domingo, 27 de octubre de 2013

Las mulitas de Cerro Chato


Andrés Figari Neves 13-10-2013
del muro fb José Luis Perera López


El debate sobre la minería de cielo abierto además de confrontar las opiniones y los intereses materiales de los beneficiarios y de los perjudicados por este tipo explotación minera, pone también en contradicción dos maneras de ver la naturaleza que no necesariamente se encuentran representadas en los primeramente nombrados.

Me explico, hay quienes están a favor o en contra porque van a ganar o perder dinero; es el caso de los capitalistas, los obreros y los comerciantes del lugar de una parte y el de algunos productores de la otra. Pero también puede existir el caso de los gobernantes, vecinos y ciudadanos en general, que sin tener un interés directo en el asunto, tome posición de acuerdo con lo que opine sobre “el medio ambiente”; expresión bastante vaga que incluye desde la salud humana, hasta el paisaje, pasando por la flora y la fauna, etc. Según sus opiniones existen tres categorías de personas: las que para el “medio ambiente” no es un problema y se lo puede saquear a gusto; las que están dispuestos a tolerar daños a condición de que no sean “irreparables” y de que como contrapartida, la sociedad reciba una cantidad de beneficios concretos que los justifiquen y las que consideran que en principio ningún daño al medio ambiente se justifica excepto los que se llevan a cabo por estricta necesidad; por ejemplo: matar para comer está bien pero matar para lucrar no. Dejando de lado la cuestión de si los humanos tienen “derechos” o no sobre la naturaleza, asunto que por sí solo supondría un examen cuidadoso, existe otro aspecto que usualmente no es explicitado. Me refiero a la manera de valorar, y/o de justificar las intervenciones más o menos dañinas que se realizan a la naturaleza. Por ejemplo, nuestra sociedad considera “bien” todo aquello que pueda tener un precio monetario, en su defecto no “vale” nada; y como contrapartida, si algo “vale” –es decir si se puede obtener algún dinero por él- todo su valor se concreta en la cantidad de dinero que lo expresa y nada más. Para el cazador blanco el búfalo es una cantidad de dinero; para el piel roja el búfalo es otra cosa, o mejor dicho, significa otra cosa que para el hombre blanco. Para el piel roja el búfalo tiene otros aspectos dignos de consideración y aprecio además de su utilidad material concreta como alimento y vestido. Al no compartir los mismos códigos el diálogo resultó imposible. Nosotros, descendientes de los conquistadores y herederos de su manera de ver y valorar, somos incapaces de hacerlo de otra manera que no sea en términos monetarios. Así por ejemplo, del punto de vista socialmente predominante, un cerro de “Cerro Chato” vale por la cantidad de hierro que tiene o lo que igual, por el precio en dólares que por ese hierro se pueda obtener. Cualquier otra consideración que refiera al paisaje, a los animales que vivan en el cerro o cosa parecida, queda subordinada a la valoración primaria y por lo tanto sin valor. Desde esta perspectiva, considerar el “valor” de la naturaleza como no sea desde la utilidad puramente monetaria es algo absurdo o que no tiene sentido.

Esa es la perspectiva en la que se ubicó el Estado por boca del gobierno a la hora de defender la ley de minería y constituye una pauta para la sociedad sobre la manera que se valora “el medio ambiente”. Cuando la explotación minera se justifica exclusivamente por el dinero que se obtendría por el hierro extraído en relación con los costos monetarios para mitigar los daños que eventualmente se producirían, la conclusión no puede ser más clara. Cualquier otra consideración que no se formule en esos términos queda fuera de lugar y por ende descartada como sensata. ¿Ahora bien, uno se puede preguntar qué va a ocurrir con los cientos de mulitas, zorros, zorrillos, lechuzas, cruceras, y otros animales que viven en esos cerros cuando empiecen con las explosiones? Morirán, desaparecerán, por supuesto; pero qué se le va hacer, para nuestra cultura “superior”, todo eso no vale nada, o en todo caso el “progreso” tiene su propia “lógica” y sus “daños colaterales”. Quizás al fin y al cabo “emprendimientos” como estos, el mayor daño que provocan no sean al paraje y a los seres que lo habitan, sino el que nos produce a nosotros mismos, haciéndonos persistir en la insensibilidad de nuestros ancestros fabricando una civilización de bárbaros que destruye todo a su paso y cuyo único objetivo es “hacer plata”.

Se argumentó que la explotación del hierro iba a ser una fuente de trabajo para los lugareños y que además iba constituir un “fondo” para las futuras generaciones. Aún sabiendo que resulto ingenuo; ¿no hay otra otras maneras de resolverlo, y además, en lugar de tanto discurso en contra del “consumismo”, no hubiera sido un lindo legado moral y espiritual haber demostrado respeto por todo eso? Es obvio que esta manera de valorar y relacionarse con la naturaleza es la “realmente existente”, pero eso no significa que sea la única posible.

marcha junio 2011 Cerro Chato en defensa de la tierra



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