyentes
aspectos vinculados y vinculantes de una misma batalla contra la mentira, el
atraso y el genocidio.
Por supuesto que cada cual está en pleno derecho de
sostener su punto de vista y cargar las tintas donde crea más conveniente; nada
estará demás enfrentados como estamos a designios que no cuentan con nuestra
intervención consultiva, siquiera, y mucho menos resolutiva, para nada, con plebiscito
o sin plebiscito, con parodias de audiencias públicas o sin ellas (muy pronto
desaparecerán del mapa; son peligrosas, muestras que la gente de barrio no es
siempre comprable ni tan subestimable como unos bobos útiles creyeron).
Nuestro combate es contra un todo articulado cuya
pretendida fundamentación es la antítesis, se lo mire por donde se lo mire, de
lo que se pregona como altamente beneficioso y “progresista”. Nuestro combate,
cuando decimos que es en defensa de la vida, no responde al cumplimiento de una
consigna prelectoral o a nostalgias de una vida cavernícola, sino a esa sencillísima
y clarísima aspiración: detener la avalancha del cataclismo programado por el
dios industrialismo/desarrollismo, hermano del dios mercado/consumismo/ imperialismo,
que atenta contra la vida humana en todo sentido en todas partes.
Nuestro combate pasa por gritarle “¡mentirosa!” a
la dama desarrollista regasificante afirmando que contamina más cocinar y transpirar
que vertir sistemáticamente millones de metros cúbicos de químicos al río, al
mar y al aire, aquí o en las corrientes acuosas litoraleñas. O que, con mucha
mala suerte, apenas habrá un muerto cada medio milenio a raíz de algún contratiempo
metanero o las emanaciones ígneas al borde de los barrios donde vive la misma
gente a la que se le habla de “revolución de la matriz energético-productiva”
del país y de gas a domicilio casi regalado.
SIETE
Aceptar estos absurdos desplantes de gente culta
que hizo de la universidad nada más que una cantera de lindas palabras para
embellecer el atropello capitalista, es aceptar de antemano que la sociedad por
la que clamamos y luchamos y que ya conquistaremos, tendría que ser heredera
del mismo mito que nos hace portadores del taparrabos mental y que convierte
nuestros hogares en invisibles cuevas del paleolítico, a semejanza de aquel
legendario “Trucutú” de la historieta de un diario vespertino montevideano.
Ni siquiera es admisible que pensemos ni un segundo
que si el agua “potable” que llega a nuestras casas a través de un grifo, nos
llega con mal olor –a podrido, hablando en criollo, por las algas o por lo que
sea-, no hay drama, no es tóxica, no envenena, no pasa nada; bañate tranqui, tomala
tranqui, algún día aprenderás a degustar placenteramente el sabor de lo podrido
(suena a “andate acostumbrando, valor”, y calculale las que van a venir).
Por último, y medio caprichosamente, un par de
reflexiones: recientemente, la TV nos mostró la fundición periódica de armas incacutadas
o declaradas inservibles por el ejército, pasibles de convertirse en muy útiles
varillas para la construcción de viviendas o lo que sea necesario. Imaginemos
la misma metodología aplicada a la fundición de cientos de miles de automóviles
y motos de uso unipersonal, de cementerios fabriles, de rieles abandonados, de
tanta cosa en pleno desuso por doquier, aquí y acullá. Imaginemos el fruto de
lo fundido, aplicado a la construcción de decorosas viviendas de una planta con
lindos jardines en un país de dimensiones horizontales vastísimas, en lugar de
tontas torres de diez pisos ocultándonos la visión de nuestras costas e
inhibiéndonos de una sociable vida entre vecinos que toman mate en la vereda, cuya construcción sí demanda impresionante
uso de hierro… Es más: ya que estamos imaginando, imaginemos también la fundición
de las propias armas y tanques y vehículos que poseen fuerzas armadas que
perpetuamente apuntan sobre el pueblo trabajador.
Pero, sobre todo, imaginemos un mundo en el que el
servicio solidario de la naturaleza brindándonos todo lo necesario para vivir
creativamente a partir del trabajo social honesto y honrado, no sea el uso y
abuso de un planeta privatizado que no existe como medio de producción ni
fuente de rentas al servicio de la avaricia organizada por quienes han
confundido industrialismo voraz y suicida con evolución positiva, sea ésta
positiva para unos pocos o entendida como tal, por otros, equivocadamente, para
toda la humanidad.
¡Si pensar así es pensar en taparrabos o apenas
cubriendo las partes con una hoja de parra, seamos todas y todos verdaderos
trogloditas dándoles de punta a los “homo sapiens” súper teconológicos que día
a día nos van sumiendo vergonzosamente en las cavernas bestiales de la cobardía
y el silencio indiferente o, peor aún, sometiéndonos al diluvio exterminador de
una civilización que es la antítesis ridícula de sí misma!!!.
¡Que haya planeta tierra para todos y no un planeta
que sea la caja registradora de una manga de estúpidos venerando al dios
maestro de todos los dioses del fetichismo burgués: la guita, la mercancía, el
negocio!.
(Y a los que jocosamente interpreten estos
renglones y vuelvan a colocarse en la cómica puesta en escena de la emblemática
“audiencia pública” dedicada al lejano Oeste de los salvajes anti-progreso
asustados a los que hay que ir a tranquilizar al menos por 600 años, que se
saquen el taparrabos de los ojos y las narinas y que se entrenen no en acostumbrarse
a los olores a podrido, sino en adquirir olfato político para imaginar cómo
actúa el pueblo cuando el abuso de tomaduras de pelo, ya no le resulta potable
ni se come cualquier pastilla desarrollista de derecha, de centro o “de
izquierda”).
ese es el modelo chino y mucho mas eficiente que el americano
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